Opinión
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Max Raúl Murillo Mendoza
08/07/2024 - 16:55

¿En qué somos competitivos?

Las nuevas generaciones reciben herencias institucionales, costumbres y normas de conducta totalmente mediocres, sin posibilidades de mejoras ni sueños de competencia sana.

Quizás en lo cultural en sentido amplio. Tenemos artistas y grupos de música de alto nivel, exportables. Pintores y escultores de calidad internacional. Exportamos ponchos indios, mantas de vicuñas, chompas de alpaca y otras prendas también del oriente boliviano de mucha calidad. Pero en todo lo demás: ciencia, educación, investigación, profesionalismo, estamos tan lejos de la media que lamentablemente ya es una costumbre. No tenemos intelectuales de exportación y peor científicos de exportación en las ciencias exactas. Sencillamente no somos competitivos, ni siquiera para estándares medios. Nuestra mediocridad generalizada nos sigue persiguiendo desde tiempos inmemoriales, como en el futbol.

Ni reformas educativas, ni reformas de todo tipo que nos inventamos a cada rato resultan para responder a nuestras propias realidades. Las nuevas generaciones reciben herencias institucionales, costumbres y normas de conducta totalmente mediocres, sin posibilidades de mejoras ni sueños de competencia sana. La inercia y el contentarse con poco, a nada, es lo terrible de nuestras idiosincrasias bolivianas.

Lo poco que logramos en algunos momentos de esperanza, son sólo desahogos momentáneos que no son escuela para seguir en rutas de triunfos. Ciertamente es desconsolador como demoledor. Sin embargo, no podemos seguir con esas costumbres que sólo nos hacen daño colectivo, nos condenan a la inacción de todo para no mejorar en nada.

Este país tiene talentos individuales de sobra. Por todo el mundo hay bolivianos y bolivianas que sobre salen en muchos campos, que a falta de oportunidades en nuestra Patria han tenido que buscar otros espacios en países lejanos. Y ni siquiera esa dura realidad no hace cambiar el rumbo de nuestro destino como país, como historia.

Es verdad también que en los últimos años se han democratizado más las instituciones, son definitivamente más inclusivos, menos pigmentocráticos. Pero no hemos cambiado en lo esencial: competitividad y lugar a los mejores profesionales, técnicos, obreros bolivianos, sean de cualquier cultura. Porque al final, estos errores lo pagan muy caro los más pobres de la sociedad, aquellos que cotidianamente necesitan de unas instituciones veloces, al menos modernas, eficientes y eficaces. 

Tenemos que preguntarnos como sociedad, pues la crítica es revolucionaria, por qué varios aspectos no cambian en nuestra historia, a pesar de los procesos de cambio. Las razones de fondo tienen que ser consensuadas entre todos, para dar pasos seguros en la línea de mejorar siempre ojalá con calidad. La inercia de la mediocridad es insostenible, sólo nos empobrece totalmente, en lo material y en lo espiritual.

Marx lo dijo. Son las condiciones materiales las que nos permiten desarrollar y avanzar como sociedad. Sin esas básicas condiciones no podemos hacer nada, por muy buenas ideas que tengamos. Lo mediocre no son buenas condiciones, sólo nos llevan a retrocesos inmensos como sociedad. Sobre todo a nivel de la autoestima colectiva, que los bolivianos no tenemos ya casi nada. Pero las condiciones materiales tenemos que proporcionarnos nosotros mismos, desde el Estado y la sociedad civil.

En Bolivia siempre hubo experiencias novedosas en educación, en salud, y en otros campos; pero lamentablemente nunca hemos sido capaces de replicar esas novedades, que se pierden para siempre por inutilidad nuestra y de la burocracia colonial republicana. Experiencias incluso que son ejemplos a nivel internacional.

Por supuesto que talento nos sobra. Basta ver los concursos de robótica en los colegios de todo el país. Sin embargo, todo ese talento que se encuentra disperso y abandonado no sirve para nada, si es que no somos capaces de dar la oportunidad hacia la sociedad, hacia el colectivo de la comunidad. Ese talento de jóvenes bolivianos, que puede ser muy bien aprovechados en todas las instituciones productivas y de servicios.

Definitivamente no seremos nunca competitivos, si es que no somos realmente democráticos con las oportunidades a los mejores de nuestra sociedad. Eso sería también revolucionario, para conseguir cambios profundos en los comportamientos de la sociedad. En definitiva, es ahí donde nuestras universidades tendrían sentido, y no serían sólo inercia social costumbrista como son ahora. Porque nuestras universidades ni siquiera son competitivas en lo social revolucionario, como antaño. Y no es raro que estén tan perdidas en sus rumbos nada científicos. 

Sí, como crítica básica y sencilla reconocer que no somos nada competitivos y en casi nada, tiene que llevarnos a tomar consciencia de muchas cosas. De demasiadas que no estamos haciendo bien, en lo colectivo y comunitario. Que las equivocaciones pagamos todos muy caro, sobre todo los más pobres como siempre. Que la burocracia mediocre y colonial, sólo alimenta a los de siempre: las tradicionales mentalidades coloniales absolutamente nada competitivas y poco democráticas. 

Pues sí, no somos competitivos casi en nada como país. Realidad que debería sacudirnos en la consciencia, para cambiar nuestras prácticas totalmente nubladas y contaminadas de mediocridad. Ni siquiera nos avergonzamos frente a los vecinos, que sí están corriendo en la competencia de tener los mejores resultados, en todos los campos posibles. Pues, las nuevas generaciones tienen que estar muy decepcionadas de los constantes fracasos que les dejamos, sin ni siquiera dejarles balances de esos fracasos. En fin.

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