Blog de Gary Rodríguez Álvarez

Exportar, más que una aspiración, una urgencia…

No resulta exagerado afirmar que la exportación de los varios cientos de productos que realiza cada año el país, principalmente a partir de la actividad empresarial privada, resulta una bendición para Bolivia ya que gracias a tal actividad se generan incontables beneficios, muchos de los cuales pasan desapercibidos y no nos percatamos de ello hasta que se pierden, por tanto, tampoco es exagerado decir que, si les va mal a los exportadores, nos irá mal a todos. 

Una economía con una orientación fuertemente exportadora, por definición, crecerá mucho más que si lo hiciera basada solamente en la dinámica del mercado interno, porque este último tiene una dimensión incomparablemente menor al mundo de posibilidades que reporta la demanda internacional para abastecer a más de 200 mercados en todo el planeta y, como “nada está escrito en piedra” en el ámbito del comercio exterior, las innumerables oportunidades las aprovechan aquellos países que se preparan adecuadamente para ello. 

De otra parte, exactamente como ocurre hoy, cuando sentimos la escasez de dólares y la consecuencia es que su cotización aumenta y no para de subir, complicando de una u otra forma la vida de todos -estén o no ligados al comercio internacional- queda demostrada la importancia de las exportaciones como generadoras de las divisas necesarias para ser utilizadas al momento de pagar las importaciones, lo que normalmente se hace en dólares. 

De tal suerte que, un país que depende altamente del abastecimiento externo y que no genera suficientes divisas para financiar sus necesidades de pagos al exterior por bienes y servicios, sufrirá las inevitables consecuencias de un incremento de costos, subida de precios y, posiblemente, un retroceso en su crecimiento y una baja del nivel de empleo. 

De ahí que, un tema no menor es que las exportaciones son coadyuvantes a la estabilidad económica y del tipo de cambio -en otras palabras- ayudan a que no haya una mayor inflación en el país, motivo que sería más que suficiente para que los exportadores bolivianos merezcan -si no, un monumento- por lo menos la mayor de las consideraciones de parte de las autoridades que conducen la nave del Estado, especialmente cuando a estas alturas nadie puede dudar ya que exportar es bueno y necesario, aunque, lamentablemente no sea fácil el hacerlo desde Bolivia, no solo por su enclaustramiento geográfico que implica incurrir en costos adicionales en materia de logística y transporte, sino también, tan estratégica actividad se encuentra fuertemente limitada por otros condicionantes estructurales, entre los cuales destaca la falta de una visión pro exportadora en el país que, en muchos casos, al afectar a las propias autoridades, perjudica y hasta inviabiliza una mayor actividad en este campo. 

Exportar implica invertir para producir por encima de la demanda interna, pero también, desarrollar la producción exclusivamente en función del mercado externo, y todo este proceso devenga una virtuosa cadena de valor a lo largo de la cual se genera empleo, ingresos, impuestos, riqueza, divisas y una mejora del “estado del arte” en el país, así como también, de la calidad de vida de quienes están inmersos en el cumplimiento de exigentes estándares de competitividad, responsabilidad social y sostenibilidad ambiental que se van imponiendo en el mercado internacional, implicando para el agente económico el tener que ocuparse de ganar la confianza del comprador extranjero, lo que demanda tiempo y dinero. 

Nadie en su sano juicio podría negar que el dinamismo del “motorcito de la demanda interna” es importante, pero tampoco se puede negar que éste resulta bastante limitado comparado a la inconmensurable demanda mundial. De otra parte, la atención de la demanda interna prodiga el pago en Bolivianos -moneda nacional- a diferencia de la demanda externa, que provee los dólares que resultan necesarios para relacionarnos con el mundo, por tanto, no solo se trata de una diferencia cuantitativa, sino cualitativa, también, entre ambos “motores”. 

De ahí que, sin descuidar el mercado interno, el país debería apostar fuertemente por la exportación, muy especialmente por las Exportaciones No Tradicionales que, basadas en la actividad privada, de incentivárselas -en vez de frenarlas con cupos o medidas restrictivas de igual efecto- la inversión empresarial podría aumentar, la capacidad de gasto e inversión pública subiría; se garantizaría el financiamiento de las importaciones sin necesidad de endeudamiento; crecería el empleo digno; se fortalecería la posición de las Reservas Internacionales Netas; subiría el Ingreso Per Cápita y el poder de compra en la población porque Bolivia crecería mucho más, pero además, de manera sostenida y sostenible. ¿Qué se precisa para ello? Tres “seguridades”: Seguridad jurídica para invertir; seguridad de mercado o libre exportación y seguridad de buenas políticas públicas para facilitar la tarea exportadora, apuntalar la competitividad y conquistar mercados externos, tan solo eso…

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Un botón basta de muestra, los demás… ¡a la camisa!

La falta de dólares en Bolivia, desde 2023, viene generando efectos negativos de orden económico, profundizándose en la presente gestión con la subida del costo de importación de una forma alarmante. Pero, esto no es lo peor que puede pasar, pues el problema podría desembocar en una baja del abastecimiento si disminuye la oferta de bienes extranjeros, así como también de productos nacionales fabricados con insumos importados, lo que ya empieza a ocurrir, llevándolos a su encarecimiento y una menor disponibilidad en el mercado.

Bien sabido es aquello de que no hay precio más alto por pagar, que el de un producto que no está en el mercado -nos pasó ya en un pasado mediato y quiera Dios que no nos vuelva a pasar- en las manos de las autoridades está evitarlo, con acciones positivas en lugar de medidas coercitivas como el control del comercio exterior.

Ante la severa escasez de dólares en un mercado “formal” regulado donde rige el tipo de cambio oficial de Bs6,96 por dólar, por una parte, y la inexistencia de un mercado “libre” que le compita, siendo que no puede funcionar por encima de Bs6,97 -por otra- quien desee comprar dólares debe recurrir al “mercado negro” o a los “mercados digitales” donde el dólar en físico o virtual se vende en Bs10.- o más, reflejando entre otras cosas, la realidad de la oferta y la demanda de la divisa en el país, su valor de mercado, así como las expectativas de la gente.

