Blog de Ignacio Vera Rada

Periodismo relativizado

En las últimas décadas, el periodismo ha ido cuestionándose a sí mismo y ha ido recibiendo cuestionamientos de parte de quienes le son ajenos. ¿Qué es el periodismo? Dígase de entrada que es, esencialmente, información. Esta actividad informativa puede estar anclada a distintos géneros como la noticia, la crónica, la entrevista y el editorial, entre los más relevantes.

Los cuestionamientos acerca de su esencia y de lo que debería representar para la sociedad parten de elementos políticos, primero, y tecnológicos, después. Analicemos en qué consisten estos cuestionamientos que ponen al periodismo en un vilo que ya es intolerable.

Había en el siglo pasado una pléyade de comunicadores (latinoamericanos los más, aunque había por ahí uno estadounidense y otro francés) que proponía que el periodismo debía ser una actividad de diálogo o un juego de intercambio de palabras de empatía; un “diálogo dialogal”, decía uno de éstos. Estas personas eran o demasiado utópicas o realmente ingenuas, porque nunca comprendieron que el periodismo es, a despecho de los soñadores, una actividad política (en el alto y digno sentido de la palabra). Planteaban además que la prensa (o la comunicación, como la llamaban) debía ser un instrumento para la liberación de los pueblos y la democratización. (El oficio periodístico debe propugnar por la democracia, pero nunca ser un medio para su realización, que es distinto, ya que al ser esto último adopta una tendencia que lo corrompe). Un boliviano había entre estos comunicadores, que aseveraba que el periodismo debía ser descentralizado para que lo practicasen las personas humildes y que debía despojarse de su cualidad persuasiva a la que se había inclinado desde los tiempos de Aristóteles, a pesar de que entonces ni existía.

Si se ensayase tal clase de periodismo (que en realidad no sería ni periodismo), sería todo menos funcional, en primer lugar porque un periodista es un profesional cuya labor no puede ser ejecutada por personas que no están preparadas para ello. En segundo lugar, porque el periodismo es una actividad vertical en esencia, lo cual no sataniza ni su fin ni su condición.

Se hicieron congresos y conferencias para maldecir a los medios masivos y para blasfemar el nombre de los presidentes de tales corporaciones; se creía que se debía llegar a una descentralización total de la comunicación. Pero ¿podría hacer un iletrado periodismo? Quizás sí fundar una radio y hablar en ella, o fundar un periódico y escribir en él, pero no hacer verdaderamente prensa.

Pensar en una posibilidad tal es descabellado desde todo punto de vista y degrada el oficio de los periodistas que estudian para desempeñar su labor, «la más bella» para un Nobel latinoamericano.

Ahora analicemos cómo la tecnología también ha llegado a relativizar el oficio. Desde la irrupción de los medios sociales, la información cualquiera ha llegado a tenerse, en algunos casos, como periodística, sin tomar en cuenta los parámetros que la hacen realmente tal. Los medios sociales son todavía un factor brumoso para los sociólogos y los investigadores de las ciencias sociales; se están escribiendo muchos textos acerca de ellos. Pero, lo que es seguro, es que de ninguna manera podrán llegar a ser medios de verdadero periodismo.

Como dice la periodista argentina Silvia Fesquet, antes se tenía un panorama mucho más despejado de lo que representaba la actividad periodística en la sociedad porque se dibujaba esta estructura con total claridad: la verticalidad de un periodismo en un pueblo pasivo que recibía las noticias y la información. Se tenían, entonces, una delimitación precisa de lo que eran el periodista y su trabajo y, por tanto, un terreno mucho más estable en el que trabajar. La pasividad de un pueblo lector no es mala, más al contrario, es buena porque ese pueblo está consciente de que su labor consiste en asimilar la información para trabajar en pro de una causa o de un Estado desde las distintas plataformas existentes o desde el oficio de cada uno de sus individuos.

La espada en la palabra
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Nuestro mayor apremio

Algún momento tendrán que retornar la ley y la moral a nuestra realidad. Salvar el espíritu democrático que aún queda en la nación, he aquí la mayor tarea que tenemos como hombres y como mujeres, más allá de las particularidades que en la vida ordinaria y privada se nos puedan presentar.

Éste es un mensaje dirigido más a la juventud que a los hombres maduros, porque en aquélla se ciñe —así ha sido siempre en la historia— una toga de esperanza.

Aquel ideal democrático por el que nuestros mayores vertieron su sangre y su sudor —y hablo a nivel continental— hoy está eclipsado. Hemos pasado por dictaduras, guerras civiles, manifestaciones brutales, asonadas y revueltas militares, pero nunca como ahora la libertad se ha visto tan ensombrecida por las pasiones humanas que se agitan en el torbellino público de todos los días.

