Blog de Marcelo Ugalde Castrillo

Establishmet 1 – Dunn 0 ¿Por ahora?

El establishment boliviano puso el pie en el piso y se acabó la fiesta. Jaime Dunn no estaba invitado, y lo mandaron a sacar a empujones. Los rumores son suculentos, dicen que el jefe de campaña de cierto candidato opositor, que veía cómo se le escurrían los votos como agua, habría hecho pactos de cloaca con gente del gobierno y con una alcaldía para frenar a la amenaza.

El problema con Dunn es que estaba mordiendo donde duele. Un outsider muy curioso, le estaba quitando votos a todos, pero el que más sangraba era ese candidato opositor enamorado de sí mismo. Y claro, cuando los intereses y el ego están en juego, los códigos morales (si los hay) se tiran por la ventana. Así, con una operación quirúrgica al estilo político boliviano, es decir, a la mala, o como lo llaman en otras latitudes “al estilo Jalisco”, lo inhabilitaron antes de que la ola se convierta en tsunami.

Dunn ha logrado tener credibilidad, también ilusionar, algo que nadie hacía desde hace veinte años. El hartazgo de la población es el sentimiento/emoción de moda, y él lo estaba capitalizando, y lo estaba haciendo con una lógica simple de sacudir la jaula mental del votante con preguntas y afirmaciones elementales que sonaban como bofetadas “¿Quién de ustedes se siente dueño de YPFB o de ENTEL?” “Pagamos impuestos para que el gobierno monte empresas que nos hagan la competencia con nuestra propia plata”. Conceptos que dejan al descubierto la mentira monumental del Estado Plurinacional y su propuesta anacrónica de la industrialización, que en realidad es un botín de pocos. Y la gente lo entendió, por eso la clase política sintió que le temblaban las chuquizuelas.

Este analista economico que pasa por menona, alborotó a todos y resultó capaz hasta de encabezar una posible revolución política, terminó tocando las teclas correctas del piano. La oposición no logró en dos décadas lo que Dunn hizo en seis meses, ofreció una visión de país. Ni la ilusión ni la esperanza nacen de otro lado que no sea la pasión y el compromiso, Dunn lo probó con una dosis de sentido común que provoco urticaria al establishment.

Después de oler el hocico del monstruo, Dunn podría convertirse en un fusible que chispeó por un ratito o ser paciente y emprender el camino de la construcción de algo más grande que lo ligue definitivamente a la historia de Bolivia. Ojalá no ceda a la tentación del inmediatismo y los ministerios que seguro le ofrecerán. Si juega bien sus cartas, puede llegar a 2030 como un huracán, con equipo, estructura, territorio y fuerza para torcer los destinos del país. Ahora, si la izquierda gana esta elección, tal vez ni país tengamos, pero ese es otro tema.

En el fondo, pienso que es una bendición y esto fue lo mejor que le pudo pasar. Una victoria sin cuadros, sin equipo, sin maquinaria, quizás el poder lo habría devorado. Hoy el destino le guiña el ojo. Veremos si Dunn es un mero político, o un hombre de estado.

Opinión
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18 de agosto: Ayer ganó Andrónico y es presidente

El país parece en calma, pero es el silencio que sigue a la rendición y la bronca. Es 18 de agosto de 2025, ayer votamos en elecciones generales y hoy confirmamos que nos derrotamos a nosotros mismos.

Andrónico Rodríguez ganó con el 41% sin necesidad de segunda vuelta, ni de fraude. La maquinaria del poder apenas se movió. Fue la oposición la que hizo el trabajo por ellos. Samuel Doria Medina: 21,73%. Jorge Tuto Quiroga: 21,73%. Sin diferencia entre dos proyectos que compitieron por ego entre ellos y no por nosotros, no por Bolivia. Las campañas fueron guerrillas de cloaca, se traicionó la unidad, se traicionaron entre ellos, nos traicionaron a nosotros. No había país en sus desproporcionadas ambiciones, solo intereses, nada más que intereses.

