El legado de Salvador Allende
Salvador Allende pudo haber solicitado exilio, muchos gobiernos del mundo le habrían proporcionado aviones para el caso. Sobre todo, los del bloque socialista. De hecho, esa fue la propuesta de los golpistas. Pero Allende sabía que los compromisos con los pueblos, son sobre todo de coherencia. Y tuvo que ser coherente con la historia, en su ejemplo para la posteridad y la historia.
La muerte del presidente chileno Salvador Allende, un 11 de septiembre de 1973, en medio del brutal y sangriento golpe de Estado del energúmeno general Pinochet, dejó un legado que muy pocos sectores reivindican, sino sólo como gloria en medio de muertes y terribles errores de dirigentes y grupos de izquierda. Sí, varias veces se aprovecha el sacrificio de dirigentes coherentes o hechos históricos, para encubrir a los traidores o aprovechadores de las masas, sin que se llegue a la crítica de los hechos históricos.
Salvador Allende pudo haber solicitado exilio, muchos gobiernos del mundo le habrían proporcionado aviones para el caso. Sobre todo, los del bloque socialista. De hecho, esa fue la propuesta de los golpistas. Pero Allende sabía que los compromisos con los pueblos, son sobre todo de coherencia. Y tuvo que ser coherente con la historia, en su ejemplo para la posteridad y la historia. Más allá de los partidos políticos y la ideología está la palabra, están los hechos y la coherencia. Eso fue Salvador Allende.
Ese legado se llama coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Allende murió, no se escapó, en aras de la historia, de los obreros, de los campesinos y marginados de Chile. Cumplió su palabra de ser coherente con sus promesas, a pesar de los innumerables errores de la izquierda, que al final tuvo que afrontar casi sólo el destino de Chile. Enfrentó con calidad de dirigente a la arremetida del ejército traidor, enfrentó a la propia muerte dejando un ejemplo a la posteridad y a las nuevas generaciones: ser coherente a pesar del poder de la muerte.
Morir es una manera de triunfar en estos territorios donde todavía nos jugamos, construyendo futuro, la vida frente al oscurantismo del poder que sus sombras son ciertamente peligrosas. Morir es sembrar esperanzas en un mundo pragmático y sin líderes verdaderos. Morir, al final, en estos territorios sin Dios ni Ley, es triunfar sobre las palabras vacías de discursos y mediocridad generalizada.
Salvador Allende fue uno de los pocos presidentes de la época, que intentó por sobre todas las cosas demostrar que el poder puede servir para desenmascarar al propio poder. Pero el poder no tiene escrúpulos ni piedad. La historia de la modernidad occidental así lo muestra. Pues está llena de cementerios de mentiras, de millones de cadáveres inocentes y de historias que sólo cuentan lo que interesan a los traidores y espartanos de la corrupción. Los discursos se encargan de encubrir toda esa hecatombe moderna y perfumada de hipocresía.
El pueblo de Chile, la parte marginal y obrera, tuvo que entender ese mensaje con su propio sacrificio y estoicismo de años. El triunfalismo sanguinario del modelo económico pinochetista, recibió todo el apoyo del sistema para demostrar, en aquella coyuntura, que la apuesta socialista no era viable en la historia de Chile. Como en muchos lugares del mundo, también en Chile se impuso la receta del sistema. Al final las muertes y sufrimientos de los pueblos, son sólo asuntos colaterales para el sistema.
En estos tiempos donde el pragmatismo hace gala de salón: el fin justifica los medios, ya no existen aquellos líderes que anteponían valores subjetivos e invisibles, como la ética del ejemplo, para guiar a las bases no con los discursos sino con los actos y los hechos. Ese pragmatismo destructor y contaminante, es lo que guía por todo el mundo a la política real. La política se ha convertido en un circo romano, donde el sistema ha triunfado imponiendo sus lógicas de conquista, y donde ya no existe el ejemplo y la coherencia de los principios sino todo lo contrario.
La trascendencia de Salvador Allende cruza precisamente toda la historia nauseabunda de las cúpulas políticas. Es definitivamente un ejemplo consagrado, de cómo hacer otro tipo de política. Otro tipo de compromiso por los más humildes de la tierra, por los desamparados de la historia. Por los miles de millones de humanos, que no son humanos por obra y gracia de los poderes y el sistema.
Como hoy murió en la Moneda Salvador Allende. Coherencia y acto de entrega en homenaje al amor más importante de un combatiente: morir en las trincheras reales de las batallas por la vida, para cambiar por fin la historia. Para volcar por fin la tortilla, en favor de los desposeídos y pecadores.
Si algún homenaje tenemos que hacer es sólo recordar a los jóvenes, que es posible hacer otro tipo de política; otro tipo de acciones políticas desde el ejemplo, desde las prácticas y hechos que motiven en serio para cambiar las monstruosidades de las lógicas políticas. Porque la vida continua, como los siglos y los milenios; pero el hambre y la miseria siguen siendo el infierno en la tierra.