Blog de Juan José Toro

El general en su camilla

Tendido bocabajo, el general Gary Prado Salmón es un hombre que sabe muchas cosas.

Fue confinado a una silla de ruedas en 1981, cuando una bala perdida lo alcanzó en la columna mientras sofocaba un alzamiento encabezado por Carlos Valverde Barbery.

Cubierto por la sombra del Che Guevara, desde que lo capturara el 8 de octubre de 1967, Prado vive toreándole a la muerte que lo hiere pero no lo vence. Intentaron matarlo en Brasil y, en cambio, liquidaron de ocho disparos a un militar alemán que se le parecía. Lo del tiro en la columna vino después pero no fue con intención de matarlo.

Ahora ya ni siquiera puede estar en su silla porque unas heridas en la espalda lo obligan a permanecer echado de pecho. Aun así, acude a las audiencias en el juicio por terrorismo instaurado a raíz de la muerte de Eduardo Rózsa Flores, Árpád Magyarosi y Michael Dwyer. Asiste en camilla, responde a las preguntas desde la camilla pero no pierde la dignidad.

Está convencido de que lo incluyeron en ese juicio para cobrarle factura por la captura del Che y, como lo hizo siempre, no piensa rendirse.

Este 8 de octubre se cumplirán 48 años de aquella captura y, pese al tiempo transcurrido y a todo lo que se ha investigado, hay más dudas que certezas.

Se sabe, sí, que Ernesto Guevara de la Serna fue capturado vivo por el grupo que comandaba Gary Prado. Se sabe que fue asesinado a sangre fría el 9 de octubre por un oscuro sargento. Se sabe que su muerte fue el principio de una devoción que parece más fuerte 48 años después. 

Se saben muchas cosas pero son más las que no se saben. No se sabe, por ejemplo, si el Che sabía que su misión en Bolivia estaba condenada al fracaso. No se sabe si llegó aquí e inició su aventura guerrillera a sabiendas de que moriría. No se sabe si sabía que su muerte iba a extender la vida de la revolución cubana.

Yo no sé si el general Gary Prado sabe de esas cosas. Cuando investigaba la identidad del asesino del Che, descubrí que él sabía quién era y dónde vivía pero también me enteré que ni siquiera a este gobierno, autoproclamado socialista, le interesa su nombre.

Dejan al asesino del Che en paz y persiguen a Prado, el que lo capturó con vida. Aquel, el que le disparó, vive feliz su vejez en el centro mismo de Santa Cruz mientras Prado enfrenta a la justicia bocabajo, en una camilla. Esa es una de las tantas contradicciones que me desconciertan de un gobierno que no termina de definir su identidad ideológica.

 

 

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

 

Surazo
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Escuchen a la Pachamama

Quienes atribuyen la frase “renovarse es vivir” a José Enrique Rodó se equivocan. Lo que en realidad dijo el uruguayo fue “reformarse es vivir” y lo hizo al comenzar el primer capítulo de su celebrado “Motivos de Proteo”.

Eso sí… la frase “vivir es cambiar” es de Paulo Coelho quien agregó que “las estaciones nos repiten esta misma lección todos los años”.

Y es que la naturaleza cambia, se renueva, se transforma y hasta se reforma.

La tierra, la Pachamama, cambia constantemente y solo así puede ofrecer sus frutos. Las hojas de las plantas caen para dar paso a otras nuevas y las aguas de un río nunca son las mismas porque se renuevan constantemente en su marcha hacia los océanos. El agua de los mares sube a los cielos mediante la evaporación y torna a la tierra en forma de lluvia. Es un ciclo, son varios ciclos… la Pachamama cambia, cambia y se renueva.

La lección de la tierra es el cambio y, cuando el cambio no llega, la lección puede ser dolorosa. Las águilas, por ejemplo, viven 70 años pero, al llegar a los 40, se enfrentan con una dura decisión: cambiar o morir. A esa edad sus uñas se doblan y su pico ha crecido tanto que está a punto de hundirse contra su pecho. Entonces debe golpear su pico hasta destruirlo y esperar que le salga uno nuevo. Unos 150 días después, podrá arrancarse las viejas garras con su nueva mandíbula y la renovación se habrá completado: vivirá 30 años más.

