Blog de Oscar Díaz Arnau

Los medios al poder

En gobiernos pertinaces como el actual, el acaparamiento del poder incluye la cooptación de los medios de comunicación. Sirvan las elecciones que se avecinan de pretexto para tratar de entender el grado de influencia de los medios de comunicación en la potenciación o el debilitamiento de la imagen de tal o cual candidato.

Siempre se especuló acerca de que los medios eran el “cuarto poder del Estado”. Nadie podría comprobar con planillas que lo fueran; no pasó casi nunca por allí —por el recelo— aquel vínculo (Estado-medios), sino por el poder que estos constituyen de manera fáctica. Los medios siempre fueron poderosos, pero convendría preguntarse, a riesgo de obtener respuestas lábiles, si alguna vez tanto como hoy.

Conviene también aclarar que los “medios”, hoy, no son únicamente la TV, la radio y el periódico. Y aunque tienen una imprevista competencia en las redes sociales, la conexión de los públicos con la “caja boba”, por ejemplo, surte un efecto todavía inigualable.

La Fundación UNIR lo corrobora en diferentes estudios. Para el caso de esta columna, en su Consulta Ciudadana “Tu palabra sobre las noticias: Elecciones 2014” que en resumidas cuentas dice que los medios —los viejos medios— son especialmente útiles para la definición del voto de la gente, al menos, en La Paz, El Alto, Santa Cruz y Cochabamba.

Dado que la información juega un papel fundamental en época de elecciones, resulta clave entender qué pasa en Bolivia con los medios y sus intenciones políticas. Haciendo un somero análisis de las tendencias de cada canal, radio y periódico, siendo todavía —sospechosamente— difusa la propiedad de varios de ellos, no es necesario un gran esfuerzo para reconocer que, por una lógica de paulatina concentración de medios (y por ende de poder), predominan los mimos al oficialismo y los ataques a la oposición.

Ya no es tan fácil diferenciar entre un medio público-estatal y uno privado. Algunas de las más prestigiosas empresas periodísticas del país han sido capturadas por el oficialismo, sin importarles demasiado si con esto perdían independencia o credibilidad. De pronto se han instalado cómodamente en el trono del Palacio, suponiendo que en la otra pata de esta tríada de poder estarían situadas las cada vez más invisibles organizaciones sociales.

No de otro modo se reprodujeron los tentáculos del poder desmesurado del MAS. La paciente construcción de un sistema de medios —populares al principio, con periódicos y con redes televisivas después— se condice, literalmente, con la frase maquiavélica: “el fin justifica los medios”. Así se cuece el poder, a fuego lento, desde los medios. Y así el poder se deglute a los medios, antes ubicados en un “discreto” cuarto lugar dentro de la republicana escala de valores del Estado. A propósito de valores, tal parece que la continuidad de Evo en el poder no tiene precio: no hubo problema en menoscabar la CPE escrita por los actuales gobernantes, ¿qué valor pueden tener unas cuantas conciencias?

La colusión entre poder y medios da como resultado una complacencia periodística en línea con los intereses del partido. Por eso no todos reconocen que la alternancia en el poder es lo recomendable en cualquier democracia, que el poder ilimitado y la falta de contrapesos en la política no han dejado buenas experiencias en el mundo, y que el excesivo poder envilece, aletarga y, hoy más que nunca comprobado, también corrompe.

El voto consciente debería ser consecuencia de un voto informado. Pero la información tiende a monopolizarse, con la instrumentalización de los medios se llega al poder y esto representa una amenaza para la democracia.

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Cerati, eutanasia y la tristeza y la alegría de morir

Despertamos y, pasado el temblor, la ruina queda; es ese el sacudón del desconcierto. Cerati partió definitivamente y volvió a patear el tablero dejando un recital de sensaciones encontradas, de dolor y alivio, de tristeza y alegría. No hubo milagro. Tarda en llegar pero, al final, ¿hay recompensa?

Los ídolos tarde o temprano se convierten en leyendas; él era ya eso, un personaje de culto que sin embargo tasa más en la bolsa de valores humanos ahora, después de muerto o, mejor dicho, después de haber vivido. Me avergüenza pensar en que hacía falta que se vaya nomás para, entonces sí, reconocerlo inmenso.

Para quienes lo amamos desde la pasión de la música que entra por los oídos y adormece el alma recordarlo, como se hace con los recuerdos burdos, agusanados, que sabemos que no volverán a ser, conmueve hasta la médula… Sus canciones, animales, útiles para usarlas en la cabeza como un revólver. Su estampa, primero el flaco pelilargo, estéticamente horrible, a tono con la época; después la personalidad de la voz, y la embriagadora guitarra con pedalera en tres líneas, parte de sus aproximaciones al sonido electrónico. Su completitud, su “arquitectura”, como la describió el genio de Charly García; era “elegante”, dijo de él, atildado, el Grillo Villegas.

