Blog de Ignacio Vera Rada

El derrotero es la educación

Mañana —en el mediano plazo si no en el corto— la prosperidad pública ha de estar condicionada —primordial si no plenamente— a los insumos educativos que tenga cada uno de los países del mundo. No ya ejércitos, pasados esplendorosos ni materias primas, sino educación y aprendizaje.

Ayer se decía con mucha presunción que América Latina era como una virgen sagrada cuyo papel era la salvación del mundo, dada su misma condición virginal. Hoy esa virginidad material es justamente su mayor debilidad, y se puede corroborar esto haciendo una simple operación comparatística de las economías latinoamericanas con las de los países asiáticos, europeos e incluso africanos, que se han desarrollado mucho en los últimos lustros.

El origen de este atraso institucional, y, por sencilla extensión, educacional, está en la cultura política de estos lugares. Mientras que en otros hemisferios y otras latitudes hombres y mujeres se encargaron de echar sólidas bases institucionales, en Latinoamérica se ha seguido cimentando y construyendo la política de la arbitrariedad y el salvajismo. Y porque vivimos en una choza de bribones, la educación, las artes y las ciencias fueron relegadas al último resquicio de los intereses públicos.

Quien escribe esto una vez se puso a pensar, mientras miraba el atardecer, sobre cuál era el más importante entre los factores estructurales de un Estado: si la salud, la infraestructura, la particularidad étnica o las instituciones. Si bien es cierto que entre todas ellas hay un vínculo, y que no podría estar muy bien una estando muy mal otra, hay una viga que soporta a todas ellas, y esa viga es la calidad de instrucción pública y privada. Es un listón que soporta todo el edificio de un país; si éste es un caserón, la viga tendrá que ser de argamasa, si es un tugurio, la viga será de madero poroso.

El progreso económico de Latinoamérica puede ser estudiado desde los tiempos prehispánicos, pasando por la denostada conquista, hasta llegar a la consolidación de las nuevas repúblicas. Pero el asunto más importante recae en los últimos años de la historia latinoamericana, que estuvieron signados por los fallidos proyectos del llamado socialismo del siglo XXI. Fueron años estériles para la implementación de nuevas formas didácticas y pedagógicas, para la proliferación de escuelas y universidades de nivel, para la institucionalización de buenas reformas educativas, porque los caudillos que vestían túnicas mesiánicas tenían puesta su mirada en dos cosas: 1. mantenerse en el poder y 2. levantar infraestructura inservible para mantenerse en el poder. El populismo, en conclusión, retrasó el progreso educativo o cuando menos lo dejó en status quo.

Hoy el valor agregado no es la industrialización ni los recursos naturales son la esperanza, como eran ciertamente hace muchos años, cosa que Bolivia, dicho sea de paso, no supo aprovechar. El ejemplo que dieron países como Suiza y Holanda es notable y lo dice todo: ofrecer educación de alto nivel y altamente especializada, para formar hombres peritos y especialistas, que son los que necesita el planeta del siglo XXI. Pero bien, países pobres como el nuestro no pueden ofrecer tal educación avanzada, pero sí pueden comenzar construyendo escuelas y formando buenos profesores.

Los puestos públicos de magistrados y tecnócratas deben comenzar a ser ocupados por humanistas y técnicos, valorizando sus aptitudes y capacidades en función del rendimiento que demuestren en sus vidas, y ejecutando así un giro radical y de 180 grados hacia la meritocracia. Pero ésta ya es otra cuestión que abordaremos en otra columna.

Opinión
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Decadentismo del Arte Literario

Este es un fenómeno que se va presentando con más potencia en Latinoamérica que en ninguna otra parte, aunque también ocurre en Asia; en Europa, aún existen algunas pocas excepciones. En realidad, en América nunca ha habido una pléyade o una escuela de promotores del Arte con una concepción artística verdaderamente alta con suficiente fuerza como para marcar un sendero, salvo, como siempre ocurre en todo, unas pocas excepciones. El modernismo novecentista pudiera llegar a ser una de éstas.

Dadas las actuales tendencias del Arte, tanto en América cuanto en algunas partes de Europa, talvez este artículo pueda ser denostado, y no sin razón. Y en efecto, si hay una pluma que pretenda ponerse en abierta contradicción con los ideales del Arte moderno y contemporáneo, es sin lugar a duda la de este escritor.

¿Odas de Píndaro y de Horacio?, ¿Ovidio?, ¿epopeyas de Homero y de Virgilio? Pertenecen al pasado. ¿De qué sirven la arquitectura, el ritmo, la matemática versificadora? Débese crear por crear; débese imponer un nuevo canon, que es el canon de la lujuria y la imaginación liberal. El mundo de los creadores ya no sabe quién es Goethe (Antiker Form sich nahernd!), Winckelmann, Dante, Hugo ni el Buonarroti. Se escupe sobre la proporción áurea de Leonardo. ¿Dáctilos, yambos? ¿Hexámetros, pentámetros shakesperianos? Un afán de singularización aborta en ridícula extravagancia poética y novelesca. Dionisio somete a Apolo, a pesar de que los escritores no reconozcan ni al mismo Dionisio.