Sin embargo, es imperdonable lo que nosotros hicimos, porque sabíamos. Sabíamos que dividir el voto era entregarle la victoria al régimen, sabíamos que el único antídoto contra esta maquinaria era el voto útil, el voto disciplinado. Sabíamos que había que votar por quien lideraba en las últimas encuestas oficiales, aunque fuera por una fracción. Era un acuerdo tácito, un pacto ciudadano no firmado, no lo cumplimos.

Cada quien prefirió confiar en su candidato como si este, cualquiera que haya sido, tuviera algún merecimiento. Decidimos creer en simulaciones disfrazadas de participación ciudadana. Elegimos dejarnos llevar por pasiones y fanatismos absurdos, encuestas sin autor, por ejercicios sesgados como los del Búnker que lo único que hicieron fue distorsionar y confundir. Convertimos la democracia en el juego mortal de la ruleta rusa.

 La izquierda radical no nos venció, porque no era más fuerte, simplemente fue más paciente, fue pragmática y no se dividió a la hora de votar; y nosotros… fragmentados, impacientes, egoístas, les regalamos la victoria. ¡Mierda! De nada sirve arrepentirnos ahora.

“El poder es mudo si no se responde con palabra”, y nosotros que teníamos el voto como palabra, respondimos con traición a nosotros mismos, cegados por los que nos vienen mintiendo por 20 años.

Es 18 de agosto de 2025, Andrónico es presidente. Hoy, el silencio nos gobierna.

Opinión
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Evo (cáncer del) Pueblo

Bolivia vive en el principio de incertidumbre, no se puede determinar al mismo tiempo el rumbo del país y si hay alguien que gobierne. Hay un presidente en Palacio, pero no manda y hay un expresidente en campaña, pero no puede ser electo nuevamente. Lo que sí hay es miedo, rabia y una sensación creciente de hartazgo.

Evo Morales desde sus inicios se incrustó en la política nacional como una enfermedad crónica que va deteriorando cada órgano hasta que ya nada funciona. Su violencia es física, psicológica y moral en contra del Estado. Ofrenda en sacrificio almas bolivianas como si le pertenecieran. Impone una forma de entender el poder como guerra, como algo que le pertenece por mandato divino. Evo no quiere elecciones, quiere doblegar la voluntad del país y gobernar sobre cenizas si es necesario. Es una metástasis que no respeta límites ni vidas ajenas. Somos rehenes de su desquiciamiento.

Frente a él, Luis Arce, presidente por error, administra con parálisis parapléjica la situación. Sale en conferencia de prensa a lloriquear y luego se borra. Su inacción se ha convertido en complicidad pasiva. No se anima a hacer lo necesario. No entendió nunca lo que implica ejercer su cargo.

A todo esto, Andrónico Rodríguez anda jugando al equilibrista, debe pensar que la ambigüedad le suma votos, o que ponerse del lado de los que quieren vivir en paz puede costarle políticamente, ¡cobarde! Su cálculo es un reflejo del miedo que le tiene al animal, sabe que cualquier palabra que contradiga a Morales lo convertirá en blanco, por eso no dice nada.

Pero no todo está perdido, algo está cambiando en la entraña social. Por primera vez en décadas, la herramienta extorsiva de los bloqueos está perdiendo su legitimidad. La gente está harta de los chantajes, de tener que pagar el precio de una pelea que no es suya. Ya nadie quiere la injustificable violencia provocada por delincuentes político/sindicales. La paciencia popular ha tocado fondo al igual que sus bolsillos, los bloqueos irritan al país; y esa irritación será la tumba para quienes han hecho del caos una estrategia.

Nuestro país no es ingobernable. Ha sido secuestrado por un caudillo enfermo de poder y por un presidente sin espina dorsal. Bolivia merece más.

