Blog de Juan José Toro

Fábrica de mentiras

“La primera víctima de una guerra es la verdad”, dijo el barón de Ponsonby y, cada vez que un conflicto decanta las aguas de la información hacia uno u otro lado, la sentencia se hace realidad.

El ejemplo actual es el conflicto potosino. Y, aunque tengamos la referencia, uno se confunde cuando lee este avance de Telesur: “Gobierno reitera diálogo con organismos de la derecha”. Tras leerlo, uno se pregunta a qué se refiere. ¿Hay alguna conversación pendiente con el MNR, ADN o la UCS? Pero entonces uno lee el texto de la noticia y se sorprende al leer que la nota se refiere al Comité Cívico Potosinista (Comcipo).

Durante todo el conflicto, TeleSUR fue particularmente agresivo con Comcipo al que no sólo adjetivó como “derechista” sino que antepuso el adverbio “ultra” en la nota titulada “Bolivia llama al diálogo a comité de la ultraderecha en Potosí”.

Como cualquier periodista sabe, solo se debe publicar las afirmaciones que se puede probar. Para calificar de “derechista” a una organización hay que tener una base mínima de sustento y peor si se le llama de “ultraderecha” porque esta ya denota extremismo. Incluso hoy en día, solo se puede considerar de ultraderecha a partidos ya desaparecidos como el nacionalsocialista de Adolf Hitler o los fascios italianos de combate de Benito Mussolini.

Por lo que pude averiguar, TeleSUR nunca se contactó con los dirigentes de Comcipo para entrevistarlos o realizarles preguntas que les permita saber si, en efecto, son ultraderechistas.

Lo que pasa es que TeleSUR no es un medio periodístico sino de propaganda. Fue fundado por el fallecido presidente de Venezuela Hugo Chávez y es financiado por los gobiernos de ese país, de Argentina, Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua y Uruguay.

La propaganda no es periodismo. Sus fines son propagar doctrinas y atraer adeptos. Su estrategia es la repetición con el objetivo de influir en la actitud de una comunidad respecto a alguna causa o posición. Se basa en la famosa fórmula del ministro de propaganda de Hitler, Joseph Goebbels: “Si una mentira se repite las suficientes veces, acaba convirtiéndose en la verdad”.

Durante el conflicto potosino, TeleSUR no hizo periodismo sino propaganda. Defendió a uno de sus financiadores, el Gobierno boliviano, mediante la repetición de mensajes tendenciosos y falsos que buscaban que su público acepte la verdad del Gobierno boliviano.

Tras ver la forma en la que esa red televisiva falseó la verdad y la repitió descaradamente, habrá que reconocer que algunos medios del Estado boliviano no llegan a esos extremos. Si bien están inclinados al lado del Gobierno, el diario Cambio y la agencia ABI por lo menos ofrecen textos bien redactados que respetan algunas normas periodísticas. Los masivos, como Bolivia TV y las emisoras de la red Patria Nueva se disparan, gracias a la impericia de los conductores de programas, y caen fácilmente en la mentira.

Pero el Gobierno de Evo Morales no solo dispone de medios estatales, muchos de los cuales fueron adquiridos bajo su administración, sino de una importante cantidad de medios paraestatales; es decir, medios supuestamente independientes que, en realidad, tienen la tarea de defenderlo.

Esos medios son los que reprodujeron la propaganda del gobierno durante el conflicto y en algunas ocasiones hasta llegaron a atacar a Comcipo y al pueblo potosino.

Así, de manera desigual, se libró la guerra mediática en la que Potosí terminó perdiendo cuando no jugó de local.

 

   

 

  

 

 

 

 

 

 

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

 

 

Surazo
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Estar en el mapa

Hace cinco años, Potosí vivía una huelga como la de este 2015 y por los mismos motivos. Las garitas y las calles de la ciudad estaban bloqueadas y los piquetes de huelga de hambre se multiplicaban como hongos. La población sufría pero la prensa nacional sólo le prestó atención al movimiento cuando este tenía varios días de haberse iniciado.

