Blog de Ignacio Vera Rada

Realidad de nuestra pedagogía y educación (Parte II)

Teníamos dicho, la semana pasada, que una tesis de licenciatura con la que hoy un estudiante de una de nuestras universidades obtiene la titulación (cuando hablo de nuestras universidades, me refiero a las más importantes, entre públicas y privadas, dado que en nuestro medio hay unas tan pequeñas e informales que no tienen puntos de consideración serios cuando tratamos de estas cuestiones) no constituye un descubrimiento o lo que podría dar paso a un descubrimiento, ya sea en las áreas de instrucción técnica o de ciencias exactas, o en los campos puramente teóricos o de letras.

En este sentido, bien se me podría replicar con que hoy el saber humano se ha ensanchado tanto, que es difícil para un alumno de pregrado, e incluso de posgrado, desarrollar un trabajo que constituya un descubrimiento o una invención, o que al menos dé paso a uno u otra; o con que para empaparse de una rama de la ciencia hoy, dada la inmensidad de ésta, se necesitaría una vida, o todavía más.

Tales argumentos son ciertos y yo nada tendría que oponer frente a ellos.

Pero lo que sí sé, y con seguridad, porque puedo comprobarlo, es que un licenciado de hace 50 años era más versado y seguramente más crítico que un doctor de hoy. ¿Dónde está, pues, el origen de este problema? En las nuevas concepciones educacionales y pedagógicas -como ya teníamos dicho en la anterior nota- (que bien se podría llamar vanguardismo educacional), que hoy se las tiene como incuestionables porque parecería que forman mejores profesionales. Con estas concepciones se pretende, en una palabra, hacer a la persona más crítica que memoriona, más práctica que ilustrada; y de esta forma, se piensa ingenuamente que el cambio del espíritu de la cátedra, que hoy es como un simulacro de conversatorio que se da entre los alumnos y el profesor, es lo que ejecutará el tan anhelado cambio, pero lo que en verdad sucede es que todo aborta en una informalidad de magisterio que degenera cada vez más el profesorado universitario.

Se piensa que el estudiante es quien debe construir el conocimiento y que aquél bien puede rebatir con toda soltura y con todo derecho las ideas del catedrático, porque “no existe verdad absoluta”. Pero, entonces, ¿para qué ya profesores universitarios? Bien serían suficientes un par de libros y unos cuantos cuadernillos para que el alumno se instruya solo.

Lo que falta son buenos catedráticos, que sean rigurosos e inflexibles a la hora de calificar, pero, sobre todo, ilustrados. Quizá haga falta un leve giro hacia la cátedra magistral, ésa que se escuchaba en las aulas de antes y en cuyo seno se criaron tantas lumbreras del pensamiento y de la ciencia. Se precisa que el conocimiento sea absoluto, para que de esta manera el saber no sea relativo. El modo de graduación para todas las carreras vinculadas a las ciencias sociales debiera ser el examen; pero dicen los teóricos de la nueva pedagogía que los investigadores sociales deben saber investigar. ¡Yo les respondo que esas personas aprenderán a hacerlo de manera autónoma, en tanto les provean un bagaje intelectual sólido e irrebatible, adquirido solamente con la espátula de la memoria y la lectura! Ahora bien; las carreras relacionadas con las ciencias exactas sí precisan, por su esencia, de una investigación como modo de titulación, dado que ningún físico es un gran físico por saber de memoria las fórmulas de Maxwell, como ningún botánico lo es por tener en su cabeza y para siempre las hipótesis de Jungius. Los científicos de carrera sí deben presentan un trabajo que, como hemos dicho, pruebe su capacidad investigativa y descubra o dé paso a un descubrimiento.

Todas estas ideas deberán ser contenidas en un nuevo proyecto y en una nueva ley.

Eso es, en líneas muy generales, quizá demasiado, lo que puedo decir y plantear sobre la situación de nuestra educación, que deberá, tarde o temprano, hallar un nuevo camino.

Ignacio Vera –Rada es licenciado en Ciencias Políticas

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Teresa Gisbert Carbonell

Nunca la pude conocer en persona, lo que lamento, solo pude tener dos aproximaciones a la personalidad y la obra intelectual de Teresa Gisbert -a través de otras personas- que hicieron que tenga el reconocimiento que ahora le tengo a la mujer intelectual.

El primer acercamiento se dio cuando mi padre me habló por primera vez de ella. Augusto Vera Riveros fue asesor jurídico de Teresa Gisbert, cuando ésta era directora del Instituto Boliviano de Cultura y aquél un abogado novel que hacía sus primeras armas en el ejercicio del Derecho. Siempre, desde que fui interesándome en serio por la historia y la cultura de este país, me hablaba de la jefa que había tenido por algunos años en esos primeros tiempos de trabajo como abogado; de esa investigadora activa, de esa mujer curiosa por todo, solícita, nerviosa al hablar, inteligente, memoriona, lúcida como pocas y a veces histérica.