Opinión
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Ni santa ni caudilla: Eva

Cuando un masista se rehabilita y sobrevive políticamente fuera de su estructura, se lo etiqueta como traidor, peor si es mujer, peor si es joven y si es indígena, la condena es doble. Eva Copa tuvo la osadía de quedarse en el escenario político sin pedir disculpas y, para bronca de muchos, ganó la alcaldía de El Alto.

Entre los injubilables políticos que viven gruñendo y mostrándose los dientes, Copa logró una victoria electoral que abrió una grieta, un antes y un después, y dio un golpe de realidad al electorado de izquierda tras la huida de Evo Morales. Lo hizo desde El Alto, bastión simbólico del masismo, enfrentando no solo al aparato del partido azul, sino también al estigma de “funcional al golpe”, como repiten hasta hoy los nostálgicos neocomunistas del siglo XXI.

Durante el gobierno de transición no se alineó con Jeanine Áñez, pero tampoco incendió el país. Defendió la institucionalidad del Senado mientras sus excompañeros de partido se escondían o jugaban a la insurrección. Puede ser oportunismo o responsabilidad, no importa, al menos tuvo el coraje de quedarse cuando otros huían por la puerta trasera o se refugiaban en embajadas.

Eva Copa no es la madre Teresa de los Andes. Su gestión en la alcaldía de El Alto no es una taza de leche y está marcada por las improvisaciones y un estilo algo confrontacional propio de su carácter. Pero a diferencia de tantos otros, no se vende como virgen política ni se presenta como outsider recién caído del cielo. Habla con un tono más moderado, insiste en lo social, habla del libre mercado como parte del sentido común y se atreve a decir que la izquierda no significa repetir eslóganes anacrónicos setenteros, lo cual no es poca cosa en un país donde cualquier matiz se castiga con excomunión partidaria y social.

En esta elección, es la única mujer, la única joven, la única indígena entre una camada de candidatos que parecen salidos de un archivo empolvado. Es también, paradójicamente, la que menos ruido hace y más coherencia muestra, no grita, no insulta, no promete refundar la galaxia. Simplemente insiste en que hay que cambiar la forma de hacer política y en la reconciliación entre bolivianos. Es la excepción a la regla.

Ha podido hacer, como sea que lo haya logrado, un instrumento político con alcance nacional, y aparentemente apuesta por la construcción partidaria. Esto es más de lo que sus equivalentes generacionales de oposición NO han hecho, ya que siguen apostando por… por quien sea que les dé un espacio…

¿Basta con eso? ¿Puede conquistar las dos Bolivias? No lo sabemos, pero en un país donde la política se ha vuelto una fábrica de resentidos y megalómanos, una candidata que no se cree mesías ya es un cambio, aunque venga de donde muchos no quieren mirar.

Opinión
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La última encuesta oficial manda

La democracia necesita acuerdos, ciudadanos conscientes de que el verdadero poder está en el acto silencioso, disciplinado y decisivo de marcar la papeleta. La unidad real se construye desde abajo, desde nosotros, los que ya estamos hartos del oportunismo, de las interminables decepciones y de los eternos perdedores que nos engañan una y otra vez.

Por eso esta vez el pacto es otro y lo firmamos nosotros. Es un documento redactado por el cansancio, nace de tu alma y de la mía, porque nos rehusamos a seguir tropezando con la misma piedra, esa piedra con nombres, apellidos y egos. ¡Esta vez no señor!  Votaremos por quien esté primero en la última encuesta oficial a ser publicada. Nos guste o no, sin excusas, sin que medien las voces garcialinerezcas del “empate técnico”, votaremos por el único con chance de ganarle a los veinte años de neocomunismo del siglo XXI. El próximo presidente necesita ganar en primera vuelta, necesita gobernabilidad en el congreso, ahí radica la importancia de nuestro compromiso.