Este año hubo una diferencia: la atención de los medios surgió antes pero sólo porque parte de la presión se trasladó a La Paz. El lunes y martes de esta semana, la movilización potosina fue la nota de apertura en casi todos los diarios del país. Ese fue un hecho inédito en la historia de Potosí, por lo menos en lo que va del presente siglo.

De pronto, Potosí se convirtió en noticia nacional. No sólo apareció en el mapa periodístico de las redes nacionales sino que ocupó primeras planas. Dolorosamente, ahora sabemos que, para ser noticia, y parafraseando al Papa Francisco, hay que hacer bulla.

Periodísticamente, la conducta de las redes y su priorización de las noticias se justifica. Es imposible que todos los sucesos del día se consignen en la tapa así que, para elegir a las privilegiadas, se recurre a los denominados “factores de interés” entre los cuales están la actualidad, el conflicto, la proximidad, la prominencia y otros, según los autores y la línea editorial del medio.

El problema que tenemos los habitantes de las ciudades pequeñas es que, al aplicar los factores de interés en la priorización de las noticias, casi siempre salimos perdiendo frente a las ciudades grandes, aquellas que están en el denominado “eje central”.

Por reunir varios factores de interés, como la actualidad y el conflicto, la movilización potosina está ahora en la agenda nacional pero sabemos que, una vez que pase, esta región volverá a ser relegada de las tapas de periódicos y de los bloques de apertura de noticias de los medios masivos.

Cuando este conflicto pase a ser historia, Potosí estará, igual que Sucre, Oruro, Tarija, Trinidad y Cobija, en las páginas interiores y muchas veces ni siquiera aparecerá en ellas, salvo que se reporte algún linchamiento, un accidente o un crimen de relevancia. Por el factor de la proximidad, las noticias de estas ciudades sólo aparecerán en sus medios locales.

¿Qué hacer para nivelar la balanza? Es cierto que no se puede llevar todo a las secciones de apertura pero los periodistas tendríamos que hacer esfuerzos mentales para ser inclusivos. Entre las ideas que alguna vez intercambiamos con colegas está la habilitación de páginas o secciones en las que se incluya a la mayor cantidad posible de ciudades.

El problema de la exclusión existe y la mayoría de los periodistas del país lo conocemos. Que lo sucedido con Potosí, que se levantó por segunda vez en cinco años, sea un llamado de alerta para que los medios de prensa, que también tenemos la responsabilidad de fomentar y preservar la unidad nacional, entendamos que Bolivia no se limita a las ciudades grandes.

No esperemos otro conflicto para volver nuestra mirada a la Bolivia que no forma parte del eje.

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

 

Surazo
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No a la censura

Esta columna se publica desde hace más de diez años en los diarios El Potosí, de Potosí; Correo del Sur, de Sucre; Los Tiempos, de Cochabamba, Nuevo Sur, de Tarija, y La Prensa, de La Paz. Después fue admitida en La Patria, de Oruro; La Palabra del Beni y en los diarios digitales Oxígeno y Erbol. Recientemente debutó en Página Siete, de La Paz, en el que se publica quincenalmente.

Hago ese rápido recuento para justificar lo que afirmaré más adelante. Lo hago porque, durante todo este tiempo, los artículos publicados semana tras semana conformaron un enorme archivo que cada vez es más difícil de consultar. No obstante, una ligera revisión de lo publicado a lo largo de estos más de diez años permite encontrar denominadores comunes, temas recurrentes y una conducta invariable respecto a determinados asuntos.

Dos de ellos son las reivindicaciones potosinas y la libertad de prensa.

Las reivindicaciones tienen que ver con un asunto de mera humanidad. Nací en Potosí y vivo en esa ciudad. Debido a ello, no puedo evitar ser parte de sus anhelos, esperanzas y sufrimientos. Veo las cosas desde adentro y así las reflejo. El archivo de esta columna revela que escribí sobre las demandas potosinas muchas veces, tanto en fechas históricas importantes como en las circunstancias presentes.

