Blog de Marcelo Arequipa Azurduy

El retorno de la gente decente

Como es sabido, existen distintas líneas de entrada para analizar un fenómeno sociopolítico. El último trimestre arrojó un resultado tal que mi tesis de fondo es que tenemos cuajada, por vez primera, una corriente política poshegemónica al masismo, esta devino de forma gradual en la traducción de la fórmula: causa política, tema político, corriente política.

Un aspecto central de esta “nueva” corriente política es su defensa de la meritocracia en el espacio público, para lo que se conoce también como las élites políticas, es decir, el retorno de los que se merecen estar en los puestos de decisión. No es casual que para definir a sus otros los hayan etiquetado de hordas, vándalos, etc.

Antes de estar tentado de explicar desde un marco teórico general lo que se dice, felizmente me topé con un libro Resurgimiento y caída de la gente decente de Lorgio Orellana Aillón que, desde un enfoque sociológico propiamente boliviano, abunda puntillosamente en el tema de la “gente decente”.

Vale la pena su lectura por varias razones, al menos expondré unas cuantas. Primero porque es un notable ejercicio de debatir con la ciencia política, en torno al enfoque institucionalista al analizar las élites políticas bolivianas, frente a un enfoque desde el marxismo. Dado que para Lorgio el problema boliviano no se trataría, en el fondo, de analizar las instituciones de democracia representativa, sino la constelación social de la gente decente cuyo legado histórico data de lo que fueron/hicieron sus familias en el periodo de los 60 y 70.

Segundo, porque desnuda de forma clara la composición de la estructura de poder en Bolivia en el periodo previo a 2005. Aunque, como elemento transversal a varias generaciones, lo decente también se puede interpretar como el reconocimiento/prestigio que buscamos de nuestros amigos, círculos sociales y, sobre todo, de la clase social que se encuentra un escalón por encima del nuestro. Por eso no es casual que a lo largo de su estudio sobre la clase política boliviana de 1985 a 2003, la oposición entre la gente decente vs. los indios haya sido la moneda más común de diferenciación, dizque, civilizatoria.

Tercero, porque en las diferentes entrevistas que realiza el autor desnuda algo muy propio y hasta jocoso de los bolivianos: somos unos cuasi expertos en explicar nuestros árboles genealógicos, tenemos una capacidad innata para retrotraernos hasta nuestro primer ancestro que lo damos por válido en la medida en que este sea europeo, de ahí en adelante explicamos el curso de nuestros apellidos. Aquello que conocemos como mestizo, por lo menos para el imaginario de la clase política de entonces, era simplemente un puente de validación del otro para reconocerlo como persona; es decir, hablamos con el hijo de la verdulera porque había nacido en la ciudad y lo reconocíamos como persona, pero no tenemos la misma actitud con la verdulera.

Para ponerlo en términos cuantificables, esa gente decente, meritocrática y sabedora –en el periodo de estudio de Lorgio– arroja que de 149 ministros de Estado revisados, 76 pertenecieron a la empresa privada, y 51 vinieron desde organismos internacionales, por ejemplo. 

Dos notas curiosas, de las muchas más que hay en el libro, que valen la pena comentar son: primero, en la entrevista que le hace a la señora Ana María Romero de Campero, cuenta que por el lado de su familia se dedicaban más al mundo de la política y del activismo, mientras que por el lado de la familia de su esposo eran más asiduos a la vida y actividades de la alta sociedad paceña; eso era el factor central, para ella, que la hacía valedora de estar dentro de la gente decente porque la dicotomía clase alta vs. pueblo era algo que en los cócteles se reclamaba.

Segundo, cuenta también que en tiempos de gente decente no todos eran licenciados, de hecho hubo un alto político decente que dijo haber estudiado su licenciatura en Chicago, pero curiosamente su título no aparecía, por más perfecto que fuere su inglés frente a su castellano, a la hora de hablar. Eso sí, dinero y minas heredadas de familia, tenía, y bastante.

