Blog de Gary Rodríguez Álvarez

La solución a la desocupación

El Instituto Nacional de Estadística (INE) acaba de lanzar datos preliminares en materia de ocupación en Bolivia, dando cuenta que al primer trimestre del 2021 la población económicamente activa en el área urbana del país llegó a 4.266.000 personas, de las cuales 370.593 estaban desocupadas, aunque en marzo dicho número bajó a 349.369 personas (Boletín Estadístico “Encuesta Continua de Empleo”, INE, mayo de 2021).

La buena noticia de dicho Informe, dando cuenta de cierta recuperación en la economía nacional sería que al primer trimestre de 2021, la tasa de desocupación en el área urbana de Bolivia bajó a 8,7% luego de estar en casi 11% el año pasado, y que “el incremento en el número de ocupados, entre el primer trimestre de esta gestión y la gestión pasada, fue incidido más por la actividad económica de comercio y construcción, con un incremento del 15,7% y 3%, respectivamente; así como en servicios de hogares privados y de organismos extraterritoriales, donde la ocupación subió 2,7%. Aunque en otros sectores la ocupación cayó: Servicios de educación (5,8%), alojamiento y comida (4,8%), administración pública, defensa, etc. (3,9%), transporte y almacenamiento (3,3%) e industria manufacturera (1%).

No hay que dejar de lado en el análisis que tal comparación se hace frente a uno de los peores años de la economía en su historia -el 2020- debido a la pandemia y la cuarentena implantada; y, que los datos corresponden exclusivamente a la población urbana.

De que los números mejoraron, es evidente, especialmente cuando en agosto del 2020 el INE, con datos preliminares a julio, indicaba que "...del total de los desocupados cesantes, 434.000 personas, se puede observar que 289.000 fueron afectados directamente por la pandemia”, mientras que hoy se habla de unos 350.000 (dato del mes de marzo).

El drama es que -así sea uno solo- detrás de cada desocupado hay una familia sin recursos; además, entre los “ocupados” hay muchos que habiendo perdido su empleo o no pudiendo emplearse en su profesión se dedican a vender comida, “hacer taxi”, al delivery o al comercio, estando en situación de subempleo o desempleo encubierto/disfrazado, sin olvidar lo precario de los empleos en el sector informal que, según muchos supera el 70%.

No pierdo la esperanza de ver un día a mi Bolivia ofreciendo empleos dignos que lleven a la realización de la gente; empleos sostenibles, de larga duración, basados en la capacidad y productividad; empleos con todos los beneficios sociales, con atención de salud tanto para la prevención como la solución de las enfermedades; empleos que lleven a una mejor calidad de vida al jefe de hogar y su familia; empleos que permitan al trabajador un horizonte de previsibilidad, por ejemplo, para ser sujeto de crédito y contratar un préstamo para un auto, un lote o una casa, algo que en el sector informal no existe.

No solo eso, en el sector informal, así como en el autoempleo de subsistencia, tampoco hay beneficios sociales, horario de entrada y salida, o algún tipo de cobertura por parte del Estado: son empleos inseguros e inestables que no ayudan a la calidad de vida de la gente.

Precisamos sincerar esta situación, porque ello tiene que ver en la mayoría de los casos, con una competencia desleal e ilegal en contra de las empresas que tributan y son respetuosas de sus obligaciones para con sus trabajadores y el Estado.

La solución no es mágica, pero pasa porque se dé las condiciones mínimas de trabajo a los empresarios y a los propios trabajadores, para que se capaciten. 

Seguridad jurídica para la inversión, para quien arriesga, invierte y apuesta por el país, en todos los sectores; garantía de libre exportación de excedentes; recuperación del mercado interno, del contrabando; y, políticas públicas para ser más competitivos y productivos. Nada del otro mundo. Nada de dádivas, solo condiciones para invertir, producir y exportar más y sustituir importaciones. ¿Acaso dándose esto en el sector formal, no beneficiaría a todos los trabajadores?
 

Buscando la verdad
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Lo peor está por venir…

“Lo peor del coronavirus en Latinoamérica está por venir”, sentencia The New York Times, explicando que “la desigualdad, una tara de larga data que antes de la pandemia se estaba reduciendo, ha vuelto a acentuarse y millones de personas han vuelto a ser arrojadas a la vida precaria que pensaban que habían dejado atrás durante un relativo auge regional” (Semana.com, 30/4/2021).
Es lamentable decirlo, pero un diminuto virus vino a confirmar una indeseada situación, un gran temor.

El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en su Informe del 2016 titulado “Progreso Multidimensional: bienestar más allá del ingreso”, sin mediar siquiera la premonición de la pandemia en curso, pero tomando en cuenta la fase declinante del ciclo económico que se vivía entonces, se preocupaba ya por las 25 a 30 millones de personas -más de un tercio de la población que salió de la pobreza en Latinoamérica y el Caribe desde 2003- en el sentido de que corrían el riesgo de recaer en la pobreza, según me dijo Dennis Funes, Representante Adjunto del PNUD en Bolivia, en mi reciente visita a La Paz.

Recordé entonces el Informe Anual de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), dando cuenta del incremento del número de pobres en la región, número que trepó a 209 millones a finales de 2020, con 22 millones de “nuevos pobres” más que el año anterior, haciendo retroceder décadas de avance en materia socioeconómica (“Panorama Social de América Latina 2020”, CEPAL, 4.04.2021).

