Esperanzas, lo último que se pierde
Lamentablemente el precio de los errores será muy caro. Por supuesto que las élites y oligarquías de izquierda estarán recubiertos sus espaldas. Son como siempre los más pobres, quiénes carguen con el precio de esos errores. Son historias que se repiten.
El mundo gira inevitablemente al vector conservador, en muchos casos de ultraderecha, por todo el mundo. Los caudillos están envalentonados con la victoria arrasadora del caudillo anglosajón Trump. Aparecerán los Milei o los Bolsonaro, también por América Latina y pues esta coyuntura recién empieza. Lo seguro es que habrá también retrocesos en las conquistas sociales, en las conquistas de colectivos alternativos y quizás también retrocesos de conquistas de pueblos indígenas.
Lamentablemente el precio de los errores será muy caro. Por supuesto que las élites y oligarquías de izquierda estarán recubiertos sus espaldas. Son como siempre los más pobres, quiénes carguen con el precio de esos errores. Son historias que se repiten.
Soplan vientos que desaniman por todo el mundo. Vientos ultraconservadores de restauración señorial. Ojalá que estas duras lecciones se aprendan y se sistematicen, para no cometer más errores y dejar que los caudillos se glorifiquen sin sentido. Soplan vientos totalmente restauradores de glorias pasadas señoriales, que por experiencia sabemos nada interesante traerán para los pueblos de la tierra.
Pero son experiencias ya conocidas, cierto en otras coyunturas y circunstancias. Experiencias históricas, como las dictaduras en nuestro caso, que pues varias veces no aprendemos de esos terribles reveses y derrotas. Seguimos nomás cometiendo casi los mismos errores y desaciertos históricos. No avanzamos como Estado, no avanzamos en políticas de Estado ni siquiera en el mediano plazo. La inmensa mediocridad de nuestras instituciones no cambian desde siempre, arrastrando la lentitud y la burocracia totalmente arcaica y atrasada.
En definitiva, los procesos sociales que el pueblo empuja en su favor no son estratégicamente aprovechados. Los conductores de turno no han demostrado dotes de líderes, a la altura de las exigencias, sino sólo oportunistas de turno. Además, desde las exigencias éticas y morales los liderazgos no llegan ni siquiera a las básicas expectativas que el pueblo espera. El descaro y la corrupción se llevan en tromba incluso a quiénes se suponía serían los ejemplos.
Las tareas todavía son inmensas. Desde la reconstrucción de las instituciones del Estado, hasta las configuraciones de los tejidos sociales. Tareas que se le deben totalmente al pueblo. Ese pueblo que sigue esperando que sus esfuerzos sean por fin compensados, en calidad de vida, en seguridad en el presente y futuro de sus vidas. Hoy totalmente inseguras y totalmente sin posibilidad de planificación ni siquiera en lo cotidiano.
Las generaciones actuales, de jóvenes, están en la deriva del azar. Sin posibilidades de trabajo de calidad, sino en el abandono a la precariedad absoluta y sin derechos básicos respecto de lo laboral. El Estado no alcanza para todos. Se requiere nomás la creatividad de las empresas privadas, la creatividad de la cooperación. En definitiva, la creatividad de la sociedad civil para crear y generar riqueza. Las economías de manual han fracasado rotundamente, aprendizajes con sufrimiento y sangre que ojalá nunca más regresen para experimentar con el hambre, con las esperanzas de la gente.
Los jóvenes distraídos con las redes sociales, con el engaño del internet en las promesas de futuro mejor, no son conscientes de las terribles situaciones sociales que ellos mismos pasan. Totalmente desorganizados e individualizados en estas épocas postmodernas, que nada bueno les ha traído las promesas de revoluciones y paraísos sociales.
En general, las actuales generaciones no tienen idea alguna de la política. Pero sufren las consecuencias de ese desconocimiento. En un país como Bolivia, donde se respira política y para bien o para mal, todas las decisiones son políticas, es nomás necesario que los jóvenes entiendan de política. En el mejor de los casos se involucren en ella para hacer mejor que las generaciones pasadas, aplazadas y fracasadas.
Las esperanzas son lo último que podemos perder. Los fracasos nos acompañan desde siempre. Fracasos que golpean a la autoestima de los más jóvenes, a la autoestima de la colectividad. Somos un país realmente sin autoestima. Porque los más imbéciles tienen más cabida que los más preparados y entrenados, precisamente por culpa de la politiquería. Cambiar esos moldes de la tradicionalidad política es otra tarea de nuestro país.
No podemos perder las esperanzas, a pesar de los retrocesos políticos en que otra vez el mundo se asoma. Las estrategias colectivas, desde el Estado y la sociedad civil, que hoy no hay ni existe, son las construcciones urgentes desde las generaciones actuales. Es la condición de nuestra sobrevivencia como país, como historia colectiva. Y no podemos por supuesto ser irresponsables al no asumir dichas tareas.
No podemos perder las esperanzas ante los escenarios del desánimo mundial. Otra vez, como muchas veces, tenemos que cargarnos nuestra historia a las espaldas del futuro y a las espaldas de los sueños por hacer un futuro mejor. Tenemos que superar este duro momento de sufrimiento, de hambre y miseria. Como muchas veces. Y volver a soñar construyendo utopías colectivas desde nuestras propias historias. Que la experiencia nos enseñe esta vez, a no cometer errores que nos cuestan la vida de un país, y el futuro de las nuevas generaciones.