Blog de Andrés Eichmann

Iglesia, homosexualidad y derechos humanos

Según el jurista argentino Alfonso Santiago, en la actualidad existe una consideración favorable del aporte de la religión y de las comunidades creyentes en los espacios de la vida pública (se refiere sobre todo a las comunidades cristianas y, en particular, a la católica). Por citar solo a dos (no precisamente entusiastas devotos), Mario Vargas Llosa y Jürgen Habermas se han pronunciado en este sentido. Sin embargo, tal consideración favorable parece ponerse entre paréntesis cuando se trata de debates en torno a la homosexualidad. La Iglesia pasa entonces a fósil, representante de tiempos pretéritos, con la rara obsesión de entorpecer el avance de sociedades dinámicas en su búsqueda de libertad. Y estaría a favor de la discriminación de quienes no adoptan la conducta sexual que considera apropiada. ¿Es esto así? Vale la pena examinar estos cuestionamientos.

Lo primero que debería recordarse es que la Iglesia Católica no discrimina a nadie por ningún motivo, ya que busca seguir la enseñanza de Jesús: se ha de amar a todos; ningún ser humano queda excluido de este amor.

La opción de cambiar de sexo o la conducta sexual no entra en consideración aquí. La Iglesia no rechaza a los homosexuales. Otra cosa es que esté convencida de que el sentido del sexo es de complementariedad varón-mujer. No se es antigay (homófoba) por el hecho de considerar la sexualidad desde la perspectiva de la familia y de la mutua donación en el matrimonio.

La Iglesia no condena a personas gays ni a transexuales. Es más, desde su punto de vista no hay “homosexuales” o “heterosexuales” o “bi” o “trans” o “queer”. Hay personas, y todas las personas pueden ser santas si aman a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismas. El catolicismo aborda los temas referidos al sexo con una perspectiva humanista y propone un proyecto de vida basado en valores, buscando el bien de las personas. Desde su visión, el estilo de vida homosexual no beneficia a la persona. Esta visión es compatible con resultados de estudios psicológicos, sociológicos y médicos; pero de ninguna manera se basa en tales estudios, sino en un marco de valores. Este marco (volvamos a subrayar) pone en el centro la dignidad de la persona, independientemente de su conducta sexual (o de cualquier otro tipo).

Respecto del “componente genético” que la Iglesia parece ignorar en esta discusión, recordemos que los estudios actuales son incapaces de afirmar que la homosexualidad tenga un fundamento biológico. En la misma comunidad gay hay quienes sostienen que es algo biológico, mientras que según otros la identidad sexual es una elección que uno mismo diseña. Es frecuente que en estos debates se apele a la ciencia como si ésta hubiera dado ya un veredicto unívoco y definitivo. Sin embargo, las condiciones en que se lleva a cabo la producción de conocimiento hacen que la ciencia rara vez favorezca perspectivas absolutas.

La Iglesia recientemente habría comunicado que una iniciativa en favor de cambios de identidad ocasionados por el previo cambio de sexualidad sería una expresión de neocolonialismo. Esto causó, por lo visto, alguna molestia. No sé si se justifica esta última (merecería otro examen), pero lo que no creo justo es el reciclaje de viejos ataques contra “la cruz y la espada”: —No hables de colonialismo porque tú participaste en uno hace varios siglos. Aunque el argumento es pobre, puede que no sea superfluo indicar que el Evangelio ha sido acogido por la población y es hoy parte de la identidad cultural de Bolivia. No fueron obstáculo los errores (incluso crímenes lamentados por la Iglesia) del pasado. No olvidemos que muchos evangelizadores se opusieron a los abusos de los poderosos (igual que hoy), exponiéndose a todos los riesgos. En nuestra mejor herencia se halla la oposición al abuso, también (pero no solo) al colonial.