La libertad de prensa, que es más sectorial que la de expresión, está vinculada con mi función periodística y mi formación sindical. Cuando comencé a ejercer el periodismo juré defender la Ley de Imprenta y las libertades de prensa y de expresión. No hacerlo sería ir en contra de la esencia misma del periodismo. El día en que renuncie a hacerlo, dejaré de ser periodista.

Recién nomás, en la última semana de junio, escribí un artículo titulado “Como Tomás Katari” en el que no solo expresé mi respaldo a la marcha a La Paz que realizaron los dirigentes del Comité Cívico Potosinista (Comcipo) sino que la sublimé. “Tiende a convertirse en un hito”, escribí y los hechos actuales me dan la razón.

Pero un poco antes, a mediados de mayo, me referí a la libertad de prensa en un artículo que comenzaba con estas palabras: “La censura es al periodismo lo que la hediondez al perfume”.

Consecuente con esa posición, hoy debo denunciar que la huelga general indefinida declarada por Comcipo, una protesta totalmente legítima y justiciera, se le ha ido de las manos a los cívicos y está permitiendo desmanes entre los cuales está la censura de prensa.

Los medios potosinos apoyan la huelga, por lo legítima y justiciera, pero aquellos que hacen alguna observación al conflicto, expresan algún tipo de disidencia o visibilizan los abusos sufren los embates de los grupos de control que se han conformado para garantizar que se cumpla la medida de protesta. Si la presión no es física es moral porque los medios que desentonan son rotulados como “prensa vendida”.

Frente a esa presión, la mayoría de los medios ha optado por la autocensura; es decir, por limitaciones en su labor informativa autoimpuestas con el fin de evitar represalias de los grupos de control.

Lo más probable es que esta denuncia me cause serios problemas pero la publico porque prefiero la presión de los antidemocráticos que la de mi conciencia.

 

 

Surazo
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Un hombre llamado Francisco

Es curioso saber que un hombre tan sencillo como el papa Francisco tiene detractores.

Jorge Mario Bergoglio Sívori es un hombre como usted, como yo, como el vecino de al lado o como el del frente. Como todos los seres humanos, nació de mujer así que detrás de él hay una familia, hermanos… una historia personal… ¿Qué lo hace diferente?: su sencillez.

Desde el inicio mismo de su pontificado, marcó la diferencia. Es jesuita pero adoptó el nombre del santo patrono de una orden diferente, el de Francisco, el pobrecito de Asís, aquel que hizo de la pobreza una forma de vida.

El Papa Francisco es el jefe de un Estado como El Vaticano que, pese a su tamaño, es uno de los más poderosos e influyentes del mundo. El detalle no le cambió porque ni siquiera vive en la residencia papal sino en la casa de huéspedes. Siempre que puede, rompe el protocolo y hasta se mezcla con la gente causando más de un susto a su cuerpo de seguridad. Uno de sus antecesores, Juan Pablo II, tenía gestos parecidos pero Bergoglio va más allá. Sus gestos no se limitaron a lo que captan los medios sino que metió sus narices en los asuntos más oscuros de la Curia y no le tembló la mano al mandar a altos jerarcas de la Iglesia al banquillo de los acusados. No protege a nadie ni fomenta secretos. Habla directamente sobre temas tan urticantes para el clero como la pederastia y el homosexualismo. Es tan diferente que hasta una revista de rock, Rolling Stone, lo puso en su portada internacional el año 2013.

Y aun así son muchos los que lo señalan como el representante de una confesión que se opone al uso de preservativos y al aborto. Lo que hace es defender la vida que no es precisamente un dogma sino la fuerza o actividad interna sustancial que mueve este planeta.

Hay un riesgo detrás de la actitud de quienes se le oponen: el suponer que no es suficiente ser bueno para ser querido. Francisco es uno de los Papas más extraordinarios de la historia pero hubo y hay manifestaciones en su contra, así sea pequeñas, y sobran los que lo escarnecen en las redes sociales.