Los gobernantes nunca entendieron la lección de la naturaleza y por eso surgieron las monarquías. A título de derecho divino, muchos hombres se erigieron en reyes, cónsules, protectores o emperadores de sus pueblos y solo dejaron el poder con la muerte. Los incas, aquellos que veneraban a la Pachamama, tampoco escucharon su orden y se inventaron la historia de que eran hijos del sol para justificar su supuesto derecho a gobernar a los suyos. Había cambio pero no renovación porque al morir el padre el siguiente en gobernar era su hijo.

Al desoír el mandato de la renovación, los gobernantes dañaron a sus pueblos y los condujeron al caos. Muchas sociedades evolucionaron hasta llegar a ser imperios pero cayeron poco después de alcanzar su apogeo.

El mandato de la naturaleza es cambiar, renovarse, y eso también se aplica a los gobernantes. Si una persona gobierna un tiempo, por mandato de su pueblo, luego debe dar lugar a otro.

Permanecer en el poder más tiempo del debido no solo es conservar o prorrogar sino, fundamentalmente, anquilosar.

¡Cuidado! Si no escuchamos a la Pachamama, si no reformamos para renovar, nuestro destino podría ser el del águila que no quiere cambiar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

 

 

 

Surazo
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Referendo y rechazo

No. No es falta de preparación ni miedo a la autonomía.

El occidente de Bolivia tiene una larga historia de demandas de autogobierno que no están vinculadas al ansia de independencia del yugo español.

El documento más antiguo al respecto es la Capitulación de Potosí que el virrey Diego López de Zúñiga y Velasco emitió el 21 de noviembre de 1561 otorgando autonomía a la Villa Imperial que, hasta entonces, dependía administrativamente de la ciudad de La Plata, hoy Sucre.

Una simple lectura de los resultados del referendo del pasado 20 de septiembre permite entrever que los ciudadanos de La Paz, Cochabamba, Oruro, Sucre y Potosí no votaron precisamente por sus estatutos autonómicos sino que, conscientemente o no, orientaron el plebiscito a una aceptación o rechazo al gobierno de Evo Morales.

Y Potosí es la prueba.

Hasta el primer corte del recuento oficial de votos, el “no” llegaba al 90,74 por ciento mientras que el “sí” apenas alcanzaba el 9,26 %. Faltando solo unas 11 actas por computar, ese era el resultado de la votación en el municipio de Potosí, en la capital de Departamento, la misma que entre julio y agosto se plantó al gobierno con una huelga de 27 días.

Noventa por ciento es un porcentaje demasiado alto y solo puede explicarse por la proximidad de la protesta potosina. Al momento de votar, los potosinos devolvieron gentilezas a un Gobierno que no quiso escucharlos ni siquiera con su prolongada huelga.

A medida que llegaron las actas de las provincias, el “sí” subió en porcentaje pero no fue suficiente para imponerse en el cómputo final.

En general, las cinco capitales de los Departamentos que votaron por sus estatutos respondieron con un contundente “no” pero el rechazo no estaba dirigido contra la autonomía.

Los resultados demuestran que la población de las capitales ha comenzado a cansarse —o ya lo hizo desde antes— con la forma en la que se está manejando el país. Las urnas tradujeron el efecto de denuncias de corrupción que se sustancian con la ley del embudo, como el caso del ex Fondioc, o con una actitud de soberbia que fue evidente desde hace nueve años, cuando el MAS comenzó a gobernar, y no ha cambiado pese al tiempo transcurrido.

Tal vez haya de por medio, también, un rechazo al intento de re-re-reelección del presidente Morales pero, para tratar el tema, es necesario hilar más fino.

Por de pronto, es evidente que existe un rechazo por parte de la imprescindible clase media, que todavía es mayoría en las capitales de Departamento, y eso debería ser suficiente para que el Gobierno se preocupe.

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

 

Surazo
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Autonomía a la boliviana

Ahí está, a la vuelta de la esquina, un referendo, y nada menos que autonómico.

La población votante de La Paz, Oruro, Potosí, Cochabamba y Chuquisaca se pronunciará en las urnas sobre su Estatuto Autonómico Departamental mientras que la de Charagua, en Santa Cruz, y Totora Marka, en Oruro, lo hará por uno indígena originario. Los municipios de Huanuni, en Oruro; Tacopaya y Cocapata, de Cochabamba, votarán también sus cartas orgánicas.