Clásica Boliviana - Voces Católicas Bolivia
imagenblog: 

Se buscan salidas para el cambio climático

La Declaración de Estocolmo (1972) constituyó el primer documento de la ONU en la búsqueda de solución a problemas del medioambiente. Desde 1992 se han sucedido las Conferencias sobre el Cambio Climático, cuya XXI versión (COP21) tuvo lugar en París hasta hace pocos días.

Si observamos los aportes del modesto Estado Vaticano en este ámbito nos sorprenderemos al encontrar desde 1970 los lúcidos diagnósticos emanados por el Papa Pablo VI, como el pronunciado ante la FAO en dicho año. Desde entonces los aportes han sido constantes, pero la Laudato Si’ es la primera encíclica exclusivamente dedicada a la crisis medioambiental.

La búsqueda de comprensión de las situaciones que afectan a la humanidad es algo que se encuentra en el núcleo de la misión de la Iglesia Católica. Donde no llega el Estado, donde se encuentran en el desamparo pobres y vulnerables, hemos oído decir a Francisco, allí alguna persona de la Iglesia entrega sus energías para resolver problemas a veces extremos, olvidándose de sí misma. Esto explica la capacidad de la Iglesia para los diagnósticos y la búsqueda de soluciones: en todas partes cuenta con voces creíbles que le permiten tener una visión muy próxima a la realidad de la gente.

Servicio y reflexión. En relación con América Latina hay que mencionar al menos dos textos del abundante material disponible: primero, el Documento de Santo Domingo del Consejo Episcopal Latinoamericano (1992). Tras observar las amenazas al medioambiente, se pregunta quién paga los costos del pretendido “desarrollismo” y a quiénes beneficia. Considera inaceptable “un desarrollo que privilegia minorías en detrimento de las grandes mayorías empobrecidas”. El segundo es el Documento de Aparecida (2012). Entre otros abusos señala que, en las decisiones sobre los espacios naturales biodiversos, “las poblaciones tradicionales han sido prácticamente excluidas”. Esta denuncia será retomada con fuerza por Francisco en la Laudato Si’.

De Bolivia también señalaré dos documentos. En el año 2000 la Conferencia Episcopal publicó la Carta Pastoral titulada Tierra – Madre fecunda para todos. Aborda diagnósticos sobre la tierra (“motivo de ambición desmedida para unos y de extrema necesidad para otros”), la depredación de los bosques (sujetos a “formas irracionales de explotación”), y la contaminación del agua a causa de su uso incontrolado para fines industriales y mineros. A continuación denuncia la “falta de decisión política” para detener tales daños. De 2012 es el otro texto: El universo, don de Dios para la vida. Observa que muchas personas, a pesar de que “se sienten víctimas de circunstancias ambientales globales que no pueden modificar, sin embargo eluden su responsabilidad sobre el medioambiente en los ámbitos que pueden y deben definir”. El Papa, en su encíclica, retoma también esta línea (y cita otros análisis de este documento más de una vez).

La Iglesia, además de promover obras de servicio, ha desarrollado aportes teóricos en busca de soluciones eficaces. En este último campo la encíclica Laudato Si’ trae novedades que ojalá sean escuchadas en París. Entre ellas destaca “la raíz humana de la crisis ecológica”. Recuerda que la actividad industrial no puede hoy desvincularse de las causas del cambio climático, y sostiene que para neutralizarlas (y hacer de la Tierra un lugar habitable) es necesario asumir una “ecología integral”. Para ello es preciso superar la fragmentación de los conocimientos técnicos, porque no se trata solamente de cuestiones físicas y biológicas sino de una “compleja crisis socio-ambiental”. Propone “una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza”. El núcleo del problema parece ser el sometimiento de la política y de la economía al paradigma tecnocrático, vigente hoy, que pretende el máximo rendimiento a corto plazo, aun a cambio de dejar en la precariedad a los excluidos de hoy y a las generaciones que vendrán.