En la ciudad que vivo, Potosí, lo critican por no visitarla. Pocos saben que Jorge Mario Bergoglio fue sometido a una operación de los pulmones y prácticamente perdió uno de ellos. Para él, respirar no es una tarea tan sencilla como para el resto pero, pese a ello, viaja mucho y se atreve a llegar a Bolivia y visitar ciudades que, como El Alto y La Paz, tienen poco oxígeno.

¿Qué le reprochan al papa Francisco? ¿Ser la cabeza de una Iglesia que, en su momento, fomentó la Inquisición o se calló frente al holocausto? Parece que muchos olvidan que el pasado está en el pasado y solo sirve para estudiarlo. La Iglesia ya pidió perdón por esos pecados y Bergoglio no tuvo que ver con ellos. Además, no debemos olvidar que, por muy papa que sea, Francisco no es Dios.

Ahora que llega a Bolivia, no podemos pedirle que solucione nuestros problemas. Recordemos que, después de todo, y a despecho de sus cualidades extraordinarias, solo es un hombre.

Recibámoslo con esa conciencia.

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

Surazo
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El Chile violador

En Chile, como en todos los países del mundo, existen personas excepcionales, buenas y malas.

Las personas excepcionales son aquellas que, como Pablo Neruda o Gabriela Mistral, rebasaron los límites de su propia humanidad y se convirtieron en universales.

Las personas buenas son aquellas que, sin haber adquirido el carácter universal de las anteriores, grabaron su nombre en la Historia con letras de molde por su extraordinaria humanidad. En esa lista están Salvador Allende y Víctor Jara, que dieron su vida por la libertad, además de muchos otros que creen en la igualdad.

Las personas malas son aquellas que cambiaron el sentido independentista de las luchas libertarias, traducidas en el lema “Por la razón o por la fuerza” del escudo chileno, y le dieron un carácter totalitario, geófago y de latrocinio. Son estas personas las que propiciaron la invasión al Litoral boliviano y le arrebataron a Bolivia su único acceso al mar.

La invasión a Antofagasta fue tanto como el asalto a mano armada a una vivienda en la que los asaltantes se robaron las cosas de valor, violaron a las mujeres y, al final, cuando tenían al dueño de casa sometido y maniatado, le pusieron un rifle en la nuca para que firme un documento en el que renunciaba a su derecho al reclamo. Ese documento fue el Tratado de Paz y Amistad de 1865 que fue la base para el Tratado de 1904 que ahora Chile se empeña en defender. Por las circunstancias en las que fue firmado, ese tratado se impuso “por la fuerza”.

Los malos chilenos obtienen por la fuerza aquello que no consiguen por la razón. En otras palabras, consiguen a las malas lo que no pueden alcanzar por las buenas. El ejemplo más reciente de su conducta es la Copa América que todavía se disputa en su territorio.

Chile no ganó nunca una Copa América y, ahora que juega de local, pretende alcanzar ese lauro, así sea “por la fuerza”. Para ello, es obvio que recurrió a actuaciones extradeportivas con el fin de que no se inhabilite al jugador Arturo Erasmo Vidal Pardo, que protagonizó el primer escándalo de ese campeonato. Lo más probable es que hayan utilizado el mismo camino para que se reduzca la sanción al futbolista Gonzalo Alejandro jara Reyes quien había sido castigado con tres partidos de suspensión en un fallo que se proclamó como “inapelable”.

Chile no solo hizo importantes inversiones para conseguir el título de la Copa América 2015. Para llegar a la final, no dudó en, literalmente, meterle el dedo al culo de un jugador rival y, encima, logró que el primer sancionado por acto sea él.

Por eso no extrañó la conducta del árbitro José Argote en el partido en el que Perú resistió los embates de Chile como el almirante Miguel Grau cuando enfrentó la arremetida de los buques chilenos armados por el imperialismo inglés.