Así se define el nuevo pacto democrático/ciudadano, sin afinidad ideológica, sino por un frío, lúcido y pragmático sentido de responsabilidad. Porque hemos aprendido a punta de golpes y frustraciones, que dividirnos como ciudadanos es perder y que soñar con la unidad de parte de los injubilables, es entregarnos al abismo con una flor en la mano.

En la política como en la vida, a veces hay que sacrificar lo ideal por lo posible. El voto concentrado es la guerra frontal a la derrota anunciada. No queremos mártires del “yo tenía razón”, queremos que el país gane, aunque sea por un voto.

Sin banderas ni caudillos, digámonos unos a otros, “Confío en vos, confía en mí”. Somos más los que no tenemos intereses políticos mezquinos, lo nuestro es pensar en todos, no en algunos. La unidad no depende de ellos, esta vez mandamos nosotros, y la victoria (o la derrota) será responsabilidad nuestra.

Opinión
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Todos por el trono, nadie por el control

Mas que candidatos, tenemos un exceso de ilusos. Todos piensan en la presidencia como si fuera el trono de un reino, sin advertir que la corona es menos pesada que el congreso. Es curioso, todos quieren gobernar, pero ninguno piensa en la gobernabilidad. Muy poco se detienen a pensar en que, sin control de la asamblea, lo único que van a lograr es una silla de ruedas, un tubo de oxígeno y un gobierno corto. Y aun así, siguen vendiendo espejitos de colores, otra vez.

El fraccionamiento de la oposición es un espectáculo de soberbia y traición desmedida. Cada quien jala por su lado, convencido de que el sesgo del algoritmo y unos cuantos apoyos en redes sociales se traducen en votos reales. Si por milagro alguno llega a la presidencia, será rehén de su propia vanidad y de un parlamento confeccionado para inmovilizar al Estado. Generar consensos no es una virtud que caracterice ni a Tuto ni a Samuel y a los demás mejor ni mencionarlos, porque de historia, decepciones y virtudes, aun no tienen ni el prólogo.

Pero el verdadero asunto se cocina abajo, en la endeble estructura de naipes de estas alianzas. El casting de los posibles futuros asambleístas, pinta como una serie de bajo presupuesto, un volumen 2 del actual congreso. Los viejos oportunistas, listos para levantar la mano a cambio de un viático, y la conciencia por una comisión. Y ahora también tenemos, a los nuevos oportunistas, una mezcla de entusiastas sin brújula, militantes sin madre, y activistas sin causa que creen que gritar y quejarse en redes equivale a legislar; y condimentemos esto, con posibles traiciones y transfugios. Nadie habla de proyectos, de visión, de país, solo ven cinco años de sueldito, pasajes y selfis desde la testera.

Entre tanto la izquierda, que también anda rota, por lo menos tiene a un votante disciplinado que no sabrá mucho de economía ni de democracia, pero sí entiende que dividirse es perder. Y como si fuera poco, han encontrado en Andrónico al personaje perfecto para vender la ilusión de renovación. Un joven callado, con aura de misterio, que habló tres veces en cinco años, pero insinúa lo suficiente para ser útil. La oposición, en cambio, se devora a sí misma con una saña admirable, un canibalismo electoral tan eficaz que ni el MAS lo podría haber planeado mejor ¡Bravo!

Los candidatos se siguen ajustando la faja para ver a quién le queda mejor la banda presidencial. Pero sin Asamblea, el futuro presidente será apenas un florero decorativo, un personaje irrelevante, inexistente, es decir, un Luchito Arce en potencia. Pero claro, eso no entra en los cálculos de quienes solo piensan en cinco años de gloria.

Lo tristemente alentador es que, al final, no importa por quién ni cuál, se impondrá la detestablemente necesaria “democracia de encuestas”, y el voto, sazonado con pánico y polarización, irá para quien este primero. Ese es el pacto social no escrito. A esta parte de Bolivia, no le importa el color del gato, mientras cace ratones.