Grave situación, porque a la preocupación del PNUD de hace 5 años, se suma ahora el desasosiego que provoca la pandemia global, cuya expresión en esta parte del Continente -más allá de la muerte y el dolor que provoca- deja a su paso una profunda pobreza, revirtiendo los avances logrados gracias al macrociclo de precios altos que duró hasta 2014 y que, hay que decirlo con todas sus letras, no fue aprovechado por la región latinoamericana y el Caribe para cambiar estructuras productivas, sociales e institucionales, para poder enfrentar con mayores posibilidades de éxito una situación tan complicada como la que se está viviendo hoy, de manera generalizada.

Volviendo al Informe del PNUD referido supra, Funes reflexiona que más allá del ingreso per cápita que no necesariamente refleja el grado de avance de la población, está el Índice de Desarrollo Humano (IDH) como un mejor indicador de bienestar, destacando que lo que en verdad incide para la salida de la pobreza, es distinto a lo que previene que las y los latinoamericanos vuelvan a recaer en ella. “En la década pasada, los mercados laborales y la educación fueron los grandes motores para dejar la pobreza. Sin embargo, es fundamental que las políticas públicas de nueva generación fortalezcan los cuatro factores que impiden retrocesos: protección social, sistemas de cuidado, activos físicos y financieros (como un auto, casa propia, cuenta de ahorro o dinero en el banco que actúan como ‘colchones’ durante las crisis), y calificación laboral. Estos elementos clave componen lo que el IDH denomina canastas de ‘resiliencia’, que es la capacidad de absorber shocks y prevenir retrocesos, lo que es fundamental para la región en este momento de ralentización económica”, concluye.

Lamentablemente, el avance en estos cuatro frentes no se ha dado de una manera generalizada, como se hubiera esperado durante los tiempos de la bonanza, de tal manera que “estamos viendo ahora mismo por el impacto del COVID-19, cómo las personas vulnerables están en picada para recaer a la pobreza por estos temas”, indica Funes.
Duele decirlo pero, esta historia no ha terminado, casi comienza, apenas…

Cabe cuestionar, si estamos haciendo lo suficiente para enfrentar los retos de un entorno que se presenta cada vez más amenazador, al no tener que ver ello solo con la vida, sino con la calidad de vida de la gente. Si las políticas públicas no se enfocan en ello, morir por coronavirus hoy, podría resultar menos doloroso, que morir mañana por pobreza.
 

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Modelo de desarrollo cruceño: Historia, impacto y legado

Pocas veces me emocionó tanto una Conferencia, como la organizada por la Gobernación de Santa Cruz y la Biblioteca Departamental y ofrecida por la socióloga Ana Carola Traverso-Krejcarek: “Modelo de Desarrollo Cruceño: Historia, impacto y legado”. Este es el resumen que la autora hizo de su Exposición:

“La historia cuenta mucho más que la serie de acontecimientos que explican el presente. En la narración de la historia se encuentra la dirección que tomará el futuro. Las sendas y sus variantes que nos llevarán a la grandeza o la miseria se establecen en cómo se hilvanan los hilos que relatan los hechos. Por eso es importante invertir tiempo y recursos en investigar, analizar y principalmente difundir los elementos de nuestro pasado, para no perder la brújula que nos conducirá a buen puerto.

Al tomar la historia cruceña como caso de estudio, destacan tendencias que nos han marcado como pueblo. La búsqueda incansable por el progreso, la marginación-negación desde el Estado boliviano y el desarrollo de una consciencia regional son trazos que fueron alimentando nuestro sentido de identidad política y social. Estos elementos han sido constitutivos en nuestro pasado y han alimentado generación tras generación el proyecto cruceño, dotándolo de las características que hoy nos definen.

Los logros que conseguimos no son para menos. Saltamos de ser un espacio territorial periférico al epicentro de las actividades económicas y al corazón de los principales cambios sociales en el país. A lo largo del siglo XX perfilamos instrumentos y mecanismos de lucha que nos posibilitaron desarrollar nuestro propio modelo de Estado. Y a pesar de embates históricos temporales, el espíritu de lucha pervive, mutando, adaptándose y sobreviviendo.

Es fundamental reconocer cómo hicimos el salto que hoy nos enorgullece. Los cambios que auspiciamos los cruceños los debemos a nuestra capacidad de crear instituciones modernas y articular relaciones entre instituciones para apalancar desarrollo. Algunos ejemplos de estas instituciones son los extintos Comité de Obras Públicas y Corporación de Desarrollo de Santa Cruz. Estas entidades público-privadas lograron un manejo óptimo, racional y ejemplar de las regalías petroleras, creando un modelo de gestión que nos permite hoy, la riqueza de la que gozamos.

Pero nuestra historia institucional tiene importantes lecciones que debemos recordar. Sin importar cuán sólidas sean, las instituciones y sus logros son frágiles y pueden fácilmente desaparecer mañana. No podemos tomarlas por sentadas, y debemos entender que nuestra misión es contribuir a su fortalecimiento.

Asimismo, nos marca la cuestión regional en nuestro relacionamiento con el Estado. Obviarlo es un error común, en especial en líderes desprovistos de formación política e histórica. No obstante, es imprescindible entender que el potencial de nuestra grandeza radica en la capacidad de establecer una dinámica de permanente insubordinación con las estructuras estatales bolivianas.