Los peores enemigos de nuestra libertad ciudadana no están, como ayer, en los tanques que silenciaban las calles ni en las milicias populares y partidistas que torturaban a sus adversarios; están en cosas inmateriales, pero por lo mismo más potentes en sus alcances: el pensamiento y la ambición.

En éste nuestro continente americano, donde hay de todo —como en todo lugar y todo tiempo—, se levantan voces que afirman la continuidad de lo que hemos aprendido de las revoluciones americana y francesa, por una parte, y gritos, tan vehementes como aquellas voces, que insisten en una cosa que está más allá del comunismo o del socialismo: el egoísmo. Porque debemos saber distinguir: una cosa es apuntar a la dictadura del proletariado o a un gobierno de campesinos y populares y otra muy diferente el deseo desmesurado del poder por el poder en sí mismo.

Hoy América Latina no es libre, pero sí es libertaria. Está sometida, pero no rendida.

El fenómeno es regional y no local, como cuando las dictaduras del siglo pasado. Entonces se debe luchar teniendo en cuenta las fluctuaciones de la política de los demás países vecinos, solo así podremos convencernos de que lo que pasa en nuestro Estado es fiel reflejo de lo que pasa en otros.

Y cuando suceda el cambio, será de índole paradigmática, en otras palabras, cuando el país cambie, habrá cambiado el paradigma o el proyecto de Estado y no solamente el gobierno, como en cambio pretenden los opositores que no ven más allá de la superficialidad coyuntural. Para esto, es preciso que condensemos el mayor acopio de fuerzas espirituales, de acción, movimiento e inteligencia. La fuerza física quizá no sirva de mucho, porque como decía Tamayo: «En los momentos más severos de la historia, las batallas y las vitorias definitivas las ha dado y obtenido siempre el espíritu servido de la inteligencia y de la voluntad».

Es cuestión de tiempo, pero también de esfuerzo. Las tiranías injustas han de caer, de eso no quepa duda alguna, pero mucho dependerá de la conciencia que tengamos en que eso debe ocurrir. No apuntemos a una ley de tiranicidio, eso socavaría aún más lo que queda de democracia, apuntemos más bien a la fuerza de la inteligencia como instrumento de la materialización de la voluntad humana, la mayor fuerza que existe en el mundo.

Porque un tirano o un rey injusto pueden tomar nuestra casa, a nuestros hijos, nuestras tierras, incluso nuestro propio cuerpo, pero nunca podrá tomar para sí mismo nuestro espíritu ni nuestra inteligencia, cosas que están en un plano inmaterial y —por tanto— divino.

Porque el mundo material es de la bestia, en cambio el espiritual es de la virtud (personal y pública), y este mundo es inmortal.

Y cuando se haya ganado en todo el continente la democracia plena nuevamente, no recordemos con odio a quienes nos la despojaron algún día; más bien ciñamos un manto que cubra todo el oprobio vivido en tantos años. El sudario del olvido.

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El Nacionalismo como clave

Hablar de nacionalismo en un mundo en el que la globalización no solamente ha impuesto su ley sino también su tiranía, puede parecer hoy una locura.

Hablar de razas es hoy un sinsentido, porque ninguna sangre posee mejores genes que otras. Dejemos el fascismo para los que aún discuten la superioridad de unas razas, para quienes viven en un mundo no solo alejado de éste en el que vivimos sino además de fantasía (como viven los que creen en la religión de Marx) y para los que piensan que los militares en el poder son la misma bendición de Dios hecha realidad.

Pero, si no de fascismo, sí podemos todavía hablar de las potencialidades que el suelo ha provisto a sus moradores, para que éstos sean los que mejor aprovechen las virtudes que el medio puede dar a quienes trabajan sobre él. Eso es el nacionalismo, que no es determinismo social, aunque sí tiene algunas características físicas en común con éste.

El mundo de ahora da vueltas mucho más rápido que el de ayer y la economía y las comunicaciones hacen que parezca hoy imposible hablar de un nacionalismo practicable, pero no es tan así. El debate se presenta oportuno, dado que en el planeta la variable sociológica de los países se ha hecho casi inexplicable desde el punto de vista de los movimientos vinculados con la migración, cada vez más intensos. Alemania, con una Ángela Merkel en aprietos, está viviendo esta incertidumbre; los Estados Unidos, con un Trump celoso de una raza que es todo menos pura, viven el dilema; Bolivia, con un flujo de inmigrantes asiáticos que ponen en vilo el futuro de muchos bolivianos, siente el problema. Y no solamente estos países, sino muchos otros más.