Clásica Boliviana
imagenblog: 

El mensaje ecológico de Francisco

El Papa Francisco no se anda con vueltas. Entre otras cosas porque identifica la raíz humana de la degradación ambiental. Acompaña los diagnósticos con denuncias, siendo la principal de ellas el sometimiento de la política al poder económico, que se erige en el auténtico soberano del que dependen todas las decisiones. Este poder, a menudo manchado de corrupción (y de sangre), pretende justificarse con la aplastante lógica tecnocrática de un desarrollo que nunca llega para las verdaderas necesidades humanas. Lógica vinculada a un modelo consumista que hace del mundo un inmenso basural. No valen argumentos cuando solo importa maximizar el beneficio para los pocos (individuos o clases políticas) que provocan una depredación sin límites mientras muchos la sufren con grave riesgo para su supervivencia.

Los diagnósticos del Papa se apoyan en documentos consensuados por la mayoría de los países del mundo, como la Declaración de Estocolmo (1972) de la Cumbre de la Tierra (Río, 1992), la Carta de la Tierra (La Haya, 2000) o la Conferencia de Río (2012). Sin embargo, tales declaraciones, y las resoluciones adoptadas, son ineficaces. Urge lograr acuerdos que se cumplan, y marcos regulatorios globales que impongan obligaciones y que impidan acciones intolerables.

Hasta aquí la mirada abierta a los grandes escenarios. Pero creo que lo novedoso del la encíclica Laudato Si’, que resume la preocupación del Papa respecto a la crisis climática, puede encontrarse en su capacidad de descubrir factores de cambio que en perspectivas globales resultan invisibles. Factores cuya magnitud actual no puede compararse con los monstruosos procesos de degradación planetaria. Fuerzas en apariencia insignificantes, pero que sumadas y alentadas pueden resultar decisivas. Un ejemplo: en algunos lugares se decidió recurrir a energías renovables. ¡Y han generado incluso excedentes! Consecuencia: «mientras el orden mundial existente se muestra impotente para asumir responsabilidades, la instancia local puede hacer una diferencia. Pues allí se puede generar una mayor responsabilidad, un fuerte sentido comunitario, una especial capacidad de cuidado y una creatividad más generosa».

El Papa descubre puntos esperanzadores de luz en «jóvenes que luchan admirablemente por la defensa del ambiente»; en pueblos indígenas que saben vivir en armonía con la naturaleza y cuidar sus territorios; en «habitantes de barrios precarios» que son «capaces de tejer lazos de pertenencia y de convivencia»; en la familia, donde se aprende «a pedir permiso sin avasallar (…), a dominar la agresividad o la voracidad»; en «el amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo». Y en la «innumerable variedad de asociaciones que intervienen a favor del bien común» a cuyo alrededor «se desarrollan o se recuperan vínculos y surge un nuevo tejido social local».

Es «gracias al esfuerzo de muchas organizaciones de la sociedad civil» que «las cuestiones ambientales han estado cada vez más presentes en la agenda pública». Nosotros también combinando esfuerzos, podemos «obligar a los gobiernos a desarrollar normativas, procedimientos y controles más rigurosos»; porque «si los ciudadanos no controlan al poder político –nacional, regional y municipal–, tampoco es posible un control de los daños ambientales».

Saludable contrapeso a las perspectivas que confían en sistemas impersonales o «recetas uniformes». Las orientaciones del Papa no apuntan a identificar una solución, sino a sumarlas todas. Y entre ellas, el acento (aparente paradoja) está en el cuidado de los vulnerables. Esto solo parece posible desde una visión espiritual que valora a la vez la vida humana y el universo natural. Quien la comparta, por más limitado que se sienta, descubre que el mundo está (también) en sus manos. ///

Clásica Boliviana
imagenblog: 

El Periódico Digital OXIGENO.BO, es desarrollado y administrado por Gen Film & Crossmedia Ltda. Teléfono: 591-2-2911653. Correo: info@gen.com.bo