Caen algunos fácilmente en el recuerdo de sus melodías, de su música más ligera y no está mal; en eso debe consistir el éxito. Él ofrecía un plus, como agudo, como perfeccionista, como experimental, siempre buscando no repetir mil veces las mismas cosas.

Soda Stereo perdió la voz pero no la cadencia, el temple de la banda que marcó los pasos del rock y el pop contemporáneos en nuestro idioma. Charly Alberti y Zeta Bosio son también grandes, lo mismo que los cuartos del trío, Tweety González, Daniel Melero y mi preferido, Fabián Vön Quintiero, entre otros que aportaron desde los teclados en un grupo visualmente hecho para la guitarra, la batería y el bajo.

Él trasciende lo generacional. Fuera de las recurrencias, el maestro Cerati deja no solamente sus éxitos y sus canciones menos conocidas —como siempre, las mejores—. Con discreción, entre caníbales, deja planchada sobre su ataúd una controversia, la de la eutanasia, habiéndose muerto bastante antes de que lo declararan oficialmente no vivo.

Nadie se atrevería a celebrar la muerte de un ser querido. A no ser que morir significara descansar, librarse de un sufrimiento inhumano. A no ser que vivir fuese simplemente no estar muerto; “y sin embargo, lates”, ¿no? ¿Habrá modos de “alegrarse” (así, casi con felicidad) por la muerte de alguien muy querido, muy admirado, que no vivía sin haberse muerto? Podemos entender que tarda en llegar, pero, al final, ¿hay recompensa?

Queda en la retina su sinfónico en el Avenida. Su unplugged para MTV. Su “Ruido Blanco” en vivo. Más atrás todavía, su aparición ante el gran público rompiendo esquemas (yo vi a los Soda por primera vez creo que en “Mesa de Noticias”, del gordo Mesa y Gianni Lunadei, allá por el 85-86: eran un perfecto desastre visual, una sobredosis de TV. Después salté a rabiar con ellos, varias veces, en el Delmi salteño).

Queda el consuelo de que los inolvidables no mueren nunca. Quedan sus discos, todos guardados en la memoria real —y caduca, de cuando uno la traía incorporada y no hacía falta comprarla por gigas en la calle—. Su impagable dúo con la Negra Sosa (¿y pedimos recompensa?). Su madre, que sabe bien cómo —al final, al final— su hijo perdió una batalla mientras nosotros, pasado el temblor, nos quedamos en la ruina por el desconcierto. Algo así como aliviados con la pena de saberlo muerto.

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Saber

El que más sabe, sabe que sabe poco o nada. Esto, por supuesto, no es nada nuevo.

A medida que pasan los años, naturalmente acumulamos información. Pero el que más sabe, sabe que nunca es suficiente. Que la cuantía no importa tanto; al contrario, el tiempo le enseña a ser prudente porque el que sabe no ostenta, ahorra sabiduría.

La ostentación está reñida con la sabiduría. Parte del saber consiste en saber callar y saber escuchar: escuchando se aprende más que hablando, lo mismo que leyendo uno se cultiva más que escribiendo. Esto, lo sabemos, no es nada nuevo.

De los que no saben, uno tiene el serio problema de que vive engañado porque cree saber; es el necio. Él, no por culpa suya sino por necedad, lo poco que sabe rápidamente lo desperdicia por ser como es (somos como somos). Aunque se esfuerce en convencernos con (típicas) afectaciones no sabe, el necio, la clave del que sabe.

La clave del que sabe parece estar en la toma de conciencia de que su sabiduría sería directamente proporcional al paso del tiempo: mientras más años tiene, más comprendería que lo que sabe no alcanza, de que sabe poco. O nada; decía Sócrates: “solo sé que no sé nada”. Por esto mismo, nada de todo esto es nuevo.

Saber, conocer, aprender, comprender… Se puede conocer mucho y saber poco o nada. Se puede conocer y saber mucho —mucho que al final es nada porque, volviendo al principio, el que más sabe, sabe que sabe poco. O directamente nada.

¿Cuál es el truco del que sabe? Aprende a transformar el conocimiento en saber.

Acumular información sin formarse una opinión resulta escaso, superficial. Quien se informa pero no procesa la novedad con razonamiento, quien no genera análisis o no enriquece —o cualifica— aquella información primigenia, no debería llegar a saber. A lo sumo, tendría que conocer. Y estarse cómodamente en la mediocridad.