Finalmente, y la más importante de todas las lecciones se refiere a la imaginación moral. Nuestra lucha se debe a nuestro pueblo y a quienes reivindican un futuro con oportunidades equitativas de desarrollo. La belleza de nuestra historia yace en cómo fuimos capaces de soñar con un futuro en consonancia con las vocaciones y necesidades reales de nuestra gente. Nuestra capacidad de proponer soluciones prácticas, usando algo tan simple como el sentido común y el apego a la cuestión regional, así lo demuestran.

Como se puede ver, la historia y cómo la contamos es una labor imprescindible que marcará a quienes nos seguirán en la lucha por un mañana más digno. Porque en sus anales se encuentran cual pasadizos secretos las claves que explican nuestro presente. Por eso, más que nunca, debemos retomarla como práctica y método. Así podremos imbuirnos de la inspiración necesaria en nuestra eterna búsqueda de justicia social.”

Invito a ver la brillante Conferencia del 28.3.2021 en Facebook.com/FundacionCOTAS
 

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Aprovechar las segundas oportunidades…

Una vez escribí “nunca es tarde para cambiar, a no ser que ya sea demasiado tarde” y más de uno no entendió la sentencia y hasta criticó mi pensamiento, frente a lo cual puse el ejemplo de una relación deteriorada entre dos personas, la que solo se podrá recomponer mientras ambas estén vivas, pero si una de ellas parte de este mundo, entonces no habrá más, la oportunidad de hacerlo.

Lo mismo aplica a otras áreas de la vida, como en el caso de la salud, cuando una persona admite su adicción y decide cambiar a tiempo y dejar la droga o el alcohol, y gracias a ello su cuerpo no sufre irreversibles consecuencias.

Exactamente igual pasa con quien está presa del vicio del juego, del sexo, la avaricia, el engaño o la corrupción: si en algún momento no toma conciencia de sus actos, las derivaciones de ello pueden resultar dolorosas y nefastas, y no únicamente para esa persona, sino también para su familia.

En realidad, pasa con todas nuestras decisiones. Reconocer un error y solicitar ayuda o consejo a tiempo, puede significar la posibilidad de corregir una situación, pero también para conseguir lo añorado o evitar algo no deseado.

Mucha gente no acepta sus errores, no escucha consejos, persiste en ellos, y la consecuencia de su porfía será su posterior lamento y dolor, al no poder revertir ya, lo que una vez pudo cambiar a tiempo; tarde será su arrepentimiento por no haber tomado las mejores y más correctas decisiones en su debido momento.

La vida es un cúmulo de buenas y malas vivencias, es por eso que más de una vez dije a mis hijos en nuestras diferencias: “Créanme, tengo más experiencia que ustedes, porque me equivoqué más veces que ustedes y no quiero que pasen por los mismos errores que yo cometí, y sufran por ello”. Eso en lo particular, pero pasa también en lo colectivo.

¿No se confrontan, acaso, los aciertos y errores en diferentes países a lo largo de la historia? Algunas naciones, habiendo sido pobres por mucho tiempo, decidieron por mano de sus gobernantes dejar de hacer lo que venían haciendo y tomaron la decisión de cambiar e implementar buenas políticas con el resultado de ser hoy países avanzados, con una población que disfruta de una mejor calidad de vida, pero además, de posibilidades ciertas para su desarrollo futuro, porque dieron el correcto “golpe de timón” a tiempo, y no se equivocaron.

Pero también los hay aquellos que habiendo tenido una gran prosperidad en el pasado, hoy sufren de pobreza e inestabilidad social, y su población carga no solo con las consecuencias de las malas decisiones de sus gobernantes en el pasado, sino además, con la insistencia de seguir haciendo lo mismo en el presente, comprometiendo su futuro por no haber cambiado a tiempo.

Conozco a una persona temerosa de Dios que está viviendo una segunda oportunidad y ha decidido poner las cosas en orden, lo cual es bueno pues nadie sabe en qué momento partirá de este mundo; luego de haber estado al borde de la muerte el pasado año decidió cambiar muchas cosas. La cama es buena consejera para ver lo que se estaba haciendo bien o mal en el campo espiritual, familiar, laboral, etc.

Viendo el mundo que le rodea, esa persona cuestiona: ¿De qué vale vestir una costosa corbata, una camisa impecable, un grandioso terno o un polo “de marca”, si internamente las cosas van mal? No vale tampoco hacerse el humilde, disfrazarse o hacer las cosas por aparentar: si no hay un amor verdadero por el prójimo, de nada vale si no hay integridad…

Cuando Dios le dé una segunda oportunidad, no la desaproveche. Si la vida le da la posibilidad de hacer las cosas bien, aprovéchela, pues más temprano que tarde cosechará el fruto de su siembra.

Como dijo el sabio Salomón, luego de sus tantos consejos y desatinos: “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala”. Esta recomendación va tanto para gobernantes como gobernados.
 

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¿Cómo estamos? ¿Cómo vamos?

El 2020 ha debido ser uno de los peores años para el comercio internacional, por el negativo impacto que la pandemia del COVID-19 provocó sobre los flujos de exportación e importación, ocasionando confinamientos generalizados con cierres de fronteras para personas y medios de transporte, golpeando así al intercambio de mercaderías, salvo en casos excepcionales como el de los medicamentos, aparatos e insumos médicos y alimentos, por tener que ver ello con la vida misma.