La segunda aproximación que tuve, esta vez hacia su obra, fue cuando yo era estudiante de Carlos D. Mesa Gisbert en una materia de historia, en la Universidad Católica Boliviana “San Pablo” de La Paz. Recuerdo que en esas intensas clases se debía debatir, con todo el aire de los pulmones y casi todos los días, sobre el mestizaje, sobre la aculturación española e ibérica a los nativos nuestros, sobre la identidad y el sincretismo religioso y finalmente sobre los hechos de la historia charquina que hicieron de crisol para fundir el alma que ahora llevamos dentro de nosotros. Frecuentaba, en consecuencia, a Todorov y sus agudas reflexiones sobre la identidad y la conquista de América; me metía en el difícil y testarudo debate de Tamayo y Arguedas, sin poder sacar ninguna conclusión demasiado terminante; hojeaba las páginas de Galeano para comprender un poco más cabalmente la realidad latinoamericana, pero en ninguno de esos libros o autores, ni siquiera, repito, en las páginas de Pueblo Enfermo ni en las de la Pedagogía, que son como el clasicismo de la sociología boliviana, pude distinguir con mucha claridad el espíritu mestizo -indio e ibérico fundidos con todo el odio y el amor posibles- que se aposenta en el corazón de un boliviano sino en los libros de aquella indagadora que por cosas de la vida dejó la arquitectura en un segundo plano. La pluma de Gisbert, pues, ha escrito y descrito, con excelsitud y rigor académicos, la nacionalidad boliviana desde la perspectiva de la historia y el arte.

Otro día, trabajando ya como auxiliar de cátedra de Mesa en la misma Universidad, pude hablar con éste de la obra que Gisbert había producido para la representación gráfica del libro Literatura Boliviana, de Enrique Finot, en la edición de 1964.

El Paraíso de los Pájaros Parlantes: La imagen del otro en la cultura andina es, sin duda alguna, su mejor obra, o una obra maestra. Es una clave para entender el entresijo de la nación boliviana desde su espíritu, nacionalidad que existe, ciertamente, porque quien niega esta nación, construida sobre los pilares del sincretismo social, es un ciego o un pesimista. ¿Historia, ensayo sociológico, estudio y crítica del arte? -Yo creo que todos esos géneros reunidos en un solo libro. Una obra cíclica porque afronta consideraciones sobre arte medieval, renacentista, indio, clásico y colonial. Y esos extranjeros colonizadores, a su vez, ¿cuánto bebieron de los árabes, judíos o negros? Gisbert abrió, con su Paraíso, una dimensión en la que las posibilidades de que coexistan varias culturas en una sola son muchas. Entendió a cabalidad la compleja y enmarañada sociedad de las Indias, y puso en la realidad la utopía de la convivencia de varias sangres.

Y eso es ya suficiente para enaltecer una vida y dejar en un país un legado que no muere.

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Latinoamérica populista y su educación

En este artículo se pretende hablar del populismo, pero no desde el acostumbrado enfoque político. Y es que tantos y tan variados efectos tiene el populismo en los países donde existe, que su análisis tiene también que ver con la sociología, la psicología y, como no podría ser de otra manera, con la economía de la educación.

El populismo es como una suerte de status quo para el desarrollo material de los países, y, de la misma manera, puede ser un gran estimulante para el dinamismo de las emociones que reafirman la identidad. Normalmente, salvo escasas excepciones, tuvo como enemigos al capitalismo, la inversión ajena y en general a todo lo procedente del extranjero.

La esencia de las corrientes populistas en América Latina no ha mutado en el tiempo; sus lineamientos respecto al mecanismo de sus procedimientos tácticos y operacionales siguen siendo tal y como los de hace medio siglo. Y dado que el populismo —dada su ambigua y rara volatilidad— es para la politología como una especie de espectro aún no inscrito en ninguna taxonomía ni descrito con cientificismo para ser tipificado, y que bien puede ser el antifaz de un gobierno de derecha o de izquierda, afecta invariablemente y de una manera aguda a la Economía del conocimiento, sin tener en cuenta factores que, en su caso, pueden o no afectar a la economía, o pueden o no afectar al orden jurídico, por ejemplo.