La consecuencia es que, por angas o por mangas, se perciben dos fenómenos: En primer lugar, casi todo está subiendo de precio, desde los medicamentos para uso humano, hasta los veterinarios; desde los insumos agrícolas e industriales, hasta la maquinaria y repuestos, todo lo que tiene que ver directa o indirectamente con la importación está aumentando de precio. En segundo lugar, la dificultad de acceder a los dólares hace que la importación esté cayendo, no sólo en valor, sino, también, en volumen, lo que es grave porque puede llevar a una menor oferta y subida de precios en el mercado interno.

Según datos del INE, en 2023 las compras externas del país, que bordearon los 11.500 millones de dólares por 5,8 millones de toneladas de importación y casi 6.000 bienes importados, pese a que empezó a escasear y a subir el dólar, no tuvieron un notorio descenso por la existencia de stocks y el sacrificio del margen de utilidad para seguir en el mercado, pero en 2024 todo ha cambiado.

Los datos de importación a mayo son elocuentes: Los cuatro principales rubros de los que dependemos -Suministros Industriales, Combustibles y Lubricantes, Bienes de Capital y Equipos de Transporte, que significan el 83% del total- muestran importantes caídas, preocupando que los volúmenes de tres de ellos son los menores de los últimos tres años, lo que impactará en la inversión, producción y comercio de bienes y servicios en el país.

Los Equipos de Transporte, bajaron 33% en valor y 27% en volumen; los Bienes de Capital cayeron 19% y 23%, respectivamente; Suministros Industriales disminuyeron casi proporcionalmente, en 12% y 11%; y, Combustibles y Lubricantes cayeron 11% en valor y 8% en volumen. Todo está cayendo…

¿Por qué es tan importante prestar atención, más que a la caída del valor que podría darse por un menor precio del bien extranjero -que no es el caso- sino, a la baja del volumen? Porque podría significar que no se cuenta con los dólares suficientes para seguir importando la misma cantidad de antes, lo que está pasando con las pequeñas unidades productivas y comerciales; que el dólar ha subido tanto, que saca al producto del mercado o que la venta de productos importados se ha frenado.

Veamos ahora, como ejemplo ilustrativo, el caso de la importación de vehículos que entre enero y mayo del presente año declinó un 43% en valor y 34% en volumen:

“La Jefe de la Unidad de Gestión Técnica del Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE), Mónica Solares confirmó que, a mayo de esta gestión, la importación de vehículos de transporte de pasajeros, de uso industrial, no industrial y otros cayeron en 43%. En los primeros cinco meses de 2023 las importaciones llegaron a $us 506 millones de dólares y para el mismo lapso de tiempo en 2024 se registra $us 288 millones”, informó (“Cae la importación de todo tipo de vehículos en más del 40%”, EL DEBER, 18.07.2024).

Ahora, la explicación de por qué hay que preocuparse por tal situación: De las tres categorías mencionadas, los vehículos para uso industrial cayeron mucho más: 57% en valor y 42% en volumen, “en facilito”: Si en 2023, hasta mayo, el país importó 100 vehículos para uso industrial, este año, sólo 58 unidades, por tanto, más que la caída del valor (gasto), debe preocupar la disminución del número de unidades adquiridas (inversión), por su negativo impacto sobre la producción, el comercio, el empleo, la recaudación tributaria y el crecimiento.

Pero, esto es apenas un ejemplo, como decía la canción de Sandro: Un botón basta de muestra, los demás… ¡a la camisa! (para el caso ¿botones importados?).

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Adhesión de Bolivia al Mercosur... ¿Déjà vu?

El  sabio Salomón dijo una vez que nada nuevo hay bajo el sol, mientras que el comunista Karl Marx habría dicho que la historia se repite dos veces. Todo parece indicar que ambos tenían razón a la luz de la reciente apuesta por incorporar a Bolivia al Mercado Común del Sur (Mercosur) que, estrictamente hablando, luego de 33 años de existencia está muy lejos de ser tal, pese a que Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay se habían propuesto lograrlo en 4 años a partir de su fundación en 1991. Recuerdo que haciendo mis “primeros pininos” como negociador internacional, desahucié tal posibilidad y el tiempo me dio la razón.

Amén de aquello, hay quienes todavía creen en este proyecto integracionista, cuyo sesgo proteccionista tiene en Paraguay y Uruguay a dos pequeñas naciones que quieren flexibilizar al Mercosur para negociar bilateralmente acuerdos de libre comercio con países desarrollados, siendo que no solo les impide hacerlo por la obligatoriedad de actuar en bloque, sino que, pese a haber firmado Mercosur dos acuerdos -luego de 20 años de negociación con la Unión Europea y 5 años con Singapur- siguen sin entrar en vigor, mientras que países como Chile, México, Colombia, Perú o Ecuador, consolidaron sendos acuerdos de libre comercio a favor de sus exportadores para vender a mega mercados como Estados Unidos de América, Unión Europea y China. El pedido de Paraguay y Uruguay de “abrir” el Mercosur, encuentra ahora un fuerte respaldo en Argentina, por lo que el futuro del bloque podría entrar en conflicto.

Pese a ello, gran alborozo causó el reciente “ingreso” de nuestro país al Mercosur, como entusiastamente lo reflejó la prensa nacional e internacional bajo estos titulares: “Bolivia dice que su adhesión al Mercosur dará “beneficios” más allá de lo económico”; “Con la entrega de la ley de adhesión, Bolivia ya es miembro pleno del Mercosur”; “Adhesión de Bolivia al Mercosur generará “grandes beneficios” en comercio, salud y educación”; “La adhesión de Bolivia al Mercosur fortalecerá el comercio bilateral y la cooperación económica”; “Bolivia promulga adhesión plena al Mercosur y destaca beneficios”, aunque también hubo la disonancia de que “Bolivia entra al Mercosur en un contexto de conflicto diplomático”, notas todas derivadas de la 64° Cumbre de Jefes de Estado del Mercosur y Estados Asociados, llevada a cabo en Asunción, Paraguay, donde Bolivia depositó el Instrumento de Ratificación del Protocolo de Adhesión al Mercosur, el 8 de julio de 2024, para su entrada en vigor en treinta días.