De lejos, el mayor afectado ha sido el comercio exterior, una actividad altamente incidente para toda economía desde el punto de vista de la exportación, generadora de divisas, y la importación, que complementa el abastecimiento interno, de ahí que la declinación de ambos conspira contra el crecimiento y destruye empleos.

Lo acontecido en 2020 fue verdaderamente dramático para Bolivia: en números redondos, la exportación cayó 1.900 millones de dólares y la importación 2.700 millones, determinando una retracción del comercio exterior por 4.600 millones de dólares, contribuyendo a una de las peores caídas del PIB en décadas y la subida del desempleo a niveles históricos. Pero eso ya es historia, las preguntas recurrentes hoy respecto al comercio exterior, son: “¿Cómo estamos? ¿Cómo vamos?”

Según el INE, el país arrancó el año con un saldo comercial positivo en enero, situación que se repitió en febrero consolidando un superávit de 236 millones de dólares. El problema es que ello se explica por la caída del valor de importación en 14%, antes que por una mayor exportación, ya que ésta prácticamente repitió su valor a febrero del 2020.

Si bien es bueno que el comercio exterior arroje un resultado no negativo para bajar la presión sobre las ya disminuidas Reservas Internacionales Netas del Banco Central de Bolivia, este comportamiento merece algunas consideraciones.

Primeramente, que la comparación se da frente a un mal año, ya que desde inicios del 2020 se empezó a ver el impacto del lockdown internacional. Hay que considerar también el efecto-precio, dado que este año la cotización en ciertos rubros está mejorando, lo que favorece la exportación, sobre todo de alimentos y minerales. Finalmente, observar el desempeño de los volúmenes, para constatar si se está dando un aumento de la producción.

Lo que la estadística muestra es que, si bien el valor de las ventas externas es casi el mismo que el del año pasado (1.465 millones de dólares, por un volumen prácticamente igual) no pasa lo mismo con su composición. Las exportaciones tradicionales han caído 7% en valor y 2% en volumen por el derrumbe de las ventas de hidrocarburos que bajaron 29% en valor y sólo 1% en volumen (efecto-precio negativo), a diferencia de los minerales que pese a caer 9% en volumen, su valor creció 7% (efecto-precio positivo).

En todo caso, quienes se llevan la flor son las Exportaciones No Tradicionales (ENT) que, principalmente gracias a la agroexportación, han crecido hasta febrero un 35% en valor con un incremento del 9% en volumen (mayor producción y efecto-precio positivo, combinado). Con ello, el aporte de las ventas no tradicionales -históricamente una quinta parte de las totales- trepó hasta un 24%.

Alimentos como, derivados de soya y girasol; carne bovina (duplicó su volumen y valor a febrero), castaña, bananas, café, frejol y cacao, por una parte, y las ventas de maderas, por otra, explican el buen comportamiento de las ENT, confirmándose como sectores claves para la rápida recuperación económica -si se apuesta por ellos- dada su rápida capacidad de reacción (ojalá que las autoridades lo entiendan así).

Pero, la preocupación viene por el lado de las importaciones: Siendo que un 70% de las mismas históricamente tuvo que ver con bienes que ayudan a producir otros bienes y servicios, su caída no es un buen augurio para la economía, ya que denotaría una menor actividad productiva, comercial y de servicios.

Efectivamente, en términos de valor y volumen -en ese orden- la importación a febrero de bienes de capital bajó 16% en ambos casos; insumos, en -17% y -22%; equipos de transporte, -41% y -18%; los alimentos bajaron -17% y -20%; artículos de consumo -18% y -23%; casi todo disminuyó, excepto el Talón de Aquiles de Bolivia: la importación de combustibles y lubricantes subió en 61% y 91%, respectivamente.

Auspicioso el inicio del 2021, con un saldo positivo en la balanza comercial, pero preocupante desde el punto de vista de que ese resultado proviene de una baja de las importaciones que tienen que ver con la recuperación económica del país. ¿Cómo estamos? ¿Cómo vamos? Ud. tiene la palabra…
 

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IBCE: 35 años al servicio de Bolivia

Hace 35 años, un 20 de marzo de 1986, la Cámara de Industria y Comercio de Santa Cruz, la Cámara Agropecuaria del Oriente y la Cámara Nacional Forestal, con la Federación de Empresarios Privados de Santa Cruz como testigo de actuación, y el apoyo de Cordecruz, fundaron el Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE), sumándose luego como Miembros Institucionales la Cámara Regional de Despachantes de Aduana y la Cámara de Exportadores de Santa Cruz; y, como Miembros Temporales, la Cámara Nacional de Despachantes de Aduanas y la Cámara Regional de Despachantes de Aduana de Cochabamba. Ahora, una hermosa historia…

El IBCE fue creado en medio del duro ajuste estructural que supuso el D.S. 21060, concebido para sacar a Bolivia de la hiperinflación y arreglar lo que los malos gobernantes de la UDP habían arruinado.

Concebido como una entidad eminentemente técnica de promoción del comercio exterior, en sus 35 años de vida el IBCE ha tendido puentes con todos los Gobiernos para abrir mercados, participando en negociaciones de Acuerdos comerciales, a fin de mejorar nuestra inserción internacional; impulsar las exportaciones no tradicionales; defender el mercado interno frente al contrabando, y promover el progreso del país con un desarrollo económicamente viable, ambientalmente sostenible y socialmente responsable, para forjar una Bolivia digna, productiva, exportadora y soberana.