Opinión
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La necedad como política de gobierno

Pocas cosas son tan nocivas para un país como la de tener a un estúpido en el poder, y Luis Arce, nuestro anodino presidente/candidato, parece empeñado en demostrarlo cada día con una convicción que espanta. Cada palabra que pronuncia con su tono ridículo, cada decreto que firma, cada concesión que arranca bajo la máscara de la justicia social, confirma que no entiende el país y menos su economía. Hace apenas unos días, firmó un acuerdo vergonzoso, cediendo sin resistencia a los caprichos de los mineros de FENCOMIN, dejando en evidencia su incapacidad, su debilidad y su desesperante fragilidad. Ahora, como broche de oro de este festival de irracionalidad, decreta un aumento del salario mínimo nacional, presentándolo como una victoria heroica gestada entre socios moribundos, comerciales y políticos. 

Subir los salarios en una economía que camina a tientas, sin reservas, con una balanza comercial que respira artificialmente y un aparato productivo en estado de coma, es una solemne irresponsabilidad. El resultado es tan previsible que ya a generado pánico en el mercado, porque la inflación se devorará lo que quede de los salarios y del ahorro. Ese diez y cinco por ciento de incremento, que algunos celebran como si hubieran vencido a la pobreza en una batalla campal, será en realidad la lápida sobre el poder adquisitivo de los trabajadores, y como siempre, los pobres pagarán primero, pagarán más, y pagarán solos.

Arce no da pie con bola, y lo más surreal de su torpeza es que ni siquiera puede excusarse en la ignorancia, porque es economista, se supone que estudió estos fenómenos, que sabe que la economía es un organismo vivo que castiga sin piedad el desafío sus reglas. Pero Arce, fiel a la tradición de los gobiernos masistas, prefiere taparse los ojos, silenciar los datos y seguir colocando ladrillos en el muro de miseria que encierra cada vez más a los bolivianos. El país esta exhausto después de tantos años de despilfarro, corrupción y demagogia, se tambalea al borde del abismo, y su presidente, en vez de tenderle una pita, le entrega una pala para que cave su propia tumba.

La ilusión de que la pobreza se combate escribiendo decretos es vieja, rancia y amarga y ya la vivimos durante la UDP, cuando el entusiasmo político pretendió reemplazar el sentido común, y el resultado fue la escasez, desempleo, desesperanza, y el caos. No hay forma de que esta historia tenga un final distinto, el tiempo corre, las ventanas de oportunidad se cierran, y ya no basta con atacar los síntomas, ahora se necesita cirugía mayor, una que ni este gobierno ni sus cómplices tienen el valor ni la capacidad de realizar.

Ya no hay propaganda que maquille la verdad, ya no hay relato que disimule el hambre, las colas, ni esconda la angustia. Los pocos que todavía aplauden, terminarán comprendiendo tarde, que la pobreza no se combate con aumentos salariales ficticios ni se gobierna un país como si fuera un mitin político. La economía, como la historia, no perdona a los necios, y a los estúpidos, mucho menos.

Opinión
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Reconciliación, la verdadera unidad de Bolivia

“La unidad”, todos la nombran, nadie la ha visto y ciertamente nadie sabe cómo luce. Nuestros injubilables políticos, con su habitual oportunismo, la pronuncian con un tono esperanzador, cínico y manoseado. Quieren hacernos creer, que la unidad es una tarea que solo ellos pueden encabezar y usan la unidad como un eslogan de campaña.

En las últimas cuatro elecciones se habla de la unidad como necesaria, imprescindible… pero nunca pensamos en cómo se consigue realmente. Porque claro, para los políticos noventeros, unidad es juntar sus miserias en una lista electoral, repartirse cargos, seguir odiándose en privado y después traicionarse. Y ahora, la izquierda boliviana, se ha sumado a esta tendencia.

La verdadera unidad, la que nos interesa a los ciudadanos de bien, no está en los abrazos falsos de conferencia de prensa, está en algo mucho más difícil y que solemos pasar por alto segados por odios y prejuicios de uno y otro lado. Hablo de la reconciliación.