Lo cierto es que, de aquí en más, habrá que negociar en los próximos 180 días el cronograma por el que el cúmulo de compromisos que se está asumiendo en materia arancelaria, aduanera, comercial, libre circulación de capitales, personas y servicios, adecuación de políticas públicas, entre otras, se internalice en un plazo de cuatro años, lo que entusiasma a algunos y preocupa a muchos.

Por eso la alusión a Salomón y a Marx, en el primer párrafo, porque una situación similar como ésta se dio entre 1994 y 1996, cuando de una manera insólita, sin escuchar las advertencias y recomendaciones que públicamente realizó la generalidad del empresariado privado boliviano, Gonzalo Sánchez de Lozada -tozudo y obstinado como era, mal asesorado desde la Cancillería, además- se empecinó en negociar, entre desiguales, un Acuerdo de Libre Comercio con Mercosur. ¿Cuál fue el resultado? No podía ser otro que lo mostrado por las cifras oficiales.

“Desgasificando” la relación comercial con dicho bloque, como corresponde, ya que la exportación de gas a la Argentina data de los años ´70 y la venta de gas al Brasil se firmó en 1985 -muy lejos del Acuerdo de Libre Comercio negociado por “Goni” en 1996- el resultado que se ha dado desde la entrada en vigor de la construcción de la zona de libre comercio con Mercosur en 1997, hasta el 2023, es francamente lamentable. Se supone que una pequeña economía como Bolivia debería ser la beneficiada, sin embargo, no fue así, más bien, quien cada vez sale más ganancioso es Mercosur, confirmando así los temores que fueron ignorados: El romántico sueño de Goni & Compañía, se tornó en una pesadilla. Atrás quedó la narrativa del “mercado de más de 200 millones de consumidores que nos compraría todo”, algo que no ocurrió y de que “la producción mercosuriana no invadiría el mercado boliviano”, lo que efectivamente ha ocurrido.

Entre 1997 y 2023 -sin contar el gas- Bolivia vendió al Mercosur poco más de 9.000 millones de dólares, cifra que palidece frente a los casi 52.000 millones que le compramos, por lo que, un pequeño país como el nuestro ha transferido cerca de 43.000 millones de dólares a los felices productores argentinos, brasileros, paraguayos y uruguayos, mientras que los productores bolivianos pierden mercado, no pueden exportar libremente lo que quisieran y enfrentan trabas de acceso a tan gigante bloque. De ahí la pregunta del “Déjà vu”: El sueño incumplido de que nos iba a ir bien con Mercosur… ¿No se irá a repetir?

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Esto no es un adiós, más bien, un hasta pronto…

Habían pasado tan solo cinco días desde nuestro último encuentro en la Reunión de Directorio del Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE), cuando, de una forma inesperada, se produjo el infausto suceso que marcaría la vida de muchísima gente. El 29 de junio de 2024, cerca de la media noche, alguien muy querido en Santa Cruz y respetado en todo el país, dejó intempestivamente este mundo produciendo una herida en el corazón de su madre, esposa, hijos y familiares, así como de quienes en vida conocimos al Lic. Antonio Rocha Gallardo (QDDG). 

A lo largo de mis 37 años de ejercicio profesional en el campo del comercio exterior, compartí durante más de tres décadas un sinnúmero de actividades con mi querido amigo Antonio, a nivel técnico, empresarial, institucional y académico, de ahí que su partida me conmocionó como a muchos otros, ya que si había alguien que tenía la innata capacidad de relacionarse, era Antonio, siempre con una sonrisa a flor de piel (aunque la procesión fuera por dentro) y la mano extendida para hacer el bien, sin mirar a quién. 

Antonio Rocha Gallardo era Licenciado en Administración de Empresas, por la Universidad Privada de Santa Cruz de la Sierra (UPSA); Magister en Comercio Internacional, por la Universidad NUR; con Postgrado en Administración y Gestión de Empresas (Colombia) y en Negociaciones Internacionales (Ecuador). Como profesional comprometido con la educación, fue un admirado catedrático de Pre y Postgrado en la UPSA y la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno (UAGRM) e Instructor y Conferencista Internacional. 

En el rubro empresarial privado se desempeñó como Agente Despachante de Aduana; fue Presidente Ejecutivo del Grupo ARG; Gerente General de TAMENGO S.R.L. – Despachantes de Aduana y Socio Director de Continental Logística S.A. Estaba feliz porque su sueño de internacionalización se había cumplido. 

En el ámbito institucional -un campo que verdaderamente le apasionaba y al cual le dedicó gran parte de su tiempo y capacidad- como buen exponente y activo protagonista del exitoso modelo de desarrollo cruceño fue Presidente de la Cámara Regional de Despachantes de Aduana de Santa Cruz (CRDA SC); Presidente de la Cámara Nacional de Despachantes de Aduanas (CNDA); Director de la Cámara de Exportadores de Santa Cruz (CADEX); Presidente del Instituto Boliviano de Comercio Exterior y Miembro del Consejo de Asesores del Directorio del IBCE. 

Como Consultor y Asesor, participó de importantes estudios sobre integración, comercio exterior, tributación aduanera y competitividad, atendiendo la invitación de prestigiosas entidades nacionales e internacionales como ALADI, PNUD, USAID, SECO, entre otras y, de la Aduana Nacional de Bolivia, como Miembro del Tribunal Examinador. 

En el campo intelectual, fue coautor de varios libros, destacando los siguientes: “El contrabando en Bolivia – Una visión heterodoxa” (SECO-IBCE, 2005); “Valoración Aduanera y Defraudación Fiscal” (SECO-IBCE, 2006) y “Visión Bolivia Productiva y Exportadora” (IBCE, 2007), presentado ante la Asamblea Constituyente, en Sucre. 

Bonachón, dicharrachero, entusiasta y, como todo fraterno, bromista empedernido; como hombre de negocios era un optimista de la vida al ver más allá del común de los mortales; siempre proyectaba una imagen de tranquilidad y seguridad, al extremo que, estoy seguro, cuántos de quienes hoy leen esta columna pensaban -como yo- que Antonio sería quien nos enterrara un día, aunque, lamentablemente, no fue así... 

