Opinión
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Max Raúl Murillo Mendoza
23/04/2024 - 12:26

Velocidades del llamado desarrollo

Por eso, lamentablemente, la brecha entre aquellos dueños de las patentes industriales y quiénes no tenemos básicas formas industriales, se ensancha cada vez más.

El concepto de desarrollo ya ha sido cuestionado muchas veces, incluso en Bolivia. Deviene de realidades donde el sueño de progreso y desarrollo responde a estructuras sólidas, sobre todo de países industrializados, respecto de la economía. Pero que no se amoldan tan fácilmente a realidades del tercer mundo, sobre todo países sin procesos de industrialización, sin bases sólidas de industrialización, sin tecnología de punta. En definitiva sin posibilidades de crear mercados internos con alto valor agregado.

Por eso, lamentablemente, la brecha entre aquellos dueños de las patentes industriales y quiénes no tenemos básicas formas industriales, se ensancha cada vez más. Ese fenómeno objetivo es por demás demostrable a la hora de los resultados de las escalas de desarrollo. En nuestro caso la pobreza franciscana es elocuente, la ausencia de estándares de desarrollo en temas de calidad es nomás la conducta mediocre de todo lo nuestro. También hay razones históricas por cierto; pero los resultados son los resultados.

En estas complejas coyunturas mundiales, las peleas tecnológicas entre los gigantes de la economía, son el pan de cada día. Sus centros de investigaciones científicas trabajan día y noche, los siete días de la semana para estar al día en las competencias, en todos los campos posibles de las industrias y las tecnologías. Claro, no podemos competir con todo eso, no tenemos las mínimas condiciones materiales ni científicas para hacerlo. Es como soñar ganar algún día el premio nobel de física nuclear. 

Pero podemos acomodarnos a algunas escalas más modestas de todos los avances en las ciencias, en los procesos tecnológicos. Por ejemplo en los temas de productos alimentarios, por nuestras enormes potencialidades. O en los temas de minería por razones históricas. Sin embargo, una cosa son las potencialidades y otra la realidad objetiva de los hechos. Nosotros tenemos enormes potencialidades, desde hace siglos, en varios temas: minería, producción agropecuaria, piscícola, ganadera, agroindustrial. Pero seguimos nomás siendo la cola del furgón a la hora de las estadísticas internacionales. Es decir, no somos competitivos en nada.

Una de las condiciones objetivas es la calidad del funcionamiento de las instituciones, sean estatales o privadas. Que ofrezcan seguridad laboral, servicios básicos seguros, como salud y educación  (eso ofrecía la Comibol después de la revolución del 52). Otra de las condiciones es contar con centros universitarios realmente competitivos, en los sectores de ciencias y tecnologías industriales. También un mercado interno sólido, donde los consumidores tengan al menos estándares medios de consumo asegurado. No la pobreza generalizada de las poblaciones, que sólo pueden consumir lo más precario y barato por razones de miseria y pobreza.

En nuestras realidades nos contentamos con muy poco, pues las costumbres de la precariedad y pobreza hacen que de por sí optemos por lo más barato, casi pobre como artículo, porque la capacidad de consumo y ahorro son nulas. Claro que la corrupción empeora estas realidades, nos lleva al abismo de la informalidad desde la perspectiva de ausencia de Estado, es decir ausencia de impuestos, ausencia de mercado interno, en suma ausencia de perspectivas de desarrollo en escala humana. 

No tenemos velocidades ni mucho menos. Somos un país lento y demasiado lento para temas de desarrollo; para temas educativos de competencias altas. Nuestras conflictividades sociales nos hacen totalmente vulnerables a las corrientes de todos los desarrollos. Ni siquiera podemos tener pequeñas parcelas de industrias turísticas, porque nada es seguro en nuestras carreteras, en nuestras normas, en nuestro desorden cotidiano y emblemático. Es decir, como país nos contentamos con muy poco.

Hay experiencias mundiales que han enseñado cómo hacer las cosas. Sin tener recetas ni mucho menos. Por ejemplo Corea del Sur o Singapur. Desde la pobreza y miseria casi absoluta lograron en 30 o 40 años salir de la pobreza, y llegar a estándares altos de desarrollo. Como decimos, se pusieron las pilas incluso a la fuerza, por la fuerza. Ya que el desorden y la ausencia de institucionalidad sólo nos conduce al manejo de unos indecentes, contra toda la población de manera antidemocrática. Y desde todo punto de vista es injusto y totalmente contra la voluntad del pueblo.

Definitivamente nos jugamos el pellejo del futuro y de nuestra historia, cuando nuestra incapacidad colectiva se mezcla con la ceguera y la complicidad de no asumir al menos unos grados de desarrollo. Deberíamos avergonzarnos al menos desde lo ético, pues ver la miseria y pobreza de nuestras calles para reaccionar en consecuencia. No con discursos fogosos y engañosos sino con hechos, con acciones objetivas en la maquinaria de nuestras instituciones, en la maquinaria de nuestras universidades. 

Las nuevas generaciones, los jóvenes, son los que pagan el precio muy alto de los errores irresponsables del pasado. Porque no tienen oportunidades de trabajo digno, de oportunidades de negocios, de mercados internos solventes, de instituciones sostenibles en el tiempo. Lo cual es totalmente injusto, totalmente indecente, totalmente antiético y se les deja tareas colosales que ya deberían estar realizados hace mucho tiempo. En fin.

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