Reconciliarse no es fácil. Requiere humildad, requiere aceptar que el otro existe, piensa distinto, vive distinto, pero tiene el mismo derecho que uno a ser parte de este país. Reconciliarnos es mirarnos a la cara y decir “No pienso como vos, pero quiero vivir en paz con vos. Porque este país es tan mío como tuyo.”

Bolivia es plural. No todos son empresarios, ni todos son campesinos, no todos son de izquierda, ni todos son de derecha. Nadie tiene que renunciar a su pasado y su historia, pero todos debemos acordar un futuro común.

El problema es que somos gobernados por los peores bolivianos. Líderes que no lideran nada, caudillos que solo saben dividir, gritar, victimizarse, traicionar y amenazar. Son ellos, de ambos bandos, los que han vivido mejor, mientras todos los demás vivimos peor y enojados entre nosotros. 

Es por eso que necesitamos sentarnos a pensar Bolivia entendiendo sus particularidades. Con ideas de izquierda y de derecha, pero con sentido común, con respeto, con ganas de resolver la economía, pobreza, salud, educación, trabajo y seguridad. Hablemos de las necesidades sociales y combinémoslas con libre mercado. ¿Por qué no? Creo que el país ya no soporta más ideologías enlatadas que vienen del extranjero, necesitamos la nuestra propia.

La reconciliación no es un acto de buena voluntad, es un acto de inteligencia, es la revolución necesaria, porque Bolivia no entra en un solo molde, necesitamos un acuerdo donde todos quepamos sin aplastarnos. Menos caudillos, rabia, división, odios y más constructores de puentes y propuestas.

 

Este pensamiento alude a los años que vienen, no a las elecciones de agosto. Es un camino largo que hay que empezar a andarlo. Reconciliemos Bolivia.

 

Marcelo Ugalde Castrillo

Político y empresario

Opinión
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Dunn y Paz, a la sobra de los egos

Mientras los de siempre siguen repartiéndose micrófonos, renuncias y traiciones, hay dos figuras que se han mantenido al margen del circo central de la política boliviana, son dos jovenzuelos de 57 añitos. Hablo de Rodrigo Paz Pereira y Jaime Dunn, que bien podrían representar una alternativa, algo distinto para el segmento de votantes anti MAS, mismo que es engañado y decepcionado una y otra vez, y se ha visto obligado a votar por el ungido de turno proveniente de las encuestas. Le guste o no.

Rodrigo Paz ha hecho política desde hace años, no es necesariamente nuevo. Fue diputado, alcalde de Tarija (gestión a la que no me referiré), hoy senador, tiene trayectoria y experiencia concreta en gestión pública. Ha demostrado habilidades políticas, ha visitado casi todos los municipios del país, algo que no todos pueden mostrar. Tiene buena oratoria y un nombre en la política nacional. Pero a pesar de eso, no ha logrado hacerse notar lo suficiente. La atención sigue secuestrada por los que siempre defraudan.

Jaime Dunn viene del mundo económico, el académico. Tiene una carrera sólida y destacada fuera del país y una participación activa como analista y columnista. Es claro, riguroso, y ha sabido explicar la economía con solvencia. No tiene formación política en el sentido tradicional, pero eso, en este contexto, no es un defecto que lo excluya, porque muchos que están en política tampoco la tienen. El problema de Dunn, igual que el de Paz, es la soledad. No se les ve respaldados por un equipo o una estrategia clara de proyección nacional.

Y es que, sin estructura, aunque sea circunstancial y poco sostenible en el tiempo (como suelen ser), en un país donde la política se mide por encuestas antes que, por contenido, es muy difícil hacerse escuchar. Esa es una de las grandes trabas para cualquier figura que no esté dentro del club de la vecindad del chavo. Pero esa misma falta de estructura también los libera, no tienen que negociar con el pasado ni con oportunistas, ni rendir cuentas a jefes políticos oxidados. No cargan la mochila de las derrotas pasadas, ni las sospechas de pactos implícitos con el oficialismo.

