Iglesia, homosexualidad y derechos humanos
La Iglesia no es antigay por el hecho de considerar la sexualidad desde la perspectiva de la familia. Lo primero que debería recordarse es que la Iglesia Católica no discrimina a nadie por ningún motivo, ya que busca seguir la enseñanza de Jesús: se ha de amar a todos; ningún ser humano queda excluido de este amor.
Según el jurista argentino Alfonso Santiago, en la actualidad existe una consideración favorable del aporte de la religión y de las comunidades creyentes en los espacios de la vida pública (se refiere sobre todo a las comunidades cristianas y, en particular, a la católica). Por citar solo a dos (no precisamente entusiastas devotos), Mario Vargas Llosa y Jürgen Habermas se han pronunciado en este sentido. Sin embargo, tal consideración favorable parece ponerse entre paréntesis cuando se trata de debates en torno a la homosexualidad. La Iglesia pasa entonces a fósil, representante de tiempos pretéritos, con la rara obsesión de entorpecer el avance de sociedades dinámicas en su búsqueda de libertad. Y estaría a favor de la discriminación de quienes no adoptan la conducta sexual que considera apropiada. ¿Es esto así? Vale la pena examinar estos cuestionamientos.
Lo primero que debería recordarse es que la Iglesia Católica no discrimina a nadie por ningún motivo, ya que busca seguir la enseñanza de Jesús: se ha de amar a todos; ningún ser humano queda excluido de este amor.
La opción de cambiar de sexo o la conducta sexual no entra en consideración aquí. La Iglesia no rechaza a los homosexuales. Otra cosa es que esté convencida de que el sentido del sexo es de complementariedad varón-mujer. No se es antigay (homófoba) por el hecho de considerar la sexualidad desde la perspectiva de la familia y de la mutua donación en el matrimonio.
La Iglesia no condena a personas gays ni a transexuales. Es más, desde su punto de vista no hay “homosexuales” o “heterosexuales” o “bi” o “trans” o “queer”. Hay personas, y todas las personas pueden ser santas si aman a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismas. El catolicismo aborda los temas referidos al sexo con una perspectiva humanista y propone un proyecto de vida basado en valores, buscando el bien de las personas. Desde su visión, el estilo de vida homosexual no beneficia a la persona. Esta visión es compatible con resultados de estudios psicológicos, sociológicos y médicos; pero de ninguna manera se basa en tales estudios, sino en un marco de valores. Este marco (volvamos a subrayar) pone en el centro la dignidad de la persona, independientemente de su conducta sexual (o de cualquier otro tipo).
Respecto del “componente genético” que la Iglesia parece ignorar en esta discusión, recordemos que los estudios actuales son incapaces de afirmar que la homosexualidad tenga un fundamento biológico. En la misma comunidad gay hay quienes sostienen que es algo biológico, mientras que según otros la identidad sexual es una elección que uno mismo diseña. Es frecuente que en estos debates se apele a la ciencia como si ésta hubiera dado ya un veredicto unívoco y definitivo. Sin embargo, las condiciones en que se lleva a cabo la producción de conocimiento hacen que la ciencia rara vez favorezca perspectivas absolutas.
La Iglesia recientemente habría comunicado que una iniciativa en favor de cambios de identidad ocasionados por el previo cambio de sexualidad sería una expresión de neocolonialismo. Esto causó, por lo visto, alguna molestia. No sé si se justifica esta última (merecería otro examen), pero lo que no creo justo es el reciclaje de viejos ataques contra “la cruz y la espada”: —No hables de colonialismo porque tú participaste en uno hace varios siglos. Aunque el argumento es pobre, puede que no sea superfluo indicar que el Evangelio ha sido acogido por la población y es hoy parte de la identidad cultural de Bolivia. No fueron obstáculo los errores (incluso crímenes lamentados por la Iglesia) del pasado. No olvidemos que muchos evangelizadores se opusieron a los abusos de los poderosos (igual que hoy), exponiéndose a todos los riesgos. En nuestra mejor herencia se halla la oposición al abuso, también (pero no solo) al colonial.