La inesperada partida de Antonio nos sorprendió a todos, no solo sacudió a sus familiares -a los que siempre atendió y por quienes nos enteramos del gran valor que otorgaba a los “juntes” para compartir una comida o momentos de esparcimiento- sino que, nos golpeó también con suprema dureza a todos quienes nos relacionamos con él desde muy jóvenes, hecho corroborado por los cientos de personas que al publicar en mi muro de Facebook el anuncio de su deceso, me llamaron o escribieron incrédulos y dolidos por semejante noticia; otro tanto ocurrió con la numerosa presencia humana en su desgarrador funeral y posterior sepelio. 

El legado de Antonio Rocha Gallardo, fallecido tempranamente a los 57 años de edad, es vasto, definitivamente, no solo como gran dirigente institucional, destacado profesional, experto aduanero, sino, como el empresario que dedicó gran parte de su corta existencia a trabajar por la facilitación del comercio exterior con valiosos aportes en materia de aduanas, logística, transporte y competitividad. 

Antonio fue un entrañable amigo, de los que se puede contar en cualquier momento; alguien de quien aprendí cosas nuevas, cada vez que conversábamos. ¡Cómo olvidar a mi incondicional compañero de marras en las durísimas negociaciones comerciales internacionales de las que participamos en el exterior del país trabajando sin parar con las delegaciones gubernamentales desde el desayuno hasta la cena a media noche! Descansa en paz, querido Antonio, esto no es un adiós, más bien, un hasta pronto…

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El gran mercado desaprovechado de los Estados Unidos de América

Hace poco más de diez años escribí, desde lo más profundo de mi corazón, una columna titulada “La amenaza verdadera”, basada en el Foro “Claves para una Economía Innovadora, próspera e inclusiva” al que gentilmente fui invitado por CAINCO (29/AGO/2013); me referí a la Conferencia “Innovación para el desarrollo – Políticas públicas exitosas para países emergentes” ofrecida por el Dr. Juan Enríquez Cabot, de la Universidad de Harvard, científico y asesor de varios gobiernos, co-fundador de Synthetic Genomics, y a su gran sentencia: “La competencia para nuestros países no será Estados Unidos”. 

Enríquez explicó que los pobres en las naciones asiáticas se esfuerzan por estudiar en centros privados de alta tecnología, gracias a lo cual, India llegó a ser la segunda productora mundial de software, de ahí que la excelencia en la educación no debe ser un lujo, sino, una prioridad estratégica para mejorar la posición competitiva de un país. Para el científico estaba claro que, más allá de la ideología y la política que afiebran las mentes, la verdadera amenaza no reside ya en las armas, sino, en la calidad del capital humano que está bien capacitado. Este necesario prolegómeno guarda relación con otra columna titulada “Ese gran mercado llamado Estados Unidos”, que escribí el mismo año, refiriéndome a este gran país que detenta el liderazgo mundial y que en tal condición recuerda el 4 de Julio del 2024, su 248 Aniversario. 

Con más de 330 millones de habitantes, Estados Unidos de América se caracteriza por su diversidad étnica y cultural, gracias a un fuerte componente migratorio que históricamente aportó a su engrandecimiento hasta convertirlo no solo en una potencia económica y militar, sino, en el mercado más apetecido del mundo, algo que nadie en su sano juicio puede negar. 

Según el Trade Map del Centro de Comercio Internacional, dicho país volvió a ser el primer importador del orbe en 2023, por la friolera de 3.172.533.000.000 de dólares americanos (tres billones ciento setenta y dos mil quinientos treinta y tres millones de dólares americanos), superando a la China (2,6 billones) y a Alemania (1,5 billones). Estados Unidos de América, por sí solo, representa casi el 14% de las compras totales de mercancías del mundo. 

Es tan grande la vocación de consumo -y tan alta la capacidad de pago que tiene este país- que, para tener una idea del frenesí consumidor de su mercado, las compras al mundo el pasado año las realizó a una razón de casi 8.700 millones de dólares/día; 362 millones de dólares/hora y 6 millones de dólares/minuto, esto es: ¡100.000 dólares por segundo durante todo el año! Así las cosas, Estados Unidos de América podría comprar en apenas un día todo lo que Bolivia exportó al mundo en 2023 -casi 11.000 millones- mientras que los 224 millones de dólares que vendimos a EEUU equivalieron apenas a 37 minutos de importación. 

Si eso le parece una enormidad, mire cuánto nos separa la capacidad productiva anual de bienes y servicios entre ambos países: Siendo que el Producto Interno Bruto de Bolivia es 602 veces más pequeño que el estadounidense, a dicho país le bastarían 5 días para importar absolutamente toda la producción nacional y menos de 15 horas, para consumirla. 

El gran mercado de los Estados Unidos de América debería ser aprovechado por Bolivia de una mejor manera, pero, lamentablemente nuestra presencia exportadora en esa plaza se ha venido abajo. Atrás quedaron los años de los superávits comerciales logrados por vender más que lo que importábamos de ese país. Después de haber logrado las mejores ventas de confecciones textiles, marroquinería, maderas trabajadas, artesanías, etc., enviando productos por cientos de millones de dólares con alto valor agregado -el trabajo de las manos bolivianas- la pérdida de las preferencias arancelarias del ATPDEA en 2008 frustró su continuidad, particularmente en el sector textil, provocándole una severa crisis. 

Tampoco nos fue mejor con la exportación de recursos extractivos y no renovables -minerales e hidrocarburos- pues, luego de lograr un hito de 2.000 millones de dólares en 2014 se dio luego una permanente caída hasta 224 millones de dólares el pasado año, retrocediendo a niveles de hace 20 años atrás. Comparativamente a las ventas al mercado estadounidense del 2008, nuestras exportaciones del 2023 bajaron en 263 millones y 134 productos, y, el déficit comercial bilateral, de casi 66 millones de dólares, creció a 557 millones. 

El gran mercado “está ahí”, solo de nosotros depende aprovecharlo… 

Como dijo el citado conferencista, cuando el bienestar de la gente está de por medio, no valen los apasionamientos de la mala política y la ideología que llevan a una retórica insulsa contra la primera potencia mundial, postergando además la educación y la tecnología que lleva a los países a ser competitivos y a ganar mercados, tal como hacen la China comunista o la República Socialista de Vietnam, para quienes el gran mercado de los Estados Unidos de América es de importancia vital…

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Y ahora… ¿qué hacemos?