A Dunn podría reclamarle que clame por un liberalismo importado que nada tiene que ver con la realidad de Bolivia. Paz la tiene algo más clara.

La solución no se puede encontrar en el problema. La discusión sobre liderazgo opositor se sigue centrando en los que ya fracasaron, en los que, por acción u omisión, han sostenido al MAS durante dos décadas. Frente a eso, cuesta entender por qué no se apuesta por perfiles como los de Paz o Dunn. No son un proyecto político como tal, pero, si alguien nos va a engañar o sorprender, que sea alguien nuevo.

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MNR, 73 años después de la revolución nacional

Hace 73 años, el Movimiento Nacionalista Revolucionario rompía roscas y hacia tronar cañones, los milicianos se atrincheraban, y estallaba la revolución que sacudió los cimientos de la vieja república. Nacionalizó las minas, impulsó la reforma agraria, universalizó el voto. Fue el partido más influyente de la historia boliviana. Pero esa fuerza movimientista se extinguió por obra de sus propios herederos.

El glorioso partido ha sido reducido, en algunos “comandos”, a un pasatiempo de jubilados, en otros, a un mero instrumento de canje en tiempos electorales, y en general, se ha reemplazado la política por el pleito fratricida. Un partido en litigio donde ya no se generan ideas, ya no se persigue el poder. Quienes lo manejan no son líderes, sino meros operadores que no han sabido estar a la altura de su conducción.

Yo crecí y me formé en ese partido. Lo vi en el gobierno, lo viví en campaña, aprendí de grandes nombres escritos en la historia. Eran tiempos en que ser movimientista era una identidad que se llevaba con orgullo. Hoy, lo veo derrumbarse por la torpeza de los que olvidaron sembrar nuevas generaciones, y que, por sentirse avergonzados, poco capaces o lo que fuera, no supieron creer que el partido podía levantarse. La última camada formada por el MNR fue la mía, y paradójicamente, fuimos los primeros en ser desechados por estructuras anquilosadas que no toleraban ni el cambio ni la crítica, y que no soportó nuestra revolución generacional.

La política boliviana sufre de una enfermedad que ha propiciado la falta de formación de liderazgos y la incapacidad de mirar más allá del cálculo inmediato. Todo esto por la ausencia de partidos políticos construidos desde la lealtad a los principios, a los pensamientos y la visión de país. El MNR cayó víctima de ese mal nacional, y lo hizo con una dignidad menguante, traicionando su historia y olvidando su promesa de futuro.

Muchos compañeros aún creen en su resurgir y lo comparan con el ave fénix, pero no advierten que el mito sólo se sostiene si hay fuego y cenizas listas para ser avivadas. La música dejó de sonar hace años, quizá desde aquel error histórico de no participar en las elecciones de 2009. Fue una decisión que, no solo marcó la ausencia en la papeleta por primera vez en más de 50 años, sino que provoco el exilio voluntario de la política. Desde entonces, el partido dejó de existir como fuerza activa y comenzó a mutar en memoria y nostalgia. La sigla esta cansada, manoseada, y no se siente capaz de llenar nuevamente los libros de la historia.

La prensa ya no menciona a los líderes del MNR, porque no los hay. Menciona a “el jefe del MNR”, ese eufemismo burocrático que encierra la ausencia de existencia. Un partido con mística, pero sin rostro, sin propuestas, es solo una herramienta en busca de un usuario. Y una herramienta vacía, en manos incorrectas, es un instrumento de prestamistas, no de constructores.

No sé si el MNR resurgirá. No sé si volverá a ser la fuerza histórica que alguna vez fue. Lo que sí sé, es que fue el partido más grande que este país ha tenido. Y aunque hoy ya no formo parte de sus filas, aunque camine por otros senderos, no se me quita lo mono y mi corazón siempre será movimientista.

Opinión
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