Al IBCE se le reconoce como referente del comercio exterior por la información que maneja: su revista impresa “Comercio Exterior” tiene 30 años de circulación, con un promedio de 100.000 descargas desde su página www.ibce.org.bo, con más de 2 millones de visitas y 2,5 millones de descargas/año, diseñada por sus propios ingenieros expertos en TIC.

El IBCE y CAINCO impulsaron el “Viaje de Integración por la Hidrovía Paraguay-Paraná” en 1989, navegándola por tres semanas: la Hidrovía moviliza hoy millones de toneladas de carga boliviana de exportación e importación por puertos privados sobre el Canal Tamengo; precisamente, el IBCE acaba de distinguir a Puerto Jennefer, por su gran aporte al país.

Con sede en Santa Cruz y Oficinas en La Paz, el IBCE ha recibido muchos galardones, como la Medalla al Mérito del Concejo Municipal de Santa Cruz de la Sierra, y la Medalla Prócer Pedro Domingo Murillo del Concejo Municipal de La Paz, por haber institucionalizado allá el Foro Permanente de Diálogo con la Sociedad Civil sobre Producción, Comercio Exterior e Integración, habiendo realizado 65 foros en La Paz desde 2007.

Entre las curiosidades cuentan: Un estudio de ALADI sobre agencias de promoción del comercio que catalogó al IBCE como único en su género: es un Instituto, pero no imparte enseñanza; es un ente técnico, pero aglutina a entidades gremiales; no es una entidad gubernamental, pero su accionar es de utilidad pública y, prácticamente, se autosostiene con los servicios que presta.

En sus 35 años de vida ha tenido 20 Presidentes y el actual -Demetrio Soruco Henicke- es hijo de Don Demetrio Soruco Antelo, quien fue Presidente del IBCE hace 25 años. Hasta la fecha el IBCE tuvo 3 Gerentes Generales (Francisco Javier Terceros Suárez, Carlos Fernando Roca Leigue y Gary Antonio Rodríguez Álvarez); la meritocracia y estabilidad son la regla: la gran mayoría empezó desde abajo y llegó a ocupar cargos ejecutivos; su primera funcionaria jubilada en 2018 ingresó como Secretaria y llegó a Gerente Administrativa y Financiera. Un 77% del personal es femenino: las Gerencias Técnica, de Promoción, de Responsabilidad Social Empresarial, la Representación en La Paz y casi todas las Unidades las ocupan mujeres, a tono con el “Triple Sello” concebido por el IBCE: Libre de Trabajo Infantil, Libre de Trabajo Forzoso y Libre de Discriminación.

Al valorar los medios de prensa “la voz” del IBCE, su referencialidad supera las 20.000 apariciones/año: Informar sobre economía, exportación, importación; contrabando; biocombustibles; biotecnología; agroproducción; el mirar más al Atlántico; productividad y competitividad; el exitoso modelo productivo cruceño; la necesidad de un Hub aéreo en Viru Viru; la producción socialmente responsable; la economía de servicios y del conocimiento; la defensa de la libertad, la libre iniciativa, la propiedad privada, son parte de su predicamento, muy valorado también.

35 años de labor ha demandado mucha capacidad y pasión para reinventarse una y otra vez, con la agradecida ayuda de la gente que lo apoya.

Para quien escribe esto, trabajar en el IBCE ha significado una misión de vida: la oportunidad de servir a Bolivia con la mirada siempre puesta en Dios.

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IBCE: 35 años al servicio de Bolivia

Hace 35 años, un 20 de marzo de 1986, la Cámara de Industria y Comercio de Santa Cruz, la Cámara Agropecuaria del Oriente y la Cámara Nacional Forestal, con la Federación de Empresarios Privados de Santa Cruz como testigo de actuación, y el apoyo de Cordecruz, fundaron el Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE), sumándose luego como Miembros Institucionales la Cámara Regional de Despachantes de Aduana y la Cámara de Exportadores de Santa Cruz; y, como Miembros Temporales, la Cámara Nacional de Despachantes de Aduanas y la Cámara Regional de Despachantes de Aduana de Cochabamba. Ahora, una hermosa historia…

El IBCE fue creado en medio del duro ajuste estructural que supuso el D.S. 21060, concebido para sacar a Bolivia de la hiperinflación y arreglar lo que los malos gobernantes de la UDP habían arruinado.

Concebido como una entidad eminentemente técnica de promoción del comercio exterior, en sus 35 años de vida el IBCE ha tendido puentes con todos los Gobiernos para abrir mercados, participando en negociaciones de Acuerdos comerciales, a fin de mejorar nuestra inserción internacional; impulsar las exportaciones no tradicionales; defender el mercado interno frente al contrabando, y promover el progreso del país con un desarrollo económicamente viable, ambientalmente sostenible y socialmente responsable, para forjar una Bolivia digna, productiva, exportadora y soberana.

Al IBCE se le reconoce como referente del comercio exterior por la información que maneja: su revista impresa “Comercio Exterior” tiene 30 años de circulación, con un promedio de 100.000 descargas desde su página www.ibce.org.bo, con más de 2 millones de visitas y 2,5 millones de descargas/año, diseñada por sus propios ingenieros expertos en TIC.