El nacionalismo es como un proteccionismo, pero un proteccionismo de la raza; un proteccionismo no discriminatorio, sino favorable a la potencia de un pueblo unido a su suelo. Este proteccionismo no es un fin en sí mismo, como en cambio sí lo es para el fascismo.

El medio ha dotado al ser humano de un sistema de concepciones y fuerzas históricas que hacen que el hombre pueda desplegar todo su potencial y toda su creatividad solo en un determinado territorio, fuera del cual es incapaz de alcanzar plenitud material y espiritual, pero mucho menos material. No por nada un indio altiplánico no puede trabajar en las pampas occidentales igual que en las llanuras del oriente; no por casualidad los prusianos no pudieron penetrar la Rusia invernal como lo hubiese hecho descalzo un siberiano; no por nada un carioca en el Tíbet es un donnadie. Esta insuficiencia no está relacionada tanto con el intelecto cuanto con las capacidades físicas del cuerpo. Por tanto, la migración puede afectar la producción material de un Estado cuando aquélla no está bien regulada por las leyes. En conclusión, sí existe un determinismo físico que hace que los hombres estén hechos para rendir mejor en unos lugares que en otros.

El subsuelo de la tierra tiene vida, se llama nacionalismo; de ahí los grandiosos Estados-nación configurados por la Gran Guerra que, aunque violenta y macabra, fue fecunda en el ordenamiento de Europa.

Desde el comienzo de la era contemporánea, la sociedad vive conmovida por la eliminación de las clases sociales; las mejores impugnaciones están en las páginas de los socialistas científicos. Y en realidad, un buen pensador o intelectual siempre querrá que las clases sociales algún día desaparezcan, pero el nacionalismo es cosa muy diferente, y no supone, como se dijo, la creencia de que unos son más que otros, sino que pueden obrar mejor en unos lugares que en otros.

Un viejo determinismo rige inexorablemente, y a despecho de los poetas y abogados de una sociedad global, la vida y el desenvolvimiento de las sociedades humanas.

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¿Aborto como signo de civilización?

Ésta es la primera vez en que me atrevo a opinar sobre el aborto. Jamás hasta ahora vertí un juicio sobre el asunto porque su tremenda complejidad me coartaba de emitir una opinión que fuese concorde con la razón y la práctica.

Para el que piensa con prudencia un asunto como éste, entran en juego varios factores como la fe, la doctrina, la ilustración, la idea que uno tiene de la vida, la psicología y, en general, una serie de elementos que sería insulso enlistar aquí. Para el que no tiene en cuenta esos factores, la respuesta ya está en la punta de su lengua después de unos minutos.

El debate se presenta porfiado de parte de quienes defienden la vida y de quienes defienden el derecho que tiene una mujer de impedir el proceso gestacional del ser que lleva dentro.

Del abrazo fecundante de la simiente masculina con la célula del cuerpo femenino nace el ser humano, como culminación del perfeccionamiento de las especies y como síntesis de lo que la raza, en su lucha y armonía con la naturaleza, logró para sí misma.

Hace unos días varias decenas de personas se han reunido en las calles de Buenos Aires para gritar la palabra aborto como si fuese un hito de la civilización de la sociedad global. Pero la mayoría de esas personas no tiene nociones de lo que son la medicina, el Derecho y la antropología. Ni tienen por qué tenerlas, por lo que hacerles un reproche sería injustificado.

La biología ha hecho al varón y la mujer distintos, eso será así hasta que este mundo deje de ser mundo, lo cual no supone que varones y mujeres deban tener distintas oportunidades de realización y superación personales. Circunstancia lamentable para unos y maravilla de la naturaleza para otros, lo cierto es que hombres y mujeres no son iguales desde el punto de vista de sus funciones biológicas. Digo esto por la pregunta siguiente: ¿tiene derecho una mujer a hacer lo que guste de su vida? Sí tiene, pero no con lo referido a una ajena.

Debo decir que, aun a pesar de mis reflexiones, no me atrevo a dar una respuesta categórica al asunto en general. Lo que sí deploro con vehemencia es el razonamiento necio que dice que el quitar la vida a un feto es igual que quitar la vida a cualquier organismo vivo, sin tener en cuenta que lo que está muriendo es un ser humano (¡pero para el tecnicismo de la ciencia fría y la medicina atea no lo es todavía!). El razonamiento de que un embrión o un feto son un conjunto de células que bien podrían ser de un ser vivo cualquiera, niega la naturaleza mística del ser humano, que es la de la posesión de un alma.