El reputado periodista Andrés Oppenheimer maneja muy bien el término Economía del conocimiento para hacer un análisis de las deficiencias que arrastran varios países latinoamericanos como resultado de las decisiones frívolas de sus regímenes políticos, o, mejor aún, de las de sus jefes de Estado. Oppenheimer, en uno de sus libros, dice: “…estamos viviendo en la era de la economía del conocimiento, donde los países más ricos son los que producen servicios de todo tipo […] y donde algunos de los que tienen mayores índices de pobreza son los que tienen más materias primas”.

Los populismos de América Latina olvidaron la educación, y si no la olvidaron, la están orientando hacia un norte que es el de una pedagogía sentimental, obsesionada con el pasado, y lo que precisan ahora los países son justamente científicos y técnicos guiados por el pragmatismo y el futuro.

Se debe crear valor agregado, que hoy no es otro que la educación especializada; se debe incentivar a la investigación, porque en América Latina nunca hubo verdadera ciencia. Por otra parte, el apoyo privado debe ser también un soporte de la buena educación.

Se debe dejar atrás la politización de la educación y de los estudiantes. La enseñanza en Bolivia (la que funciona bajo la Ley “Avelino Siñani”, promulgada en el gobierno de Evo Morales), por ejemplo, tiene un gran componente de orientación ideológica, y esto no puede ser sino peligroso para el espíritu de libertad y autonomía que debe tener la educación, porque en síntesis, ésta consiste, como decía Goethe, en estimular a la juventud al estudio más que en aleccionarla. El espíritu de la educación que los Estados deben adoptar debe ser siempre neutral.

Seamos unos empecinados convencidos de que al progreso moral, material, jurídico, social y económico de los Estados se llegará con educación y más educación. La educación no es ni será nunca un fin sí mismo, sino un camino para alcanzar eficazmente todas aquellas cosas que están relacionadas con el bienestar de las sociedades de cualquiera parte del mundo.

Hasta ahora, en los países latinoamericanos no se pueden ver avances educacionales ni didácticos, sino una deprimente situación pedagógica. Pero un día u otro habrá que salir de esta pavorosa incertidumbre.

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Balance de otro año difícil

Estoy escribiendo estas líneas desde un desierto costero que está en la península del Sinaí, a muy pocos kilómetros de Arabia Saudita y a muchos miles de mis montañas altas de los Andes. De alguna forma, es difícil estar lejos de la cuna de mi sangre, pero todos los problemas que se viven se ven de una manera distinta cuando se está lejos de donde se ha nacido, y es en verdad así, lo estoy comprobando. El enfoque cambia y los criterios de comparación también varían. En realidad, podría decirse que el exilio aproxima más a los problemas del suelo nativo, problemas que se expresan en el arte y en el pensamiento; los viajes no son una experimentación externa, como puede por lógica pensarse, sino más bien una introspección, un buceo en el mar que es cada uno de nosotros, y, por extensión, se puede decir que estando lejos del terruño es cuando mejor se pueden leer los problemas que aquejan a lo que es de uno y plantear las terapéuticas para las heridas que le duelen. Por extraño que parezca, alejarse es estar más cerca; recorrer el mundo es aproximarse. No he olvidado a Bolivia ni a sus problemas que le agobian.

Voy a pasar al 2018 estando lejos del país, pero lo que pretendo hacer por él no ha cambiado ni espero que cambie nunca. Estando lejos, una persona puede ver con mayor precisión y detenimiento los hechos para pensar las soluciones con una cabeza menos alocada.

La cultura de estas tierras orientales y africanas por las que estoy andando en estos días es en verdad fuerte, y si bien sus economías no son vigorosas ni prometen mucho para el futuro, son la cultura, la nación, el cuidado de la raza y otros elementos similares, las cosas que han hacho que estos Estados permanezcan relativamente fuertes a lo largo del tiempo. Bolivia aun camina a tientas en lo referente a sus posibilidades de afirmación nacional. El 2017 ha sido un año inepto y nulo; el gobierno de turno nunca miró con lentes visionarios. Fue, lamentablemente, un año más de enconos en los que lo solo que valió fue el interés roñoso del politicastro. Desfalcos, vulneración sistemática de las leyes, anarquía y obstinación en el seno del poder, desmoronamiento gradual del gobierno, sinsentido y contradicción, he ahí lo que ha sido este año que termina para nuestra patria boliviana.