El IBCE y CAINCO impulsaron el “Viaje de Integración por la Hidrovía Paraguay-Paraná” en 1989, navegándola por tres semanas: la Hidrovía moviliza hoy millones de toneladas de carga boliviana de exportación e importación por puertos privados sobre el Canal Tamengo; precisamente, el IBCE acaba de distinguir a Puerto Jennefer, por su gran aporte al país.

Con sede en Santa Cruz y Oficinas en La Paz, el IBCE ha recibido muchos galardones, como la Medalla al Mérito del Concejo Municipal de Santa Cruz de la Sierra, y la Medalla Prócer Pedro Domingo Murillo del Concejo Municipal de La Paz, por haber institucionalizado allá el Foro Permanente de Diálogo con la Sociedad Civil sobre Producción, Comercio Exterior e Integración, habiendo realizado 65 foros en La Paz desde 2007.

Entre las curiosidades cuentan: Un estudio de ALADI sobre agencias de promoción del comercio que catalogó al IBCE como único en su género: es un Instituto, pero no imparte enseñanza; es un ente técnico, pero aglutina a entidades gremiales; no es una entidad gubernamental, pero su accionar es de utilidad pública y, prácticamente, se autosostiene con los servicios que presta.

En sus 35 años de vida ha tenido 20 Presidentes y el actual -Demetrio Soruco Henicke- es hijo de Don Demetrio Soruco Antelo, quien fue Presidente del IBCE hace 25 años. Hasta la fecha el IBCE tuvo 3 Gerentes Generales (Francisco Javier Terceros Suárez, Carlos Fernando Roca Leigue y Gary Antonio Rodríguez Álvarez); la meritocracia y estabilidad son la regla: la gran mayoría empezó desde abajo y llegó a ocupar cargos ejecutivos; su primera funcionaria jubilada en 2018 ingresó como Secretaria y llegó a Gerente Administrativa y Financiera. Un 77% del personal es femenino: las Gerencias Técnica, de Promoción, de Responsabilidad Social Empresarial, la Representación en La Paz y casi todas las Unidades las ocupan mujeres, a tono con el “Triple Sello” concebido por el IBCE: Libre de Trabajo Infantil, Libre de Trabajo Forzoso y Libre de Discriminación.

Al valorar los medios de prensa “la voz” del IBCE, su referencialidad supera las 20.000 apariciones/año: Informar sobre economía, exportación, importación; contrabando; biocombustibles; biotecnología; agroproducción; el mirar más al Atlántico; productividad y competitividad; el exitoso modelo productivo cruceño; la necesidad de un Hub aéreo en Viru Viru; la producción socialmente responsable; la economía de servicios y del conocimiento; la defensa de la libertad, la libre iniciativa, la propiedad privada, son parte de su predicamento, muy valorado también.

35 años de labor ha demandado mucha capacidad y pasión para reinventarse una y otra vez, con la agradecida ayuda de la gente que lo apoya.

Para quien escribe esto, trabajar en el IBCE ha significado una misión de vida: la oportunidad de servir a Bolivia con la mirada siempre puesta en Dios.

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Más de 400.000 desocupados en Bolivia

El mundo vive tiempos difíciles, extremadamente difíciles diría yo, luego que en 2020 la pandemia del coronavirus provocó una recesión económica en casi la totalidad de países en el planeta, y Bolivia no fue la excepción.

El Instituto Nacional de Estadística (INE) acaba de informar que la tasa de desocupación en el país a enero de 2021 fue del 9,67%; una cifra menor a la registrada en el pico más alto de la crisis sanitaria, el pasado año, pero que hoy muestra una suba preocupante (“El desempleo en Bolivia comienza a descender, pero no a los niveles anteriores a la pandemia”, EL DEBER, 16.03.2021).

No deja de llamar la atención que, pese a los esfuerzos del gobierno para reanimar la economía con medidas de inyección de recursos por el lado de la demanda, y otras para reactivar el aparato productivo por el lado de la oferta, a fin de enfrentar la peor crisis en 67 años, la cifra de compatriotas sin trabajo que sufren la falta de ingresos, ha empeorado respecto al cierre de la gestión 2020.

Es cierto que al tercer trimestre del pasado año la tasa de desempleo era del 10,76%; sin embargo, no menos cierto es que luego de descender al 8,39% en el cuarto trimestre, el número de desocupados ha vuelto a aumentar en enero del 2021. Este dato debe preocupar, además, porque atañe sólo a la desocupación urbana, no así a la del campo donde hay tanta o más pobreza que en las ciudades.

Duelen estos números, porque más allá del frío porcentaje, que es muy relativo, detrás de él hay personas, jefes de hogar que han perdido sus fuentes laborales y no están generando recursos para sus familias por el desbarajuste económico.

Es menester recordar que, de haber sido cierto el pronóstico del MEFP/BCB, que la economía decaería un 8,4% en 2020, éste sería el mayor retroceso desde la Revolución Nacional de 1952 que, un año después, provocó una retracción del PIB en un 9,5%. Como la década de los ´50 está lejana, para tener una idea de la magnitud del bajón económico del pasado año, comparémonos entonces con lo que pasó durante el nefasto gobierno de la UDP: en su peor momento, el PIB cayó “apenas” un 4%, mientras que hoy estamos hablando de más del doble.'