El desprecio por la antigüedad y la falta de ilustración de los escritores hace que la creación vuélvase una actividad no solo nula sino negativa. Aconsejaba Horacio, poeta inmortal, altísimo y sapiente, al versificador que fuera cultísimo; decía que el buen creador debía estudiar y releer a los griegos incansablemente, hasta que llegase a dominar las técnicas maestras. (Vox exemplaria Graeca/ nocturna versate manu, versate diurna.) Y ¿por qué hoy esos consejos tendrían que estar caducos? Hay en el arte una esencia inmutable en el tiempo y en el espacio, y esa esencia se germinó en Grecia. Se puede tolerar la medianía en todo, pero la poesía nació para ser perfecta.

Por otra parte, hoy se usa el arte como forma de protesta social, prostituyéndolo inmoralmente al creer que es un medio para llegar a un fin práctico, pero el arte tiene sentido por sí mismo, ¡y el arte es un fin en sí mismo! Por lo demás, el decadentismo se explica desde la falta de una base filosófica en el arte y desde el alejamiento de la metafísica por parte de los creadores. No existe verdadero arte sin una base filosófica ni gran poeta sin una sólida cultura.

El arte, pues, experimenta una crisis.

Un arte profundamente moral y altamente sapiente, devoto de la verdad, afín a los más trascendentales destinos, una poesía que converja en el fin humanitario y que no tenga otra fuente que la divina y la de la naturaleza, es lo que se debe procurar. El arte, en su más excelsa expresión, es un esfuerzo ingente hacia el ideal.

La excepción a este decadentismo literario se encuentra, en Europa, en las universidades, (v.g. Salamanca en España y Cambridge en el Reino Unido), que tienen cenáculos estudiosos del clasicismo y del romanticismo en sus más elevados grados. Pero estos círculos de estudiosos y creadores no están esforzándose por editar obras ni por crear una nueva tendencia que retome lo viejo, y he aquí la deficiencia.

Así despunta el siglo XXI para el arte literario.

Y todo lo que hasta aquí hemos dicho bien puede ser también aplicado al arte pictórico y escultórico.

Opinión
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El himno de Mateo Montemayor

Se podría decir de esta novela lo que se puede decir del Nayjama: difícil, casi imposible de catalogar en ninguna clasificación literaria; una de las más voluminosas novelas bolivianas, pertenece esta obra singular al genial autor del Thunupa. Lágrima, grito, carcajada, indignación y canto a la vida, Mateo Montemayor es una novela integral, porque la novela es el género que puede contener al mismo tiempo crítica, reflexión, ensayo, narración, autobiografía, fantasía desmesurada y realismo puro. Y todo eso es este libro. Y es por la calidad literaria de la obra, como por la profundidad de asuntos que aborda, que es de lo mejor de la novelística latinoamericana.

Quien escribe esto ya había escrito antes algo sobre este libro, pero le pareció haber pasado por alto algunas cosas que las dirá ahora. Fernando Diez de Medina no solamente es un americanista, un telurista, es también un conocedor de las fibras más sensibles e íntimas del ser humano, como debe ser todo buen escritor. Incomprendido en su tiempo, Diez de Medina saboreó los amargos acíbares de la soledad y la tristeza. Gustaba de Mozart, de Goethe, de Dante, de Tamayo, de Khayyam, de Séneca. Su pluma era clásica y romántica, apolínea. ¿Por qué los seguidores de los maestros son relegados al campo de la soledad, como lo fueron los mismos maestros? Quizá porque el gran arte no es para todos, y pertenece a un tiempo que está por venir.

Mateo Montemayor, que es el autor de la novela bajo el pseudónimo que da título a la obra, es un escritor, un político en potencia y un embelesado de Gradiva. Varios de los pasajes más bellos del libro son los que están referidos a la labor del escritor, porque subir, afirmar un nombre, abrirse paso, no es sencillo. He aquí algunos:

“…no tengo dónde publicar y para hacerlo debo suplicar. […] Finalmente los comentarios mordaces o el silencio”. “Todavía no aprendiste que el escritor debe hacerse perdonar su talento como la mujer su belleza. Lo sobresaliente hiere. Aprende a callar un tiempo; después serás acogido sin recelo”. “La única forma noble de venganza: superarse. Escribe cosas más hondas y más bellas. No hay desquite mejor, porque ellos te leen, te admiran en silencio, aunque te muerdan vocingleros”. “Ten confianza: cuando nadie recuerde los nombres de tus envidiosos, todavía se hablará de ti”. “Todos buscan ser leídos, interpretados; prefieren la crítica adversa al silencio. […] [El escritor] esclavo vive de verse y repetirse en el cristal de las aguas que lo multiplican para millares de lectores”. “Porque excepción hacha de los contados triunfadores, nadie sabe la carrera de obstáculos que antes de publicar algo debe vencer el hombre de letras […] A veces la tendida espera, el ruego insistente, la lisonja astuta, hasta la humillación para obtener el derecho de ser reproducido por el registro de los linotipos”. “La tierra insular te impide proyectarte hacia el planeta, pero llegará tu hora. No lo dudes”. “… ¡qué duro, qué ingrato es persistir en una vocación de escritor en nuestra naciente Sudamérica!”. “Es así. La selva continental de las letras oprime, asfixia. Lucha con ella, pero lucha con nobleza. Un día bosque y maleza desaparecerán, y cuando tu cuerpo se esté disolviendo en la tierra materna, tus creaciones literarias crecerán como árboles jóvenes y erguidos en la comprensión de los que vendrán”. Y, finalmente: “Si no cargaras tu madero, no serías digno de hablar a los hombres”.

Ése es el sino trágico del escritor, del artista; y ése es también su laurel.

¡Oh Dios mío, cuánta verdad!

La espada en la palabra
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Movimiento de la historia política criolla

La historia de los pueblos cuyas democracias son incipientes y débiles se mueve de una manera particular, y esta manera es una secuela directa de la misma naturaleza embrionaria de esta democracia bastarda y rudimentaria. Este fenómeno social y político se puede ver hoy en su mayor esplendor en algunos de los Estados latinoamericanos, que son los más atrasados en este sentido. Y es que un conservadurismo odioso de izquierdas y derechas hace que los cambios de gobiernos sean en realidad cambios de paradigmas o de modelos. En síntesis, la renovación de cuadros en el poder no se expresa en la alternancia saludable de personas ni en la evolución auténtica de ideas, sino más bien en la sucesión espasmódica e incontrolable de grandes aposentos políticos a grandes intervalos (en Bolivia son de quince años, más o menos), que no son otra cosa que paradigmas de partidos o generaciones que deben ser impuestos a ultranza a fuer de garantizar una continuidad que en realidad es asaz nociva.

¿Existe, pues, una verdadera vanguardia política en estos países, entendiendo el término vanguardia no como una demagogia socialista (digresión: dice el teólogo Leonardo Boff que “los movimientos de izquierda son, por lo general, dogmáticos e impopulares, aunque ellos se consideren a sí mismos como la vanguardia del pueblo. Descuidan el análisis de la situación del pueblo y de su nivel de concienciación. Para ellos, Marx, Lenin y Trotsky ya lo han dicho todo. Se dirigen al pueblo con la actitud de que todo lo sabe y solo están atentos a alinear grupos populares. ¡No liberan porque ellos mismos no son libres!”), sino como una voz verdaderamente libertadora de toda forma de opresión y respetuosa del albedrío humano, como la que se alzó cuando la toma de la Bastilla y cual la que exhalaron los ejércitos de Bolívar? Ésta es la verdadera vanguardia, y cuando haya una así en estas tierras, podrá hablarse del auténtico despertar político de Latinoamérica.

Enfoquémonos en el caso nuestro. La historia boliviana es la historia de los modelos de Estado, incluso desde los tiempos de las guerras de la malhadada Confederación Perú-boliviana. En 1880 se inicia un periodo orientado hacia la hegemonía del sur. El conservadurismo no quería dejar el solio, y vino la guerra civil… Los liberales gobernaron casi 17 años, y tampoco quisieron dejar el poder, y vino el golpe de Estado… La Revolución Nacional se desgastó tanto, que vinieron las dictaduras…

Algo análogo ocurre con la economía, que después de la bonanza se abisma en la lobreguez más tenebrosa de la quiebra. Y la odiada inversión extranjera siempre hace de salvadora y redentora como una medida de shock, cual en la Rusia leninista.

Resumamos lo que dice este artículo de prensa: la historia política de los Estados democráticamente débiles se mueve por ciclos, que siempre levantan un bastión “revolucionario”, y esto hace que no quieran dejar el poder, dado que por definición, cualquier partido que se diga revolucionario querrá reproducirse en el poder más que cualquier otro puñado de politicastros, entendiendo que el ser humano, aunque sea de izquierda, derecha o centro, siempre querrá asirse con fuerza del cetro de mando, pues parecería que la angurria es lo solo democrático, ya que no discrimina a nadie en absoluto. Este tipo de movimiento de la historia es uno de los síntomas que acusan mayor debilidad institucional, y provoca el cáncer de la moral pública. Después de la guerra, los triunfantes barren con todo y comienzan algo nuevo.

La espada en la palabra
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