Incomoda salir del reposo de la flojera (somos lo que somos: escasos y, encima, perezosos). La archiconocida figura de la pequeñez del hombre frente a la grandeza del universo sirve también para ilustrar lo poco que sabemos, lo que alcanzamos a asir de todo lo inalcanzable que nos rodea. Somos, nomás, tan poco como lo que sabemos.

Leo actualmente una novela de no importa quién y el autor me convida esta frase: “solo alcanzas la madurez cuando has dejado de tener padres”. Pienso en la soledad insalvable del que pierde lo que no se debería perder nunca. “Una de las pocas cosas que he aprendido en la vida: evita a las mujeres solas que tienen gatos”, dice el escritor. Y yo pienso que debió aprenderlo de algún lado, quizá conocerlo, comprenderlo; con suerte, saberlo. El tiempo —la vida— debería enseñar a comprender que lo que se sabe, cuando se sabe, no alcanza. Que ahorrar en sabiduría, economizando en vanidad, tiene su recompensa.

Pero el necio no aprende fácilmente. Lo poco que sabe, lo pierde sin mucho esfuerzo. De prudencia, por ejemplo, sabe nada; con suerte, poco. Al final, somos como somos.

Nada nuevo bajo el sol.

De mediocres estamos hasta el cuello; hay casi tantos como pretensiosos. En las esquinas, en los ascensores, en las oficinas, en los hospitales, en los shoppings, en las plazas de estilo colonial. Es, parece, una cuestión cultural. Nos encanta condimentar nuestras ordinarias exigüidades con la llajua de la pereza.

Usted que lee esto probablemente haya notado que lo que sabe no le alcanza, que sabe, sí, pero poco. En realidad, siendo sinceros, nos falta mucho —o todo— para saber.

Nada de todo esto es nuevo, ¿o sí? A veces no nos damos cuenta de todo esto y todo esto, faltos de humidad, nos tiene sin cuidado.

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Robin Williams y el destino del suicida

Naturalmente “bueno”, un ser querible a la primera mirada, ¿cómo no vamos a estar tristes? No importa si él ni siquiera sabía de nuestra existencia, a veces, muchas veces, conviene soñar. Al fin y al cabo, como nos dejó dicho en una de sus películas, “solo al soñar tenemos libertad”.

Yo era apenas un niño cuando supe de él y por entonces su personalidad actuaba en mí como un imán, porque todos los días encendía la televisión a la misma hora y me dejaba llevar a otro planeta gracias a sus feraces ocurrencias. Yo, solo quería ver la entrada en escena de Mork, que haciendo dupla con Mindy derrochaba mucho más que hiperactividad y por eso, y por esos misterios del genio actoral, establecía un contacto etéreo conmigo, atravesando el vidrio de la pantalla todavía en blanco y negro.

Él sí era originario de otro planeta y se movía como un robot y siempre hablaba a solas con un tal Orson, a quien daba cuenta de sus novedosas experiencias en la Tierra. Yo solamente esperaba que formase una tijera, separando los dedos índice y mayor del anular y el meñique, para saludar como él sabía hacerlo: con un “neno-neno”. Mork & Mindy era la típica comedia norteamericana en la que los actores hacen una broma y esperan las risas grabadas antes de seguir adelante con el guion.

Después, en La sociedad de los poetas muertos me ilusionó con un maravilloso mundo de mentira, con la calidad y la calidez del maestro que enseña a corazón abierto. Tuve que esperar un tiempo para saber que este hombre tenía el don de enamorar con la personalidad; lidiando con la adolescencia no podía imaginar que la vida corre a su ritmo, que uno detecta luces, señales de la verdad de las cosas, cuando los años pasan o cuando la gente se muere.

Todos vamos a morir algún día. Solo que algunos deciden adelantarse. Entonces, surgen las incomprensiones producto de nuestra infinita capacidad de no entender, de no saber. ¿Era ese su destino? ¿Existe el destino? El suicida, ¿es un cobarde? O, no yendo tan lejos: ¿Cómo alguien que destilaba amor, que infundía optimismo a raudales, que generalmente hacía reír, pudo ser capaz de hacer lo que hizo dejándonos a todos con la aterradora sensación de incredulidad para lo que nos queda por andar?

Un hombre preocupado por la sonrisa de los demás no es, precisamente, una norma en el egoísta y despersonalizado mundo de hoy. Y sin embargo, había en él la mirada que oculta ese “no sé qué” de los ojos del payaso (de ahí, quizá, la vieja sospecha —alimentada por la lágrima blanca derramándose en el rostro— de la tristeza del payaso). Esto se patentizó en Patch Adams: no tanto actor, personaje, sabía Robin Williams hacernos llorar tanto como reír.

