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Los motores de la economía boliviana

Agridulce fue el resultado del comercio exterior boliviano en el 2017. Dulce, por la recuperación de las exportaciones que sumaron 7.986 millones de dólares con una expansión del 10,5% respecto al 2016. Agrio, porque su crecimiento resultó insuficiente para impedir un nuevo déficit en la balanza comercial ya que las importaciones con 9.288 millones de dólares superaron por tercer año consecutivo a las ventas externas produciéndose así el mayor saldo comercial deficitario de la historia por 1.302 millones de dólares.

Que las exportaciones hayan crecido es una gran noticia, pese a que su recuperación tuvo que ver con sectores extractivos como el hidrocarburífero que subió 24% y el minero que creció 19% gracias a la mejora de precios, pese a que su volumen conjunto cayó más bien un 4% comparado al 2016. Esto es lo que se llama un “efecto precio positivo” a diferencia de lo que ocurrió los dos años precedentes cuando las ventas externas -pese a registrar un mayor volumen- reportaron un menor ingreso de divisas por los bajos precios.

La nota dolorosa la dieron las exportaciones no tradicionales -agropecuarias, agroindustriales, forestales y manufactureras- con una estrepitosa caída de más de 700.000 toneladas, atribuible principalmente el complejo oleoproteico de la soya y sus derivados, producto del embate del clima y las plagas (lo que podría mitigarse con la autorización del pleno uso de la agrobiotecnología).

Otro aspecto preocupante fue la composición de las exportaciones ya que más del 80% sigue basado en recursos naturales, extractivos y no renovables, haciendo que Bolivia -como tomadora de precios que es- sonría cuando éstos suben pero tiemble cuando bajan. Tan indeseada dependencia y vulnerabilidad solo se superará cuando nuestro perfil exportador se balancee de una mejor manera con más productos no tradicionales y mayor valor agregado; asimismo -como propone el ex Presidente del IBCE, Lic. Tomislav Kuljis Füchtner- cuando Bolivia apueste fuertemente por la economía de servicios, entre ellos, el turismo receptivo (para lo cual el hub aéreo de Viru Viru vendría muy bien).

El Presidente del BCB dijo recientemente que al motor de la demanda interna se sumará en el 2018 el motor externo para dinamizar la economía (“Mercado externo ayudará al crecimiento económico”, CAMBIO, 11.2.18). Dios quiera que sea así por el bien de las Reservas Internacionales Netas y la estabilidad de la moneda (en función de ello, consagrar la libre exportación, sería muy inteligente).

 

Buscando la verdad
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¡Basta de mentir señor Muñoz!

Señor:
Heraldo Muñoz
Ministro de Relaciones Exteriores de Chile
Santiago – Chile

De mi mayor consideración:
En primer lugar quiero saludarle muy cordialmente desde mi escritorio situado en un rincón del mundo. Decirle también que le he seguido minuciosamente en la prensa chilena y boliviana. A manera de preámbulo, le cuento que en el exilio he tenido la oportunidad de conocer gente chilena muy simpática y amable. Muchas de esas personas solidarias con la causa marítima boliviana. Sin lugar a dudas que en su país existen intelectuales que también apoyan la urgencia boliviana de tener una salida soberana hacia las costas del Océano Pacífico. Debo confesarle que cuando usted asumió la cartera de Ministro de Relaciones Exteriores, pensé que iba a jugar un mejor papel que su antecesor, Alfredo Moreno, pero me salió el tiro por la culata. Con el paso del tiempo, usted se ha convertido en el “juez pascuero” de La Haya y como tal, ha ido divulgando pronósticos desproporcionados, comentarios casi paranoicos y con una conducta recurrente a la mentira. Hoy, como en el pasado, usted y la derecha chilena han trazado un círculo vicioso para creer sus propias mentiras.

¡Basta de mentir señor Muñoz! su odio contra Bolivia ha crecido exponencialmente y por eso usted se ha convertido en el enemigo número uno de Bolivia. Físicamente usted no se parece a Pinochet, usted es más delgado, con la nariz aguileña, con los ojos un poco achinados, no lleva traje militar ni lentes oscuros como lo hacía el dictador. Pero en cuanto a las estructuras mentales se refiere, usted es mucho peor que Pinochet. Y para defender su posición, utiliza argumentos y conceptos totalmente tergiversados. Alguna vez se ha imaginado usted ¿Qué hubiera sido de Chile sin el guano y el salitre boliviano? Se ha puesto a pensar ¿Qué hubiera sido de Chile sin el cobre, sin el oro, sin el litio, sin la plata y otros minerales que fueron saqueados de Bolivia? Salvador Allende dijo en el pasado que la renta de la explotación del cobre era “el sueldo de Chile”. Alguna vez se ha preguntado ¿Qué hubiera sido de Chile sin las aguas de los bofedales que se encuentran exclusivamente en territorio boliviano, y que ustedes utilizan esas aguas, desde hace más de un siglo, sin pagar un solo centavo? ¿A eso llama usted hostilidad? ¿Es por eso que usted dice que Bolivia provoca a Chile?

