¿Qué Argentina será la de Mauricio Macri?
El periodista Gabriel Conte, director del periódico digital MDZOL, escribe sobre los desafíos que tiene Mauricio Macri, quien asume hoy el mando de la vecina Argentina. Según el análisis de Conte, la nueva gestión tiene ante sí el desafío de enfrentar la crisis económica y un escenario político en el que peronismo aún pisa fuerte.
Mendoza, 10 de diciembre (Gabrielo Conte, director de MDZOL, especial para Oxígeno).- Mauricio Macri es el primer presidente democrático argentino que no pertenece a ninguno de los dos principales partidos políticos. Ni peronista ni radical, el expresidente del club de fútbol Boca Juniors que gobernó en dos períodos la Ciudad de Buenos Aires, capital de la Argentina, tiene el desafío de gobernar con una de esas fuerzas posicionada en su contra y la otra dentro de su gobierno como aliada y sujeta a los vaivenes de la gestión.
El contexto económico no ofrece precisamente el mejor panorama para los próximos meses. Debe tomar decisiones urgentemente que –nadie lo duda- alterarán las condiciones actuales de la economía. Cristina Fernández de Kirchner sostuvo hasta último momento una inestabilidad económica y un fuerte déficit fiscal que logró ocultar a fuerza de discursos violentos, simpáticos o polémicos que distrajeron o entretuvieron a los argentinos sin que se tomaran medidas de fondo para corregir el camino. Le dejó la tarea a cualquiera que le sucediera, ya fuese que se tratara de Macri, opositor, o Daniel Scioli el candidato que ella impuso a pesar de no haber surgido de las entrañas de su movimiento, tras negar la posibilidad de competencia interna para dirimir la primera magistratura.
Sumado al desbarajuste financiero y las carencias económicas, hay cuestiones estructurales, como la energética, irresuelta tras 12 años de una gestión que compartió con su difunto esposo, Néstor Kirchner. Y otras que demuestran que hay “bombas de tiempo” a punto de estallar: la necesidad de controlar la inflación, la indefinición de un sistema cambiario dentro de un marco lógico de libertad, las alternativas recaudatorias para contar con fondos cuando se les rebaje los impuestos y retenciones que se les ha venido aplicando a sectores productivos de gran importancia relativa. Además, cuando se reconstruyan los sistemas de medición de indicadores que fueron alterados por el kirchnerismo, se sabrá la profundidad (o no) de la pobreza, el alza en los precios de los productos de consumo básico, y la real dimensión de todas las deudas internas del Estado.
Macri asume con gran parte de las provincias del país en su contra, gobernadas por el peronismo. Pero no se trata de una versión kirchnerista de esa fuerza, sino de las locales, denominadas “feudales” del partido que también integra Cristina Kirchner. Se especula que debido a sus propias crisis financieras habrá puentes que unan a su gestión con ellos y, por otro lado, cuenta con un elemento histórico: su fuerza, “Cambiemos”, ganó la inmensa provincia de Buenos Aires, que contiene a 40 por ciento del electorado de toda la Argentina. Junto con ese territorio vasto, complejo e importante, gobernarán también la capital del país, la homónima Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Un dato que no resulta de menor importancia es que el peronismo y, particularmente el kirchnerismo, no se conforman nunca y tampoco ahora con ser derrotados en las urnas. Así se lo cobraron en su momento a Fernando de la Rúa. Fue cuando en 2001 se aprovecharon de la impericia de aquel mandatario, tras ser derrotados en las urnas dos años antes, e hicieron todo lo posible para que se fuera. Y lo consiguieron. Sobre el final de su ciclo, la mismísima Cristina Kirchner protagonizó una tragicomedia de enredos al negarse a aceptar las condiciones de traspaso del mando del mandatario electo, que de acuerdo con la costumbre debe decidir cómo y dónde sería la ceremonia del acto oficial. Ha convocado, en tanto, a “ganar la calle” al señalarla como propia, junto a la militancia, en caso de que el nuevo gobierno intente hacer las cosas de otra forma a como lo hizo el kirchnerismo, a su manera. Eso, de por sí, representa una amenaza constante que debe calcular Macri en cada acción atento a su cúmulo de debilidades: no pertenece a la “casta” partidista argentina, tiene un gabinete “prestado” por grandes empresas multinacionales y otros partidos políticos, además de integrado por aquellos que lo acompañaron en la gestión porteña, y se respalda en un partido político propio, el PRO, que no cuenta con estructura territorial en el país, sino que se fue montando sobre expresiones locales y apalancando en la imagen proactiva que logró construir en la campaña proselitista.
Pocos apostaban a que Macri pudiera vencer en la batalla electoral, pero lo hizo. La sorpresa entre sus propios dirigentes, sus opositores y los argentinos en general, sin embargo, abrió una esperanza de que se puedan solucionar los problemas latentes y corregir una forma de gestión que no apostó al diálogo político, ni al esfuerzo de equipos y mucho menos contó con algún sesgo de respeto a la división de los poderes del Estado. Dependerá de la capacidad del nuevo presidente contener hacia adentro de la compleja alianza que dirige y tender la mano hacia afuera de su fuerza y también de la política, para saber cómo le va a la Argentina en su etapa como presidente. Lejos de poder especular con certeza o pronosticar atinadamente en torno a lo que viene, todo es pura expectativa.