Las naciones latinoamericanas aún no han sentado las bases de su cultura, de su nacionalidad; es cierto que para algunas es muy difícil (para los países de Centro América, por ejemplo), pero para países socialmente compactos como Bolivia, cuya historia milenaria es la base para la construcción del edificio nacional, no solamente es viable hacerlo sino un imperativo. Se sabe que la economía no marcha bien, y que detrás de los subsidios y las rentas mentirosas se esconde la verdadera putrefacción que se agrava más y más, pero hablando de otras cuestiones públicas, como de la educación, por ejemplo, se puede decir que no se han levantado escuelas de nivel y que no se ha tenido en la orden del día de la Asamblea el asunto de la instrucción pública y privada, y la razón de ese desdén se halla en una cosa demasiado sencilla de ser deducida: el 2017 no ha sido para el boliviano nada sino una lucha furiosa por la reelección indefinida del actual Presidente de los bolivianos; o sea que, en una palabra, esta gestión fue netamente política (en el estrecho y miserable sentido del término).

Hay que recobrar las energías que parecen perdidas, se debe hallar la manera de encaminar esta patria nuevamente en la vía del progreso, no tanto material sino más que todo y primero moral y espiritual. Latinoamérica, desde México hasta la Patagonia, adolece de una enfermedad política que está signada por la complejidad social, pero que de ninguna manera es inexorable ni incurable. Algún momento tendremos que hallar una respuesta a los males más perentorios que aquejan a Bolivia.

Que el año que se inicia sea de bendición para el país.

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Consideraciones sobre la pintura paisajística

Últimamente la pintura —o el alma de los pintores— ha ido dejando a un lado la creación pictórica referida a la representación de paisajes y campiñas. No sé cómo están yendo las cosas en Europa, pero al menos en Latinoamérica la pintura paisajística está un poco asediada por el olvido. Hace relativamente poco hubo una exposición pictórica en la ciudad de La Paz en la que se exhibieron cuadros cuyas temáticas predominantes fueron el mítico Illimani y el enclaustramiento marítimo de Bolivia, y la tentativa de la representación de los paisajes y las montañas me pareció un esfuerzo y una iniciativa verdaderamente notables dadas las circunstancias que, como se tiene dicho, atraviesa la pintura.

Se debe volver a la pintura de paisajes, con acuarelas o con óleos, o con ambos, pero debe hacérselo. Un arte supremo, que es la expresión casi directa del nivel del avance espiritual de una sociedad, debe aspirar a la representación del mundo y a la mirada sobre la “naturaleza viviente” (Goethe) que —aunque se esté en el auge de las tecnologías— circunda al ser humano. Hágase si se puede aquí un símil con la literatura que es fruto del naturalismo filosófico, o sea, con la literatura del realismo. ¿Puede ser verdaderamente arte algo que es copia fiel de la realidad circundante? En estricto sentido, no, pero si se capta la organicidad de esa realidad objetiva, el arte se manifiesta con toda su fuerza desde una perspectiva muy especial. Es la lectura de la naturaleza que, sin más ni menos, hizo de los pintores de paisajes grandes retratistas de la vida de la naturaleza.

Pero, en palabras sencillas, ¿cómo debe ser realmente la inspiración creadora del compositor —o representador— de paisajes? ¿Se debe, como Courbet y Manet, ir directamente a la conquista del espacio físico, como si éste fuera solamente un hecho carente de trasfondo? Aquí también se puede hacer otra analogía: Miguel Ángel estudiaba la anatomía con un fin de “hecho” y para la representación inmediata y práctica; Leonardo estudiaba la anatomía con un fin causal o mecanicista (para hablar con la terminología de la física). El uno quería copiar y el otro entender. De esta forma, se tiene que el pintor también tiene dos caminos cuando de pintar un paisaje se refiere.

Si bien son maestros —quién lo duda— Courbet, Manet, Monet y Cézanne, quizá son demasiado pobres al momento de entender el alma de la naturaleza a la que están pintando. Rembrandt es una clara excepción porque éste supo comprender el mundo cósmico que se agita detrás de los paisajes y los prados, a diferencia de lo que hizo Manet. Quizá Rembrandt perdió en técnica (aquí excluimos el claroscuro) pero ganó en percepción paisajística.

Sin embargo, también es cierto que la frialdad de percepción de los artistas no siempre es un elemento negativo o nulo desde el punto de vista del fondo de sus creaciones. La influencia decisiva de grandes españoles y holandeses como Velázquez, Goya, Hobbema y Franz Hals, de paisajistas ingleses y de intelectualistas japoneses, hace que la concepción artística paisajística se vuelva una ciencia natural, una física de movimientos y fenómenos y una fotografía de lo que circunda al hombre; en suma, una reproducción del hecho. Según Spengler, es en este fenómeno de la pintura donde mejor pueden apreciarse la dicotomía del sentimiento y el espíritu, por un lado, y la del entendimiento y la razón, por otro. “Ésta es la diferencia que existe entre la experiencia íntima de la naturaleza y la ciencia de la naturaleza, entre el corazón y la cabeza, entre la fe y el saber”. Como todo buen constructor (poiesis), el paisajista es el artífice de una buena descripción, ya sea física, ya del alma. Y el justo medio es donde debe situar sus pinceles y paletas siempre.