¡Basta de mentir señor Muñoz! usted y toda la derecha chilena son soberbios y mal agradecidos. A ustedes, como a su selección de fútbol, se les ha subido los humos a la cabeza. Sin embargo, en el Estadio Hernando Siles de La Paz, los jugadores chilenos salieron llorando de la cancha. Todo su castillo construido de naipes se les vino abajo. Me da la sensación que usted y todo ese equipo de embusteros, que están en contra de la demanda marítima boliviana, saldrán llorando a moco tendido de las oficinas de la Corte de Justicia más alta de la Humanidad. Y entonces todos sus argumentos, inyectados con falsedades, serán pulverizados porque, como usted bien sabe, las mentiras tienen patas cortas y no llevan a un buen puerto. Acuérdese de dos cosas por el resto de su vida: Bolivia jamás renunciará a su derecho legítimo de tener acceso soberano en el Pacífico. Chile es, ni más ni menos, lo que a Bolivia ha usurpado.

Palabras de fuego
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Teresa Gisbert Carbonell

Nunca la pude conocer en persona, lo que lamento, solo pude tener dos aproximaciones a la personalidad y la obra intelectual de Teresa Gisbert -a través de otras personas- que hicieron que tenga el reconocimiento que ahora le tengo a la mujer intelectual.

El primer acercamiento se dio cuando mi padre me habló por primera vez de ella. Augusto Vera Riveros fue asesor jurídico de Teresa Gisbert, cuando ésta era directora del Instituto Boliviano de Cultura y aquél un abogado novel que hacía sus primeras armas en el ejercicio del Derecho. Siempre, desde que fui interesándome en serio por la historia y la cultura de este país, me hablaba de la jefa que había tenido por algunos años en esos primeros tiempos de trabajo como abogado; de esa investigadora activa, de esa mujer curiosa por todo, solícita, nerviosa al hablar, inteligente, memoriona, lúcida como pocas y a veces histérica.

La segunda aproximación que tuve, esta vez hacia su obra, fue cuando yo era estudiante de Carlos D. Mesa Gisbert en una materia de historia, en la Universidad Católica Boliviana “San Pablo” de La Paz. Recuerdo que en esas intensas clases se debía debatir, con todo el aire de los pulmones y casi todos los días, sobre el mestizaje, sobre la aculturación española e ibérica a los nativos nuestros, sobre la identidad y el sincretismo religioso y finalmente sobre los hechos de la historia charquina que hicieron de crisol para fundir el alma que ahora llevamos dentro de nosotros. Frecuentaba, en consecuencia, a Todorov y sus agudas reflexiones sobre la identidad y la conquista de América; me metía en el difícil y testarudo debate de Tamayo y Arguedas, sin poder sacar ninguna conclusión demasiado terminante; hojeaba las páginas de Galeano para comprender un poco más cabalmente la realidad latinoamericana, pero en ninguno de esos libros o autores, ni siquiera, repito, en las páginas de Pueblo Enfermo ni en las de la Pedagogía, que son como el clasicismo de la sociología boliviana, pude distinguir con mucha claridad el espíritu mestizo -indio e ibérico fundidos con todo el odio y el amor posibles- que se aposenta en el corazón de un boliviano sino en los libros de aquella indagadora que por cosas de la vida dejó la arquitectura en un segundo plano. La pluma de Gisbert, pues, ha escrito y descrito, con excelsitud y rigor académicos, la nacionalidad boliviana desde la perspectiva de la historia y el arte.

Otro día, trabajando ya como auxiliar de cátedra de Mesa en la misma Universidad, pude hablar con éste de la obra que Gisbert había producido para la representación gráfica del libro Literatura Boliviana, de Enrique Finot, en la edición de 1964.

El Paraíso de los Pájaros Parlantes: La imagen del otro en la cultura andina es, sin duda alguna, su mejor obra, o una obra maestra. Es una clave para entender el entresijo de la nación boliviana desde su espíritu, nacionalidad que existe, ciertamente, porque quien niega esta nación, construida sobre los pilares del sincretismo social, es un ciego o un pesimista. ¿Historia, ensayo sociológico, estudio y crítica del arte? -Yo creo que todos esos géneros reunidos en un solo libro. Una obra cíclica porque afronta consideraciones sobre arte medieval, renacentista, indio, clásico y colonial. Y esos extranjeros colonizadores, a su vez, ¿cuánto bebieron de los árabes, judíos o negros? Gisbert abrió, con su Paraíso, una dimensión en la que las posibilidades de que coexistan varias culturas en una sola son muchas. Entendió a cabalidad la compleja y enmarañada sociedad de las Indias, y puso en la realidad la utopía de la convivencia de varias sangres.

Y eso es ya suficiente para enaltecer una vida y dejar en un país un legado que no muere.