Quizá va siendo hora de ir situando en su lugar a las cosas, un término que me parece más ajustando a los tiempos es “restitución” porque pareciera que vivimos tiempos del retorno de esa gente decente; sin embargo, permítanme ser escéptico con eso porque creo que la democracia y su legitimidad no se llena solamente de esa gente decente.

Opinión
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Las dos Bolivias electorales

Parafraseando a Felipe Quispe con el discurso de las dos Bolivias, lo que vimos el día de la elección no fue la diferencia de comportamiento campo/ciudad, sino la diferencia entre las redes sociales y la calle. 

Eso justamente pasó el día de la elección, en el mundo de las redes sociales salieron un cúmulo de informaciones que van desde las falsas hasta las polémicas, no digo verdaderas porque con la velocidad que caracteriza a las redes lo que se vio que ocurrió fue la búsqueda de notoriedad y no el reconocimiento. Por otra parte, en esa misma Bolivia, que circula en redes estamos hablando de que el ruido se vio reflejado en una suerte de difuminación de convicciones personales, en este campo no permite ejercer la práctica democrática del debate, sino todo lo contrario. 

La otra Bolivia estuvo en las calles, esa parte del país reflejó un comportamiento de buena rutina democrática, el acto electoral transcurrió con una madurez tal que lo que debemos hacer es comenzar a repensar las restricciones que tenemos para los electores, por ejemplo el tema del libre tránsito en especial, la experiencia en otros países vecinos nos muestra que excepto la prohibición de bebidas alcohólicas, el resto ya no está presente. 

Pero por supuesto que no debemos olvidar el rol que jugó el Tribunal Supremo Electoral, gran parte de la incertidumbre que tenemos se lo debemos a ellos. Todos los procesos electorales contienen grados de incertidumbre, pero en esta en especial tuvo mayores niveles porque frente a las dudas que emergieron primero que tardaron en responder y segundo que la respuesta nunca fue concluyente y clara; eso abrió nuevos escenarios de controversias que hicieron leña perfecta para el fuego del discurso del supuesto fraude electoral. 

La transición política felizmente está comenzando a ser llevada adelante por la vía del ejercicio formal de la política mediante la democracia representativa, al margen de todo, y a riesgo de que sea un punto de vista poco popular, creo que los candidatos de oposición llegaron a legitimar la candidatura oficialista, esto les va costar al final del día el recambio político porque la iniciativa política de oposición seguirá viniendo por fuera de los partidos. Se nos viene ya no un resultado electoral de infarto, sino meses de real suspenso político.

Opinión
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El CHI-vo expiatorio

Hace un par de semanas, el candidato Chi Hyun Chung del PDC era visto como la cara anecdótica e irrisoria de la contienda electoral. Hasta que aparecieron las encuestas de intención de voto que lo ubican disputando el tercer lugar de la preferencia electoral con un crecimiento vertiginoso.

Desde entonces Chi empezó a encarnar la figura del chivo expiatorio de las culpas electorales, en un intento por exculpar la incapacidad de la clase política para ejercer una representación política efectiva. Mientras tanto, Chi parece haber dado con la veta de la mina del malestar colectivo, recogiendo las sensibilidades conservadoras que procuran restituir el papel de la familia tradicional, la religión y la autoridad. De ahí que el ascenso de su caudal electoral se nutra de la falta de identificación de los indecisos y de los votantes volátiles resignados hasta entonces con lo que había en el menú electoral.

En el fondo, el candidato del PDC recoge tres tendencias conservadoras de oposición al proyecto hegemónico actual: el descontento democrático (liberal), la restitución moral y religiosa, y el fomento al emprendedurismo y al capital privado.