La proximidad de la fecha ha atizado el fuego y, como las papas queman, el debate se ha puesto caliente.

Ahí está, a la vuelta de la esquina, el fulano que dice que se debe rechazar tal estatuto porque es centralista, en lugar de autonómico, y le sale al frente mengano para decir que, si el tal estatuto no se aprueba, habrá que volver a cero en el proceso en pos de la autonomía.  

Y no faltan las opiniones sesudas, aquellas que diseccionan el estatuto tal para mostrar sus fallas, y aquellas otras que afirman que la autonomía no es la que se propone porque, para ser tal, tendría que haber ido por este otro lado…

El debate se puso intenso pero, caliente y todo, ya no sirve para consumo humano.

Los que ahora gastan saliva y tinta tendrían que recordar que existe una figura llamada preclusión que consiste en desarrollar un proceso dividiéndolo en etapas. Cada etapa que se cierra clausura la anterior y ya no puede abrirse más porque se ha cerrado, ha caducado o precluido.

Los estatutos autonómicos que se someten a referendo el domingo comenzaron a trabajarse hace cinco años y tuvieron una etapa para el debate. Mientras esa etapa estuvo abierta, los únicos que intervinieron activa y continuamente fueron los oficialistas. Los opositores participaron de vez en cuando y las organizaciones sociales solo se aparecieron cuando se trataba los temas de su incumbencia.

Por eso, llama la atención que ahora aparezcan tantos analistas, opinantes y “debatidores” que se pronuncian ya sea a favor o ya sea en contra de los documentos a votarse el próximo 20 de septiembre.

Aparecieron a última hora, como en la mayoría de las actividades de los bolivianos, y quieren ponerse al corriente. Algunos terminaron de leer recién el estatuto de su Departamento y, tras haberse desayunado con la noticia, dicen “esta boca es mía”.

Tarde.

Ya no es tiempo de debatir sino de votar. Las papas ya se han quemado y ahora queda deglutirlas. Solo resta esperar que nos hagan bien a la salud y no nos provoquen una indigestión.

 

Surazo
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Comunicadores y periodistas

Luis Ramiro Beltrán Salmón era un hombre extraordinario a quien debo admiración y gratitud. Sin su ayuda, la investigación que mereció el Premio Nacional en Historia del Periodismo, convocado por la Asociación de Periodistas de La Paz, no hubiera tenido ese resultado. Él iluminó ese trabajo y le dio un norte. Y eso que hizo conmigo lo repitió con miles de periodistas no solo mediante guía directa sino a través de sus publicaciones.

Por ello, creo justiciero que se haya tomado la fecha de su natalicio, 11 de febrero, para instaurar el Día del Comunicador Social Boliviano.

Recuerdo que, en las muchas charlas que tuvimos, don Ramiro hacía énfasis en la diferencia entre comunicación y periodismo y así justificaba el por qué se definía a sí mismo como comunicador.

Comunicador es el que comunica o sirve para comunicar. Comunicar es poner en común, transmitir señales mediante un código común al emisor y al receptor. En términos más sencillos, comunicar es transmitir un mensaje.

La mayoría de los seres vivos tenemos la capacidad de comunicar. Así, el bebé que llora está comunicando que tiene hambre, le duele o molesta algo. En el mundo animal existen infinitas y diversas formas de comunicación, desde la emisión de señales de apareamiento, imprescindibles para la supervivencia de la especie, hasta mensajes tan sencillos como el sentido de apropiación del alimento. El perro que gruñe cuando come, por ejemplo, está comunicando que no permitirá que le quiten la comida sin ofrecer resistencia.

El periodismo, en cambio, es el proceso de recoger, procesar y difundir informaciones; la captación y tratamiento, escrito, oral, visual o gráfico, de la información en cualquiera de sus formas y variedades. Como proceso, es un conjunto de fases sucesivas y está sometido a un procedimiento técnico más adecuado para las habilidades de los seres humanos que para las de los animales.

Por tanto, el periodismo es comunicación pero la comunicación no necesariamente es periodismo.

El Concilio Vaticano II discutió sobre la importancia de la comunicación y, por considerar que se refería a “los maravillosos inventos de la técnica” que la hacían posible, la apellidó social porque creyó que solo era inherente a los seres humanos. Y aunque desde entonces se utiliza el apelativo “comunicación social”, muchos comunicólogos, incluido Erick Torrico, advierten que es una redundancia porque “la comunicación no puede ser sino social, lo que la convierte no solamente en un producto de la misma sino, además, en uno de sus fundamentos”.

