El Golpe de julio de 1980: Nunca habrá justicia
Las nuevas generaciones tienen que tomar consciencia de sus muertos, es decir de aquellos tantos que en extremos casos de nuestra historia, exige el sacrificio de ofrendar la vida misma para las mejoras y sueños del presente, y del futuro de las generaciones venideras. Porque olvidar a esos muertos sería no sólo traición a la Nación, sino y peor olvido de lo mejor que tiene este país: su propia gente.
Si bien terminaron en la cárcel los principales responsables, los desequilibrados mentales y patéticos narcotraficantes García Meza como Arce Gómez, la inmensa mayoría de torturados, exiliados, mujeres abusadas, familias que perdieron casas y pertenencias porque los paramilitares se los robaron, familiares de los muertos, nunca recibirán justicia alguna en esta tierra. Las razones son innumerables en la tela araña de la burocracia, como complicidad histórica desde siempre con los afectados por los poderes brutales, de todas las épocas.
Los masacrados de Caracoles y de las distintas regiones mineras, que resistieron a los golpistas aquel 17 de julio y siguientes, jamás serán al menos recompensados por un país que lamentablemente olvida muy fácilmente, a quiénes ofrendan sus propias vidas en aras de la Patria, en aras de la Nación. En fin.
Las nuevas generaciones tienen que tomar consciencia de sus muertos, es decir de aquellos tantos que en extremos casos de nuestra historia, exige el sacrificio de ofrendar la vida misma para las mejoras y sueños del presente, y del futuro de las generaciones venideras. Porque olvidar a esos muertos sería no sólo traición a la Nación, sino y peor olvido de lo mejor que tiene este país: su propia gente.
Pues buscar justicia es uno de los atributos más importantes de nuestras costumbres de bolivianos, sabiendo que eso nunca llegará. Pero es parte de nuestras costumbres, como los velorios o las farras de las fiestas. Increíblemente, sabiendo que nunca tendremos justicia hacemos todo lo posible para que eso suceda. Se escriben bibliotecas enteras sobre las raíces de las fallas, o de las circunstancias que impiden se haga justicia. Pues de nada sirven, porque también son parte de nuestras costumbres.
La inercia de la burocracia, desde tiempos inmemoriales, que sigue nomás como la costumbre más importante del maltrato al espíritu boliviano, no cambiará si no hay alguna revolución que ejecuté por fin la muerte de esa parásita forma de hacer Estado. Este factor es uno de los más vasallos de las mentalidades conservadoras, burocráticas, que han sobrevivido a todos los tiempos, incluidos a los tiempos algo revolucionarios.
El sistema de justicia siempre en debate, y siempre sin solución alguna, no tendrá resultados concretos sin consensos de altura ética y moral. Pero dichos condimentos no están precisamente presentes, en la sociedad, en la coyuntura actual. Son condimentos raros, ya extraños en estos tiempos de practicidad ególatra y de ausencia de humanidad básica en la sociedad. Todos buscan pisar a cualquiera, a todos si es preciso. Sálvense quién pueda es la consigna más importante de los tiempos que corren. Los discursos y las ideologías son sólo adornos de farra y café, de pinta escolar y de desfiles de ocasión.
El sistema de justicia es el diagnóstico más preciso de cómo está la sociedad. Lo corrupto es la cáscara. Lo más grave es la mentalidad misma, de aceptar que eso está bien porque es el momento de aprovechar del sistema. Porque los afectados, como todos los muertos del golpe de 1980, son sólo colaterales de esta historia de la infamia, de esta historia de la tradicionalidad histórica que no cambiará nunca, aun vengan espíritus reformistas o intenciones revolucionarias. Pues es una costumbre poderosa, que destruye tejidos sociales y culturales; sin que nadie haga algo para frenarla.
Ese trago amargo que se llama justicia boliviana, sólo cambiará realmente si las generaciones nuevas utilicen al menos la inteligencia artificial, para modificar los códigos de la muerte de ese sistema putrefacto y anti ético. Porque las distintas reformas o intencionalidades han fracasado. Quizás ya todo está podrido. Lo que requiere de una cirugía histórica más radical para cambiar el fondo mismo de ese cementerio llamado justicia.
Los testimonios dolorosos de quiénes han sufrido las consecuencias de aquel golpe de Estado, jamás servirán al menos para la toma de consciencia de la justicia. Quedarán sólo para los estudios de sesudos conocedores de la justicia, que son por supuesto inútiles e impostores de estas historias. Demasiados culpables quedarán en la impunidad total, como ya lo es. Sanguinarios y enfermos mentales que están libres y totalmente sonrientes, que fueron asesinos y torturadores en varios espacios del propio Estado. Felices de tener un sistema de justicia como el que tenemos. En fin.
Deberíamos considerar en Bolivia, copiar algo de la constitución de los Estados Unidos para portar armas en defensa propia y legítima. Pues confiar en la justicia ya sabemos que no tiene futuro posible para nuestra justicia personal y familiar. Además, que ese sistema putrefacto y sus mentalidades, boicotearon desde siempre a la justicia comunitaria. No la aceptan desde sus esquemas tradicionales y totalmente coloniales.
Sí, las víctimas del golpe de Estado del 17 de julio de 1980, jamás tendrán justicia. Sólo cabildeos de derroche de dinero en el mejor de los casos, en los salones putrefactos de la injusticia. Y romper esta cadena de injusticias históricas requiere de enormes dosis de toma de consciencia, en las nuevas generaciones, para tomar acciones reales e inclusive radicales. La experiencia nos indica, nos debería enseñar. En fin.