La espada en la palabra
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Los verdaderos ebrios del carnaval

En la actualidad, el carnaval boliviano puede ser un festejo de quienes dicen amar la lujuria, pero solo la practican cuándo alguna compañía cervecera les impone sus reglas de consumo. Las danzas tradicionales le sirven al Estado y a la iglesia católica para disfrazar su poder y camuflarse entre los participantes de la fiesta. La absurda idea de relacionar la farra con una supuesta libertad sexual es solo beneficiosa para los pepinos embarazadores profesionales, a veces violadores y hasta asesinos. En otras palabras, el carnaval en Bolivia es la idealización de una celebración utópica, pues lo festivo tiene parámetros rígidos muy bien definidos por una lógica de consumo turística, empresarial, propagandística y moralista.

En general, el carnaval sigue un parámetro de celebración patriarcal muy común en Bolivia y el mundo. Me refiero a la excusa de la borrachera como medida de festejo para justificar la estupidez y las agresiones sexuales. Estar ebrio ya no es una propuesta novedosa, ahora es un ritual de pertenencia, imitación y, muchas veces, de agresión. Por eso, durante el carnaval, las violaciones y feminicidios son comunes, pero los dueños de la fiesta se escandalizan por una Virgen en calzones. El supuesto libertinaje del carnaval es tan falso que permite cualquier agresión, pero reprime la propuesta crítica de una dibujante.

Nadie debería sorprenderse de esa aparente contradicción, porque mientras una festividad se relacione con una religión, el concepto de “libertad” se reduce a una mera palabra. De existir libertad de pensamiento, de ebriedad, de expresión o de sexualidad, la iglesia católica ya habría retirado su nombre del carnaval desde hace mucho tiempo. La lógica es, sin embargo, la de emborrachar a los participantes para alejarlos del pensamiento crítico. Entonces se crean ebrios hipócritas, cómplices de la religión y, por ende, del machismo. Borrachos dispuestos a acosar a quien tengan cerca y rechacen ver deidades con poca ropa. Para conseguir tal embriaguez ni siquiera hace falta alcohol, las religiones lo consiguen predicando dogmas en escuelas, hospitales, medios de comunicación, universidades, instituciones caritativas o, irónicamente, en centros para rehabilitar alcohólicos o drogadictos.

La masiva distribución del evangelio se consigue gracias al poder económico de las iglesias, su dinero les garantiza el éxito de sus prédicas, al extremo de que los curas o pastores recurran a sus feligreses cuando no se les permita entrometerse en el ámbito político. Así las iglesias ejercen su más alta influencia, con sus militantes proponiendo ideales religiosos a nombre de la independencia de ideas, aunque se guíen por la cruz oculta debajo de la camisa o la blusa. Como ellos hay muchos entre oficialistas y opositores.

Desde luego, en pleno siglo XXI, la sociedad goza de creyentes críticos como Rilda Paco, quien se atrevió a dibujar a la Virgen del Socavón en ropa interior, de la cintura para abajo. Su dibujo expone la doble moral de la iglesia católica y a sus peores cómplices, aquellos partidarios de la censura, la intimidación y la amenaza. Fundamentalistas e intolerantes.

Rilda puso en evidencia, además, cómo la lógica de la divinización niega el lado humano de las deidades. Pues mientras una deidad se parezca más a los humanos, será menos divina. Por eso una Virgen que muestra sus prendas íntimas se considera ofensiva y no así las tomas, en primer plano, de las nalgas de una bailarina de caporales. Como si los cuerpos humanos, particularmente femeninos, y los canonizados no tuviesen relación o los primeros fueran más ordinarios y, por tal motivo, se justifique su cosificación.

La lógica de las religiones genera ese menosprecio a lo no divino, al extremo de reservarle cierto estatus vergonzoso a las prendas de vestir o, peor aún, a la biología misma del hombre y, sobre todo, a la de la mujer. Entonces, surge el desprecio por quienes somos como especie o forma de vida, se nos trata de culpabilizar por nuestra imperfección. Dios y los santos son modelos de comparación útiles para hacer sentir inferior y despreciable al ser humano. Desde luego, son creencias que pueden reformarse y el arte es ideal para generar propuestas alternativas a las creencias conservadoras, por eso los fanáticos religiosos le temen. Pues el arte no mata, pero asusta porque puede transformar y bajar del altar al mismísimo dios.

Opinión
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¿Qué le pediría a Dios para Bolivia?

La vida me ha enseñado que muchas cosas que parecían difíciles -una vez superadas- pasaron a ser fáciles. En realidad, es la actitud con la que se encara una situación lo que hace que ésta pase a convertirse en un logro o en una oportunidad. La experiencia me ha enseñado también que para todo hay remedio, especialmente cuando estando al límite de mis fuerzas tomé en cuenta a Dios, sabiendo que nada es imposible para Él ni para quienes en Dios creemos.