El Instituto Nacional de Estadística (INE) ha dado a conocer los resultados del comercio exterior boliviano al primer cuatrimestre del 2024, con cifras poco auspiciosas, por cierto. Sin considerar las reexportaciones ni efectos personales -que no generan divisas- entre enero y abril, comparativamente a igual lapso del 2023, el país registró un déficit comercial por 531 millones de dólares, las exportaciones cayeron 977 millones y las importaciones, 512 millones de dólares. Estos datos llaman a la preocupación, ya que en toda la gestión pasada -en números redondos- el déficit fue de 700 millones de dólares, las exportaciones cayeron 2.800 millones y las importaciones cerca de 400 millones. 

Hay varias explicaciones al preocupante desempeño de esta área tan importante de la economía que, día que pasa, muestra lo trascendental que resulta para todos. La relativa escasez del dólar derivada de la estrepitosa caída de las exportaciones en 2023 impacta ya, de tal forma, que aún quienes desdeñaron la actividad como una “economía de rebalse”, lamentan hoy su craso error porque el dólar que deviene de la exportación -como toda mercancía que no abunda en el mercado- sigue subiendo de precio provocando el alza de los costos de producción y de los bienes extranjeros.

Le duela a quien le duela, el comercio exterior para cualquier país, capitalista o comunista, es mucho más importante de lo que se pueda imaginar; primero, porque las exportaciones hacen que un país crezca y se desarrolle mucho más de lo que lo haría basándose solamente en el “motorcito de la demanda interna”, siendo que genera un enorme efecto multiplicador para la economía, crea fuentes de empleo e ingresos para la ciudadanía, tributos para el Estado y divisas para el país, todo ello, gracias al incomparable “motor de la demanda externa”, vale decir, el portentoso mercado internacional que se agranda día a día por el mayor consumo de una población en permanente aumento.

La exportación crea riqueza y bienestar para quienes apuestan inteligentemente por ella, especialmente cuando se aprovecha de los recursos naturales renovables de forma sostenida y sosteniblemente.

De otra parte está la importación, que se financia con los dólares de los exportadores para, como se da en nuestro caso, traer del extranjero desde combustibles hasta insumos, maquinaria y equipos de transporte que utilizamos para producir bienes y servicios; asimismo, las divisas que prodigan las exportaciones se emplean para importar los más diversos bienes de consumo, duradero o no, que de una u otra forma todos disfrutamos.

Hecha esta necesaria explicación -para comprender por qué debemos preocuparnos y tomar acción para revertir la delicada situación de nuestro comercio exterior- volviendo al informe del INE, hay varias razones por las que las ventas externas han bajado tanto, entre ellas: la ralentización del crecimiento de la economía mundial, las altas tasas de interés en el extranjero, el menor dinamismo de China, la subida del costo del transporte internacional y la baja generalizada de precios de las materias primas, a lo que lamentablemente se debe añadir, en lo interno: los insufribles bloqueos de carreteras, el negativo impacto del cambio climático, la caída de la oferta exportable y el agitado ambiente político que distrae la atención del gobierno de temas que son trascendentales.

En cuanto a las importaciones, su descenso tiene que ver, inocultablemente ya, con la relativa escasez de dólares en el país. ¿Por qué relativa escasez? Porque dólares hay, pero cada vez más caros. De otra parte, se dice que la baja en el sector importador deriva de la desaceleración económica que empieza a advertirse en el país; lo cierto es que las menores compras externas, tanto en valor y en volumen, son incontrastables: los Equipos de Transporte cayeron 144 millones; los Bienes de Capital, 110 millones, y los Suministros Industriales, 107 millones, lo que debe llamar a la reflexión para la acción.

Otro tanto ocurre con la exportación, como dice la canción, “todo se derrumbó”. Un efecto-precio negativo y el desplome de la venta de oro hizo que los minerales caigan 691 millones de dólares pese a que su volumen subió casi 122.000 toneladas; los hidrocarburos bajaron 165 millones, proporcionalmente a su menor cantidad. Las Exportaciones Tradicionales disminuyeron 856 millones de dólares, mientras que las Exportaciones No Tradicionales bajaron 121 millones, siendo la soya la principal explicación, al caer su valor casi el doble, por causa de una merma de su volumen por cerca de 300.000 toneladas.

Es verdad que en los próximos meses subirá la exportación y el ingreso de dólares, pero no menos cierto es que un sector principal de la agroexportación, como la soya, sufrirá un bajón de al menos 500 millones de dólares hasta fin de año, por la sequía. Viendo este panorama y recordando todas las advertencias y recomendaciones que se hizo en el pasado para evitar tal situación, la gran pregunta es: Y ahora… ¿qué hacemos?

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Dólares y combustibles en Bolivia: Un recuento de los hechos

Bolivia se ha convertido en un país altamente consumidor de combustibles líquidos extranjeros. En 2005 la importación de gasolina no llegaba a 40.000 dólares y con el diésel gastaba menos de 190 millones de dólares, importándolos. La escalada de compras inició en 2008, llegando el diésel a superar los 700 millones en 2011; rebasó los 1.000 millones en 2021 y 2.000 millones en 2022; por su parte, la gasolina superó los 100 millones de dólares en 2010 y 1.000 millones en 2023. Desde 2006 a marzo del 2024, Bolivia gastó cerca de 20.000 millones de dólares importando combustibles líquidos, a saber: 14.500 millones en diésel y casi 5.400 millones en gasolina. 

La vertiginosa importación se debió a la mayor actividad productiva, comercial y de servicios; el incremento de la clase media y las facilidades de acceso al crédito para la compra de vehículos; la subida del poder adquisitivo de la gente; el fortalecimiento del Boliviano frente al dólar, derivado del tipo de cambio fijo desde 2011; el incremento de los autos “chutos”; la disminución de la producción de combustibles en el país; la subida del precio internacional del petróleo y la alta subvención que provoca la salida del diésel y la gasolina a países vecinos. 

El sector del transporte es el principal consumidor de combustibles, superando de lejos a la minería, agropecuaria, construcción, industria, hidrocarburos y servicios. 