Pero…¿qué significa cualitativa y cuantitativamente, una desocupación del 9,67% como ha reportado el INE en enero del 2021? En el primer caso implica que, si las personas encuestadas dijeron que durante la última semana, al momento de ser consultadas, habían trabajado por lo menos una hora, se consideraba que tenían empleo; sin embargo, ese indicador, aparte de no considerar el subempleo ni tampoco el “desempleo disfrazado”, por ejemplo, el caso de un profesional universitario que por razones de subsistencia se dedica ahora al comercio, a manejar un taxi o a la gastronomía (vender comida en su casa), el agravante es que, todas esas actividades son informales. Ahora, desde el punto de vista cuantitativo…¿qué de la cuantía de los desocupados?

En 2015 la tasa de desempleo era 4,56% lo que implicaba que 149.636 personas estaban desocupadas: unos “cesantes”, porque perdieron su trabajo, otros en condición de “aspirantes”, al no poder encontrar trabajo, como ocurre cada vez más con los jovencitos que, año a año, pasan a engrosar la fuerza laboral.

Esa tasa iba bajando, sin embargo volvió a subir al 4,83% en 2019 con 191.176 desocupados, para trepar luego al 5,84% en el primer trimestre de 2020, representando 234.206 personas sin empleo por causa de factores internos -políticos y sociales- que impactaron negativamente en la economía, así como de factores externos que, como el “lockdown” en la generalidad de países, que impactaron severamente sobre el comercio exterior boliviano desde inicios del 2020.

Lo cierto es que, más allá del porcentaje, a enero del 2021 el número de gente sin trabajo en el país era de 404.039 personas, muy cerca del pico alcanzado durante la pandemia en el tercer trimestre del pasado año, según datos oficiales.

Viendo estas cifras escalofriantes -más de un cuarto de millón de desempleados adicionales a los que había en 2015, por causa de la pandemia que aún sigue vigente- uno no puede dejar de cuestionar: Con tanta gente desempleada por el cierre de miles y miles de empresas; considerando que la productividad de la mano de obra en Bolivia es una de las más bajas y que la inflación el año pasado fue de sólo el 0,67%...¿cómo osan la COB reclamar un incremento salarial del 10% al haber básico y un 15% al salario mínimo nacional? ¿O es que acaso quieren que más empresas quiebren para que mañana haya gente protestando en las calles por la falta de empleo? ¡Hay más de 400.000 desocupados!
 

Buscando la verdad
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¡Hasta que por fin parió la burra!

No es extraño escuchar la alegre expresión -“hasta que por fin parió la burra”- cuando algo que parecía muy difícil de conseguir o que entrañaba mucho tiempo de espera, finalmente se logra. Éste parece ser el caso, en lo que hace a la producción de combustibles renovables, en Bolivia. En efecto, el esperado anuncio del gobierno, de que el país ingresará a la producción de biodiésel renovable, fue bien recibido por quienes proponían desde hace muchísimo tiempo tal posibilidad (“Bolivia, pionera en la producción de diésel renovable en América Latina”, Boletín No. 20, YPFB, 3.03.2021).

Y es que, de un tiempo a esta parte, el continuo crecimiento de la economía, la ampliación de la clase media, el incesante aumento del parque automotor y el alza del consumo de diésel, sumado a la declinación de su producción en el país, hizo que Bolivia se torne altamente dependiente del diésel extranjero.

Según datos del INE, entre 2005 y el 2019 (se descarta comparar con el 2020 por ser un año anormal) la importación de diésel subió casi 5 veces en valor y más de 4 veces en volumen. En 2005 gastábamos 190 millones de dólares para importar unos 350 millones de litros de diésel, pero su compra fue marcando sucesivos récords hasta un pico de 913 millones de dólares por poco más de 1.400 millones de litros en 2019. De hecho, el diésel es hoy el primer producto de importación en el país, seguido de otro combustible negro -la gasolina- motivando ello en 2018 un Programa para producir bioetanol a partir de caña de azúcar y sorgo, algo que se está haciendo desde entonces.

¿Cuál es la razón para que después de tanto tiempo Bolivia entre en la “Era de los Biocombustibles” pasando por alto a los agoreros que se oponían? La razón es económica. Entre 2006 y 2020, el país quemó más de 12.000 millones de dólares importando diésel (9.338 millones) y gasolina (2.836 millones). Por tanto, buena la decisión de apostar por los biocombustibles para impedir que las RIN del BCB sigan cayendo, y que haya una mayor presión sobre el tipo de cambio.

En todo caso, más allá de esta urgencia existen muchísimas razones valederas para respaldar, como positiva, la producción de bioetanol y biodiésel en el país.

CAINCO e IBCE publicaron en 2008 un estudio de 400 páginas titulado “Biocombustibles Sostenibles en Bolivia”, elaborado por una docena de reconocidos profesionales en el campo energético, socioeconómico, ambiental y legal; respaldado, además, por 15 Foros con la sociedad civil en todo el país, para desnudar la falacia dicotómica de aquella leyenda urbana que planteaba alimentos o biocombustibles, cuando la conclusión demostrada fue al revés: mientras más biocombustibles produzca Bolivia, dispondrá de más alimentos.
 
