Opinión
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Max Raúl Murillo Mendoza
28/04/2025 - 17:10

Hora de los balances históricos

En definitiva, seguimos estancados estructuralmente en lo económico como en lo social. No encontramos los caminos posibles, como país, para encontrarnos entre distintos y por fin construir instituciones serias, modernas, sostenibles en el tiempo, con leyes y normas que se respeten al menos durante medio siglo.

Cerca del Bicentenario por supuesto que es preciso realizar balances, al menos de manera sucinta y resumida, pues la sobrevivencia histórica de este país nunca nos deja pensar en serio y con prudencia nuestra historia, nuestro presente y peor nuestro futuro. Existen esfuerzos al respecto; pero no estructurales ni mucho menos. Es decir, balances de la economía, de la política, de la ideología, del Estado y la sociedad civil en su conjunto. Todo eso nos daría importantes insumos, para diseñar los próximos cincuenta años. No tendremos ese lujo, al menos tenemos que desahogarnos con balances superficiales y típicamente bolivianos.

Los discursos, por cierto, siempre son las alternativas ante la ausencia de datos, de ciencia, de investigación historiográfica. Eso ya tenemos en abundancia en las aburridas y anti pedagógicas horas cívicas escolares y universitarias.

Personalmente quisiera arriesgarme a considerar algunos cambios, producidos desde la Revolución de 1952. La única que hemos tenido como país, para cambiar realmente las estructuras económicas y sociales de nuestra historia. A pesar de sus limitaciones y sombras, ha removido tectónicamente las capas profundas de nuestra historia. Cambiando los ejes del mismo Estado, como la destrucción de ese Estado oligárquico de 1880 que fue la respuesta a la tragedia de la derrota del Pacífico. Con el mundo indígena al margen de todos los pocos beneficios que tenía la sociedad en general: educación, salud, acceso a la vivienda y el derecho al trabajo.

Años después se intentó cerrar ese círculo con el llamado Proceso de Cambio. Ya vemos también sus resultados y terribles limitaciones. Si bien hubo esfuerzos en la inclusión social; no fue lo mismo con la inclusión económica, pues seguimos siendo el país más pobre del continente vergonzosamente.

La Revolución del 52, que todavía tiene que investigarse en profundidad en sus luces y sombras, fue un quiebre total de época. Las fotos de aquella epopeya son evidentes: mineros e indígenas en armas, custodiando al Estado y cuidando ese proceso emancipatorio para el conjunto del país. Pero cierto que aquella epopeya popular y proletaria fracasó totalmente, no sólo por contubernios internacionales, como los actuales con los aranceles imperiales, sino también por errores internos: políticos, técnicos y de conspiraciones autóctonas de las débiles y poco nacionalistas clases altas y medias altas. Para estas clases el comunismo era un demonio al que había que combatir hasta su exterminio. Fueron los cruzados de aquella época, contra los sindicatos mineros vistos como rojos y peligrosos.

 

Al final, aquel sacrificio popular y proletario nacionalizó la minería en bien del país, posibilitó el voto universal de millones de bolivianos y universalizó la educación. Ese sacrificio popular y proletario terminó en manos de las dictaduras militares más crueles, sanguinarias en muchos casos, que se prestaron a rifar otra vez las arcas del Estado a intereses foráneos, como a intereses internos de las nuevas oligarquías autóctonas.

Muchos años después, considerando sacrificios sociales, masacres, exilio, muertes de mártires, los proletarios, campesinos, indígenas y clases medias pobres citadinas, abrieron otro boquete a la historia tradicional para imponer un proceso de cambio. También con muchas esperanzas, con mucha alegría y fe en que se abrirían posibilidades de transformaciones económicas y sociales. Otra vez, los errores de concepción de partidos políticos de izquierda, peleas internas de copamiento de espacios estatales, pocas estrategias de largo plazo en la economía, y pues emborrachamiento del poder, como resumen, dicho proceso de cambio termina en la cuneta de la historia. Aunque, aun no se cierra este círculo, sus posibilidades son mínimas por las coyunturas internacionales totalmente conservadoras, el desgaste interno del mismo proceso, y la falta de nuevas ideas de renovación del proceso.

En definitiva, seguimos estancados estructuralmente en lo económico como en lo social. No encontramos los caminos posibles, como país, para encontrarnos entre distintos y por fin construir instituciones serias, modernas, sostenibles en el tiempo, con leyes y normas que se respeten al menos durante medio siglo.

El desorden heredado de la república del siglo XIX, hemos ido arrastrando en estos siglos como costumbre terrible y violenta, con bloqueos mentales y camineros cotidianos, que sólo nos bloquea a todos en el derecho a la convivencia pacífica, económicamente sostenible y con los sueños a cuestas. Dejando en la orfandad total a las nuevas generaciones, que sólo ven en la pobreza y las pocas posibilidades de oportunidades como únicos terribles caminos, para seguir el rito de la sobrevivencia: típicamente boliviano.

Entonces, pues, somos también un país que expulsa cientos de miles de compatriotas a todo el mundo. Tienen que irse no por gusto, sino por necesidad. Porque nuestra patria no es capaz de generar y crear futuro y sueños en estos lados. Que los sacrificios, muertos, exiliados, olvidados y marginados de toda la vida, no sirven para nada al final de cuentas. Y ni siquiera se les hace justicia a nuestros muertos, torturados, exiliados y destruidos en tantas dictaduras.

Entonces, pues, seguimos nomás lamentándonos por los siglos de los siglos. Como decimos todos los bolivianos de a pie: teniendo un país rico y bondadoso en todo, no podemos cuidar bien la casa común. Incluso somos muy audaces para destruirlo y justificar las actitudes destructivas como normales.

Los cambios que nuestra sociedad ha logrado, sobre todo los más pobres y trabajadores, han costado demasiados sacrificios. Cada milímetro de conquistas están bañados en sangre y dolor. Pero no aprendemos. Nuestra memoria es frágil y poco solidaria. Ojalá que la conmemoración del Bicentenario nos de luces e inteligencia, para cambiar nuestro ser y por fin construir un país con oportunidades para todos. Con sueños para todos.

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