Pero la disputa no se reduce solamente al campo opositor, Chi también merma el sustrato popular del proyecto oficialista, en el momento que recoge la sinuosa combinación entre la restitución moral y la economía informal. El vacío parece apuntar al abandono de la importancia de la identidad y la pertenencia en la política actual, dada la necesidad permanente de conectar con las sensibilidades colectivas para dotarles de un discurso renovado y de una orientación más progresista. Más fácil resulta hallar un chivo expiatorio que nos exima a todos de la cuota parte de responsabilidad que tenemos, tanto a los partidos todos por su desconexión social como a nosotros por adoptar un progresismo “figureti”.

En el escenario electoral, el más afectado fue BDN. Chi desplazó el perfil tecnócrata-racional de Ortiz, presentándose como el candidato moral-emotivo, capaz de “restituir el lazo social” frente a los avances democratizadores del último tiempo.

La reacción de BDN fue la subestimación de lo simbólico reduciéndolo a su dimensión religiosa y alegando que esto no alcanza para gobernar. Tal miopía asume que al develar el mecanismo del encantamiento desaparecen sus efectos, descargando su responsabilidad de no poder reconocer que la política es, entre otras cosas, la lucha por el sentido. Paradójicamente, la presencia de Chi sí logró dotarles de un sentido de autoconciencia en la que, por primera vez, se reconocen como un proyecto político de derecha, algo impensable en la vida política del país.

Por su parte, Comunidad Ciudadana se exculpó mediante nuestro chivo expiatorio, apelando al voto útil para encubrir su falta de capacidad de generar un proyecto alternativo, aglutinar a otros sectores sociales afines y generar alianzas partidarias con sus adversarios; en otras palabras, para construir un bloque de poder. Sus referencias políticas continúan ancladas en el pasado sin poder sobrepasar la corrección política pues, a sus ojos, Chi expresa lo retrógado pero desde el lado de una suerte de reposición señorial, que no hace más que evidenciarlos como un partido abstraído de lo popular.

 Para el MAS, Chi es visto como un elemento circunstancial en la oposición que no representa ninguna amenaza real. Tal banalización no permite tener una lectura autocrítica del abandono progresivo del carácter político de su proyecto, a favor de la priorización de una agenda de gestión pública que olvida los sentidos de pertenencia e identidad propios de su naturaleza inicial. Por eso Chi apunta a esa vacancia procurando romper la brecha entre lo conservador y lo popular, erosionando lo que hasta ahora era una coordenada neurálgica de la división del campo político. Por eso no es casual que Chi concentre la mayor intención de voto en departamentos del occidente del país cuyos bolsones electorales pertenecían al MAS.

Por último, más allá de las muestras rimbombantes de los discursos democráticos e inclusivos, parece que los cambios no calaron fondo y somos nomás más conservadores que lo que quisiéramos. Así, frente a la ausencia de representación e identificación política, Chi abona un terreno fértil de predisposición colectiva, recoge la insatisfacción con los políticos, se presenta como guardián de las convicciones y articula las sensibilidades colectivas tradicionales, dotándoles de discurso con forma y sentido y hasta de proyecto. Por eso, la magia del Chi-vo expiatorio es conjurar lo hasta ahora escondido, nombrarlo y por tanto hacerlo existir.

Opinión
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La política del Chi cuadrado

Hasta el arribo del Chi, la contienda electoral en la que los candidatos discutían entre sí se reflejaba en una disputa personal donde los tres principales contendientes se atacaban entre ellos: Evo Morales y Óscar Ortiz atacaban a Carlos Mesa, y Carlos Mesa atacaba a ambos.

Este escenario no evidenciaba una pugna por un nuevo proyecto de país, por un metarrelato utópico, es decir, por nada nuevo que irrumpa en nuestra política. Hasta ahí la discusión era simplemente superficial. El juego era ver cuál de los tres se quedaba con el trofeo de ser el más miserable; en un esquema que, en el mejor de los casos, posibilitara un mero recambio de élites, los desplazados de una década atrás jugándose probablemente su última oportunidad de retomar protagonismo y (re)acceder al poder.

