Tiempos turbulentos y sin certeza alguna
En Bolivia también sufrimos de esos efectos de los desgastes de la política tradicional. Izquierda y derecha, dos conceptos desgastados y nada rebobinados siguen siendo el telón de fondo de la politiquería en nuestro país.
Sería tonto no reconocer que el mundo está atravesando momentos de crisis profunda. No sólo en los países pobres se cuecen habas, también en los países ricos pues aquellas democracias que se suponían el ejemplo de institucionalidad, simplemente están haciendo aguas. Sus poblaciones cansadas de promesas no cumplidas, están dando giros nunca antes pensados. Buscando respuestas incluso en personajes funestos; que no responden a la política tradicional sino al desorden actual.
En Bolivia también sufrimos de esos efectos de los desgastes de la política tradicional. Izquierda y derecha, dos conceptos desgastados y nada rebobinados siguen siendo el telón de fondo de la politiquería en nuestro país. En temas de gestión no tenemos ejemplos interesantes, ni siquiera en pequeña escala, pues la burocracia está repleta de ignorantes o aprendices de brujo en los discursos obsoletos y cargados de pasiones que ya no corresponden a estos tiempos exigentes y turbulentos.
Terminamos un año turbulento. Los resultados de todo eso lo reciben los más pobres, como siempre, aquellos que nada tienen que ver con las tontas discusiones de cocina de la politiquería actual. Los millones de pobres, las nuevas generaciones que ven cómo se destruyen las lógicas de consensos, asistiendo a escenarios convulsos donde el ejemplo es la brutalidad de la fuerza callejera, siempre a nombre de supuestos “emblemas democráticos”.
Son tiempos en donde la tarea más importante, por todo el mundo, será la de cuidar y resguardar las conquistas sociales y los derechos sociales de los tejidos sociales. Conquistas que en muchos casos significaron sangre y luto en las sociedades, como en nuestro país. Pero que lamentablemente se está descargando toda la crisis, otra vez, en las espaldas de los más pobres, de los jóvenes que no tienen ninguna organización que les proteja contra el avasallamiento de los sueldos bajos. Los discursos de los burócratas sobran, se lucen en su ignorancia y soberbia frente a los terribles hechos.
Son tiempos de ausencia de crítica. Porque la bulla y la brutalidad han reemplazado a las ideas y los consensos democráticos. En todas las ideologías no existe la crítica. Sólo el desborde de la brutalidad, como norma de imposición. La crítica como posibilidad de pensamiento y creación está ausente. Por eso la ausencia de ideas, de nuevas reflexiones intelectuales desde las llamadas trincheras políticas; como desde los escritorios de los intelectuales que hoy por hoy no existen.
Son tiempos de apasionamientos de posiciones totalmente superadas por la historia. Apasionamientos sin fundamentos y correlatos teóricos. Inercias de la mediocridad, como forma y estilo de funcionamiento político. En definitiva, lo irracional ha ocupado con creces los espacios de consensos y formas o maneras de hacer política en bien de la sociedad.
En estos tiempos turbulentos y mezquinos, no tenemos intercambios de propuestas, de ideas, de creaciones para mejorar la calidad de vida de los bolivianos. Sino creencias ciegas de ser los mejores del campeonato, cuando las exigencias de la realidad son precisamente la urgencia de nuevas propuestas, de nuevas ideas y consensos sociales para mejorar la vida de todos los bolivianos.
Requerimos con urgencia organizar reglas de juego claras, tanto en la justicia como en la economía. Reglas que nunca hemos tenido con transparencia y nitidez, para todo tipo de convivencia en la sociedad. Sin reglas claras jamás seremos una sociedad viable y en competencia real, donde los mejores y los más trabajadores sean los abanderados de la sociedad. Sin reglas claras jamás avanzaremos colectivamente, cuidando nuestro patrimonio ecológico y entorno natural en beneficio de todos los habitantes de la sociedad.
No podemos seguir con el cuento viejo y engañoso, de que no se puede mejorar porque los imperios nos joden desde el nacimiento. Pues si seguimos con total ausencia de estrategias de país, ciertamente nos seguiremos tragando esos cuentos de ultratumba que sólo profundizan las fracturas sociales del país. Y benefician a los más mediocres e ignorantes de nuestra sociedad.
Podemos estar mejor de lo que estamos, si es que dejamos de una buena vez esos esquemas de la guerra fría que ya no existen. Podemos estar mejor si aprendemos de los fracasos, de los terribles fracasos que golpean nuestra autoestima y libertad total de todos los habitantes de este bello país. Sin libertad ciertamente no hay ideas, no hay propuestas o sueños de país que empujen nuestras utopías.
Es un derecho colectivo tener certezas. La ceguera y el engaño colectivo sólo destruye las posibilidades de crear sueños, sean estos económicos, intelectuales, artísticos, científicos o sociales. Sin certezas somos nomás nómadas sin destino, en una sociedad fallida que peligrosamente se hunde en el fango de la oscuridad, en el fango de la corrupción que es el sello del fracaso colectivo más terrible.
Pero soñemos en que podemos salir de este deterioro politiquero. Soñemos en nuestras propias fuerzas, porque al final no nos queda otra salida: por sobrevivencia o por ser nosotros mismos.