Cuando la lógica humana nos agrede diciendo que no hay esperanza, debe activarse la fe. Recurrir a Dios, con Jesús como el único Camino para recibir su favor, es posible. Como hijos podemos pedir su ayuda para que no nos desampare en todo conflicto: “…todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré”. ¿Qué le pediría Ud. para Bolivia en este día?

Dios es bueno y su promesa es fiel: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? ¿Qué pediría Ud. a Dios para sus hijos?

Para que las cosas cambien de difíciles a fáciles en nuestro país, tenemos el recurso de la Palabra de Dios donde están escritas todas las bendiciones prometidas por Él, así como lo que en obediencia debemos hacer, para recibirlas. Es cuestión de fe…

¡Cuántos dan consejos buenos o malos -en su mejor intención- para solucionar situaciones indeseadas o conseguir el éxito, pese a que ellos mismos no lo pueden lograr! Es que, nadie que ignore a Dios podrá dar una sabia recomendación más allá de su limitado conocimiento humano, mucho menos los brujos, hechiceros, adivinos y ramas afines. Pero cuando acudimos a Dios con un corazón necesitado, Él nos abre los ojos y el entendimiento, nos capacita y nos da la recompensa esperada, lo que hace que nuestra fe aumente, viendo cómo las cosas cambian de difíciles a fáciles, de lo imposible a lo posible.

Para eso dejó Dios instituida su Palabra: para que lo conozcamos, le creamos y le obedezcamos y para que siempre le agradezcamos por las cosas buenas que Él hizo ya desde la eternidad y que aún hará por nuestra amada Bolivia…¿lo cree?

Buscando la verdad
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Latinoamérica populista y su educación

En este artículo se pretende hablar del populismo, pero no desde el acostumbrado enfoque político. Y es que tantos y tan variados efectos tiene el populismo en los países donde existe, que su análisis tiene también que ver con la sociología, la psicología y, como no podría ser de otra manera, con la economía de la educación.

El populismo es como una suerte de status quo para el desarrollo material de los países, y, de la misma manera, puede ser un gran estimulante para el dinamismo de las emociones que reafirman la identidad. Normalmente, salvo escasas excepciones, tuvo como enemigos al capitalismo, la inversión ajena y en general a todo lo procedente del extranjero.

La esencia de las corrientes populistas en América Latina no ha mutado en el tiempo; sus lineamientos respecto al mecanismo de sus procedimientos tácticos y operacionales siguen siendo tal y como los de hace medio siglo. Y dado que el populismo —dada su ambigua y rara volatilidad— es para la politología como una especie de espectro aún no inscrito en ninguna taxonomía ni descrito con cientificismo para ser tipificado, y que bien puede ser el antifaz de un gobierno de derecha o de izquierda, afecta invariablemente y de una manera aguda a la Economía del conocimiento, sin tener en cuenta factores que, en su caso, pueden o no afectar a la economía, o pueden o no afectar al orden jurídico, por ejemplo.

El reputado periodista Andrés Oppenheimer maneja muy bien el término Economía del conocimiento para hacer un análisis de las deficiencias que arrastran varios países latinoamericanos como resultado de las decisiones frívolas de sus regímenes políticos, o, mejor aún, de las de sus jefes de Estado. Oppenheimer, en uno de sus libros, dice: “…estamos viviendo en la era de la economía del conocimiento, donde los países más ricos son los que producen servicios de todo tipo […] y donde algunos de los que tienen mayores índices de pobreza son los que tienen más materias primas”.

Los populismos de América Latina olvidaron la educación, y si no la olvidaron, la están orientando hacia un norte que es el de una pedagogía sentimental, obsesionada con el pasado, y lo que precisan ahora los países son justamente científicos y técnicos guiados por el pragmatismo y el futuro.

Se debe crear valor agregado, que hoy no es otro que la educación especializada; se debe incentivar a la investigación, porque en América Latina nunca hubo verdadera ciencia. Por otra parte, el apoyo privado debe ser también un soporte de la buena educación.

Se debe dejar atrás la politización de la educación y de los estudiantes. La enseñanza en Bolivia (la que funciona bajo la Ley “Avelino Siñani”, promulgada en el gobierno de Evo Morales), por ejemplo, tiene un gran componente de orientación ideológica, y esto no puede ser sino peligroso para el espíritu de libertad y autonomía que debe tener la educación, porque en síntesis, ésta consiste, como decía Goethe, en estimular a la juventud al estudio más que en aleccionarla. El espíritu de la educación que los Estados deben adoptar debe ser siempre neutral.

Seamos unos empecinados convencidos de que al progreso moral, material, jurídico, social y económico de los Estados se llegará con educación y más educación. La educación no es ni será nunca un fin sí mismo, sino un camino para alcanzar eficazmente todas aquellas cosas que están relacionadas con el bienestar de las sociedades de cualquiera parte del mundo.

Hasta ahora, en los países latinoamericanos no se pueden ver avances educacionales ni didácticos, sino una deprimente situación pedagógica. Pero un día u otro habrá que salir de esta pavorosa incertidumbre.