Hasta que irrumpe un verdadero outsider de la política, quien desde la derecha asciende aceleradamente en base a ideas o puntos polémicos para el debate electoral en general. Esto que pareció inicialmente anecdótico expresa una tendencia social que aparentemente tiene más largo alcance. Responde a una reacción conservadora hacia los procesos de democratización social impulsados desde el feminismo, los colectivos LGTB, y una sociedad en la que se procuraba relativizar el poder de lo religioso. Así, por ejemplo, el Chi, además de expresar el voto evangélico, también recoge el malestar de un conglomerado de varones que se sienten interpelados y amenazados por el lugar increscendo de las mujeres en todos los ámbitos de la vida social.

Sus efectos en el campo político tienden a instituir una división entre lo moral y lo inmoral, fundamentalmente en torno a la defensa de la familia convencional, de los roles tradicionales de género, la recuperación de los valores religiosos como ordenadores de la vida política y social, etc.  Algo que, paradójicamente, coexiste con la promoción de un capitalismo popular como versa su eslogan: “un gobierno facilitador y un pueblo emprendedor”. De ese modo, el Chi representa a una derecha de base más popular interesada en restituir el valor de la tradición, la familia, la autoridad.

En ese marco, la irrupción del Chi busca cambiar las coordenadas en las que se desenvolvía el juego político electoral. A diferencia de los principales oponentes en las encuestas, lo que hace Chi es posicionar en la agenda pública una disputa por valores, su antagónico político no es un candidato en específico, son ellos todos y nosotros en general. Si bien no es aún un otro proyecto político, cabe estar alertas porque podría visibilizar las líneas de esbozo de un otro sentido común. En suma, la emergencia del Chi es menos simple de lo que parece y, en cambio, parece tener un efecto al cuadrado.

Opinión
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¿Cuándo no conviene tener todo el poder?

Una condición bastante elemental para los políticos es obtener el poder, pero lo que a veces no se llega a diferenciar son las dosis de poder que se pueden administrar. Me refiero a las dosis de este, como cualquier producto que se consume, saben ustedes que si se consume en exceso se corre siempre el riesgo de que eso repercuta en la salud misma de manera directa.

En el caso del poder en exceso eso puede llegar a repercutir en un escenario volátil de ingobernabilidad creciente, digo esto porque el contexto de la realidad social que se vive es determinante, en el sentido de que la percepción del pueblo sea favorable a los fines de que se tenga un poder mayúsculo cuando probablemente la gente no crea que se cuente con tal dosis de poder y que eso también tenga la amenaza de un contexto económico desfavorable. Adicionalmente, nos consta y con creces que la sensación de la economía es determinante para gobernar nuestro país.

Mi tesis es que el siguiente periodo de gobierno necesita que el campo político se oxigene y mucho, pero al parecer no vamos por ese camino por dos cuestiones que tienen que ver con el tramo de este periodo electoral.

Vivíamos hasta hace un mes un debate electoral que tenía que ver con que el MAS necesitaba ganar en primera vuelta electoral, de hecho las opiniones e intervenciones desde el oficialismo iban por ese lado, y por el lado opositor lo mismo, dando la pelea con los resultados de las encuestas de intención de voto en que por una vez no había la diferencia de 10puntos para que el MAS vuelva a gobernar.

Sin embargo, estamos hoy en otra etapa del debate, en el que los resultados de las encuestas dan la victoria al MAS en primera vuelta, hasta ahí todo podría ser bastante razonable, pero como nunca faltan afanes con aires de grandeza, comenzó a instalarse en el discurso del oficialismo la idea de ir por la conquista del control de los dos tercios de la Asamblea Legislativa.

Si volvemos a la idea de que necesitamos oxigenar el campo político, lo que menos puedes hacer es justamente controlarlo todo, se necesita generar un sentido de corresponsabilidad por las decisiones que el siguiente gobierno administre, porque muchos pactos políticos son vitales, por ejemplo por la justicia, por la salud, o por el sistema político.