Por tanto, hay diferencias entre comunicación y periodismo pero estas tienen con ver con su esencia, no con distinciones académicas. Hoy en día, se ha hecho común llamar, hasta peyorativamente, “comunicador social” a una persona a la que no se le quiere reconocer el atributo de “periodista”.

Don Luis Ramiro era periodista pero su autoproclamaba comunicador, quizás porque el adjetivo sirve, también, para quien descubre, manifiesta o hace saber, para aquel que enseña, transmite conocimientos.

Y Beltrán fue un verdadero maestro, tanto del periodismo como de la comunicación, así que merece no solo el reconocimiento de los estudiosos de la comunicación sino de la prensa en general.

Surazo
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Controlar a la prensa, en cinco pasos

Uno de los roles sociales que tiene la prensa es el control de los gobiernos. Los gobernantes son mandatarios, personas a quienes se confiere un mandato, una representación, el encargo de desempeñar las funciones de gobernar. Los mandantes son los habitantes de un país así que estos tienen la facultad de supervisar que su mandato se cumpla adecuadamente. Esa supervisión, o fiscalización, se cumple políticamente mediante el Poder Legislativo y socialmente a través de la prensa. El periodismo tiene, entre otras, la misión de supervisar el desempeño de los gobiernos.

Para los gobernantes o mandatarios, cualquier tipo de control es molesto así que se esfuerzan en evitarlo. Pueden evitar el control político controlando el Legislativo pero es más difícil eludir el control de la prensa.

Con ese razonamiento, Vladimir Hudec, teórico del periodismo, hablaba del “deseado control” de la prensa, la aspiración de los gobiernos de librarse de la supervisión de los medios.

Ya bien entrado el siglo XXI, algunos gobiernos ejecutan una estrategia para el control de la prensa mediante estos cinco pasos:

1) Reclutamiento.- Si se suma una buena cantidad de periodistas para un programa de gobierno o una causa política, se obtendrá control indirecto de los medios a través de los productos de los reclutados.

2) Desprestigio.- La prensa no tiene la simpatía de todos porque se entromete en los asuntos de todos. Es fácil desacreditarla acusándola de mentirosa. Si se la acusa permanentemente de mentir, el mensaje será recogido por las audiencias que terminarán por creerlo. Los periodistas reclutados ayudarán sumándose a la campaña desde adentro.

3) Comercio.- Los medios de comunicación social son bienes así que pueden adquirirse. Mientras más medios tengan un partido, un programa de gobierno o una causa política, podrán repetir más su mensaje y convertirán la información en objeto de propaganda.

4) Asfixia.- Por mucho dinero que se invierta, no se podrá comprar todos los medios así que los renuentes tendrían que desaparecer. Para ello se puede optar por diversas estrategias, desde silenciar a periodistas mediante procesos judiciales hasta privar a los medios de los ingresos que necesitan para cubrir sus costos.

5) Legislación.- Para la mayoría de los partidos, este debería ser el primer paso, porque ahorraría los anteriores, pero, por esencia, es el que más resisten los periodistas así que ahora se lo emplea como última alternativa. Es, simplemente, controlar a la prensa mediante una ley expresa. Si se siguió los pasos anteriores, la tarea ya no tendría que ser tan complicada.

Este listado no es un manual ni mucho menos, ni siquiera se aproxima a la estrategia que, según los politólogos, fue diseñada por expertos extranjeros para derribar gobiernos en cinco pasos. Se trata de simple aplicación del sentido común para conseguir el “deseado control” del que habló Hudec.

Con la prensa domesticada, al igual que el Legislativo, los gobiernos ya no tendrán control sobre sus actos y podrán manejar el aparato estatal a su antojo. Como ya apunté más de una vez en el mismo espacio, el objetivo de los políticos es el poder así que, cuando lo alcanzan, pretenden conservarlo el mayor tiempo posible. Si no hay ningún control sobre ellos, podrán lograrlo.

 

   

 

 

 

 

 

 

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

Surazo
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¿Derrocar gobiernos?, ¡en cinco pasos!

