Opinión
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Max Raúl Murillo Mendoza
13/08/2025 - 14:40

Pensar post bicentenario

Los desafíos en frente siguen siendo enormes, como enormes son todavía nuestras dudas del sentido de esta Patria. La miseria y pobreza de nuestras calles, de niños limosneros junto a sus madres, debería ser un primer diagnóstico de nuestra situación. Los discursos sólo encubren engaños y falsas promesas. Eso nos enseña la historia.

Ya pasó el Bicentenario. Doscientos años de esfuerzos por construir algo de Estado, algo de institucionalidad y seguridad para los bolivianos. Doscientos años de luchas, sobre la base de luchas ancestrales contra las mentalidades colonialistas. Doscientos años de intentar mediante sangre, que no haya bolivianos de segunda y bolivianos de primera. Unos siendo pongos y esclavos; otros gozando de la riqueza nacional en nombre de todos.

Los desafíos en frente siguen siendo enormes, como enormes son todavía nuestras dudas del sentido de esta Patria. La miseria y pobreza de nuestras calles, de niños limosneros junto a sus madres, debería ser un primer diagnóstico de nuestra situación. Los discursos sólo encubren engaños y falsas promesas. Eso nos enseña la historia.

Desafíos en seguir construyendo un Estado que realmente responda a nuestras necesidades. Tenemos que destruir la corrupción, que es un acto y costumbre brutal de muchas instituciones del Estado. Enraizado por la inutilidad de autoridades, o complicidad. Pero que destruye las entrañas de la Patria, pues el enriquecimiento ilícito es parte substancial del comportamiento político partidario. Y eso nada tiene que ver con las ideologías, sino con las actitudes de coherencia hacia la Patria. Porque izquierdistas como derechistas han sido corruptos en toda la historia.

Desafíos en la línea de crear institucionalidad, donde los criterios de profesionalidad y eficiencia sean los que definan técnicamente a nuestras instituciones. No el caciquismo politiquero. Porque eso ha demostrado que es tan corrupto como todas las costumbres politiqueras de la república.

Desafíos en generar centros educativos de alto nivel, sean escolares como universitarios. Sean tradicionales o alternativos; pero de alto nivel. Porque nuestras necesidades complejas por demás, ya no pueden esperar milagros o actos al azar de gente ignorante y totalmente sin herramientas para entender precisamente lo complejo de nuestro país.

En suma, lo que tenemos por delante son las mismas cosas que teníamos antes del Bicentenario. Las mismas cosas no resueltas y devaluadas por el tiempo perdido de estos siglos. Como nuestras instituciones totalmente carcomidas por las mentalidades corruptas, mafiosas, corporativas, destructivas de los tejidos sociales.

Las nuevas generaciones tienen en sus espaldas enormes responsabilidades, de construcciones, de nuevos inventos sociales, de nuevas perspectivas. Ojalá así sea. El fracaso de los de siempre ya es un insulto a la inteligencia, al sentido común de los tejidos sociales, si es que consideramos que tenemos que hacer un país justo, democrático y con futuro para las nuevas generaciones. Y eso es una enorme responsabilidad en las espaldas.

La costumbre de la inercia y el aceptar cualquier cosa, nos está llevando a la tragedia. A la destrucción del país. Nos está llevando a la violencia generalizada de nuestras calles, de nuestros barrios y de nuestras ciudades. No podemos permitir y aceptar semejante futuro. Si es preciso realizar cirugías sociales donde extirpemos a los grupos y gentes peligrosas, tenemos que hacerlo. Por el bien del país, de su futuro y el futuro del futuro.

Los consensos sociales nuevos son necesarios hoy más que nunca. Las divisiones son parte de la complicidad de los más peligrosos para el país. El gansterismo politiquero es uno de ellos. Los consensos sociales tienen que garantizarnos que el país no puede estar en manos equivocadas, ignorantes y poco eficientes para conducir a todo un país.

Pero no son tareas sencillas ni fáciles. No hay recetas ideológicas ni intelectuales. Sólo enorme trabajo de grupos responsables y comprometidos con la Bolivia profunda, con su historia, con sus pasiones, con las nuevas generaciones que hoy por hoy no tienen ningún futuro posible, sino la sobrevivencia como conocimiento normal desde tiempos inmemoriales.

Hay que terminar con las historias tradicionales. Desmontar esas frivolidades de los discursos de hora cívica. Esos cuentos que sólo adormecen las mentes y almas de todas las clases sociales. Además, encubren todas nuestras tragedias para pintarlas de victorias y triunfos de unos malhechores y destructores de los esfuerzos de las mayorías.

Ya pasó el Bicentenario. Nos queda demasiado trabajo, demasiado construir y reconstruir sobre las huellas de los enormes esfuerzos de quienes hicieron la revolución del 52. De quienes resistieron los ventarrones de los destructores de nuestro país. De quiénes le pusieron alma vida y corazón en todos los momentos que peligró la Patria. Sobre esas huellas de sangre y sacrificio.

Todos somos dueños de nuestra Patria. No hay patrones ni caudillos que sean los dioses y dueños de nuestras vidas. Pensar así es estúpido como cavernario. Pero tiene que haber líderes esclarecidos, coherentes ética y moralmente con los designios de la Patria. Responsables para romper los odios y rencores, además de llevarles al paredón a todos los corruptos.

Todos somos el Estado; toda la riqueza de esta Patria nos pertenece a todos. Pues cuidarla es compromiso de todos. Las condiciones son protocolos de amor, de ética y mucho trabajo por seguir construyendo Patria en esta tierra.

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