Pero además de la necesidad de tener pactos, es inevitable e importante que el siguiente escenario político de gobierno dé muestras de que puede pasar el examen de gobernar en un escenario hasta ahora no muy conocido cuando no se tiene el control del poder polìtico tan desmesurado.

Así las cosas, un escenario óptimo sería el de un campo político oxigenado y un campo económico más realista en términos de mejor ubicación respecto a que la clave es que aquello que debemos buscar no es el crecimiento a toda costa, sino que a veces así como en la política el elemento de generar sentido de corresponsabilidad política con un manejo económico responsable y aterrizado en el orden de posibilidades que tenemos, puede llevarnos a un mejor escenario que asegure nuevas condiciones de gobernabilidad en el país.

Opinión
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Las tiendas políticas

No se equivoca si piensa en una tienda del comercio cuando lee el título de la columna, partiendo de la idea de que dentro de los determinantes para que las personas voten por alguien el tema ideológico izquierda-derecha ya dejó de ser uno hace tiempo, o que las personas no votan necesariamente a partir de la clase social a la que pertenecen; cobra relevancia entonces la noción de que nosotros los electores asistimos a las elecciones como cuando vamos a un mercado a comprar algo.

Si luego pensamos en la política como un gran mercado, imaginémonos que vamos a este para adquirir alguna mercancía que es la que necesitamos. Pensemos que cada partido tiene una tienda en la que ofertan diferentes tipos de productos. Lo que me pregunto es si lo que ofrecen las tiendas de los partidos tiene relación con aquello que queremos comprar.

Una aproximación para ver los productos que buscamos se puede encontrar en los estudios en los que se pregunta a las personas cuáles son los principales problemas que identificamos. Entre estos se hallan temas de seguridad ciudadana, corrupción, salud, y educación, por ejemplo.

Ahora con la billetera en mano que se traduce en la papeleta electoral para apoyar a alguien, veamos si los partidos tienen la tienda surtida de estos productos que son los que los bolivianos estamos buscando.

Observemos primero lo que los candidatos nos dicen. Como cuando nos acercamos a una tienda y el encargado nos ofrece una andanada verbal sobre lo corrupto que es el de la otra tienda. Es decir, no tienen producto en concreto para vendernos pero sí pueden hablar, y mucho, de lo malos que son los de la competencia.

Luego, si les preguntamos sobre productos de seguridad ciudadana, nos muestran su catálogo de equipos modernos como unas cámaras pequeñas que entran en la camisa de los policías para que estos sean monitorizados todo el tiempo o que tendrán cero tolerancia con los actos de injusticia de los operadores de la cadena de justicia (policía, jueces, fiscales). Pero no hay un producto que sirva para garantizar la mejora de calidad de vida de estos operadores y de paso que eso repercuta en que seguir esa carrera de operador de la cadena de justicia sea un acto meritorio y respetado por la sociedad.

En salud y educación, las tiendas nos ofrecen productos similares con algunas prestaciones que uno pone más que otro. Aquí el made in parece ser lo más importante, pero en todo caso al final de cuentas el sello principal no es cambiar radicalmente de producto, sino ver uno que tengan alguna característica distintiva más inclinada a lo moderno, por moda, que por tratar un tema de fondo.

En todo caso, estamos frente a una puesta en escena teatral en la que los candidatos han decidido invertir más en su vestuario y en el gesto acusador de su contrincante, que en declamar intervenciones que capten nuestra atención sobre un futuro ideal y con alternativa a la distopía que vivimos.

Opinión
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Los programas electorales

El 19 de julio los partidos políticos presentaron junto con las listas de candidatos a senadores y diputados, sus propuestas programáticas sobre qué es lo que piensan hacer con el país en caso de ser electos. Planteado este escenario, pienso que los electores tenemos tres dimensiones en el orden de lo que significa ir de lo racional a lo emotivo, me explico: 

Si uno comienza a leer algunos puntos de los programas electorales y los compara con otros, entonces esa labor de reflexión estará dentro de la dimensión predominantemente racional; pero si uno comienza a ver las listas de candidatos a binomios, senadores, y diputados entonces se encontrará en la dimensión racional-emotivo porque aquí no es que necesariamente me interesen las ideas de los candidatos, sino también importa lo que es el candidato; finalmente, si uno se dedica a comerse la cabeza pensando y comentando los resultados de las encuestas cada vez que aparecen entonces la dimensión a la que pertenece ese elector es la emotiva. 