En medio de la guerra de medios aparecieron artículos que alertan sobre los riesgos que corren los gobiernos denominados “progresistas” frente a una conspiración que estaría promovida, ¡cuando no!, por los Estados Unidos.

Los artículos identifican como el teórico de la conspiración a Gene Sharp, un político, profesor y escritor que fundó la “Institución Albert Einstein” a la que se acusa de estar detrás de las “revoluciones de colores”; es decir, a aquellas revueltas en contra de gobiernos supuestamente autoritarios.

A decir de algunos de los articulistas, Sharp sería el autor de un “Manual del golpe suave” que, según Laura Bécquer Paseiro, es “todo un libreto a seguir para tumbar a presidentes en el siglo XXI” pero no a cualquier gobernante sino a los “progresistas”. Más aún, el manual propondría cinco pasos para alcanzar tal objetivo:

1) Realizar acciones para generar un clima de malestar. 2) Desarrollar campañas en defensa de la libertad de prensa y de los derechos humanos. 3) lucha activa por reivindicaciones políticas y sociales mediante el uso de manifestaciones y protestas violentas. 4) Operaciones de guerra psicológica y desestabilización del gobierno, creando un clima de “ingobernabilidad”. 5) Forzar la renuncia del presidente a través de una intensificación de las revueltas callejeras.

Ese resumen, tomado del resumen de varios autores, parece encajar como un molde en el caso de Venezuela y así es planteado por los articulistas: un siniestro plan, acuñado por imperialistas, destinado a tumbar al gobierno “progresista” al que, además, se etiqueta con rótulos como “populista” y “autoritario”.

De paso, los áulicos de la prensa nacional toman prestada la receta y afirman que también se aplica en Bolivia para tumbar el régimen “progresista” de Evo Morales. Aprovechando la coyuntura, usan el manual, el molde, para decir que la defensa de la libertad de prensa y los derechos humanos es parte de la conjura.

Leyéndoles así, sin más, ni más, podemos creerles pero una revisión de la obra de Sharp permite encontrar varias incoherencias. Para empezar, ni en los tres tomos de “La lucha política noviolenta” ni en el muy difundido “De la dictadura a la democracia” aparece manual alguno ni se habla de cinco pasos específicos para tumbar gobiernos. Puede que los estudiosos hayan encontrado en los libros hasta 198 métodos para derrocar gobiernos pero en ningún lado se habla de cinco pasos específicos para tal fin.

Quizás lo que los politólogos hicieron fue interpretar a Sharp y, así, crearon el manual pero lo que no dicen, o por lo menos nosotros no leemos en lo que dicen, es que esos cinco pasos no son más que acciones obvias que, de manera inconsciente u organizada, asumen los gobernados cuando los gobernantes hacen cosas que aquellos rechazan.

Tome usted los famosos cinco pasos y aplíquelos a lo que fue el derrocamiento de un gobierno conservador, neoliberal y proimperialista como el de Sánchez de Lozada. ¿Acaso las masas no actuaron conforme a ese molde?

Mas aún, los métodos de Sharp fueron inicialmente aplicadas contra la dictadura de Pinochet como él mismo lo explica en su último libro. Por tanto, aquí no hay recetas ni siniestras conspiraciones contra los “progresistas”. El pueblo actúa cuando siente que tiene que actuar y punto. Lo demás son pajas. ///

 

Surazos
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Un gesto

Una luz de humanidad pareció brotar del presidente Evo Morales el domingo, en el acto de firma de contrato para el proyecto de construcción de la Planta Industrial de Carbonato de Litio, en Uyuni.

Un gesto, dos disculpas. “Yo quiero decirles, de verdad, después de revisar su pliego de 26 puntos yo dije me causa risa, si exageré disculpen, discúlpenme compañeros de Comcipo”, fueron sus palabras y allí, en medio de ellas estaban las dos disculpas: “disculpen, discúlpenme”.

Cuando lo escuché recordé a aquel Evo Morales que, en plan de candidato, ingresó a mi oficina una vez con luces de esperanza en sus ojos. Pantalón negro de mezclilla, suéter de lana de alpaca y la chamarra azul que después se convertiría en uno de los uniformes del MAS, ese hombre reflejaba lo dura que había sido su vida pero, al mismo tiempo, demostraba una confianza tal que estaba seguro de que sería el próximo presidente de Bolivia. “Vos vas a ser ministro de informaciones, compañero”, me dijo con una seriedad que me confundió.