Y por eso no será extraño que Chile, que ya tiene el subcampeonato en el bolsillo, obtenga el título de la Copa América que se juega en su territorio. Total… lo que no consiguió por las buenas lo tendrá por las malas, “por la fuerza”.

       

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

 

 

 

 

  

 

  

Surazo
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Como Tomás Katari

En 1778, Tomás Katari partió de Macha hacia Buenos Aires para conseguir la restitución de sus derechos y los de su gente. Hizo todo el trayecto a pie ya que, entonces, los indios tenían prohibido transportarse a caballo. Luego de meses de dura caminata en los que su única compañía fue el hijo de su compañero Isidro Achu, llegó a la sede del virreinato y expuso sus quejas al virrey Juan José Vertiz. El representante de la corona española atendió sus quejas en parte y los despachó. Fue el inicio de las grandes sublevaciones indias del siglo XVIII.

Si todo sale como se ha previsto, este viernes partirá una nueva marcha hacia la sede del poder.

Dirigentes del Comité Cívico Potosinista (Comcipo) partirán desde la Villa Imperial de Potosí con rumbo a La Paz exigiendo atención del gobierno de Evo Morales a un pliego petitorio de 26 puntos que, según ellos, no ha sido suficientemente atendido.

Se decidió que luego de una partida simbólica desde Potosí, los dirigentes se trasladarían al cruce de Macha para iniciar, desde allí, la caminata a la sede de gobierno. La posición asumida por los comunarios de Macha, afines a Morales, de no permitir la partida de ese punto hizo que cambien su planificación inicial así que la salida será desde otro lugar.

Las circunstancias son diferentes pero el fondo es el mismo: restitución de derechos.

Potosí pide su derecho al desarrollo, aquel que le fue negado desde que comenzó a explotarse la plata del Cerro Rico, pero ni siquiera este gobierno, autoproclamado socialista, entiende lo que necesita. Con el argumento de que la región ya fue suficientemente atendida, no quiere ir más allá. Como el virrey Vertiz, atiende los reclamos solo en parte.

El aeropuerto internacional es el ejemplo más claro. Mientras sus vecinos Oruro y Sucre ya tienen una terminal aérea de ese tipo, el presidente Evo Morales dijo en Betanzos, territorio potosino, que no se construirá un aeropuerto internacional en Potosí porque sería un derroche innecesario de dinero.

Los cívicos partirán rumbo a La Paz luego de la algarabía que vivió Chimoré donde el gobierno inauguró un estadio con capacidad para 15.000 personas y un costo aproximado de 20 millones de Bolivianos. Tal vez esa infraestructura sea muy necesaria en el trópico de Cochabamba y quizás su costo no sea un derroche de dinero pero Potosí no pide estadios sino fábricas y el necesario impulso al turismo para reemplazar, de una vez, su base económica asentada en la minería.

No se sabe lo que pasará con esa marcha. Quizás no llegue a destino. Quizás sea intervenida por el gobierno. Quizás consiga llegar hasta La Paz. Quizás logre más de lo que logró la histórica huelga de los 19 días. Quizás fracase. Quizás pase a convertirse en un recuerdo. Lo cierto es que, a diferencia de otras protestas, y sin importar su desenlace, esta tiende a convertirse en un hito, igual que la marcha de Tomás Katari, aquella que, al no haber conseguido su objetivo, desató los más memorables levantamientos indígenas de la historia de Bolivia.  

Surazo
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Machismo

La palabra “patriarcalización” no existe en el idioma español y, aun así, es utilizada por los autores dedicados el estudio de la equidad de género. La definen como una forma de dominación del género masculino sobre el femenino pese a que “patriarcal” viene de “patriarca” que significa “persona que por su edad y sabiduría ejerce autoridad en una familia o en una colectividad”. Puede que esa definición, tomada del Diccionario de la Real Academia Española, tenga una connotación machista pero, precisamente por eso, es mejor emplear el nombre “machismo” que es aquella “actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres”.