Hago una analogía con la o pena de muerte (con la que este escritor está abiertamente en contra). Ambas cosas, pena de muerte y aborto irrestricto, niegan la naturaleza superior que poseen los seres humanos sobre todos los seres vivos de la tierra.

La respuesta al dilema no está en ningún tratado. La dio Dante hace varios siglos, aunque estoy seguro de que habrá todavía legiones de personas que no comprenderán la sabiduría que encierran los versos del genial poeta-filósofo italiano: Y obra de suerte que mover se siente/ como pulpo marino, y organiza/ la potencia que lleva en su simiente./ Se contrae, se dilata, y finaliza/ del corazón la fuerza generante,/ por la virtud que el cuerpo fecundiza./ Mas, como el animal se hace pensante,/ aun no lo puedes ver, porque es un punto/ que a los más sabios deja vacilante./ Pues según su doctrina, no hay conjunto,/ entre el alma y armónico intelecto,/ por no ver a la mente órgano adjunto./ Abre tu mente al de verdad concepto,/ y sabe que en el feto, aunque latente,/ del cerebro el poder es ya perfecto.

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Quiborax en el grandioso mar de sal

La Procuraduría del Estado boliviano, esa institución que, además de generar burocratización como muchas otras, solo sirve para tener más funcionarios en el aparato estatal y, por tanto, más adeptos al régimen… la Procuraduría del Estado, decimos, quiere iniciar un proceso judicial al expresidente Carlos Mesa. Las intenciones implícitas de ese proceso son, hasta para el más ingenuo de nuestros lectores, evidentes.

El bandido de hoy no es quien dispara impunemente a un joven manifestante, ni el carterista, ni el fuerzacerraduras de los bancos, sino cualquier potencial candidato a la Presidencia de Bolivia, que para el Gobierno es como una rata fuera de su madriguera. El bandido puede ser cualquier hombre libre, en realidad, puede ser cualquier hombre virtuoso o incluso un héroe. La finalidad consiste en alejar del escenario a cualquier persona que sea capaz de derrotar limpiamente en una contienda electoral al presidente, cuya candidatura sería ilegal.

El juicio en el que eventualmente puede estar envuelto Mesa sería eminentemente político. Pero bien; el Ministerio Público, donde hace poco Mesa ha asistido para presentar una objeción de rechazo al proceso que se le quiere iniciar, ha de analizar la situación desde —¡ojalá sea así!— un punto de vista netamente jurídico, pero que no quepa duda de que los susurros de los del Ejecutivo han de ser escuchados por los oídos de los del Judicial. Cosa lamentable pero cierta en nuestro medio.

El gobierno de Mesa, mediante el decreto 27589, revirtió la concesión que se le asignó a Quiborax en el salar de Uyuni por una serie de irregularidades. Pero, en realidad, la expulsión de la empresa fue ratificada por el gobierno de Eduardo Rodríguez Veltzé.

Una historia escabrosa precede a este conflicto. Un punto de partida podría ser la promulgación de la funesta ley 1854, o “Ley Valda”, elaborada por el senador potosino Gonzalo Valda y luego firmada por los ministros de Hugo Banzer Carlos Iturralde Ballivián, Edgar Millares Ardaya e Ivo Kuljis Futchner. Esta ley, nefasta desde todo punto de vista, concedía a capitales extranjeros grandes áreas del salar ricas en ulexita y litio. Entonces se liberaron más de un millón de hectáreas del delta del río Grande para las concesiones que expoliaban los recursos naturales bolivianos. Pero el pueblo potosino, valeroso en la defensa de los intereses de la nación, protestaba pero ningún gobierno prestaba atención a tales alborotos.

Lo que debería haber hecho la Procuraduría fue investigar si la empresa Quiborax, de capitales chilenos, tenía todos sus papeles en regla, cosa que no era así porque ahora se sabe con certidumbre que David Moscoso, accionista de esta corporación, fue enjuiciado por el Estado boliviano por adulteración de documentos y uso de instrumento falsificado. Entonces se llevó a cabo un juicio abreviado, dado que Moscoso admitió su culpa, y por consecuencia se le dio una condena de dos años de prisión. Si la Procuraduría hubiese procurado investigar, de forma patriótica e imparcial, como debe ser su labor, los documentos de la mencionada empresa chilena, probablemente ese oneroso laudo arbitral no hubiese recaído sobre Bolivia.

Pero hay otra cosa; yo pongo en duda la probidad jurisdiccional del Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a la Inversión (Ciadi), dado que es cuestionable cómo una controversia en la que se invirtió una determinada cantidad de dinero tenga que ser zanjada y saldada con muchísimos millones de dólares más que la inversión inicial del demandante.

