Opinión
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Max Raúl Murillo Mendoza
01/02/2025 - 14:12

La pobreza como ingrediente político

Lamentablemente esas visiones románticas sobre la pobreza, más que ayudar a resolver los indignos problemas de la pobreza, sólo encubren inconscientemente las terribles injusticias cotidianas del sistema, que tienen lógicas perversas y totalmente crueles.

Recuerdo bien todavía de alumno en un colegio de curas, cuando los teólogos de la Liberación allá en los años 70 y 80, romantizaban la pobreza con los argumentos de que también se era feliz. Ejemplos varios, incluso de la vida de Jesús como un hombre feliz en medio de la pobreza y la miseria. Los ambientes de la cooperación en aquellos años, tenían los mismos tufos románticos con mezcla de ideología de izquierda. Pues ser pobre era de por sí tener carnet de militancia en la felicidad, como en la lucha contra el sistema y además tener ganado el cielo de por sí.

Hay pobres para todo gusto, y para todos en la política. Porque los pobres sobran en sociedades del tercer mundo. Producto de los modelos económicos que no tienen capacidad de solución; pero que utilizan muy bien a los pobres en sus intereses sectarios. De hecho, los pobres son los que dan su propia vida en las calles, en las balaceras de los distintos gobiernos y signos ideológicos.

Lamentablemente esas visiones románticas sobre la pobreza, más que ayudar a resolver los indignos problemas de la pobreza, sólo encubren inconscientemente las terribles injusticias cotidianas del sistema, que tienen lógicas perversas y totalmente crueles.

La pobreza no es romántica. Es injusta porque es producto de un sistema concreto injusto. La privación de todos los elementales derechos, desde la comida, cotidianamente pues no tiene nada que ver con visiones románticas. Precisamente ante la ausencia de soluciones, de todos los temas estructurales para millones de habitantes, han producido revoluciones y revueltas violentas por todo el mundo. Y si el sistema no entiende de estos elementales derechos, seguiremos teniendo revoluciones y revueltas en todo el mundo.

Por lo visto, en las actuales circunstancias del mundo cuando las élites del norte siguen ciegas ante estos temas, simplemente están sembrando otros procesos sociales violentos. Los ricos, que son productos anti éticos desde siempre, no están comprendiendo las dimensiones de la vida humana. Esa ceguera es también parte de la violencia del sistema en contra de los pobres y marginados.

Volviendo allá a los años 70 y 80, teníamos la mezcla ideológica de que la revolución estaba a la vuelta de la esquina, y que las condiciones subjetivas estaban siempre en favor de los pobres. Simplemente había que esperar el momento adecuado e ideal. El telón de fondo: la romantización de la pobreza. Para entrar al cielo mejor era ser pobre. Para hacer la revolución mejor era ser pobre, de por sí estaba la presencia de la consciencia revolucionaria.

Los años y la experiencia no han sido muy benignas con el mundo pobre. Si bien hemos tenido avances interesantes, no se han resuelto de manera estructural nuestros problemas económicos. Las políticas de moda, desde las modas ideológicas no son sostenibles. Son parches momentáneos que sólo dan un respiro de algunos años; pero las raíces de la pobreza siguen nomás presentes.

La pobreza es ausencia total de oportunidades. Desde las estructurales como son vivienda, educación, salud y trabajo, hasta las cotidianas en la alimentación, recreación y posibilidades de soñar en una vida mejor. Esa mezcla compleja de todas las ausencias, moldea una manera de ver la vida en millones de seres humanos. Seres humanos al margen de toda posibilidad de ser parte de los sueños de una Nación, de un colectivo o de una comunidad.

No creo que se pueda ser feliz en medio de semejantes carencias. Indignas carencias que pueden ser resueltas, considerando las capacidades de los gobernantes, su formación ética, y su consciencia real de la situación social. Ya sabemos que los discursos no son reales, sino instrumentos de encubrimiento de las mentiras y engaños políticos.

Las fiestas y el folklor son maneras de disimular tragedias cotidianas, cuando las necesidades estructurales no están resueltas. Son momentos de oasis interesantes nada más. A pesar de su magnificencia y belleza, desde lo estético, las fiestas son desahogos momentáneos ante la pobreza y la miseria generalizada.

Es también cierto que la pobreza contempla ingredientes colaterales preocupantes. La ignorancia, la delincuencia, la ausencia de valores básicos, y por supuesto la violencia como potencialidad en la sociedad. Circunstancias terribles que pueden desencadenar reacciones incontrolables, de factores totalitarios como la policía o sectores reaccionarios de capas sociales pudientes.

En suma, la pobreza y miseria no son para nada situaciones románticas. Errores de percepción que se propagaron en las iglesias, sean católicas o no, allá en los años 70 y 80. Como en sectores de la izquierda boliviana incrustada en la cooperación internacional.

En suma, la pobreza y miseria de nuestro país: mental y económica, debería alertarnos con más rigurosidad para pensar y repensar soluciones sostenibles, reales, posibles en el tiempo, para construir un país más justo. Donde en la medida de lo posible, todos tengamos oportunidades para desarrollar nuestros espíritus de crear, de soñar y de aportar a los demás más riqueza material. Porque la pobreza no es una situación romántica, sino todo lo contrario.

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