En ese momento, aquel humilde ciudadano personificaba el cambio con el que soñaban muchos bolivianos: un hombre inteligente formado en el fragor de las luchas sindicales y lejos de la imagen del político tradicional que tanto daño le había hecho al país. Lucía sincero, era sincero, y tenía ganas de trabajar por el país, por los excluidos.

Quizás esa visita pesó tanto que, debo confesarlo, voté por él.

El encanto duró poco. El 24 de mayo de 2007, al concluir el Quinto Encuentro de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad realizado en Cochabamba, Evo Morales, convertido en gobernante de Bolivia, declaró que los medios de comunicación eran “el primer adversario que tiene mi presidencia, mi gobierno”. También fue un gesto pero beligerante, la declaración de una guerra que dura hasta hoy.

¿Qué había pasado con aquel hombre sencillo y afable? Llevó repitiéndome esa pregunta durante años y no encuentro respuesta.

Evo Morales cambió ni bien asumió el poder y asumió una actitud de soberbia que persiste hasta hoy, más de nueve años después.

Si el presidente no se hubiera dejado llevar por esa soberbia, esa “satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás”, el grado de aceptación que aún tiene en la ciudadanía boliviana estuviera en niveles realmente altos.

Si hubiera sido más Evo Morales y menos “jefazo”, sería un presidente ejemplar que verdaderamente escucha al pueblo y gobierna con él. Sin embargo, optó por el autoritarismo y la imposición y logró sembrar inquina en sectores de la sociedad que jamás volverán a votar por él.

El conflicto potosino jamás hubiera alcanzado los niveles que tuvo si el presidente hubiera tenido un gesto, uno solo, y, dejando de ser “jefazo”, hubiese recibido a los cívicos.

Quizás las dos disculpas que lanzó en Uyuni son un síntoma de que entendió que el conflicto fue mal manejado. Quizás… es difícil saberlo porque, poco después, saltaron sus acólitos para reasumir la pose de soberbia que es la característica predominante de este gobierno.

Un gesto, una luz. Lamentablemente, el destello es insuficiente para disipar las sombras que la soberbia ha sembrado en este proceso.

 

  

 

 

  

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

 

Surazo
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Se llama discriminación

El Movimiento Al Socialismo (MAS) usa para su beneficio los medios estatales como Bolivia TV, la red Patria Nueva, el periódico Cambio y la Agencia Boliviana de Información. Por si eso fuera poco, destina recursos públicos a campañas de propaganda en contra de los sectores que le enfrentan, como todavía ocurre con la movilización del pueblo potosino.

Para colmo, y según confesó el vicepresidente del Estado, ese dinero, que no es del MAS sino del pueblo boliviano, se distribuye sobre la base de criterios discriminatorios. El propio García Linera dijo que no se da dinero —es decir, no se contrata publicidad— a los medios que mienten y actúan como “para-partidos”.

Para demostrar que un medio miente habría que presentar pruebas de que falsea la verdad. Lo curioso es que hable de mentir precisamente el Gobierno que llegó a decir que detrás de las demandas potosinas estaban “unas cuentas personas” cuando hasta cinco marchas convocadas por el Comité Cívico Potosinista contaron con la participación de un promedio de 200.000 personas.

Ahora bien, cortar la publicidad a un medio bajo el argumento de que hace labor “para-partidaria” es reconocer, expresamente, que se incurre en una actitud de discriminación que el artículo 5 de la Ley 045 define como “toda forma de distinción, exclusión, restricción o preferencia” fundada en una lista de razones enumeradas en ese mismo precepto. Tres razones por las que se puede incurrir en discriminación son la “ideología, filiación política o filosófica”.

Eso equivale a decir que si se hace distinciones o preferencias, si se excluye o restringe la publicidad a un medio porque supuestamente hace labor “para-partidaria”, se está discriminando. Además de inmoral, esa “distinción, exclusión, restricción o preferencia” constituye un acto de discriminación que la Ley 045, que modificó varios artículos del Código Penal, ha convertido en delito. Más aún, el delito de discriminación es sancionado por el artículo 281 ter del Código Penal “con pena privativa de libertad de uno a cinco años”.