Y, si tomamos el caso de Bolivia, tendremos que rendirnos ante la evidencia de que, más que patriarcal, la nuestra es una sociedad machista. Solo así podemos explicar que en instituciones como la Policía Boliviana se degrade a una generala que ejercía el cargo de subcomandanta general para transferirla a las funciones de Directora Nacional de Educación y rectora de la Universidad Policial. Los motivos para el cambio son puramente machistas: el nuevo comandante general no se siente cómodo trabajando con una mujer.

No es el único caso, no es el primero ni será el último. Lamentablemente, pese a la vigencia de leyes contra la discriminación y violencia contra la mujer, en el país subsiste una mentalidad machista hasta en las propias mujeres.

Si duda de esa afirmación, nada más hojee las páginas de un periódico o escuche lo que las mujeres periodistas, radialistas o presentadoras de televisión dicen en los espacios informativos.

La clave está en los sustantivos. Existen sustantivos comunes en cuanto al género que no pueden utilizarse como masculinos o femeninos. Por ejemplo, “profesional” no puede convertirse en “profesionala” o bien “conferencista”, que tiene tendencia femenina, no puede utilizarse como “conferencisto”. Pero el idioma también ha evolucionado con las sociedades y, por ello, muchos sustantivos comunes que solo podían emplearse en masculino ahora admiten uso femenino. Los grados militares son el mejor ejemplo: la Real Academia Española ahora admite la utilización de generala, coronela y hasta soldada cuando el sujeto del que se habla es mujer.

Pese a ello, en las informaciones en las que se habla de la generala Rosario Chávez, afectada por el machismo en la Policía Boliviana, muchos medios de comunicación, incluso las mujeres que tratan el tema, se refieren a ella como “la general Rosario Chávez”.

Y ejemplos como esos abundan en los medios. Yo escucho a las presentadoras mujeres decir “la fiscal” al referirse a la fiscala departamental de Potosí, Willma Blazz, mientras que una concejala de este municipio, que además es periodista, se refiere a sí misma y a sus colegas como “la concejal” cuando es admisible “la concejala”.

Es un problema de mentalidad. Las estructuras mentales de bolivianas y bolivianos están dominadas por el machismo y por eso se piensa en función masculina en una sociedad en la que lo femenino también existe y, por tanto, merece un lugar propio.

Y hasta ahora no se conoce de una ley que cambie mentalidades.

 

 

Surazo
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Aprender periodismo

Quien crea que no tiene nada que aprender es alguien que no ha aprendido nada. Y entre todas las actividades humanas, el periodismo es una de las que más necesita de aprendizaje permanente. Por ello, no en vano se dice que un periodista que no lee un día es un día menos periodista.

Con ese y otros argumentos volé a Santa Cruz a participar del taller dictado por el periodista estadounidense Jon Lee Anderson.

Viejo lobo del mar de tinta, Jon es uno de los periodistas más respetados del mundo y se lo considera maestro de los perfiles. Es autor, entre otros trabajos, de biografías de Fidel Castro, Gabriel García Márquez, Augusto Pinochet, Saddam Hussein y Hugo Chávez.

Tuve la suerte de tener un aparte con él para conversar de un tema común, el Che Guevara, aquel personaje del que Jon escribió una biografía que se considera tan completa que fueron y son pocas las voces que la cuestionan.

Y, claro está, la reunión sirvió para llenar muchas de las lagunas que tenía en la investigación publicada en noviembre de 2014 en el diario español El Mundo.

La conversación fue tan provechosa que pude aprender mucho del maestro. De todo cuanto me dijo, rescato su pensamiento sobre los criminales, especialmente aquellos que cometieron crímenes de lesa humanidad o magnicidios.

A lo largo de la historia, muchos hombres oscuros mataron a hombres luminosos pero no todos respondieron por sus crímenes. Según Jon, todos los criminales deberían recibir castigo por sus actos en contra de la vida, sin importar el tiempo transcurrido. Puso como ejemplo a los nazis: si todavía queda alguno que no haya comparecido ante la justicia, todos los seres humanos estamos obligados a ponerlo ante un tribunal, aun si el asesino ya es un nonagenario. Si un periodista descubre a un asesino sin castigo, su obligación es ponerlo en evidencia.