La espada en la palabra
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El día que se entienda esto…

Se dice que Alejandro Magno -llamado también Alejandro el Grande, por haber forjado uno de los mayores imperios de la antigüedad- estando en su lecho de muerte pidió tres cosas a sus generales: 1) Que su ataúd sea cargado por los mejores médicos; 2) Que sus tesoros fueran esparcidos, camino a su tumba; y, 3) Que sus manos quedaran fuera del ataúd. Consultado sobre el porqué de semejante pedido, el emperador macedonio que conquistara territorios en Europa, África y Asia, respondió:

“Quiero que los mejores médicos carguen mi ataúd para mostrar que no tienen ningún poder sobre la muerte. Quiero que el suelo sea cubierto por mis tesoros para que todos puedan ver que los bienes materiales que aquí se conquistan, aquí se quedan. Quiero que mis manos queden fuera del ataúd para que las personas puedan ver que vinimos con las manos vacías y nos vamos con las manos vacías” (es.aleteia.org)

Este Alejandro Magno -educado por Aristóteles- conoció de matemáticas, filosofía, política, historia, ética, literatura, geografía y medicina, y entre sus materias favoritas estaba el arte de la guerra; era de “carácter muy fuerte, serio, ambicioso, testarudo, descarado, hábil y audaz” (phistoria.net) y llegó a ser considerado un héroe militar, un semi-dios, pero también un temido tirano y un megalómano que fundó 70 ciudades, 50 con su nombre (Wikipedia.org). A la hora de morir, a sus 32 años, se dio cuenta que la fama, el poder, la riqueza y la gloria que acumuló fueron apenas, simple vanidad.

Amigo, amiga: ¿hay algo más preciado que la salud? No, pero pese a ello cuántos la pierden buscando hacerse ricos cuando ni el oro, la plata o las piedras preciosas pueden comprar un segundo más de vida. La muerte llega, no se sabe cuándo pero llegará, lo que nos debería llevar a vivir reposadamente para disfrutar lo mejor que tenemos después de Dios: nuestra familia.

Desnudos venimos al mundo y desnudos partiremos, eso es algo que deberíamos tener muy en cuenta: que así nos entierren rodeados de dinero y los títulos nobiliarios, universitarios u otros que hubiéramos ganado, nada llevaremos salvo nuestras obras de las que un día daremos cuenta a Dios, sean éstas buenas o malas.

El día que entiendan esto los gobernantes, las cosas cambiarán para bien: entonces habrá más justicia y menos corrupción, menos odio y más oportunidades para todos.

¡Cuánta razón tuvo George Washington cuando sentenció que “es imposible gobernar rectamente al mundo, sin Dios y sin la Biblia”! La historia le dio la razón…

 

Santa Cruz, 24 de enero de 2018

Buscando la verdad
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Clases medias en disputa

En una dimensión paralela a las calles y plazas del país, presenciamos una confrontación en la que se viene derramando tinta y alborotando pixeles. El premio: adjudicarse los sentidos y sujetos que orbitan en torno a eso que llaman “clase media”. Hace un par de semanas el Expresidente Carlos Mesa se refirió a ésta como un “espacio idealizado” y “el interlocutor más importante de Bolivia”. Por su parte, el vicepresidente Álvaro García Linera publicó un artículo en el cual veía en las protestas sociales recientes la “asonada de una clase media en decadencia”. En el último mes se suman a este intercambio un editorial en El Deber, un artículo en El País y un par más en Página Siete, sin contar un puñado de artículos con datos de encuestas y composición social, ni la caricatura que el dibujante Al Azar le dedicó al tema. Es previsible que frente a esta oleada de definiciones, diagnósticos y posiciones quedemos un tanto perplejos ¿entendemos mejor a la supuesta clase media de la que hablan? No me concierne sumarme a esgrimir los contornos de clase media, o disputar el grado en el cual variantes de este grupo protagonizan las recientes protestas sociales. Me interesa por sobre todo resaltar el grado en el que la categoría misma de clase media, con sus proyecciones, sujetos reales e imaginados, es un nuevo escenario de disputa ideológica de cara a las elecciones de 2019.

Un compendio reciente de Ezequiel Adamovsky contabiliza 150-200 definiciones de la clase media. ¿En qué se basan? La dimensión tradicional del concepto de clase ha sido materialista y laboral, pero en tiempos más recientes se ha definido también en base a aspectos culturales, aspiraciones comunes y sistema de valores compartidos. Sin embargo las definiciones contemporáneas dominantes provienen de una vertiente económica, y se definen como el segmento entre los umbrales bajos (línea de la pobreza) y altos (élites) en términos de ingreso.

Esta conceptualización nos dice al menos tres cosas. Primero, que al equiparar al estrato medio de ingresos (como categoría económica), con la clase media (como categoría sociológica), se mezclan dos conceptos colindantes pero distintos. Segundo, que la llamada “clase media” es una categoría residual, producto de una resta aritmética entre dos segmentos con definiciones menos controversiales. Tercero, que aun si por coincidencia la clase media se pudiera inferir a partir del estrato medio de ingresos, éste es tan grande y heterogéneo que sería casi imposible concebirlo como una categoría coherente.