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Marxismo y Psicoanálisis

Leí una conferencia dada por el profesor Paul Baran, llamada Marxismo y psicoanálisis, pronunciada en la ciudad de New York en 1959.

Baran comienza su discurso afirmando que existe en el mundo de hoy (o sea, en el de la segunda mitad del siglo XX) una nueva psicología fundada por el capitalismo opresor: el sociopsicologismo. Término estampado a la fuerza y con dificultades conceptuales que obstaculizan su comprensión, el sociopsicologismo no entraña una explicación convincente que no sea la de su propia invalidez teórica. ¿Hay en verdad una nueva patología psicológica en la conciencia de todos? ¿Una neurosis colectiva? ¿Puede haber una patología psicológica de carácter colectivo? Baran dice que la neurosis de que en realidad hablan los psicólogos y neurólogos es la sociedad misma, que ha creado un ambiente en el que el hombre ha adquirido un mal mental que le obliga a trabajar sin respiro para producir más en menoscabo de sí mismo y en favor del acomodado. Pero esta enfermedad, que para Baran es como un espectro más o menos invisible, solo aqueja a la clase trabajadora porque ha sido creada, quizá inconscientemente, por las clases dominantes desde el siglo XIX y que ha servido para configurar la mente de los obreros explotados.

Parece de fantasía, pero no lo es. El conferencista asegura que el problema ha trascendido los planos social y económico para trasladarse a uno realmente psicológico. Pero la contradicción entra aquí. Paul Baran piensa que el medio social en el que crece y se desarrolla el trabajador es el que define la condición psicología de servilismo; pero ¿no sería incongruente pensar en un aspecto físico como es el medio circundante para explicar un aspecto abstracto como es la psicología social? Para explicar los que sucede con el dinero, el capital, las huelgas y los grupos izquierdistas bastan solamente la economía y la sociología. ¿Son en realidad la energía del átomo, la muerte, la miseria y la degradación humana causadas por la aberrante dominación de una clase pudiente originadora de una nueva psicología?

Yo creo que la psicología es un campo muy ajeno a los fenómenos socioeconómicos que se producen a gran escala. Ciertamente puede servir para explicar fenómenos o muy locales, o muy pequeños (en el sentido cuantitativo); justamente por su cualidad de campo del saber muy preciso, usar la psicología para entender cuestiones de la explotación no puede ser sino un ejercicio arriesgado o directamente inútil.

Baran da la última estocada citando las ideas de Sigmund Freud. Dice el conferencista: ¿cómo es posible que los fenómenos irracionales de la sociedad global hayan sido interpretados por Freud desde la perspectiva del deseo sexual, siendo un fenómeno socioecnomomico algo tan complejo y, por tanto, alejado de la mera atracción que causa en el cuerpo del hombre la libido? Pero una primera incoherencia está en la presunción de que la explotación es una manifestación de la irracionalidad, cuando lo más probable es que aquélla sea una expresión de la lucidez. Por otra parte, la verdad es que Freud trató de explicar la irracionalidad humana desde el racionalismo, y en su meta nunca puso la resolución de las asimetrías de poder político y económico o de las contradicciones sociales, sino cosas quizá más trascendentales de la naturaleza humana.

Me parece que Baran trata de utilizar el psicoanálisis para explicar fenómenos sociales que no tienen que ver con algo tan abstracto como es la psicología, que está incluso más próxima a la medicina y la anatomía del cerebro que a las manifestaciones de los sindicatos y corporaciones. No existe una psique de la sociedad (mas quizás sí una sociología de la psique) porque la naturaleza humana es inmutable, por tanto, es innecesaria para la propuesta de un cambio social.

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800 años de una vida... que sigue...

Es la más vieja de España y su infraestructura es tan bella como su historia. Cada pared, cada escondrijo, cada arbolito que echa sombra a quien se sienta para leer un libro, cuenta más que sus profesores o que quienes saben de su historia. Sus jardines y sus atrios, que reúnen la majestad de las catedrales góticas y el romanticismo medieval de los castillos, son más que historia: son vitalidad intelectual y espiritual. Hay un halo misterioso en su interior, como una aureola celeste. Su origen está, como el de la mayoría de las universidades de Europa, en las escuelas catedralicias. Al comienzo funcionaba en los claustros de la Casa Vieja, luego en la iglesia de San Benito y después en las oficinas del cabildo; en realidad, funcionó por muchos años en edificios eclesiásticos hasta que por fin contó con uno propio a comienzos del siglo XV. Tres edificaciones importantes conforman el soberbio complejo arquitectónico: el Hospital de Estudio, el edificio de Escuelas Mayores y el edificio de Escuelas Menores. Contrariamente a lo que se podría pensar al momento en que se observa la fachada, sus laboratorios son modernos, y posee una de las bibliotecas más ricas de España. Es un verdadero océano de páginas y legajos.