Por tanto, a la luz de esos artículos, el Gobierno no puede ni debe discriminar en la repartición de la publicidad estatal.

Encontrarse con esa nueva situación jurídica plantea muchos desafíos pero probablemente el más importante sea la administración de ese tipo de publicidad. Si el dinero que se utiliza para pagarla es de todos los bolivianos, es justo que se le exija al Gobierno una repartición más justa, sin criterios de discriminación. Una solución sería crear un sistema de monitoreo oficial cuyos resultados técnicos darían parámetros de cómo se debe repartir los recursos.

Otro desafío es el cumplimiento de la ley. Ya hemos visto cómo los criterios de discriminación se enmarcan en el artículo 5 de la Ley 045 y constituyen actitudes que incluso merecen la pena de cárcel pero no ingresamos a los terrenos constitucionales donde se puede hablar de vulneración de otros derechos como el de la libertad de expresión e información.

En resumidas cuentas, se está violando la ley y las recientes declaraciones del vicepresidente son una admisión de ello. A confesión de parte, relevo de prueba.

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

 

Surazo
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¿Dónde está la derecha?

Utilizando recursos fiscales; es decir, el dinero de todos los bolivianos, el Gobierno desarrolla una campaña con la que pretende demostrar que la demanda de federalismo que Potosí enarboló en su reciente huelga de 27 días ha sido motivada por Manfred Reyes Villa.

Como se recordará, Manfred Armando Antonio Reyes Villa Bacigalupo es prófugo de la justicia boliviana desde enero de 2010, cuando la entonces Corte Suprema de Justicia emitió una orden de aprehensión en su contra por no haberse sometido a tres procesos judiciales. Escapó a Perú y de ahí pasó a Estados Unidos. Aunque existe alguna gente que lo apoya, y lo ayuda con su propaganda, es muy difícil que logre influenciar en la política boliviana.

Eso sí, el prófugo no está quieto. Recién nomás difundió un video en las redes sociales en el que propugna una Bolivia federal y emitió mensajes al respecto. Sus esbirros lo amplificaron y, así, nos hicieron un flaco favor a los potosinos porque el Gobierno relacionó el movimiento cívico con esas movidas que, de otra forma, no hubieran tenido tanta repercusión.

El argumento de que la derecha está detrás del movimiento potosino no es nuevo ni se aplica solo a este caso. Como lo advirtió la mayoría del pueblo boliviano, este Gobierno se ha acostumbrado a culpar de todo a la derecha, al neoliberalismo, al imperialismo, al lado oscuro de la fuerza… en fin… a todo aquello que, con el paso de la historia, se ha convertido en negativo y deleznable para la sociedad. El recurso es torpe pero efectivo. Después de todo, es más fácil culpas a otros cuando no se quiere asumir responsabilidades propias.

Pero la insistencia del Gobierno de vincular el movimiento potosino con la derecha no se queda ahí. Las movidas de Samuel Doria Medina en las redes sociales y la actuación de sus asambleístas y concejales alimentaron la mentira que no solo se repite en la propaganda pagada con dinero del Estado sino en los ataques que los serviles al Movimiento Al Socialismo repiten despiadadamente en sus cuentas de Twitter y Facebook.

Lo que los oficialistas parecen olvidar es que, de buena o mala manera, la derecha boliviana fue derrotada y reducida a su mínima expresión. Decir que puede influir en los 200.000 potosinos que marcharon más de una vez en la Villa Imperial es tanto como admitir que la derecha no solo goza de buena salud sino que tiene un enorme poder.

¿Todavía queda derecha en Bolivia? Al parecer, el Gobierno cree que sí; de lo contrario no desarrollaría esa millonaria propaganda.

Pero los partidos conservadores han sido derrotados y muchos hasta perdieron su personería jurídica. El desafío, entonces, es identificar al partido de derecha del que tanto habla el Gobierno. Yo lo estuve buscando y no lo encuentro.

Lo que sí encontré es que muchas de las actitudes del Gobierno son típicas conductas no solo de derecha sino hasta de su expresión más extremista.

“Miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá”: El uso excesivo de la propaganda y la repetición de métodos forjados por Joseph Goebbels para influenciar en las masas me hacen temer que, en algún momento de nuestra historia, el masismo haya virado hacia el nazismo.

 

 

  

 

 

 

 

 

 

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

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