En Bolivia, el segmento de ingresos medios llegó al 56% en 2016, e incluye a todas aquellas familias que tienen un ingreso por persona superior a Bs 781,6 por mes (en el caso urbano). Es decir, clase media incluye a todos los trabajadores formales (incluso la mayoría de quienes ganan el salario mínimo), así como a un buen número de los llamados informales, con ingresos moderados. Taxistas, empleadas, arquitectos, albañiles, revendedores, abogadas, curanderos. Bajo esta óptica más de la mitad del país pertenece a esta “clase media”, sin decirnos absolutamente nada acerca de las sensibilidades o intereses compartidos de este vasto segmento.

Pero más allá de cualquier definición antojadiza, podría ser de interés entender cómo las personas se identifican a sí mismas. De acuerdo a la Encuesta Mundial de Valores de 2017, más del 69% de la población se identificaba como perteneciente a la clase media; entre alta (24%) y baja (45%). Si se trata de esclarecer algo, desafortunadamente con esta definición nos va peor. Una cosa es que el encuestado elija una opción de una lista y se sitúe más o menos al medio. Otra cosa muy distinta es que internalicen la categoría, la invoquen de manera espontánea, y la usen para generar afinidad con otras personas en base a intereses comunes.

Más de una vez el presidente Evo Morales se ha referido a la clase media, citando a Sergio Almaraz, como una “clase a medias”. Más allá de la ironía del Presidente, su visión delata una postura tradicional en la izquierda latinoamericana, de desconfianza frente a este segmento, que en las últimas semanas parecería devenir en un antagonismo oficialista frente a la clase media imaginada. En una publicación reciente, Hernán Vanoli realiza un breve inventario de las percepciones desfavorables de la izquierda argentina frente a la clase media, a la que comúnmente tildan de “arribista e insincera, cipaya y traidora, acomodaticia y discriminatoria, impotente y mediocre, alienada y banal”. En Bolivia, donde la clase media no es un estrato tan consolidado como en el país vecino, la valoración parece ser similar.

En su artículo, el vicepresidente Álvaro García Linera matiza este clásico prejuicio al plantear que la clase media no es una sola. Sin embargo creo que se equivoca en pensar que hay una clase media ascendente y otra decadente (como categorías discontinuas), enfatizando el crecimiento de la primera, y atribuyéndole a la segunda tendencias reaccionarias. Considero que asumir que el ascenso de una significa el desplazamiento de otra, es una media verdad. Sería el caso si fuera una suma cero; una contienda en la que dos bandos se estarían disputando la misma tajada de un pastel. Pero en la medida que ha existido crecimiento económico sostenido en el país, esto ha permitido el ensanchamiento del estrato medio de ingresos sin implicar desplazamiento. Lo que sí es posible es que cuando el nivel de ingresos deja de marcar privilegios, esto puede hacer que muchos se sientan desplazados. El ya no poder contratar a una empleada doméstica, o percibir que un barrio o una universidad privada ya no es dominio de un grupo socialmente diferenciado, ciertamente puede reavivar pulsiones racistas.

Aquí va una hipótesis, cuyas variantes han ensayado personas con diversas posiciones ideológicas. El 2005 era posible convocar a grandes segmentos de la población con consignas anti-neoliberales, anti-imperialistas, y anti-oligárquicas. El país ha cambiado significativamente en términos simbólicos y materiales en estos 12 años. Sean o no de clase media (o como queramos llamarlos), quienes han salido de la pobreza empiezan a generar expectativas que van más allá de sus necesidades básicas, o su emancipación frente al viejo sistema político y económico. Es posible que quieran un televisor plasma, un automóvil, o ir al cine los fines de semana con su familia. Creo que no corresponde caricaturizar en ellos, hipócritamente, una tendencia consumista, cuando en realidad se trata de una nivelación social a través del mercado: buscan tener lo que acaso ya tienen los demás. Más allá de utopías y retórica en torno al Vivir Bien, por lo general a los estratos ascendientes todavía les interesa “vivir mejor”. Sus demandas nuevas serán satisfechas en el mercado y en el espacio social, no necesariamente desde el Estado, y menos a partir de consignas recicladas de un momento en que el país era otro. El problema para el MAS, y cualquier otro partido que vaya a disputar las siguientes elecciones, es que más allá de un manejo prudente de la economía y un bajo nivel de interferencia en sus actividades económicas, parecen no existir muchas propuestas que ofrecerle a este segmento. Los nuevos miembros de la “clase media” no son del MAS ni de la oposición: estimo que velarán por mantener la estabilidad material de su trayectoria en ascenso, antes que inclinarse por consignas ideologizadas.