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Caminos antes que escuelas

Se sabe que el gobierno de turno ha hecho alguna labor apreciable en cuanto a construcción caminera se refiere, pero también se sabe que no ejecutó obra de importancia alguna en lo acaso más significativo que un Estado incipiente como Bolivia requiere: educación para su afirmación nacional. Es como si los gobernantes que tenemos hubieran tenido una visión tan superficial y corta (materialista) que no se dieron cuenta de la importancia de la formación espiritual de que es menesterosa Bolivia.

El primer deber de los que se hallan a la cabeza de los asuntos públicos de un país es ver el suelo, la raza y le medio, y con esto queremos decir que deben ver las necesidades del conjunto de los elementos que componen el Estado.

La situación educacional (colegial y universitaria) de este país es en verdad deplorable desde el punto de vista de la infraestructura y de los insumos que tiene, o sea, en realidad, desde todos los puntos de vista. Esta situación no ha cambiado desde hace mucho tiempo, no ha cambiado, queremos decir, de una forma drástica y radical, como cambió, por ejemplo, en el gobierno de Montes, cuando la Reforma Educativa y la misión belga Rouma.

Todo esto abarca un grandísimo campo de estudio: el de la implementación de la pedagogía, cosa no resuelta aún hoy, cuando despunta el siglo XXI. He aquí, señores políticos y pedagogos, el porqué del fracaso de la adaptación a las instituciones y al orden marcado por la ley. ¿Por qué no veis más allá, donde en realidad tienen su origen los problemas que padecemos hoy? En realidad, este mal de la inadaptabilidad al orden, que ya parece algo patológico de la raza, ha sido una constante en casi toda Latinoamérica. Haciendo quizá una generalización un poco crasa, en la despreocupación por la educación está la razón de lo que se está viviendo hoy: un escenario donde los caudillos, obcecados porque piensan que el poder es suyo dado que son como mesías, no pretenden dejar el poder. Con todo esto queremos decir que el enfoque material de los gobiernos debe estar reservado para los países cuya fase de desarrollo ya es avanzada; los países pequeños y pobres deben primero enfocarse en los problemas espirituales y de cultura que le afligen. Hoy todos tienen puesta la mirada en los asuntos políticos, que son nefastos, pero yo me atrevo a ver un poco más allá para saber por qué estamos como estamos. Junto con Oswald Spengler, quiero ver la historia como una simbología de elementos que quieren decir algo más de lo que muestran.

Hagamos, a ojo de pájaro, una revisión de nuestra conformación social y física en estos casi dos siglos de vida autónoma que tiene el país. Tan variada en geografías, Bolivia tiene potencialidades pero también debilidades que nacen de su orografía, y está únicamente en la educación el derrotero para la integración cultural y espiritual, para el afianzamiento de la nacionalidad, hoy menoscabada por el argumento estúpido de que somos varias naciones en una. Solamente la instrucción pública y privada podrán hacer de la occidental y la oriental una sola y misma cultura.

Es probable que salten para decirme que con tanto dinero recibido por nuestros recursos, bien se podrían hacer escuelas y caminos, pero los buenos estadistas saben hacer una lista de prioridades para su Estado; echad una ojeada a los gobiernos de Alejandro, Napoleón, Churchill… La premisa gubernamental se resume en una frase: escuelas con buenos profesores primero (vinculación espiritual y cultural) y caminos y ferrocarriles después (vinculación física).

De todas estas cosas nace el imperativo de llevar a cabo una Reforma Educativa. Débese formular un sistema educativo nuevo, que integre y unifique saberes de todos los lugares del país, para amalgamar así un espíritu de identidad boliviana y nacional.

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ABI

El mayor crimen

Para haber renunciado al cargo de juez del Tribunal Constitucional Plurinacional antes de haber prevaricado, cual visaje de protesta contra el gobierno y de digna insubordinación, se hubiera necesitado mucha valentía, pero reconozco que para haber delinquido dictando un fallo como el que se ha dictado, se necesita una valentía mucho más grande, porque el nombre y la frente de esas personas que dictaron una sentencia que contraviene las premisas fundamentales del Derecho público se ha manchado de indignidad para siempre, y para haber cometido tal delito es menester ser una persona de arrojo y valentía.