Como Jon Lee Anderson llegó a Bolivia para la Feria Internacional del Libro de Santa Cruz y dictó un taller propiciado por el diario El Deber y la Asociación Nacional de la Prensa, muchos pudieron beber de sus conocimientos.

De todo lo que dijo en dos días de charla, destaco su posición sobre el papel de los periodistas frente a los gobiernos. Según Jon, el periodista es un fiscalizador permanente del poder. Debe estar atento a cualquier transgresión por parte de los gobernantes y, si se diera el caso, tiene que denunciarla.

Debido a ello, el periodista coexiste con el poder pero no debe compartirlo. No importa quién esté en el poder o la ideología que represente ya que el periodista debe estar siempre en la vereda del frente. No es un opositor permanente pero jamás debe convertirse en oficialista.

Con ello, Jon me confirmó una apreciación que tengo sobre el periodista y la política: la distancia. El periodista tiene derecho a tener ideología, incluso a militar en un partido, pero cuando cruza la línea y se convierte en actor, llámese servidor público o candidato, deja de ser periodista y, al terminar su mandato, ya no puede volver a serlo.

Entonces, lo mejor es nunca cruzar la línea.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

 

Surazo
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¡Tarjeta roja!

Es tan evidente la corrupción en el fútbol profesional que, cuando quise documentarme para escribir este artículo, encontré tantos sobre el tema en el archivo de mi columna que no supe cuáles utilizar como referencia.

Y es que esa corrupción estuvo ahí, a la vista de todos, cuando algunos árbitros no pitaban una falta clarísima o se inventaban infracciones en contra del equipo chico que enfrentaba al grande. En marzo de 2002, por ejemplo, los potosinos fuimos testigos de la deplorable actuación del árbitro ecuatoriano Pedro Senatore Ramos en el partido entre Real Potosí y Peñarol por la Copa Libertadores de América. Cuando le pregunté al entonces presidente del equipo lila, Samuel Blanco, si se impugnaría la actuación del colegiado, él me respondió que no porque eso significaba enfrentarse a un poderoso monstruo corporativo contra el que nada podía hacerse.

En ese entonces, la FIFA era una fortaleza inexpugnable cuya impunidad se replicaba en sus afiliadas. El blindaje que la cubría era sencillo: si algún gobierno intentaba inmiscuirse en el manejo de sus federaciones y/o asociaciones, el país involucrado sería desafiliado. Con esa amenaza, no sólo se arreglaba partidos sino campeonatos enteros; las sedes se asignaban a cambio de sumas estrambóticas que, en su parte no auditada, iban a parar a manos de los jerarcas quienes, luego de embolsillarse su jugosa tajada, repartían las sobras entre sus subordinados. Así también se arreglaban reelecciones como las que mantuvieron en el poder a hombres como Joseph Blatter, Julio Grondona o Carlos Chávez.

Hace un par de años, cuando esta columna comenzó a publicarse en el diario La Palabra del Beni, un dirigente de esa región se quejó ante la directora de ese periódico por el contenido de uno de mis artículos. Le dije que lo ignorara pero yo no pude seguir mi propio consejo cuando otro dirigente me llamó para protestar por el enfoque que se dio a la noticia de la última reelección de Chávez. En una larga conversación telefónica, el ofendido me dijo que el país no reconocía lo que el reelecto presidente de la FBF había hecho por el fútbol boliviano. Fue cuando tuve la sospecha de que el quejoso también formaba parte del esquema.

Hasta el 27 de mayo de este año, creí que la impunidad sería eterna pero los hechos volvieron a demostrarme que la justicia tarda pero llega. Altos dirigentes de la FIFA fueron detenidos en una investigación encabezada nada menos que por la fiscala general de Estados Unidos pero la principal cabeza, la de Blatter, seguía en su sitio.