Durante el auge no hubo problema para importar combustibles gracias al superávit de la balanza comercial hidrocarburífera, p. ej., de más de 5.000 millones de dólares en el año 2013 y 2014; los dólares provenían de la exportación de gas, urea y GLP, lo que superaba holgadamente la importación de combustibles líquidos. 

Pero, cuando la exportación de hidrocarburos empezó a caer y la importación de combustibles fue subiendo, cambió la situación; desde 2022 el saldo comercial es deficitario, haciendo mermar las Reservas Internacionales Netas (RIN) del Banco Central de Bolivia (BCB), complicando su normal provisión al mercado interno. 

La falta de inversión en exploración provocó la caída de la producción de combustibles líquidos, situación que devino del paulatino agotamiento de los campos en los cuales las empresas petroleras transnacionales dejaron de invertir, luego del cambio de las reglas de juego derivadas de la “nacionalización de los hidrocarburos” en 2006. 

Producto de ello, Bolivia pasó a convertirse en importador nato de combustibles, como recientemente confirmó el Presidente del Estado, indicando que el 85% del diésel y el 56% de la gasolina que consumimos, es importado, para suplir la falta de producción nacional. 

El problema es su financiamiento y, en lo estructural, cómo hacer que las petroleras vuelvan a invertir en el país, para lo que se precisa una nueva Ley de Hidrocarburos, como desde hace tres años viene proclamando el actual Ministro de Hidrocarburos y Energías, Franklin Molina; finalmente, un golpe de timón en las políticas públicas, que probablemente lleve a una revisión de la política de subvención. 

YPFB, que tiene el monopolio de la comercialización de combustibles en el país, sufre el pesado lastre de tener que gastar casi 3.000 millones de dólares/año por su importación, y quien debe proporcionarle los dólares al tipo de cambio oficial es el BCB, pero, debido a los sucesivos déficits comerciales en el sector de bienes tangibles y el déficit crónico en el de servicios; el pago del servicio de la deuda externa; el contrabando, que ha adquirido dimensiones colosales; el financiamiento a las empresas estatales, entre otros, ha hecho que las reservas del BCB bajen hasta poco más del 10% de su nivel del 2014, siendo una pequeña parte de ellas, divisas líquidas. 

Los dólares del BCB que conforman sus RIN provienen de las exportaciones de las empresas públicas (hidrocarburos, minería, alimentos y energía eléctrica); préstamos internacionales; compra de oro nacional y bonos en dólares, que son insuficientes para financiar las propias necesidades de divisas del sector público. 

La solución estructural demandará tiempo, mientras que garantizar la provisión de combustibles importados, a corto plazo, pasa por tener el BCB los dólares suficientes; controlar el contrabando; dar todas las facilidades para que los privados importen combustibles directamente sin pagar impuestos, ni siquiera el IVA; permitir su venta interna; idealmente, que el gobierno subvencione para bajar el costo de importación; y, que el sector privado produzca su propio biodiésel sin restricciones. 

La mayor disponibilidad de dólares en el sector público pasa por la aprobación de créditos externos en la Asamblea Legislativa; negociar swaps o préstamos en monedas nacionales para el comercio bilateral y, gestionar un apoyo a la balanza de pagos; en el sector privado, seguridad jurídica; libre exportación; acceso a la biotecnología; un Fondo de Promoción de Exportaciones; seguridad jurídica e incentivos a la inversión; y, un gran Pacto Social Productivo que refrende todo esto.

Buscando la verdad
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¡Crecer 50 veces en volumen y 100 veces en valor, no es poca cosa!

“¡Quién iba a pensar que, en tan poco tiempo, la exportación de carne bovina y derivados llegara a ocupar el segundo lugar a nivel de las Exportaciones No Tradicionales (ENT) de Bolivia!”, dice con asombro la Gerente de Promoción del Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE), Lic. Mónica Jáuregui Antelo, en su Editorial de la revista titulada “Bolivian Natural Beef conquista mercados en el mundo” (“Comercio Exterior” No. 319, IBCE, mayo de 2024). Y, no es para menos, siendo que la exportación cárnica ha tenido un vertiginoso crecimiento. 

Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), entre 2005 y 2023, la exportación de carne bovina y derivados creció 5.000% en volumen y 10.000% en valor, pasando de 1.000 a poco más de 50.000 toneladas y de 2 millones a 200 millones de dólares, el pasado año, convirtiéndose en el segundo rubro más importante de las ventas no tradicionales de Bolivia. ¡Crecer 50 veces en volumen y 100 veces en valor, no es poca cosa! Lo mejor es que, esto, apenas empieza. 

Algo importante que señala la ejecutiva del IBCE es que, semejante logro se dio gracias a un trabajo público-privado, sin descuidar el abastecimiento del mercado interno, llegando a posicionarse solo por debajo de la “reina de las exportaciones” -la soya y derivados- superando a los principales exponentes de las ENT del país, como son el girasol y derivados, castaña, maderas, azúcar, quinua, bananas, alcohol, leche, chía y confecciones textiles. 

Las exportaciones de carne bovina deshuesada -fresca, refrigerada o congelada- más los despojos comestibles y derivados -como hamburguesas, conservas, harina, polvo y pellets- sumaron 200 millones de dólares y casi 51.000 toneladas, superando el pasado año todos los hitos precedentes, récord que pudo ser mayor, de no mediar la limitante de los cupos de exportación que determina el gobierno, en su preocupación de garantizar el abastecimiento interno. 

Bajo el sello de “Bolivian Natural Beef”, concebido por los dirigentes del sector como rasgo distintivo que identifique a la carne boliviana, la misma pasó a ser muy apetecida en diversas partes del mundo. A no dudarlo, la exitosa incursión de la carne nacional en el exigente mercado internacional no hubiera sido posible de no mediar un destacable trabajo sinérgico gobierno-privados, para lograr la certificación “libre de aftosa” del país, primero, y, para abrir mercados, después. 

China y Hong Kong -principalmente- así como Ecuador, Perú, Vietnam, Congo, Malasia, Ghana, Rusia, Costa de Marfil, Gabón, Paraguay, Angola, Guinea, Brasil y Liberia, han saboreado y comprobado ya, la deliciosa carne boliviana. 