Los demonios no pueden ser más injustos atormentando siempre a los más sensibles. A los dulces que humedecen los ojos de gente completamente desconocida y traspasando mágicamente el vidrio de la pantalla, por fin, a colores. Injustos con nosotros, que encendemos el televisor todos los días y la apagamos al rato porque Mork no viene a rescatarnos de la Tierra. El infierno, a veces, muchas veces, está aquí; soledad, tristeza, drogas, alcohol, depresión... ¿hasta dónde puede aguantar un espíritu débil?

Y un día el Hombre bicentenario se cansó de seguir viviendo... Acá, los que no sabemos nada, decimos: “no le encontró más sentido a la vida”. Naturalmente bueno, un ser querible a la primera mirada, ¿cómo no vamos a estar tristes?

Y mientras tanto, el mar trae una caricia para el alma de los soñadores desprotegidos. El mensaje de la botella dice que a las costas españolas una bebé, “Princesa”, llegó sola (sí, sola) en un bote inflable…

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Reelección indefinida

Han pasado siete años del hallazgo periodístico que hicimos los, por entonces, dos corresponsales de La Razón en Sucre. Corrían los días de la Asamblea Constituyente y esa mañana estábamos en el Colegio Junín, donde trabajaban cotidianamente los asambleístas, hasta que, por esas casualidades de la profesión, entrevistamos a uno de ellos, el mismo que hoy ocupa un cargo público y esto no es ninguna casualidad porque, como muchos de sus colegas, él también fue relocalizado en una institución estatal.

Este constituyente por el MAS nos mostró el informe por mayoría de Ejecutivo, la comisión que había aprobado el siguiente texto: “La Presidenta o Presidente y Vicepresidenta o Vicepresidente, podrán ser reelectos consecutivamente por voluntad del pueblo” (sic). Era la primera vez que en un papel oficial se consignaba la intención de insertar en la Constitución Política del Estado (CPE) un artículo para posibilitar la elección ilimitada de Evo Morales. Pero era, también, el inicio de nuestra investigación.

Accedimos al primer borrador de CPE que había elaborado el MAS con los recortes de ¡496 artículos! realizados por asesores de ese partido y del Pacto de Unidad, organización aglutinadora de campesinos e indígenas; como los asesores tenían la misión de reducir los ¡830 artículos! producidos por los constituyentes, seguramente luego de un concienzudo trabajo, haciendo la resta los dejaron en 334.

En nuestro ir y venir de una fuente a otra constatamos que los diligentes asesores, en realidad, fueron un poco más allá, cambiando decisiones de fondo que se habían tomado en la Asamblea. Esto molestó a la bancada del MAS, uno de cuyos asambleístas repasó junto a nosotros el borrador de CPE definido por los “intrusos” y verificó que, por ejemplo, el ‘Cuarto Poder’ o ‘Control Social’ había sido limpiado del proyecto de Carta Magna, a pesar de que el informe por mayoría de la comisión Otros Órganos del Estado lo había incluido después de meses de discusión.

Así también varió el espinoso tema de la reelección presidencial indefinida, respecto del texto aprobado en la comisión Ejecutivo. Los expertos purificadores —algunos de ellos extranjeros— lo introdujeron en el Art. 144 del borrador masista, quedando así: “El periodo de mandato constitucional será de cinco años, revocable y pudiendo ser reelectos consecutivamente por voluntad del pueblo”. El espíritu del artículo nunca cambió: la intención era la misma desde el principio y fue respetada por los asesores.

A siete años de la noticia que dimos desde Sucre, todavía se habla del empeño de Morales de perpetuarse en el poder. Carlos Mesa, en su artículo “Elecciones: La palabra es polarización”, escribió que “el Presidente y su partido construyeron la hegemonía, creen en ella y apuestan por quedarse indefinidamente en el poder”. Lo de la reelección indefinida no es ningún invento ni patraña electoralista: revisando los periódicos de aquellos tiempos, al menos un vocero del MAS reconoció abiertamente esa posibilidad.

¿Qué dice finalmente la CPE aprobada en Oruro? Está en el artículo 168: “El periodo de mandato de la Presidenta o del Presidente y de la Vicepresidenta o del Vicepresidente del Estado es de cinco años, y pueden ser reelectas o reelectos por una sola vez de manera continua”. Evo Morales llegó al poder en 2005, fue reelecto en 2009 y ahora va por su tercer mandato. El primero no vale, dicen, porque la nueva CPE entró en vigencia después. Y de todos modos, se ve venir una grosera modificación constitucional para eternizar al Presidente en el Palacio que él hará construir a gusto y antojo, como buen dueño de casa.

