Lecciones de la Revolución de 1952
Con todo, podemos arriesgar algunas conjeturas necesarias comparativamente, pues las urgencias en un país como Bolivia nunca se terminan, siempre con el sufrimiento a cuestas del pueblo en general. Nunca encontramos estabilidad ni paz, desde tiempos inmemoriales. Solo turbulencias y desestabilizaciones como características estructurales de nuestra manera de vivir, que nos empobrece económicamente cada vez más.
La Revolución se terminó definitivamente como revolución en 1964, con el sangriento golpe de Estado del general Barrientos, el principal traidor de la Revolución. Pero como proceso se cerró en 1986 con la humillante marcha por la vida, que protagonizaron los mineros y que meses después fueron echados de sus trabajos, de la Comibol, y traicionados por todos los partidos políticos de izquierda. Abandonados a su suerte, tuvieron que resignarse siendo migrantes en las grandes ciudades, pasando hambre, miseria y engrosando las filas de marginalidad de las ciudades en Bolivia.
Se ha escrito bastante sobre este acontecimiento de mediados del anterior siglo. Acontecimiento donde mineros, campesinos y clases medias pobres tuvieron que tomar las armas para cambiar el destino del país. Derrotaron al ejército de la oligarquía, derrotaron a todos los partidos como el PIR (Partido de Izquierda Revolucionaria) que de traidores de izquierda siguen nomás los rastros de las colonialidad en Bolivia.
Sin embargo, requiere todavía un profundo sumergirse, en investigaciones y teorizaciones, en dicho proceso de la Revolución, pues no está nada dicho. Existen mitos al respecto. Posiciones ideológica que no precisamente son verdades históricas ni mucho menos. Requiere de realizar balances más serios de los que hay, pues los errores de dirigentes (que con los años se hacen señoriales y retrógrados como traidores) son las constantes en nuestros procesos de avanzada, que le cuestan sangre y sufrimiento a las bases en todos los tiempos y coyunturas históricas.
Con todo, podemos arriesgar algunas conjeturas necesarias comparativamente, pues las urgencias en un país como Bolivia nunca se terminan, siempre con el sufrimiento a cuestas del pueblo en general. Nunca encontramos estabilidad ni paz, desde tiempos inmemoriales. Solo turbulencias y desestabilizaciones como características estructurales de nuestra manera de vivir, que nos empobrece económicamente cada vez más.
La Revolución del 52 contó con enemigos poderosos al interior de la misma revolución. Las burocracias sangrientas, como en la Comibol, denunciadas desde siempre por dirigentes sindicales como Arturo Crespo (dirigente minero de Catavi) en su brillante libro “El Rostro Minero de Bolivia”. Y poderosos enemigos fuera de Bolivia, como los consorcios empresariales mineros asentados en Londres o Nueva York, que sin duda alguna eran oficinas de los barones del estaño de Bolivia.
Las clases medias (o clases a medias) en su ausencia de identidad con el país profundo, les hace como característica muy débiles política e ideológicamente. Esa debilidad siempre les llevó, como clase a buscar facilonamente a las dictaduras militares, o a las políticas liberales de entreguismo internacional. De esa manera, se acomodaron desde siempre al mejor postor, por sus especialidades en el manejo de la burocracia. Lamentablemente, como en la Revolución del 52, son las portadoras del boicot sistemático a los procesos de avanzada de los sectores populares. Hoy, también tenemos este mismo fenómeno. Las excepciones sólo confirman la regla general.
En la Revolución del 52, muchos dirigentes sindicales se corrompieron, sobre todo de los sindicatos agrarios que pactaron incluso con los dueños del MNR. Esos pactos les facilitaron la entrada a la corrupción política y sindical, que destruyó desde adentro las posiciones de avanzada de los sectores más conscientes. En menor medida también sucedió esto en el sindicalismo minero. Muchas riquezas nacieron ya entonces, en pocas familias del sindicalismo que oportunistamente aprovecharon sus posiciones de poder coyuntural. Hoy, lamentablemente tenemos el mismo fenómeno. Aspectos que socaban y destruyen profundamente, las posiciones de avanzada y conscientes de sectores realmente revolucionarios. Realmente patriotas, realmente que desean cambios profundos en el Estado para permitir dignidad y bolivianidad en serio en el país profundo.
En la Revolución del 52, el boicot desde adentro mismo del Estado, produjo inestabilidad económica y financiera en todo el país. Es decir, bloqueos irracionales, reclamos por supuesto legítimos pero totalmente caóticos por todo el país. Ese impacto produjo cansancio en la población en general, sobre todo en las ciudades que empezaron a percibir como negativa a la Revolución. Y en plena guerra fría, quiénes boicoteaban la Revolución aducían que el comunismo se estaban ensañando con el país, receta que funcionaba en los sectores retrógrados y reaccionaros de la sociedad.
Esos paralelos de nuestra historia, como comparación, pueden servirnos para no cometer los mismos errores de siempre. Errores que después pagamos muy caro, cuando el poder llega a manos de dictadores que no tienen precisamente contemplaciones de ningún tipo. Y el saqueo del país tiene continuidad colonial, pues los cómplices de esos hechos como el neo-pirismo otra vez están presentes en el proceso actual.
En definitiva, las lecciones de la Revolución de 1952 tienen que llamarnos la atención para revertir los errores, para revertir los complots que se están produciendo por sectores totalmente oportunistas e inconscientes, que son cómplices de la destrucción del país. Que son cómplices de los procesos de restauración colonial por todo el mundo. Y es preciso frenar el boicot y la complicidad anti nacional y anti patriótica; dejando de lado posiciones que no han aprendido nada de los errores del pasado, que sólo nos han traído sangre y luto a los bolivianos: quechuas, aymaras, guaraníes y clases medias pobres de las ciudades.