Tristes son los momentos que atraviesa la sociedad boliviana; en realidad, estos momentos que nosotros llamamos aquí tristes son los momentos de turbulencia y anarquía que se viven y la causa principal del rezago que hoy sentimos en nuestra carne y en nuestro espíritu. Nunca me hubiera imaginado que, haciendo analogías, se hubieran podido repetir los acontecimientos históricos del pasado ni las desfachateces que perpetraban Melgarejo, Morales y Daza en sus gobiernos. No hay de qué sorprendernos, ya que lo que vemos y sentimos hoy no es sino el resultado inminente, lógico e inexorable de las escuelas sin maestros que tuvimos desde siempre. La historia siempre es la expresión de un trasfondo que los historiadores pocas veces saben ver; quiere decirnos y enseñarnos algo. Oswald Spengler y su filosofía histórica de símbolos y analogías nunca estuvieron tan en lo cierto como ahora.

¿Vivimos aún en democracia, como para que queramos salvarla de la ruina en la que supuestamente está? No son 35 años Estado de Derecho; esa cualidad ha cesado desde hace ya varios años. Cuando se haga la historia de la democracia boliviana, el historiador tendrá que saltar estos momentos. Ya no hablemos de salvar el orden, sino de recuperarlo.

Se ha cometido el mayor crimen de cuantos se cometieron contra este país pequeño, pobre y miserable de hombres virtuosos. Se han socavado los cimientos democráticos y del orden y la disciplina, que, dicho sea de paso, nunca fueron demasiado consistentes como para sostener a gentes como las nuestras.

Es evidente que este régimen no pretende levantarse de la silla de mando. Se dice que se respetó la voluntad del pueblo expresada el 21 de febrero al haberse abstenido la Asamblea de reformar la Constitución y al haberse buscado honrosamente otra vía para eternizar al caudillo, pero el lector ya debe haberse dado cuenta seguramente de la sandez y el sinsentido que conlleva ese razonamiento, que ni es razonamiento. Lo peor es que al desorden político sobrevendrá la crisis económica, que iremos a encarar vestidos de harapos y sin zapatos, pero le haremos frente con dignidad.

¡Cómo quisiera que Bolivia hubiese sido bien conducida desde siempre! Daos cuenta, ¡hubiésemos sido un pueblo progresado y feliz! Quisiera que fuésemos más inteligentes, más ricos, más prósperos. Este pueblo es pobre, pero lleva la fuerza de su energía nacional. Empero, hoy la incultura reina con toda su majestuosidad en la casta dirigente. La historia política de este desventurado Estado no tiene la tristeza solemne de la tragedia, sino la ridiculez de una comedia o un sainete. ¡Por qué, Dios mío, no dejan progresar a este pobre país!

Amamos la filosofía alemana, el arte galo, el esteticismo clásico, pero Bolivia es mi patria, es el lugar donde he nacido y en el que aprendí a sufrir. Hoy hago por ella lo que puedo. También el artista enamorado y el científico erudito deben cumplir con su deber de buenos ciudadanos. Ese amor tan fuerte es el que hizo que Goethe fuera ministro de Weimar, Victor Hugo parlamentario de Francia, Newton magistrado de Inglaterra…

En estos momentos de inmoralidad y perversión, el deber principal de cualquiera patriota es tratar preservar el espíritu democrático que todavía queda en la nación.

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El mañana de la economía boliviana

Dentro de relativamente poco, las cifras de los ingresos que Bolivia recibe por sus hidrocarburos cambiarán drásticamente, y es probable que ese cambio no haya podido ser evitado, pero los efectos que acarrearán el cambio, sí habrán podido serlo.

Dice el gobierno que se ha reducido la pobreza en niveles muy considerables, y cada vez que lo dice utiliza exhaustivos gráficos estadísticos para demostrarlo, pero yo pienso que si utilizásemos las ecuaciones de la curva de Lorenz, por ejemplo, sabríamos que la brecha que se ha acortado entre los pudientes y los humildes es relativa, como también son relativas muchas aseveraciones del gobierno respecto al progreso de la hacienda y las finanzas públicas. El progreso material en lo referente a la soberanía tecnológica y científica de la que tanto se habla es un buen ejemplo para demostrar este relativismo del que hablamos: ahora Bolivia se autoabastece fabricando clavos y calaminas de buena calidad, y no dependemos de absolutamente nadie en este sentido.

No se han industrializado el litio ni los recursos de subsuelo cuando debieron ser industrializados; no se ha guardado el dinero para tiempos de crisis; al contrario, se ha accedido a créditos multimillonarios que seguramente serán difíciles de pagar. Se han levantado escuelas sin maestros y coliseos polifuncionales sin deportistas.