Cuando una familia satisface sus necesidades básicas de alimentación y vivienda, una de las primeras cosas que hace con su ingreso restante es acudir al mercado para la provisión de servicios en salud y educación. Me aventuro a decir que más allá del ingreso, el enviar a los hijos a un colegio particular, o hacerse atender con un médico privado, son importantes diferenciadores de ascenso social. Ahora bien, el momento que acuden al mercado, estas familias pierden un incentivo fundamental para participar en demandas colectivas orientadas al bien común. Parecería más bien que buscarán desmarcarse del Estado, al ya no sentirse beneficiarios directos de la provisión pública de servicios. En otras palabras, quienes salieron de la pobreza en los últimos 12 años paradójicamente podrían terminar convirtiéndose en votantes escépticos frente al gobierno, a menos que el oficialismo renueve sus tradicionales consignas y encuentre maneras de sintonizar con las nuevas demandas del segmento.

Concuerdo parcialmente con Carlos Mesa que la vida urbana de clase media captura buena parte de las aspiraciones sociales de sectores en ascenso. Pero me parece que el Expresidente aún transita un imaginario del país que simplifica la transformación social en curso. Nos remite a un único mestizaje como mínimo común denominador de casi toda la ciudadanía, eliminando gradaciones significativas de pertenencia e identidad. Caracteriza a la clase media también como unívoca, ignorando que su composición heterogénea también genera una diversidad de posturas. Atribuirle a un conjunto tan amorfo una determinada tendencia de voto, o un respaldo categórico a las protestas que encabezaron los médicos, parecería proyectar sobre la clase emergente su propia postura política e identidad de clase. Pero al concebir a la clase media como “depositaria mayor de los valores democráticos y árbitro del destino electoral”, comete un error equiparable al que comete el oficialismo al antagonizar a la clase media. Entre líneas parece decir que los sectores populares y pobres que no son parte de esta clase media, son antidemocráticas y hasta políticamente irrelevantes. Amin Maalouf percibió que en la historia de la humanidad “la afirmación del uno ha significado siempre la negación del otro". Usar una clase social como bandera, a exclusión de las demás, es caer en esta trampa.

La lectura anti-oficialista corre el riesgo ser presa de su propia ilusión de tener asegurado el voto de “clase media”, sin mirar las diferencias y tensiones que existen en este segmento heterogéneo, e ignorando a los sujetos quienes históricamente han marcado el destino político del país. El riesgo para el gobierno de cara a las siguientes elecciones, es posicionar como adversario político a un grupo en construcción que podría llegar a incorporar a dos terceras partes del electorado. Aun percibiendo dentro de ella gradaciones, no olvidemos que la pertenencia de clase es aspiracional, y por tanto es previsible que las llamadas clases ascendentes busquen parecerse a las tradicionales. La clase media, tal como se la viene imaginando, es criticada por unos y apropiada por otros. Pero como nos recuerda Vanoli, de algo no cabe duda: a pesar de sus diferencias, en el momento de las campañas políticas, todos rogarán por su voto. Definir los supuestos contornos de la clase media, o pretender apropiarse políticamente de ella no servirá de mucho a la hora de disputar las siguientes elecciones. Quienes quieran disputársela deberían estarse preguntando: ¿Qué gama de actores son miembros accidentales de este club sin membresía? ¿Cómo se imaginan y proyectan en relación al país? ¿Cuál es la diversidad de sus demandas más allá de la falsa dicotomía entre continuidad y ruptura?

Opinión
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Balance de otro año difícil

Estoy escribiendo estas líneas desde un desierto costero que está en la península del Sinaí, a muy pocos kilómetros de Arabia Saudita y a muchos miles de mis montañas altas de los Andes. De alguna forma, es difícil estar lejos de la cuna de mi sangre, pero todos los problemas que se viven se ven de una manera distinta cuando se está lejos de donde se ha nacido, y es en verdad así, lo estoy comprobando. El enfoque cambia y los criterios de comparación también varían. En realidad, podría decirse que el exilio aproxima más a los problemas del suelo nativo, problemas que se expresan en el arte y en el pensamiento; los viajes no son una experimentación externa, como puede por lógica pensarse, sino más bien una introspección, un buceo en el mar que es cada uno de nosotros, y, por extensión, se puede decir que estando lejos del terruño es cuando mejor se pueden leer los problemas que aquejan a lo que es de uno y plantear las terapéuticas para las heridas que le duelen. Por extraño que parezca, alejarse es estar más cerca; recorrer el mundo es aproximarse. No he olvidado a Bolivia ni a sus problemas que le agobian.

Voy a pasar al 2018 estando lejos del país, pero lo que pretendo hacer por él no ha cambiado ni espero que cambie nunca. Estando lejos, una persona puede ver con mayor precisión y detenimiento los hechos para pensar las soluciones con una cabeza menos alocada.