Sospecho que estamos mucho más inclinados a esta última dimensión, porque según se vio en la discusión sobre la última encuesta presentada a nivel nacional es como si un avispero se hubiera movido en las redes principalmente. Sin embargo, pienso que este panorama debe cambiar, justamente en la UCB- La Paz en la Carrera de Ciencias Políticas hicimos una página web de muy fácil acceso y que tiene como finalidad que el elector compare los programas de todos los partidos políticos en una serie de veintidós temas.

Al realizar el ejercicio de comparar los tres principales partidos en intención de voto (MAS, CC, Bolivia Dijo No), se observa en términos generales primero en el tema de educación que los tres plantean el perfeccionamiento de la capacitación a los maestros y en comenzar a evaluar la calidad de la educación.

En salud, el partido de gobierno plantea consolidar el SUS, mientras que los otros ofrecen revisar otro SUS, lo curioso es que CC sugiere crear una Superintendencia de Salud como órgano paralelo al Ministerio de Salud, a no ser que Carlos Mesa plantee eliminar el ministerio en este ramo.

Justicia: ahí las tres fuerzas políticas ofrecen hacer una reforma de la justicia, reforma de la policía y descentralización de la administración de la justicia, lo novedoso es que Bolivia Dice No, más que pensar en el cambio de los magistrados de las cortes supremas, lo que piden es profundizar en el papel de los jueces y fiscales de los juzgados con los que las personas se topan a diario.

En el tema económico, los tres partidos coinciden en cuidar la estabilidad macroeconómica; en el tema de la Constitución Política, el MAS ofrece partir de reforzar la consolidación de los derechos sociales consignados ahí, CC piensa más en reformas institucionales, y Bolivia Dice No en reformas para el tema de la justicia.

Como verán es un resumen muy limitado el que acabo de ofrecer, pero el espíritu es que ojalá podamos hablar más de estos temas y menos de odios enfrentados, si tienen alguna curiosidad por revisar el Comparador de Programas dense una vuelta por la página web: www.gen.com.bo/sociedadcpo , que no nos gane el facilismo de decir “ellos no tienen programa” o el de “ellos no pueden competir”, no repitamos aquello que Umberto Eco critica de la sociedad líquida: “estos movimientos saben lo que no quieren, pero no saben lo que quieren”.

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Discurseando en política

A estas alturas todos nos damos cuenta de que en política las palabras y las formas importan mucho, importan más en tiempos de campaña electoral, de ahí que lo que los candidatos vayan a decir en un mensaje, entrevista, o declaración es muy relevante, porque puede terminar siendo un factor central para el éxito o fracaso en el resultado de la votación final; entre otras cosas, porque para un político en una intervención pública no hay peor pesadilla que tener que dar una respuesta directa.

Cuando se observa el discurso (retórica) en los políticos, según el tipo de intervención que hacen los candidatos, éstas se pueden caracterizar siguiendo la tradición más larga y primera en este arte, la de los griegos, como iniciadores de los discursos, y registrados en las obras sobre  vida de Cicerón –novelas escritas por Robert Harris por ejemplo– a través de las siguientes dos alternativas:

Una escuela retórica, llamada como el método asiático: discurso complejo y florido, lleno de frases altisonantes y rimas cantarinas, grandes gestos; algunos incluso se dan el lujo de moverse mucho por el espacio desde donde discursan.