Siento miedo cuando pienso en el futuro más o menos inmediato de la economía boliviana. El sencillo ciclo dialéctico que roe mi cabeza es el siguiente: después de una gran bonanza mal administrada, sobreviene el desastre. Recuerde el lector que después de la guerra del Chaco sobrevino la debacle; luego de la Revolución de Abril hubo inflación; después de la bonanza en la dictadura de Banzer y el despilfarro de su gobierno, Bolivia se sumió en una de las catástrofes económicas más terribles de la historia. O sea que, en resumidas cuentas, el ciclo es el siguiente: bonanza, imprevisión, despilfarro y finalmente ruina. En general, si se lee la historia universal con lentes de economista, esto siempre ha sido así; después de la riqueza circunstancial, llega la pobreza natural.

No tengo miedo de decir lo siguiente, a pesar de que puede que haya gente que me ponga el estigma de ultraliberal: después de una crisis como la que se avecina para Bolivia, el único remedio capaz de frenarla es una medida de schok, como la que se implementó en la Rusia de Lenin. Al final, es el practicismo el que se impone y la ideología económica es lo último que importa si es que se es patriota y se quiere salvar un país. Solamente una economía de capitales puede sacar de la ruina a una hacienda cataléptica porque es la única estrategia de verdadera dinamización. El mercado por sí solo hace que resurja una maleada situación financiera. En lo que sí se debe intervenir, y con mucha diligencia, es en la distribución de los excedentes, para que haya justicia social.

Tantos años de imprevisión y mezquindad, más de una década de negligencia e incuria debida al despilfarro de cantidades exorbitantes de dinero, han de pasarnos sí o sí una factura que no ha de ser módica. Y la crisis ha de pesar sobre los sectores más humildes, aquéllos sectores sociales que creían tener en el gobierno de turno a su padrino y protector más leal.

En Venezuela, por ejemplo, la crisis ya se ha hecho carne. Hospitales sin medicamentos, carencia de servicios básicos y menester de alimentos. Y aquel país solamente resurgirá cuando un hombre sensato y más o menos visionario toma las riendas del gobierno e implemente alguna medida económica de schok (¡que así sea!). Ved la economía de Argentina, resurgiendo y levantándose del escombro en el que había sido dejada por el funesto socialismo del XXI.

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Demagogia con disfraz de democracia

Decir que el solo voto de un pueblo es la expresión de la democracia en todo su esplendor es una estupidez, además que una simplificación boba de un concepto —desde el punto de vista politológico— tan complicado y tan amplio como es el de la democracia. A lo largo de los últimos meses, se ha oído decir al gobierno de turno incansablemente que el ejercicio del sufragio popular deja ver materializada la democracia más clara, más limpia, más paradigmática y más modélica de todas las que pudiere haber. Nada más falso. Más bien al contrario, como se explicará luego. Pero como somos más o menos ignorantes y un poco ciegos, creemos lo que escuchamos.

Una característica de los izquierdismos populistas –y en general de todo populismo- es excitar a las masas, seducirlas, diciéndoles que lo que ellas desean es el imperativo del destino del Estado. El gobierno del Movimiento Al Socialismo ha prostituido la palabra democracia como si ésta fuese un concepto de maleabilidad y docilidad constantes. Si uno razona, la democracia es un sistema que no solamente pone restricciones al gobierno (que por definición tiende a ser opresor, aun bajo la tutela del estadista más virtuoso), sino que también pone límites al pueblo (que tiende a desenfrenarse como en un delirio cada vez que se ve excitado, aun si es muy culto y civilizado). Estas ideas tienen que ver con la naturaleza humana. De aquí la importancia suma de una buena y genuina Constitución Política, que debe ser un conjunto casi perfecto de leyes que regulen este equilibro entre poder central y voluntad ciudadana que acabamos de mencionar. Pero éste es ya otro asunto. Por tanto, sigamos.

¿Qué pasaría si, en un hipotético caso, un pueblo reeligiera a su mandatario innumerables veces? ¿Sería ésa la expresión del espíritu democrático, como se quiere hacer creer? ¿No habría caído tal pueblo en la demagogia de su propia voluntad, es decir, en la degeneración de la democracia de la que hablaban los pensadores griegos? Esas preguntas ya debieron haber sido respondidas por el lúcido y pío lector de este artículo, por tanto, ya se debe haber llegado a la conclusión de que ese pueblo hipotético podría ser todo menos democrático y podría vivir en cualquier lugar menos en un Estado de Derecho —que no es sino un Estado sometido a la ley—, porque ese pueblo ya ha roto todo esquema de convivencia civilizada establecido en el marco del Derecho público.

Por tanto, no os dejéis engañar cuando os digan que si el ciudadano tiene en sus manos todo el poder de decidir sobre la reelección, se hace realidad la democracia. Sucede, como habéis visto, todo lo contrario. Las minorías quedan excluidas y las mayorías, imponiéndose, se convierten en verdugos, porque la democracia en el seno de las Asambleas también tiene falencias innatas, pero ése también es otro asunto.