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La moral del fútbol

En fútbol, la medida de lo bueno y de lo malo no es la misma que la que existe fuera de él. Por eso desde el exterior cuesta digerir la burla de unos contra otros allí dentro, más aún si se desconoce que, a esta altura del campeonato, el escarnio forma parte del juego.

Los advenedizos que lo siguen cada cuatro años deben saber que este deporte no está encorsetado al rectángulo verde con líneas blancas y 22 individuos tratando de hacer equipo… El que no entiende de fútbol, difícilmente entenderá lo que pasa alrededor de él.

La moral, en general, es algo muy serio, restrictivo, como una camisa de fuerza de la que resulta incómodo escapar. Pero el hincha lo logra por noventa minutos, todas las tardes de domingo y acompañado de amigos aunque solo en apariencia porque sufre su propio mundo con la radio en la oreja. El hincha, en realidad, paga su entrada a la evasión, a un lugar fantástico donde imperan otras reglas: las reglas morales del fútbol.

Todo este preámbulo para tratar de explicar las sensaciones encontradas que dejó el Mundial cuando Alemania propinó a los brasileños un doloroso/hilarante 7 a 1 y después venció a los argentinos dejándolos angustiados/“decime qué se siente”.

En fútbol, mofarse del rival está aceptado. Eso mismo que es moralmente reprochable fuera del fútbol, dentro está permitido. “La moral del futbol radica en no solo mostrar lo bueno. Hay cosas inadmisibles en la vida diaria que en el campo se transforman en válidas. Fingir es una de ellas”, dice el escritor Eduardo Sacheri. Un caso emblemático es el de la “mano de Dios”, el 1-0 de Argentina ante los ingleses por una diablura de Maradona.

Las “cargadas” —o las “gastadas”— son parte del folclore del fútbol y el cargador de hoy será el cargado de mañana, por eso la moralina extrafutbolística queda en off side. “Antes o después, el fútbol siempre devuelve la moneda”, suelen decir los españoles. El torneo recién pasado es una muestra de ello: los argentinos que se mofaron de los brasileños, luego recibieron una dosis en portugués y, para rematar, una que nadie esperaba de los parcos alemanes. Son las reglas del juego. Las reglas que imperan dentro y fuera de la cancha, pero en el marco del fútbol.

Las reflexiones que no asumen esos códigos saben a estupidez y se perdonan solamente en boca de “turistas del fútbol”, como los califica con sinceridad la notable Leila Guerriero, que (auto)define a ese turista como “alguien que mira sin entender qué ve”.

Cuando Brasil perdió con Alemania y los argentinos modificaron su “himno” para el Mundial a “Decime qué se 7”, les llovieron las críticas lo mismo que cuando Tinelli mandó a la cancha de su programa a unos empequeñecidos humoristas, en grotesca mofa de los “primos” sudamericanos. Por otra parte, después de la parodia alemana con la “danza de los gauchos”, entre estos —supuestos conocedores de las reglas del juego y curtidos por las idas y vueltas de tribuna a tribuna— hubo críticas a los teutones por “racistas” y otras inseguridades. Para ambos casos: no hay por qué ensuciar el fútbol con morales prestadas. Y si no, conviene no opinar de lo que se ve pero se desconoce.

No obstante, parece que al fútbol le quedan pocas razones, así como poco por inventar: ya todo está escrito en los pies de los jugadores, especialmente de las viejas glorias.

A propósito, el vehemente Horacio Pagani escribió en Twitter: “Si el que gana tiene razón, y puede cargar al perdedor, ¿para qué carajo nos desvelamos y opinamos y calculamos y nos peleamos? Mundo cruel”. A lo que un seguidor le corrigió: “Ganar no da la razón. Solo da derecho a cargar”.

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El reloj y la teoría del palo

Aun viniendo del gobierno de Morales, la sublimación del absurdo —legítimamente confundible con ingenuidad o con ignorancia— no deja de sorprender. Esta administración política se siente cómoda en la lógica de lo ilógico, haciendo el ridículo y ahora último también desorientando a nuestros hijos con símbolos francamente abominables. El “reloj del sur” tiene una sola utilidad: descuenta las horas, los minutos y los segundos de los malos gobernantes en la Plaza Murillo.

Resulta muy divertida la reconstrucción de la escena del crimen. El canciller Choquehuanca tomando de la mano al Presidente, al Vicepresidente y a los ministros para conducirlos hacia el patio trasero del Palacio de Gobierno, donde tiene previsto demostrar empíricamente la teoría del palo. Sol obliga, debe clavar un palo en el piso para ostentar que la sombra en el hemisferio sur “gira”, según él, a la izquierda.