La Universidad de Salamanca nació como una institución de estudios eminentemente jurídicos, a diferencia de otras universidades europeas —como la de Oxford, por ejemplo— que al crearse preconizaban, fundamentalmente, el estudio de la Teología y las Artes. El culto al Derecho y las Ciencias Jurídicas era en este lugar como una devoción mística que aproximaba al hombre al cielo. Aunque, es cierto, al principio también ofrecía estudios de gramática, música, medicina y lógica. A fines del siglo XIV agregó a su oferta académica la carrera de Teología.

Progresivamente y con esfuerzo, como se consigue todo en esta vida, la Universidad fue consolidándose como uno de los mejores centros estudiantiles del viejo continente. En el siglo XVI era una de las mejores de toda España y en el XVII era ya definitivamente la mejor. ¡Pero cómo no va a ser así, si tan grandes personajes de la historia universal estaban pasando por sus majestuosas aulas para enseñar o aprender!, como Hernán Cortés y Bartolomé de las Casas… Además, muy a menudo sus licenciados terminaban siendo altos funcionarios de la monarquía hispánica, y es que haber estudiado en ella constituía una llave mágica para acceder a una buena situación en la administración pública.

Inauguró las carreras de Matemáticas y Astrología, y a fines del siglo XV se unió al movimiento humanista que estaba siendo promovido en casi todas las universidades importantes de Europa. Luego abandonó el humanismo.

Era y es un centro de saber infinito. Siempre buscó ampliar su potencial para la enseñanza de la física y las matemáticas y nunca dejó de profundizar la teología y las artes. Como todo, tuvo bajones y caídas, pero gracias a algunos rectores como Miguel de Unamuno, supo levantarse para seguir siendo estandarte de la excelencia y la virtud.

Cuenta —lo dice sin temor a equivocarse el que escribe esto— con la mejor facultad de Filología de todas las universidades del mundo. La ligústica, la paleografía, el estudio de las lenguas arcaicas y la filología son en sus aulas como un baluarte o una ciudadela sagrada hecha del más duro granito.

Salamanca ha cumplido ocho siglos de existencia, una existencia ejemplar, gloriosa, preclara, de servicio a la Península, a Europa y, por qué no decirlo, si han estudiado aquí hombres de tanta relevancia, a la Humanidad.

Que sean siglos, o milenios.

Palabras de fuego
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La revuelta local: Mayo del 68

Hubo veces en la historia en que Alemania revolucionó las ideas para que Francia las ejecutara. ¿Qué es entonces el romanticismo francés sino un eco de la voz alemana del Sturm und Drung?

The Rolling Stones, murales mal pintados y paredes con grafitis, espiras de humo de tabaco y de marihuana, el pelo desgarbado, la camisa medio abierta y la mirada perdida en el infinito, Pink Floyd, The Beatles, el cuestionamiento del ser en esta vida o la melancolía del existencialismo en su apogeo, la mente extraviada por el LSD, colores y sonidos psicodélicos, anhelo de paz e igualdad. Todas esas cosas se vieron unidas como nunca en los corazones de los jóvenes, pero mayo del 68 fue algo más que eso, aunque no mucho más.

Las calles se llenaron de personas que no se habían bañado por días y por todos los rincones se escuchaban los rumores de una muchedumbre cansada del sistema; los obreros no se quedaron atrás, pues secundaron las manifestaciones de quienes, seducidos por la idea de un mundo mejor, o casi perfecto, iniciaban lo que se pensaba iba a ser una revolución grande, mucho más grande de lo que llegó a ser.

Herbert Marcuse engloba y sintetiza este fenómeno de una manera extraordinaria en su libro One-dimentional man (El hombre unidimensional). El ser humano se está volviendo una máquina de consumo, nada que no le satisfaga su apetito lujurioso le importa; ¿el espíritu? ¿La ética a Nicómaco o la ética platónica? Esas cosas ya no valen en un mundo en el que la propaganda sin moral se ha apoderado de las conciencias arrasando en ellas como cuando en el espíritu de un ingenuo arrasa el discurso de un político carismático. Las luchas de trabajadores son del pasado, de uno muy lejano porque ya solo se las sabe por las historias que cuentan los ancianos y que son como leyendas y por las crónicas que de vez en cuando se oyen en la radio.