La otra escuela era la de Apolonio Molón: no te muevas mucho, mantén la cabeza erguida, cíñete al asunto en cuestión, hazlos reír, hazlos llorar y, en cuanto te hayas ganado su simpatía, siéntate; ya que “nada se seca más rápidamente que una lágrima”. Nada de juguetear con los dedos, no mover los hombros, los ojos han de seguir siempre la dirección del gesto, salvo cuando se trate de rechazar algo.

Lógicamente, no me refiero al mensaje que el político emite, sino a la forma en la que lo hace, a menudo es la parte menos analizada por analistas y opinadores de la política Por un deseo de complejizar siempre las explicaciones, no nos damos cuenta de que las relaciones más simples a menudo son en las que se encuentra más contundencia.

Si observamos a nuestros actuales candidatos podemos decir que tienen sus propias particularidades, así por ejemplo Evo Morales se encuentra más cerca de la escuela Molón; mientras que Carlos Mesa es un híbrido de estas porque ciertamente tiene un discurso florido y complejo, grandes gestos, pero no se mueve y mantiene la cabeza erguida; pero a diferencia de Evo, que se empeña más por mover los sentimientos, Mesa mantiene su lado complejo. Por otro lado, Óscar Ortiz es un intento mucho menor en discurso complejo y florido con mezcla de movilización sentimental, le cuesta salir de su imagen del buen tecnócrata auditor.

La puesta en escena de los candidatos es un aspecto que suele ser calibrado por los estrategas de las campañas, quizá con los tiempos que corren en los que más que interesarnos las ideas de los políticos, nos interesa lo que son los candidatos. Entonces, el estilo de la forma de discursear termina siendo un factor decisivo a la hora de conectar con electorados, hoy bastante emotivos y defensores de alguna causa, que esperan de los candidatos un mínimo de empatía y claridad que suene a sinceridad en sus gestos y palabras, sino recuerden que en la primera potencia económica tenemos a un político que según las personas pudiera ser un rufián pero al final de cuentas parece sincero.

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Los desafíos políticos de la oposición

A propósito de la última reunión del 24 de mayo en Santa Cruz entre comités cívicos, CONADE, y candidatos a la presidencia de oposición; posteriormente, luego de la marcha del 10 de junio desde El Alto hasta el TSE para exigir la renuncia de los vocales, vimos que la posición oficial desde el gobierno fue que se trataba de un intento de boicot a las elecciones generales de octubre.

Mi tesis es que no hay tal boicot, pero antes que aplaudan los de la tribu movilizada, creo que la situación es peor que eso, en especial para la clase política que contiene la oposición política de hoy, me explico en dos puntos:

La disponibilidad social de un líder: un sociólogo boliviano proponía esta idea hace tiempo, no es mi intención desplegar libros, pero ciertamente los síntomas de la necesidad de liderazgo en la oposición son más que evidentes, que los actores centrales de las últimas movilizaciones hayan sido comités cívicos y CONADE sin duda es una prueba de la ausencia de alguien que se encargue de articular la gama de objetivos e intereses que tienen los actores críticos al gobierno.

En esta ausencia y mientras existe la necesidad de tener un liderazgo político, tenemos un vacío que a parte de reclamarle al gobierno lo que hace, en realidad lo que están mostrando es decirle a la oposición las tareas postergadas que lleva acumulando en sus haberes. 

Es decir, a parte de la protesta legítima en la que se pueda participar, también se debe acompañar con tareas concretas como por ejemplo llevar una tarea de fiscalización constante para garantizar el cumplimiento correcto del calendario electoral en todas sus etapas, presionar para que estén presentes la mayor cantidad de veedores internacionales y finalmente el día mismo de la elección coordinar con la ciudadanía el control electoral de la mayor cantidad de mesas, de cara a tener un proceso electoral lo mejor fiscalizado posible; es decir: trabajen pues.

La traducción de la democracia en números y en la calle: se ha dicho mucho en estos tiempos de que las redes sociales se constituyen en la nueva plaza pública que va reemplazar a las grandes concentraciones tradicionales, véase especialmente declaraciones de voceros de Comunidad Ciudadana; pero paradójicamente el deseo de aparecer en las grandes concentraciones por parte de los candidatos es algo que no se puede obviar.