“Izquierda”, palabra fundamental. Si la sombra fuese siempre (recalco: siempre) todo lo díscola que el Canciller se esmera en explicitar con su palo, no caería (no su palo, sino su teoría) en piso roto. Pero la ciencia ha desmentido a Choquehuanca; el físico Francesco Zaratti, por ejemplo, ha sido claro al explicar que “en Bolivia tenemos meses con la sombra hacia el sur y meses con la sombra hacia el norte”.

(Por si quedaran dudas en el vulgo que somos los neófitos en la materia, sustrayéndonos de cualquier alineamiento a convenciones dextrógiras o levógiras, la ‘hora boliviana’ continúa siendo la misma: llegamos tarde a nuestras citas por una cuestión cultural, no porque la sombra en el sur vaya —algunas veces— en sentido contrario a la del norte).

“De la descolonización a la desorientación”, podría titular el último capítulo de la novela pachamámica que viene escribiéndose hace ocho años en Bolivia: ahora vendemos relojes a muñecas llenas. Y, ¿quién no se siente en las nubes, en un mundo real maravilloso pensando que somos tan particulares que “nuestro norte es el sur”? Llegó la hora de, como dice Choquehuanca, “sacudir el cerebro”.

Winston Estremadoiro parece tener la razón cuando dice que el socialismo del siglo XXI es un “guisado que hierve en olla castrista a fracasados de la izquierda latinoamericana”. ¿Choquehuanca no debería estar ocupándose del mar en vez de pensar en la ventajosa comercialización de relojes anárquicos? Este ha resultado ser el Canciller más insólito de la historia, único capaz de desentenderse del asunto más importante de la política exterior boliviana confiado en su terciarización.

Por otra parte, candoroso estuvo el Vicepresidente mientras trataba de explicar la teoría del palo. Sugirió “desnaturalizar” las cosas y alegó que lo del reloj “es esa convocatoria a pensar desde el sur, es una especie de, también, descolonización epistemológica, a que valoremos desde el sur que hay cosas interesantes desde el sur (…) y no estar solamente imitando, y que podemos aportar algo como ellos aportan hacia nosotros”.

Es una pena que un hombre versado como García Linera se ande tropezando con las palabras y acabe hilvanando frases vacuas para salir del hoyo que le cavaron en el patio de su casa; ¡qué ha hecho aquel pobre hombre para que le obliguen a sostener argumentos tales como que relojes “igualitos” (textual de Choquehuanca) están en Internet! En efecto, allí se puede leer que estos sorprendentes relojes analógicos son muy útiles para baños y salones de belleza, donde abundan los espejos.

¿Desnaturalizar? Alguien inteligente no merece estropearse a sí mismo con imprudencias ajenas… salvo que su alto cargo le obligase a defender a un gobierno naturalmente tonto.

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El lenguaje florido del fútbol

A la pelota se le puede pegar tres dedos o mordida, de puntín, de chilena, en palomita, de chanfle, en comba, de volea, colgadita, a quemarropa o con efecto para probablemente dejar al arquero en ridículo o a contrapié. Eso siempre y cuando el “cuidapalos” no haya puesto un cerrojo en su portería porque, de ser así, nadie —mucho menos el “tronco”— podrá meterle un gol ni al arcoíris.

Atrás quedaron los buenos tiempos en los que los extremos se llamaban wines y los actuales “cancerberos”, goalkeapers. Ya no hay más backs ni marcadores de punta: ahora los laterales son más delanteros que defensores y van y vienen como antes solamente lo hacían los número ocho, cuando el 8 era 8. En la línea de fondo estaban cuatro clavados y no cinco ni tres. Y el 5 era clásico; no había doble cinco, o sea, diez.

A propósito, no existen más las alineaciones del 1 al 11, así que el 9 no es más el 9 de área, el que tenía el arco “entre ceja y ceja”. La redonda, o la “caprichosa”, tampoco es la número cinco que de chicos resultaba enorme para nuestros pies; ahora “no se mancha” y, encima, “no dobla” a partir de no sé cuántos metros sobre el nivel del mar. Antes, por otra parte, el árbitro era un señor respetable que prefería la sobriedad, andaba siempre de negro y no se dejaba seducir por la alta costura de la patibularia FIFA.

Por lo menos, el fútbol todavía tiene punteros, mediocampistas y defensores, obreros que tiran y construyen paredes, líneas compactas que se adelantan y hacen pressing. Aunque los goles, al menos en España, ahora se “encajan”; soeces se han vuelto los “monárquicos” y ni a su Madre respetan, a la Madre Patria que los parió… pero, dejemos en paz a los españoles, que últimamente no encajan sino encasillan. Hasta las ironías —como los insultos— han cambiado… nunca serán lo mismo profiriéndose por Internet.

