El dilema del prisionero de los candidatos presidenciales
Una argumentación gráfica de lo que ocurre con la oposición boliviana puede acercarse a lo que se conoce como el dilema del prisionero.
En el desenlace por la competencia electoral de la última semana, y quizá sea la marca central de la política hasta la elección de octubre, se evidencia una suerte de poner a prueba la voluntad política de la oposición desde el lado del oficialismo.
Una argumentación gráfica de lo que ocurre con la oposición boliviana puede acercarse a lo que se conoce como el dilema del prisionero. Para resumirlo, se trata de un juego en el que se observa cómo reaccionan unos sospechosos entre ellos, si se acusan, se callan, o ambos confiesan. En ese juego, según el tipo de reacción de las tres mencionadas antes, puede generarse una pena determinada.
Lo pongo en el contexto del juego preelectoral actual de la oposición, para comenzar el tema que los mueve principalmente es el miedo -expresado en distintas formas- a ganar, a ver amenazado su prestigio, a perder, etc. Entonces uno puede imaginarse que su denominador común no es la cooperación mutua en la línea de construir una sola candidatura, pensando como parece ser el clamor popular de que eso podría inclinar hacia el voto útil y la correspondiente victoria electoral.
Pensemos en las dos candidaturas que hasta ahora las encuestas de intención de voto arrojan como las principales, Carlos De Mesa y Oscar Ortiz. Ahora como parte del dilema del prisionero, el mejor escenario sería la cooperación mutua, pero como el eje central de una posible cooperación no es un planteamiento de nuevo sentido común en Bolivia, y lo que más parece es una serie de miradas personales, sean de acusación verbal o de contención principista, es que ambos parten de la premisa de la desconfianza mutua.
El segundo escenario es que uno acuse al otro de algo tan terrible que lo termine por hundir políticamente, de esta manera solamente uno de los dos prevalecerá en el juego electoral. Ya vimos cómo Ortiz se adelantó en esto al decirle a De Mesa que era un turista de la política, uno que hacía política desde su “sofacito”, que colaboró con el MAS, que no fue verdadero opositor desde el principio, etc. El rendimiento de esta acción solamente la veremos traducida en votos en el último tramo electoral, mi sospecha es que no basta para ganar.
El tercer escenario es que ambos se acusen mutuamente o acusen a uno tercero, pero al mismo tiempo, aquí las ganancias pudieran ser repartidas proporcionalmente según el peso electoral que vayan acumulando hasta el final del tramo electoral.
Como verán, excepto en el primer escenario del juego del dilema del prisionero electoral, estos podrían ganar sin tener necesidad de depender demasiado del último minuto electoral, pero más parecen estar entregados a los rezos de un electorado volátil que los podría hacer crecer unos puntos repartiéndoles ganancias expresadas en votos de manera proporcional o hundiendo a uno de ellos mandándolo a la jubilación político partidaria.