El CHI-vo expiatorio
Este texto fue escrito por el politológo Marcelo Arequipa y la socióloga Luciana Jáuregui
Hace un par de semanas, el candidato Chi Hyun Chung del PDC era visto como la cara anecdótica e irrisoria de la contienda electoral. Hasta que aparecieron las encuestas de intención de voto que lo ubican disputando el tercer lugar de la preferencia electoral con un crecimiento vertiginoso.
Desde entonces Chi empezó a encarnar la figura del chivo expiatorio de las culpas electorales, en un intento por exculpar la incapacidad de la clase política para ejercer una representación política efectiva. Mientras tanto, Chi parece haber dado con la veta de la mina del malestar colectivo, recogiendo las sensibilidades conservadoras que procuran restituir el papel de la familia tradicional, la religión y la autoridad. De ahí que el ascenso de su caudal electoral se nutra de la falta de identificación de los indecisos y de los votantes volátiles resignados hasta entonces con lo que había en el menú electoral.
En el fondo, el candidato del PDC recoge tres tendencias conservadoras de oposición al proyecto hegemónico actual: el descontento democrático (liberal), la restitución moral y religiosa, y el fomento al emprendedurismo y al capital privado.
Pero la disputa no se reduce solamente al campo opositor, Chi también merma el sustrato popular del proyecto oficialista, en el momento que recoge la sinuosa combinación entre la restitución moral y la economía informal. El vacío parece apuntar al abandono de la importancia de la identidad y la pertenencia en la política actual, dada la necesidad permanente de conectar con las sensibilidades colectivas para dotarles de un discurso renovado y de una orientación más progresista. Más fácil resulta hallar un chivo expiatorio que nos exima a todos de la cuota parte de responsabilidad que tenemos, tanto a los partidos todos por su desconexión social como a nosotros por adoptar un progresismo “figureti”.
En el escenario electoral, el más afectado fue BDN. Chi desplazó el perfil tecnócrata-racional de Ortiz, presentándose como el candidato moral-emotivo, capaz de “restituir el lazo social” frente a los avances democratizadores del último tiempo.
La reacción de BDN fue la subestimación de lo simbólico reduciéndolo a su dimensión religiosa y alegando que esto no alcanza para gobernar. Tal miopía asume que al develar el mecanismo del encantamiento desaparecen sus efectos, descargando su responsabilidad de no poder reconocer que la política es, entre otras cosas, la lucha por el sentido. Paradójicamente, la presencia de Chi sí logró dotarles de un sentido de autoconciencia en la que, por primera vez, se reconocen como un proyecto político de derecha, algo impensable en la vida política del país.
Por su parte, Comunidad Ciudadana se exculpó mediante nuestro chivo expiatorio, apelando al voto útil para encubrir su falta de capacidad de generar un proyecto alternativo, aglutinar a otros sectores sociales afines y generar alianzas partidarias con sus adversarios; en otras palabras, para construir un bloque de poder. Sus referencias políticas continúan ancladas en el pasado sin poder sobrepasar la corrección política pues, a sus ojos, Chi expresa lo retrógado pero desde el lado de una suerte de reposición señorial, que no hace más que evidenciarlos como un partido abstraído de lo popular.
Para el MAS, Chi es visto como un elemento circunstancial en la oposición que no representa ninguna amenaza real. Tal banalización no permite tener una lectura autocrítica del abandono progresivo del carácter político de su proyecto, a favor de la priorización de una agenda de gestión pública que olvida los sentidos de pertenencia e identidad propios de su naturaleza inicial. Por eso Chi apunta a esa vacancia procurando romper la brecha entre lo conservador y lo popular, erosionando lo que hasta ahora era una coordenada neurálgica de la división del campo político. Por eso no es casual que Chi concentre la mayor intención de voto en departamentos del occidente del país cuyos bolsones electorales pertenecían al MAS.
Por último, más allá de las muestras rimbombantes de los discursos democráticos e inclusivos, parece que los cambios no calaron fondo y somos nomás más conservadores que lo que quisiéramos. Así, frente a la ausencia de representación e identificación política, Chi abona un terreno fértil de predisposición colectiva, recoge la insatisfacción con los políticos, se presenta como guardián de las convicciones y articula las sensibilidades colectivas tradicionales, dotándoles de discurso con forma y sentido y hasta de proyecto. Por eso, la magia del Chi-vo expiatorio es conjurar lo hasta ahora escondido, nombrarlo y por tanto hacerlo existir.