En momentos en que urge captar dólares para lograr las divisas que precisa el país para importar bienes de capital, insumos, equipos de transporte y otros, el éxito productivo y exportador del rubro cárnico debería entusiasmarnos a todos los bolivianos, porque este logro no solo beneficia al sector ganadero y exportador, o solamente a Santa Cruz y Beni -Departamentos productores de ganado bovino por excelencia- sino, a toda Bolivia, porque la inversión privada realizada, que genera un enorme movimiento económico, empleos y divisas, se ha dado pensando en el país, de ahí que sus resultados benefician a todos. 

Para muchos, era una quimera pensar en posicionar en semejante sitial al sector, considerando el enclaustramiento geográfico del país, las dificultades de transporte y logística, y la desconexión entre los actores de tan importante cadena productiva, pero, pudo más la visión de meritorios dirigentes, empresarios nacionales y extranjeros, y la institucionalidad, para avanzar resueltamente en los ámbitos de sanidad, genética, pasturas, confinamiento, desarrollo de recursos humanos, cadenas de frío, etc., para poder trascender la tradicional exportación a la región sudamericana, y llegar a mercados tan distantes como los del Asia y África. 

No resulta una “utopía” decir que, de darse las condiciones al sector, Bolivia podría exportar 600 millones de dólares a corto plazo. Quien dude que ello es posible, deberá saber que Paraguay, un país apenas más grande que Santa Cruz, el año pasado vendió carne al mundo por más de 1.500 millones de dólares. 

Nuestra gratitud y reconocimiento a los productores ganaderos; a CONGABOL, FEGASACRUZ y FEGABENI; al SENASAG, Ministerio de Desarrollo Rural y Tierras, y Ministerio de Relaciones Exteriores; a la Embajada de China y a su Consulado General en Santa Cruz; a los frigoríficos certificados internacionalmente (BFC, FRIDOSA, FRIGOR) y a toda institución y empresa de esta virtuosa cadena productiva por contribuir, con su trabajo de excelencia, a forjar una mejor Bolivia. 

La revista “Bolivian Natural Beef conquista mercados en el mundo” publicada por el IBCE con el apoyo de CONGABOL, contiene valiosa información sobre la producción y exportación nacional del rubro, el mercado mundial de la carne, avances tecnológicos, etc. y se puede descargar gratis desde https://ibce.org.bo/ibcemail/index.php?id=3242

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¿Por qué resulta tan difícil entender algo tan sencillo?

Según la ONU, la población mundial en 1950 era de 2.500 millones de habitantes y pasó a 6.000 millones, cincuenta años más tarde. En 2022 llegó a 8.000 y para el 2050 se acercará a 10.000 millones de personas. El problema es, cómo alimentar tanta gente sin afectar al planeta, siendo que el vertiginoso incremento poblacional ejerce ya una fuerte presión sobre los recursos naturales. Lo grave es que, quien no come o no come bien, se enferma o muere. La alimentación, es vital. 

Con un recurso “tierra” muy limitado, ya que menos del 3% del globo tiene vocación agrícola, y con cada vez más bocas por alimentar, urge incrementar la producción sostenible de más alimentos. Frente a la imposibilidad de ampliar infinitamente la frontera agrícola, la ciencia y la tecnología -la biotecnología- es una ayuda eficaz para aumentar la productividad y la producción, a fin de evitar una futura crisis social derivada de una previsible escasez y la subida de precios de los alimentos. 

El uso de la biotecnología en el agro puede ser de gran beneficio para la Humanidad, por el menor consumo de agua y diésel utilizados para rociar productos que combaten las plagas y hierbas, que al tornarse resistentes a los plaguicidas y herbicidas, provocan su uso excesivo, cuyos residuos pueden llegar a contaminar los alimentos. Frente a este problema, la biotecnología, como aseveran abiertamente 168 Premios Nobel, puede ayudar a producir alimentos más sanos. ¿Clarito, no? 

Sequías, inundaciones, erosión eólica e hídrica, es la tónica. Crecen los desiertos, cambian los patrones de producción, aumentan las plagas, aparecen nuevas enfermedades, bajan las cosechas y suben los precios de los alimentos. Si se suma a ello el alza del consumo mundial ¡se viene una “tormenta perfecta”! 

Cuando no hay alimentos suficientes y estos se encarecen, se produce una crisis alimentaria. ¿Cómo se soluciona? Aumentando la oferta a precios razonables y mejorando la capacidad de acceso a los alimentos. Pero, su mayor producción enfrenta limitantes, como la escasez de agua dulce, la disponibilidad y calidad de la tierra, y el cambio climático que, con las plagas, medran los cultivos. 

Frente a tan lóbrego panorama, en Bolivia deberíamos dar gracias a Dios por nuestros productores del agro, por llevarnos de la “seguridad alimentaria” a la “soberanía alimentaria” con su esfuerzo; asimismo, por las condiciones objetivas y la capacidad humana que tenemos, para exportar alimentos. 

Gran parte del camino ya está recorrido, somos autosuficientes en casi todos los rubros básicos, pero, como seres humanos preocupados por millones de seres humanos en el mundo, bien podríamos ayudar, generando más alimentos para ellos. 

Un país que produce sus propios alimentos y sustituye su importación, generando importantes saldos para exportar, se beneficia a sí mismo y beneficia al mundo. El Departamento de Santa Cruz, en el Oriente boliviano, es un paradigma de ello. Su desarrollo productivo y la alta generación de empleo están asociados a la agropecuaria con orientación industrial y comercial, mirando siempre al mercado. 

Los productores agropecuarios entienden que, si a su propio esfuerzo -conscientes de su rol, como actores del desarrollo que invierten, arriesgan, cultivan la tierra y producen carnes, generando alimentos por encima de las necesidades del país- se sumaran políticas públicas inteligentes para garantizar su labor, se lograría una actividad económicamente viable, ambientalmente sostenible y socialmente responsable, bajo la ecuación “esfuerzo privado + esfuerzo público = soberanía alimentaria”, llevándonos a ser un gran país agroexportador. 