La reacción de la Federación Boliviana de Fútbol fue la que podía esperarse. En un comunicado oficial colgado en su cibersitio el 29 de mayo, la institución rechazó las sospechas contra Chávez con un argumento contundente: “(Chávez) no aparece siquiera mencionado en el informe de la Fiscal estadounidense Loretta Lynch”. Fueron suficiente horas para que su nombre se involucre en el manejo de hasta 7,5 millones de dólares.

En el momento de escribir este artículo, Blatter había sido reelegido y renunciado a su cargo mientras que Chávez rechazó las acusaciones. La Fiscalía General de Bolivia anunció una investigación en contra del presidente de la FBF pero todavía no había rodado ninguna cabeza.

Pero el dedo ya está en la llaga. Ha llegado la hora de extirpar el pus del fútbol boliviano.

 

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

 

 

Surazo
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Enseñar a comunicar

No. Nadie puede enseñar a comunicar, ni siquiera una ministra de Comunicación.

Y nadie puede enseñar a comunicar porque la comunicación es inherente a los seres vivos. Ergo, todos los seres vivos nacen con el instinto de comunicación.

El instinto de comunicación está ligado al de supervivencia. Para poder alimentarse, un recién nacido, que es incapaz de hacerlo por sí mismo, tiene que comunicar que tiene hambre así que recurre a un código instintivo para hacerlo. Los seres vivos lloran hasta que su madre les entrega el pecho y, a medida que van creciendo, aprenden otros códigos como los gestos hasta, finalmente, llegar al lenguaje oral con el cual pueden comunicar no solo su hambre sino una infinidad de sentimientos.

Tanto seres humanos como animales se comunican a lo largo de su vida. La cobra real que hincha su capucha está comunicando que está enojada y podría morderte. El perro que gruñe cuando alguien se acerca mientras está comiendo nos está comunicando que no debemos intentar quitarle su alimento. Debido a que podemos comunicar, todos somos comunicadores, incluso los animales.

Una de las diferencias entre animales y personas es que estas pueden desarrollar una comunicación compleja, de interrelación múltiple, que, por ello, se denomina social. Con ese razonamiento, la Iglesia Católica acuñó el término “Comunicación Social” en el decreto “Inter Mirifica” promulgado el 4 de diciembre de 1963 en el marco del Concilio Vaticano II. El decreto hace énfasis en los medios tecnológicos como la prensa, radio y televisión a los que denomina “nuevos caminos para comunicar facilísimamente las noticias, ideas y órdenes”. Desde entonces, esos “nuevos caminos” son conocidos como “medios de comunicación social”.

Como tarea expresa del Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica abrió universidades en algunos países incluyendo carreras de comunicación social. Como los medios tecnológicos ya estaban involucrados en el proceso, esas carreras incluyeron al periodismo pero como parte, no como fin.

Por esa confusión, hoy en día es común llamar “comunicador social” a una persona a la que no se quiere llamar periodista por el hecho de no tener un título en Ciencias de la Comunicación.

Se habla, entonces, de comunicadores sociales o de comunicadores, a secas, y se confunde a la comunicación, que es lo general, con el periodismo, que es lo específico.     

Ya que todos nacemos sabiendo comunicar, todos somos comunicadores por naturaleza pero no todos somos periodistas ya que, para ello, tenemos que dedicarnos al periodismo que, según Armando Alonso Piñeiro, es “una actividad de comunicación cuyo objeto es transmitir de manera organizada, en cuanto a la forma y la frecuencia, mensajes que sirven para dar a conocer y/o comentar un hecho a un número indeterminado de receptores”.

Entonces, nadie puede enseñarnos a comunicar porque ese es un conocimiento con el que nacemos. Lo que sí se puede enseñar es periodismo y, por lo que vimos recientemente, una de las enseñanzas más importantes es que una entrevista es una herramienta periodística para recoger información, no una palestra de exhibicionismo ni una ocasión para atacar al entrevistado.

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(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

Surazo
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