Mayo del 68 fue un intento por concienciar una sociedad. Sus protagonistas no son aguerridos luchadores, ni hombres de Estado, ni ideólogos o pensadores (aunque sí tuvo muchos en Alemania). Los movimientos hippie y beatnik han tomado protagonismo porque creen que pueden derribar la corrupción que malogra la conciencia colectiva. Pero la revolución es más simbólica que revolucionaria, en el gran sentido del término. Al final, todo es una manifestación cultural, una expresión de rechazo, una apuesta por un nuevo modo de ver la vida, y en cambio muy poco de propuesta realizable, más que otras cosas, de una juventud que anhela el cambio, pero que no sabe cuál exactamente. La juventud sabe que para vivir es necesario contraponerse a algo o alguien.

La opinión pública había sido ya objeto de análisis y debate en los círculos de las élites académicas prusianas, pero aún no había visto en la práctica su realización más cabal. La opinión pública, se supo entonces, tenía una fuerza tal que ningún órgano de ningún Estado hubiese sido capaz de contenerla. Charles de Gaulle lo supo mejor que ningún otro estadista.

Mayo del 68 es un hito francés, qué duda cabe, pero no un hito europeo y mucho menos global. A veces se siembran mieses y se cosechan afrechos vacíos de grano, esto ocurre cuando la ensoñación desaforada de la juventud es la que pretende capitanear una transformación política de grandes alcances, más todavía si está animada por la abstracción a la que conduce el cannabis. Mayo es relevante desde el punto de vista de la huella cultural que deja como enseñanza a las generaciones sucesivas, pero no una revolución que marcó, como marcaron muchas en la historia, la senda por la que a partir de entonces debían caminar los pueblos.

Palabras de fuego
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Keynes salvará la economía otra vez...

Cuando pase este aluvión de palabras, ha de verse con toda claridad la situación de nuestra economía. Comencemos a preocuparnos por esos asuntos, ya que si bien reina un desconcierto en lo que se refiere a la política y la demagogia, también es cierta la incertidumbre que se cierne sobre los números y cifras de Bolivia.

Cuando Keynes concibió las bases de lo que iba a ser el Fondo Monetario Internacional, nunca pensó en lo que éste iba a terminar siendo en realidad. El pensador creía en el mercado, pero no en el fanatismo de la liberalización ni en la ortodoxia privatizadora. Creyó siempre en una economía ecléctica, combinada, cosa que muchos economistas, a lo largo de la historia del pensamiento, han desdeñado por creerla pusilánime e irrealizable; pero lo cierto es que la economía, a diferencia de la política, sí admite colores mezclados y términos medios, en tanto éstos se acomoden a las realidades y solucionen los problemas.

Bolivia ha de encontrarse en una situación difícil por las consecuencias que traen factores como el endeudamiento multimillonario con China y la inyección de dinero que se hace de forma indebida y a la fuerza (como es el doble aguinaldo). Y ¿cómo deberá manejarse? Pues como lo ha venido haciendo hasta ahora y desde hace algunos años: entre la liberalización y la intervención gubernamental, porque ¿quién ha sido el ingenuo que creyó que se vive en una economía verdaderamente socialista o de estatismo?

Debemos estar también atentos a lo que sucede con las finanzas públicas de los países vecinos, dado que, como dice el premio Nobel de economía Joseph E. Stiglitz, una recesión en un país puede alimentar recesiones en otros países; una ligera crisis en los mercados emergentes puede llevar incluso a una desaceleración económica continental, si no global.

Bolivia, claro está, no es ni será un mercado emergente. Por consecuencia, y en términos generales, el siguiente gobierno -en tanto obre bien- no se alejará cosa significativa de lo que son los manejos del gobierno de turno, si es que se tiene en cuenta, como se ha dicho, que hoy nos movemos entre el libre mercado y el proteccionismo. Pero sí es cierto que se tendrá que liberar el mercado un poco más -sin dejar que el gobierno supervise el movimiento de las corporaciones privadas, teniendo siempre en cuenta que los mercados no se autorregulan por sí solos-, para que de esa forma los inversionistas vuelvan a tener confianza en el país.

Las prescripciones keynesianas apuntan a un mercado libre, pero con una supervisión del gobierno; los países que han seguido esta consigna han tenido éxito porque experimentaron menos recesiones y en cambio lograron expansiones prolongadas.

Hablo de Keynes porque creo que tiene una virtud muy importante: el darse cuenta de que se debe crear empleos para frenar recesiones y que la liberalización total olvida a los desposeídos, y, valga decirlo, Bolivia, al tener una población tan abigarrada y disímil, debe apuntalar una economía que enriquezca el erario y distribuya de forma equitativa las riquezas.