Ahora el debut se produce cada vez más temprano, el jugadorcito no pasa por la primera porque el club grande se lo lleva cuando ni siquiera sabe precisar en el mapa adónde va. Antes, el futbolista salía del potrero, de la calle; a lo sumo del club del barrio, cuando no de la Academia Tahuichi. Ahora, ni siquiera de las inferiores: de la cantera.

De vez en cuando aparecería un crack, un “distinto” que la tenía atada. Ese era el que metía los caños, hacía las bicicletas, daba los pases de rabona y cuando marcaba los goles, babeaba el escudo de la camiseta mientras salía corriendo para abrazarse con la hinchada, como un hombre araña, en el alambrado de la popular.

Era así el fútbol cuando el soccer y hat trick no existían y el negocio dejaba un hueco a la nostalgia. Un pase exacto se entregaba “como con la mano” y generalmente de “zurda mágica”, los centros eran “a la olla”, un “fuera de serie” desparramaba defensores y, si no se “engolosinaba” o se la “morfaba”, metía unos golazos que conmovían hasta las lágrimas porque eran “agónicos” y entraban allá “donde duermen las arañas”; los hacía “de taquito” o “de caño” y, así, no teníamos más alternativa que gritarle al arquero: “¡ponete sotana!”.

Antes, no se sabía qué distancia recorría un jugador durante un partido; eso no importaba. Y al equipo lo alentábamos sobre tablones que se movían como puente colgante, porque, antes, ¡el fútbol se vivía, pues!

El fútbol, como dice Menotti, es mucho más importante que un juego de vida o muerte. Por eso yo no quiero un Mundial en mi país, para que nos sienten a todos como en un teatro y nos obliguen a ser educados. Quiero ver los partidos como Dios manda, comiéndome las uñas y dirigiéndome al réferi con el lenguaje florido del fútbol.

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El votante boliviano

El mayor conflicto del votante boliviano en general no radica tanto en el hecho de tener que elegir —como le ocurre a su homónimo de cualquier país del mundo— entre dos o más opciones, sino en la obligación (aquí el voto es obligatorio) de encontrar una propuesta convincente y, ante todo, saludable. De inicio, las aguas están divididas y por varios factores, uno de ellos el trabajo de hormiga que vino haciendo el masismo para diferenciar a los unos, “buenos” y por tanto socialistas, de los otros, “malos” neoliberales. Así de divorciados nos enrumbamos a octubre, por obra y gracia de la política beligerante.

Nada más que de paso voy a detenerme en la depresiva constatación de que, como el votante boliviano está siendo obligado a ponerse en un brete, las elecciones no necesariamente deben ser un acto reflejo de la felicidad; ni siquiera por el romanticismo de los que tienen el fetiche de asociar toda elección con una “fiesta” de la democracia. Aunque con mala cara, hay que votar. Y —esto es muy importante— procurar hacerlo en dominio de las facultades mentales, “a conciencia”.

Lejísimos de tener la verdad, y casi tanto de saber lo que le conviene al país, al votante boliviano se lo prepara a fuego lento para que haga lo que aprendió a fuerza de la costumbre: ir, un domingo de esos, camino a las urnas. Pero, ¿por quién votará?

1. El votante boliviano que decida renovarle su confianza a Evo Morales no será otro que el buen paisano, aquel hasta el infinito paciente esperador de la llegada del cambio. Aunque no tan convencido que hace ocho años, apoyará la re-reelección de un presidente que juró en falso que se iría a su chacra con una quinceañera luego de cumplir su segundo mandato. Por eso, este votante llevará su conflicto en el pecho, como el atormentado que no encuentra confesor para sacarse de encima ese pecado digno de las peores miserias.

El que vote a conciencia, por más enojado que esté, no debería tener dificultades para eludir la tentación nada cristiana de validar una postulación oficialista urdida en los entresijos de la justicia. No hay mucho que andar para toparse con las inconveniencias (o las laxitudes o las torpezas o las podredumbres) del MAS en el Gobierno. El hecho de que el Presidente sea —además de constructor y probador de canchas sintéticas— líder de un sector social que a sabiendas o indirectamente provee la materia prima para la droga que amenaza a nuestros hijos, es apenas un detalle.

2. El votante boliviano que no siente compromiso moral con el gobierno “del pueblo”, “de las mayorías” y otros tópicos deletéreos, se enfrenta a un conflicto menos culposo. Por ahora, el suyo radica no tanto en la usualmente ardua tarea de distinguir entre buenos y malos, sino en la todavía difusa alternativa con opciones reales al MAS.