El problema es que la sola presencia de ellos en las concentraciones de protesta no garantiza que vayan a retomar positivamente posiciones en la intención de voto a su favor, aumenta las selfies sí pero no necesariamente los votos.

La calle sigue siendo el factor de resolución determinante de las disputas políticas, y más aún si se sostiene el mensaje de que este es un momento excepcional electoral, entonces no es lo más adecuado andarse paseando tan tranquilamente por estas y sus mercados compartiendo como lo haría cualquier candidato en una campaña normal, un plato de comida como un gran acontecimiento social en un comedor popular.

En definitiva falta dejar de hacer aquello que se nos acusa a los bolivianos en su acartonada forma de hablar mucho y decir poco, y dado que esta campaña parece que tiene todas las de ser una que se caracterice por una guerra de acusaciones en lugar de un debate de proyectos, entonces se entiende que la agitación de banderas simbólicas como desencadenante de las movilizaciones son cruciales, otra vez a modo de observación general: no están haciendo su trabajo jugando a la política y tampoco se están dedicando a llamar a las protestas por algo que no provenga desde lo extra partidario.

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El dilema del prisionero de los candidatos presidenciales

En el desenlace por la competencia electoral de la última semana, y quizá sea la marca central de la política hasta la elección de octubre, se evidencia una suerte de poner a prueba la voluntad política de la oposición desde el lado del oficialismo.

Una argumentación gráfica de lo que ocurre con la oposición boliviana puede acercarse a lo que se conoce como el dilema del prisionero. Para resumirlo, se trata de un juego en el que se observa cómo reaccionan unos sospechosos entre ellos, si se acusan, se callan, o ambos confiesan. En ese juego, según el tipo de reacción de las tres mencionadas antes, puede generarse una pena determinada.

Lo pongo en el contexto del juego preelectoral actual de la oposición, para comenzar el tema que los mueve principalmente es el miedo -expresado en distintas formas- a ganar, a ver amenazado su prestigio, a perder, etc. Entonces uno puede imaginarse que su denominador común no es la cooperación mutua en la línea de construir una sola candidatura, pensando como parece ser el clamor popular de que eso podría inclinar hacia el voto útil y la correspondiente victoria electoral.

Pensemos en las dos candidaturas que hasta ahora las encuestas de intención de voto arrojan como las principales, Carlos De Mesa y Oscar Ortiz. Ahora como parte del dilema del prisionero, el mejor escenario sería la cooperación mutua, pero como el eje central de una posible cooperación no es un planteamiento de nuevo sentido común en Bolivia, y lo que más parece es una serie de miradas personales, sean de acusación verbal o de contención principista, es que ambos parten de la premisa de la desconfianza mutua.

El segundo escenario es que uno acuse al otro de algo tan terrible que lo termine por hundir políticamente, de esta manera solamente uno de los dos prevalecerá en el juego electoral. Ya vimos cómo Ortiz se adelantó en esto al decirle a De Mesa que era un turista de la política, uno que hacía política desde su “sofacito”, que colaboró con el MAS, que no fue verdadero opositor desde el principio, etc. El rendimiento de esta acción solamente la veremos traducida en votos en el último tramo electoral, mi sospecha es que no basta para ganar.

El tercer escenario es que ambos se acusen mutuamente o acusen a uno tercero, pero al mismo tiempo, aquí las ganancias pudieran ser repartidas proporcionalmente según el peso electoral que vayan acumulando hasta el final del tramo electoral.

Como verán, excepto en el primer escenario del juego del dilema del prisionero electoral, estos podrían ganar sin tener necesidad de depender demasiado del último minuto electoral, pero más parecen estar entregados a los rezos de un electorado volátil que los podría hacer crecer unos puntos repartiéndoles ganancias expresadas en votos de manera proporcional o hundiendo a uno de ellos mandándolo a la jubilación político partidaria.

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