Se deberá reducir la exorbitante burocratización que existe y que ocasiona que hoy se tenga que pagar sueldos a funcionarios que poco hacen, o que nada hacen; las burocracias, como las personas, se van degenerando hasta convertirse en verdaderos arrabales, y el cambio entonces es doloroso, pero muy necesario. Pero en cambio se tendrá que crear nuevas instituciones, porque no hay cambio económico que no esté acompañado por un cambio social.

Si las instituciones internacionales pretenden intervenir, tendrán que aconsejar, y nada más, porque no hay peor cosa que el manejo de una economía por mentes extranjeras, cuando lo óptimo es que un puñado de tecnócratas y políticos, empapados de la situación de su suelo, arreglen las cosas. Así surgieron Polonia y China. Y así Suecia se ha mantenido en el estado en el que está.

La espada en la palabra
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El destino de un hombre y su legado

¿Por qué, Dios mío, el destino se ensaña con los hombres que han nacido para ejecutar alguna gran empresa o para crear una obra de belleza? Siempre es así, y con particularidades que los hacen distintos entre ellos, sus vidas se signan en la gloria que precisa, para el pecho, la medalla del dolor.

Hoy escribo, no por jactancia sino por un sentido de contribución para con mi Patria, aunque sí impulsado por un orgullo que nace de la progenie y el hogar, sobre uno de esos hombres.

Han pasado más de dos siglos de su nacimiento y casi siglo y medio de su trágica y desgraciada muerte; su nombre era, o más bien es Emeterio Villamil de Rada.

La vida de este hombre puede ser tomada como un acontecimiento no ya boliviano sino americano, pues para algunos intelectuales y escritores como Augusto Guzmán, Villamil de Rada encaró una obra inmensa que ha corrido suerte misteriosa. Esa obra, que estuvo dispersa en artículos, libros en borrador, apuntes y reseñas que posiblemente fueron quemadas por él mismo en virtud del desencanto de su espíritu, tenía que haber conformado toda junta La filosofía de la humanidad.

Escribe sobre él Enrique Finot que «fue extraordinario personaje nacido en la época de la independencia, educado en Europa, mezclado en las luchas políticas de su patria, polígloto y viajero impertinente por todos los ámbitos del mundo, escritor, minero, empresario industrial y, por último, filólogo y antropólogo, poseedor de enorme bagaje científico, pero sin duda perturbado por las genialidades de un espíritu extraordinariamente inquieto, casi fronterizo al desequilibrio extravagante» y Fernando Diez de Medina simplemente lo adjetiva como el «Fausto Sorateño».

Oí en Sorata decir que hablaba más de veinte idiomas, y alguno dice que éstos llegaban casi a los cuarenta; no lo sé. Pero el notable escritor chileno Walker Martínez dijo de él que fue «uno de los más importantes lingüistas modernos y sin disputa el primero en América…» y para Alfredo Guillén Pinto simplemente fue «el más grande polígloto que haya habido en la América».

La lengua de Adán: prospecto o germen de una obra mucho mayor; trabajo publicado por Nicolás Acosta después de la muerte de su autor, en 1888. Dado que el escritor no fue tanto un hombre de letras sino más bien uno de ciencia, las ideas de ese libro son apenas anuncios para encarar una teoría de mayores alcances, y a pesar de que evidentemente la hipótesis del lugar del Edén bíblico sostenida por Villamil de Rada ha sido rebatida por la ciencia moderna, la vertiente lingüística que abre hace que hoy, previo estudio profundo, se puedan proponer nuevas teorías sobre la formación de las lenguas y los dialectos.

Pero también fue un político de coraje; polemizó con el mariscal Andrés Santa Cruz y fue fervoroso belcista. La política le condujo al ostracismo y a la soledad, y en ésta halló al fin la muerte.

Quien escribe esto, hijo suyo, no sabe mucho más acerca de su vida que lo que saben la cultura popular y la historiografía oficial de nación boliviana porque el tiempo se ha encargado de enterrar acaso para siempre muchos registros y huellas de su legado, pero sí sabe que Emeterio fue muchos hombres en uno solo o un hombre en muchas ciencias. Mas a pesar de sus rigores científicos, fue también hombre soñador, romántico, viajero, filántropo.

Su espíritu y su lumbre se derraman en el ímpetu de la cultura latinoamericana, construida desordenadamente sobre las bases del mestizaje y la simbiosis. El Edén bíblico. Las lenguas vigentes y las muertas. La política. Los viajes por el mundo. El destierro y la tristeza.

En el valle de Sorata o en las alturas del monte Illampu, allí se descorre el velo que lo guarda para siempre.

La espada en la palabra
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