Guste o no, una parte de Bolivia exige (necesita) oposición y no cualquiera, no una magra que dé lástima en octubre; es cuestión de obligación y de responsabilidad. Mientras el votante boliviano que no se deja impresionar por la coyuntura macroeconómica espera, a falta de emociones fuertes el país sigue con fruición —como a la telenovela brasileña— los episodios que unos días acercan y otros alejan a los precandidatos. Sin la selección en el Mundial, ni Evo siendo “PEVO” tiene chances de opacar el protagonismo mediático de una oposición dispersa pero hechicera en materia informativa.

¿Conclusión? El votante boliviano no masista habrá de armarse de paciencia, ¡al igual que el buen samaritano! En algún momento uno de los pretendientes se casará con la novia, dejando con los crespos hechos a los que se oponen a la unidad.

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La efeméride disminuida

No hace mucho se instituyeron los días festivos del 22 de Enero por la “Fundación del Estado Plurinacional de Bolivia” y del 21 de Junio por el “Año Nuevo Aymara”. Lo acontecido el 25 de Mayo de 1809 tiene que haber sido algo menor, no tan simpático aunque sea porque, de lo contrario, no quedaría fino pasarlo por alto en el calendario de feriados oficiales. Si de ser originales se trata, humilde resultará mi propuesta del final…

Argentina tiene feriado en honor a la Revolución de Mayo de 1810, es decir, al eco del grito de libertad emitido en América desde Chuquisaca un año antes; el papa Francisco —a propósito— saludó a la presidenta Cristina Fernández con motivo de la “Fiesta Nacional”. Donde se encendió la chispa de la emancipación para toda el área latinoamericana, en Bolivia, esta fecha se reduce a una efeméride departamental.

Cuando el Presidente llega a Chuquisaca los 25 de Mayo con las manos desbordadas de regalos por su costumbre de entregarlos en las efemérides (alegre costumbre, por supuesto, ¿o a quién no le gusta recibir regalos?), él, como muchos otros, se olvida del cumpleaños grande, de la celebración nacional y continental.

Pero la culpa no es suya. Alguien le dice “ve, Evo, lleva regalos a Chuquisaca, es su efeméride”, y él, como muchos otros, reductor de la historia a pesar de su investidura, hace caso. “¡Es la fiesta de los chuquis!”, debe pensar el Presidente, siempre dicharachero él. Pero la fiesta de los chuquis es también de todos los bolivianos.

En fin que, para llorar sobre la sidra derramada en las entregas de obras, la celebración del 205 aniversario del primer grito de libertad en América se restringió a Chuquisaca; oficialmente, hubo feriado departamental. ¿El Gobierno o el país entero no comprende (o no acepta) el valor histórico de esta conmemoración?

Políticamente hablando, hoy, el revolucionario 25 de Mayo no está a la altura del refundacional 22 de Enero y el originario 21 de Junio: nada más retrógrado que la historia ligada a las monarquías. Aunque esa misma historia —la de la sublevación al Rey de España— pudiera servir a cualquier gobierno indígena, hoy, para reivindicar la independencia, la soberanía y la manida dignidad.

No es necesario rasgarse las vestiduras, por ejemplo, frente al centralismo de toda la vida. A muchos chuquisaqueños les falta tomar verdadera conciencia del 25 de Mayo de 1809, y, entonces se entiende por qué esta fecha no tiene ninguna repercusión en el resto del país. La ignorancia puede ser muy cruel. La desidia, más todavía.

El pasado, pisoteado.

Como la competencia plurinacional está centrada en quién idea el feriado menos serio, las propuestas deben ir en ese sentido; aquí va una: Habiendo feriado doble por el importantísimo Carnaval, no desentonaría redondear un terceto con la fecha del debut profesional del Presidente futbolista. Los apasionados por este deporte guardamos nuestras mejores expectativas no para la Copa del Mundo, sino para la entrada a la cancha del mediocampista que en su tiempo libre ejerce de mandatario izquierdista. Y no nos sorprenderá, para nada, su próxima convocatoria a la selección nacional.

Mario Cronenbold, el supino dirigente del club Sport Boys Warnes, ha hecho notar —no sin orgullo— que el día del gran debut se marcarán dos récords mundiales: Evo Morales se convertirá en el único Presidente en actividad dentro del fútbol profesional y, además, en la primera persona de 54 años que se estrenará como jugador no amateur. Motivos suficientes, hay que meterle. Si cae domingo, el feriado se corre nomás para el lunes.

Dársena de papel
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