La cultura de estas tierras orientales y africanas por las que estoy andando en estos días es en verdad fuerte, y si bien sus economías no son vigorosas ni prometen mucho para el futuro, son la cultura, la nación, el cuidado de la raza y otros elementos similares, las cosas que han hacho que estos Estados permanezcan relativamente fuertes a lo largo del tiempo. Bolivia aun camina a tientas en lo referente a sus posibilidades de afirmación nacional. El 2017 ha sido un año inepto y nulo; el gobierno de turno nunca miró con lentes visionarios. Fue, lamentablemente, un año más de enconos en los que lo solo que valió fue el interés roñoso del politicastro. Desfalcos, vulneración sistemática de las leyes, anarquía y obstinación en el seno del poder, desmoronamiento gradual del gobierno, sinsentido y contradicción, he ahí lo que ha sido este año que termina para nuestra patria boliviana.

Las naciones latinoamericanas aún no han sentado las bases de su cultura, de su nacionalidad; es cierto que para algunas es muy difícil (para los países de Centro América, por ejemplo), pero para países socialmente compactos como Bolivia, cuya historia milenaria es la base para la construcción del edificio nacional, no solamente es viable hacerlo sino un imperativo. Se sabe que la economía no marcha bien, y que detrás de los subsidios y las rentas mentirosas se esconde la verdadera putrefacción que se agrava más y más, pero hablando de otras cuestiones públicas, como de la educación, por ejemplo, se puede decir que no se han levantado escuelas de nivel y que no se ha tenido en la orden del día de la Asamblea el asunto de la instrucción pública y privada, y la razón de ese desdén se halla en una cosa demasiado sencilla de ser deducida: el 2017 no ha sido para el boliviano nada sino una lucha furiosa por la reelección indefinida del actual Presidente de los bolivianos; o sea que, en una palabra, esta gestión fue netamente política (en el estrecho y miserable sentido del término).

Hay que recobrar las energías que parecen perdidas, se debe hallar la manera de encaminar esta patria nuevamente en la vía del progreso, no tanto material sino más que todo y primero moral y espiritual. Latinoamérica, desde México hasta la Patagonia, adolece de una enfermedad política que está signada por la complejidad social, pero que de ninguna manera es inexorable ni incurable. Algún momento tendremos que hallar una respuesta a los males más perentorios que aquejan a Bolivia.

Que el año que se inicia sea de bendición para el país.

La espada en la palabra
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No hay temor de Dios

Hace poco alguien me pidió que aborde temas candentes de nuestra sociedad -como las violaciones que con pasmosa regularidad se dan de padres a hijos, entre hermanos o familiares cercanos; la muerte en las calles o los atracos hollywoodenses- al mismo tiempo que otro, lanzaba la dramática pregunta -¿qué nos pasa a los bolivianos?- ante los horrorosos sucesos cuya crudeza supera la imaginación, tal el caso de una madre muerta por desnutrición luego que su hijo la tuvo encerrada por años. Añadamos a ello las injusticias que se producen cada día en el país y preguntémonos…¿por qué es que ocurre esto?

Siendo que todo tiene un trasfondo espiritual -en desconocimiento de ello- el intento de solución no atacará la raíz sino solo el síntoma de la enfermedad y el remedio resultará precario.

¿Por qué semejantes niveles de perversión sexual? ¿Qué hace que la inseguridad aumente tanto? ¿Por qué se tiene en poco la vida? ¿Por qué la sensación de que hacer dinero a costa de la corrupción no es algo malo? ¿Dónde ha quedado el amor filial y el amor natural entre hermanos? ¿Por qué el hombre hace cosas hoy cual si la impunidad estuviera de su lado? ¿No existen más los valores morales? ¿No hay conciencia de lo bueno y lo malo? Los valores existen pero como el concepto del bien y el mal se ha relativizado, también la conciencia del hombre al dejar de lado a Dios…¡eso es lo que está pasando!

A diferencia de las leyes y normas humanas, los mandatos y estatutos de Dios son absolutos, inalterables, obligatorios -no se negocian- y entrañan para el hombre una recompensa o castigo.

El problema del hombre es que se alejó de Dios y a muchos “les importa un comino” pues su mente está tomada por el mal, escrito está que esto iba a pasar, que en los últimos tiempos que vivimos -por haberse multiplicado la maldad- el amor de muchos se enfriaría, sin darse cuenta del grave peligro de la condenación de su alma por la eternidad. Por eso es que, unos por tener demasiado y otros por no tener nada, dejan de lado al Creador: no hay temor de Dios.

La ignorancia de la Palabra en unos casos, la negligencia en otros, el amor al dinero -raíz de todos los males- endurecen el corazón del hombre y a partir de ahí cabe todo, el hombre pasa a ser su propio Dios -ocurre con los ciudadanos, ocurre con las autoridades- no importa más la vida, la seguridad, ni la honra, mucho menos el amor, porque Dios está ausente en todos ellos con la natural consecuencia del caos en lo personal, en lo familiar, en la sociedad…

 

Santa Cruz, 10 de enero de 2018

Buscando la verdad
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