Bolivia tiene un enorme potencial agroproductivo dormido, pese a ello, genera más de 20 millones de toneladas de alimentos básicos cada año y exporta más de 3,5 millones de toneladas de soya y derivados, girasol y derivados, carne bovina, azúcar, quinua, bananas, alcohol, lácteos, chía, sésamo, frejol, maní, palmitos y café, por citar algunos ejemplos, superando de lejos su valor exportado al de los hidrocarburos, y, sin mucho esfuerzo, podría rebasar igualmente a los minerales, dejando de depender de recursos extractivos no renovables. 

Mucho de esto tiene que ver con Santa Cruz, donde bolivianos de todo lado, forjan cada día la seguridad con soberanía alimentaria del país. 

Dados los pisos ecológicos y climas con que contamos, bien podríamos producir más granos, cereales, legumbres, tubérculos, forrajes, superalimentos como la quinua, kañawua, tarwi, amaranto; verduras y hortalizas de contraestación; frutas, incluso nativas; carnes rojas, blancas y magras; flores, hierbas medicinales, aceites esenciales y, con un aprovechamiento forestal/maderero sostenible, llegar a exportar 10.000 millones de dólares/año. ¿Está clarito, verdad? 

Pero, con tamaño potencial desaprovechado -y tantos pobres que aún tenemos- tal parece que somos un país no desarrollado porque no se entiende lo que se debe hacer; no se lo quiere hacer o, como dijo alguien, porque lo merecemos…

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El sector exportador nunca fue el problema, más bien, es la solución

¿Quién no habla hoy sobre la escasez del dólar en Bolivia? De un tiempo a esta parte, no hay un solo día en que la prensa no refleje tal situación con una creciente preocupación y subida de tono, al extremo de producirse -quién lo diría- marchas de protesta y bloqueos reclamando por la falta de dólares en el país. La escasez de la divisa ha mostrado -de una u otra forma, directa o indirectamente, se lo quiera aceptar o no- la importancia que tiene, no solo para el empresario ¡para el ciudadano de a pie, también! 

Y, no es que la “bolivianización” de la economía no haya funcionado, de hecho, más del 90% entre depósitos y cartera en el sistema financiero está en moneda nacional, pero el dólar toma un mayor protagonismo en las noticias, porque, por angas o por mangas, está presente en nuestras vidas. Es que, casi todo tiene que ver con el comercio exterior, pero cuando no se entiende esto o se minimiza la importancia de exportar e importar, se cometen errores. 

Es triste decirlo, pero, semejante escasez de dólares, bien se pudo evitar.

Bolivia compra miles de productos extranjeros para consumo directo, así como para producir bienes y servicios, de ahí que la complicación de su importación al país se traduce en un incremento de su costo, provocando una subida de precios y algo peor aún, la falta, p. ej., de repuestos para maquinarias, semillas, fertilizantes, etc., lo que lamentablemente golpea ya a la producción de alimentos en el país.

Una amiga me comentó que en un mercado mayorista de Cochabamba, donde la gente acude a comprar verduras directamente del productor del agro, se sorprendió por la baja de la oferta de tomate, cebolla, arveja, zapallo y pimentón, la explicación fue que el costo de los insumos agrícolas importados subió tanto, que hizo insostenible producir más, por eso la subida de precios en el mercado. Mi esposa me dijo exactamente lo mismo. La escasez del dólar está afectando.

¿Cómo enfrentar esta situación que preocupa cada vez más a los bolivianos, a unos subjetivamente, dadas sus expectativas y, a los más, por lo que van sufriendo, tal el caso de los importadores o quienes deben viajar al exterior para una atención médica o enviar dólares a sus hijos que estudian en el extranjero.

La situación sería diferente si funcionara el “mercado libre” para que aparezca parte de los 10.000 millones de dólares que se dice hay en el país, pero fuera del sistema financiero, los que podrían tranzarse con su oferta y demanda a un mayor precio que en el mercado formal -donde en teoría hay un dólar barato pero en la práctica no- y a un precio menor que el dólar del mercado negro.

En una reciente entrevista se me consultó que debería hacer el gobierno a corto plazo para resolver sus propias necesidades de dólares; respondí que ello pasaba por acceder a los créditos internacionales que la Asamblea Legislativa debe aprobar; lograr nuevos empréstitos externos; colocar más bonos en dólares; bajar sus importaciones y exportar mucho más, de todo lo cual, lo último es vital, aunque no todo lo factible que fuera deseable. Pero, dije algo más…

Si de intentar una solución estructural se trata, no queda otra que el país exporte mucho más, como una vez sentencié: “Exportar, exportar y exportar, hasta que nademos en dólares”, solo así no faltará la divisa y bajará su precio por su sobreabundancia.

Ahora que el gobierno ruega que los exportadores vendan más y que “traigan sus dólares al país”, el reciente anuncio de un acuerdo con el sector azucarero para agilizar la exportación y vender más de 4 millones de quintales de azúcar, el doble del 2023, me hizo recordar cómo Chile, para superar su extrema dependencia del cobre, impulsó desde los ´70 un arsenal de medidas inteligentes, consumando un gran impulso a la exportación no tradicional.

Mi ex compañero del Colegio Alemán, Kurt Klein Céspedes, que en los ´80 estudiaba Ingeniería Electrónica en Chile, me enviaba por correo recortes de periódicos de ese país -por entonces no había Internet, fax o celulares para enterarse de lo que pasaba en el mundo- y en uno de ellos supe del frenesí comercial chileno que impulsaba hasta lo inimaginable para su exportación: arañas, cabello, víboras, cuernos de bovinos, entre muchos otros.

Viendo ese ejemplo, dado el gran potencial agropecuario, agroindustrial, forestal, maderero, manufacturero y de turismo del país: ¿Cómo es que Bolivia llegó a esta situación, en la que muchos sufren hoy por la escasez del dólar, cuando, el incentivar la exportación, en vez de restringirla; promocionarla, en lugar de prohibirla y un trabajo público-privado nos llevaría a nadar en dólares y a bajar su precio dada su mayor oferta?

El sector exportador nunca fue el problema, al contrario, siempre fue y será fundamental para una solución estructural a la baja inversión, producción, crecimiento y generación de empleo digno en el país. De nosotros depende que no empeore esta situación, pero, más que de los privados, del gobierno, siempre y cuando dé las condiciones para ello…

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