Entre las ventajas de producir biocombustibles -ecológicos o combustibles verdes- están: prevenir una crisis energética; crear centenares de miles de empleos a lo largo de la vasta cadena de valor; ser más amigables con el medio ambiente por la menor emisión de gases de efecto invernadero, pero además, por la captura de dióxido de carbono y la emisión de oxígeno en los cultivos a ser utilizados; su mejor calidad; y, algo impensable para el caso del biodiésel, el recuperar tierras degradadas, ya que la jatropha (piñón), como materia prima, se puede cultivar en tierras áridas, semidesérticas o impactadas (a lo que se sumará la reutilización de aceites usados y grasas animales).
 
La inversión de 250 millones de dólares en una planta a instalarse en Santa Cruz, con capacidad de generar 1,4 millones de litros/día de biodiésel, podría significar unos 500 millones de litros/año y conllevar un ahorro de varios cientos de millones de dólares por la sustitución de diésel fósil importado; ojalá haya incentivos para producir más desde el sector privado, dado que el consumo de diésel en Bolivia supera los 2.000 millones de litros anuales, siendo de muy lejos el principal consumidor y beneficiario de la subvención, el transporte público, y no la agropecuaria como muchos erróneamente afirman.

Producir biocombustibles económicamente viables, ambientalmente sostenibles y socialmente responsables es posible. Si Bolivia igualmente entrara de lleno en la “Era de la Biotecnología” para aumentar la productividad y bajar los costos de producción en ciertos cultivos agrícolas, dadas las enormes inversiones que ello implicaría, la economía podría crecer a tasas del 7% o más. Quien diga que eso es imposible, debería saber que entre los años ´50 y ´70 el PIB boliviano creció cinco veces por encima del 7%, y en dos ocasiones, llegó casi al 8%. ¡Si entonces se pudo, ahora, mucho más!
 

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La agricultura salvó del desastre a Paraguay

Y pensar que hace poco, en términos de producción agrícola, especialmente en cuanto a la producción de soya, éramos mucho más que Paraguay. Eso es historia ahora. Bien por ellos, mal por nosotros. Ese pequeño país, apenas un poco más grande que el Departamento de Santa Cruz, vino marcando récord tras récord hasta lograr en plena pandemia en 2020 un nuevo hito con 10,5 millones de toneladas de producción de soya (en Bolivia no llegamos a 3 millones de toneladas) generando 4.000 millones de dólares por exportación (más que los minerales, y el doble del gas natural, que exporta Bolivia).

El buen desempeño del sector soyero paraguayo, dice el Editorial de ABC Color, “…contuvo la devaluación y la inflación en un año de alta emisión, proporcionó divisas para las necesarias importaciones, dinamizó la economía rural y los servicios conexos, sostuvo la solvencia de los bancos y cooperativas, estabilizó las cuentas nacionales, atenuó la crisis en el interior, lo que, a su vez, contribuyó con la producción interna de alimentos, factor vital para que no faltara comida durante la larga cuarentena…” (“Los productores agrícolas salvaron al país del desastre”, www.abc.com.py, 16.02.2021).
Según el indicado medio de comunicación paraguayo, los productores del agro -cerca de 40.000 pequeños agricultores soyeros con menos de 20 hectáreas- datos del Ministerio de Agricultura y Ganadería de ese país, trabajaron duro durante la pandemia “mientras casi todo el resto permanecía paralizado, y a la postre salvaron al Paraguay del desastre”.

Tan importante movimiento agroproductivo tuvo como consecuencia un enorme efecto multiplicador, no solo en el campo sino también en las ciudades y, para muestra basta un botón: el transporte de la cosecha de soya implicó 500.000 viajes por camión, a lo que se suma la utilización de barcazas para su exportación -por cierto- mientras Bolivia tiene 3 puertos sobre la Hidrovía Paraguay-Paraná, aquel país mediterráneo cuenta con más de 40 puertos…¡en eso también nos aventaja!

El éxito del cultivo de la soya en Paraguay se basa en una agricultura moderna, con pleno uso de la biotecnología y eventos apilados para combatir las malezas e insectos; con buenas prácticas agrícolas como la rotación de cultivos y más del 90% del área bajo siembra directa, lo que da sostenibilidad al negocio haciendo que el rendimiento de la soya transgénica sea 50% mayor que en Bolivia, para regocijo de los agricultores, principalmente para los más pequeños.

Según el referido Editorial, “se esperaba que la economía nacional sufriera la peor caída de los últimos 70 años”; se temía que Paraguay enfrentara un verdadero desastre, un estallido social producto de las quiebras masivas de empresas y centenares de miles de empleos perdidos, una alta mora financiera, escenas de hambre, etc., pero gracias a Dios el PIB cayó apenas un 1%.

“La gran heroína, la que sacó las castañas del fuego y amortiguó el potencialmente demoledor impacto económico de la pandemia fue, una vez más, la producción agrícola, y, muy en particular, la nunca bien ponderada, la acusada de todos los males del país: la soja”, dice ABC Color, concluyendo con este homenaje: “Los productores no merecen el desprecio de la sociedad, sino su reconocimiento y respeto”.

¡Si imitáramos tan buen ejemplo! No solo alcanzaríamos sino que superaríamos sus logros porque lo tenemos todo… ¡En nuestras manos está poder el forjar la Bolivia digna, productiva, exportadora y soberana que anhelamos heredar a nuestros hijos!
 

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