Lo cierto es que el concepto de democracia conlleva un fuerte componente de Derecho, de orden, de participación, de justicia social, de equilibro y de contrapesos y de independencia de órganos; es una suerte de espectro que se rige por el orden y en varios espacios de la vida pública.

El pueblo no es infalible, como se quiere hacer pensar, ni sus decisiones son siempre las mejores, como quieren hacer creer los políticos para alcanzar fines mezquinos. Para prevenir el error de la decisión de los pueblos, están la ley y el Derecho, que son como caminos y senderos que marcan el paso por donde debe caminar un Estado. El pueblo es todo menos infalible, y cuando falla, lo cual sucede muy a menudo en la historia, están las leyes para socorrerle y enderezarle, inventadas por el mismo ser humano.

El desenfreno, el vicio y la demagogia —en el sentido que le atribuyen los griegos a este término— sociales, no son otra cosa que la tiranía del pueblo. Bolivia está muy cerca de ello.

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Bolivia frente a la realidad internacional actual

La realidad que enfrenta Bolivia en lo referente a sus asuntos exteriores es —al igual que la que enfrenta en lo relativo a sus asuntos internos— misteriosa y está signada por la incertidumbre. Lo que sí se sabe con mucha certeza es que se tiene un Ministerio de Relaciones Exteriores pasivo y un equipo de diplomáticos cuando menos despreocupado o desganado. Es posible que esa pasividad y esa despreocupación sean debidas no tanto a la indiferencia sino más bien a la falta de preparación de quienes están ocupando en este momento nuestros consulados, embajadas, legaciones, secretarías y la misma silla del conductor de la diplomacia boliviana.

Hace algunos meses, leí una buena investigación periodística (no recuerdo en qué medio) que hacía una relación entre los funcionarios del cuerpo diplomático boliviano y sus profesiones u oficios de toda la vida; en este momento no me atrevería a lanzar una cifra, pero sí puedo aseverar que bajísimo era el porcentaje de los diplomáticos bolivianos que son realmente y bajo todas las de la ley diplomáticos.

Se debe saber que dos son las clases de personas que están aptas, y en algunos casos llamadas, a ocupar alguna magistratura en la diplomacia: 1. Los humanistas y letrados y 2. los técnicos (los diplomáticos de carrera o los abogados internacionalistas); y se debe saber que la función diplomática es por definición un oficio tecnocrático en el que se requiere no solo inteligencia y sagacidad sino también versación especializada.

Habiendo hecho esas consideraciones a manera de larga introducción, continuemos.

Las relaciones internacionales del siglo XXI nacieron ligadas a otra palabra: globalización. Ésta hace que los países no deban ya solo servirse del bilateralismo — decimonónico y tradicional del Derecho Internacional clásico— sino del multilateralismo. Por otra parte, el país que no reconozca a los nuevos actores pesados, que son las multinacionales, no puede apostar al éxito en el juego diplomático. Y es que las empresas irrumpieron en el escenario internacional con tal fuerza, que son capaces de influir en los asuntos públicos (en niveles económicos, financieros e incluso políticos) de los Estados, aún sean éstos sólidos. En este contexto, Bolivia está aislada y atrasada.

El siglo XX, con sus guerras y sismos políticos, ha enseñado una lección categórica y para siempre: en las relaciones internacionales debe primar la Realpolitik, el practicismo. Hobbes ganó a Kant. Los diplomáticos anclados en ideologías dogmáticas no son aptos para los nuevos días. Es imperativo, por ejemplo, que Bolivia restablezca sus relaciones con la primera potencia del mundo y que encuentre una política de apertura de mercados. La política exterior, concebida como un cuerpo de doctrina, es la expresión de los intereses nacionales de un Estado en el marco de una realidad concreta.

Como corolario de todo lo hasta aquí sucintamente expuesto, Bolivia es víctima de otra falencia estructural: la dependencia a sus países acreedores. Ya no se depende del FMI pero sí de China. Si hay producción de materias primas, el precio de éstas están impuestos por los grandes países consumidores que las industrializan, y esta imposición de apremio y presión es debida a mecanismos de mercados que hacen que Bolivia no pueda rehusar los precios que se le asigna.

Nuestro país tiene un potencial extraordinario que es fruto de su ubicación en el centro del Sur: su condición de territorio puente entre los países del Atlántico y el Pacífico, y esto podría ser visionariamente aprovechado frente al creciente incremento del comercio con países de Europa y Asia.

La espada en la palabra
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