La clase política: una obra de teatro
Una obra ciertamente distópica, y es que no nos equivocamos, la distopía es una sociedad indeseable en sí misma, en otras palabras es una pesadilla, además de sentirla con la pandemia la vemos concretada en la clase política.
Estamos como público observando una obra de teatro de la política boliviana, la escenografía y el teatro huelen a muy añejo. La obra teatral tiene tres personajes principales: Jeanine Añez, que aparece vestida con el terno de los 90 de Sánchez de Lozada y actuando como un gobierno en franco desgaste; Carlos Mesa se presenta desde la parte alta del escenario vestido de frac y sombrero de copa tal cual liberal de inicios de mil novecientos con unos monólogos en los que nos dice que la discusión es un tema de moral y valores; finalmente el MAS con, Luis Arce y David Choquehuanca, que entran por detrás del telón ataviados con la camiseta con la que Evo Morales salía a marchar el año 2003.
Una obra ciertamente distópica, y es que no nos equivocamos, la distopía es una sociedad indeseable en sí misma, en otras palabras es una pesadilla, además de sentirla con la pandemia la vemos concretada en la clase política. Mientras miro a los personajes actuar en la obra me viene a la mente la siguiente pregunta: ¿Cuál de los actores políticos en disputa hoy día representa parte de la solución a nuestra crisis multidimensional? Desgraciadamente ninguno, todos en realidad son parte del problema.
Ser parte de la solución y no del problema implicaría que los actores pasen de la distopía a la utopía, es decir, que se animen a proponer un proyecto político para encarar la transición que se nos viene. Pero como esto es mucho pedir, lo segundo que se nos ocurre es ver si la distancia candidato-elector es delgada o pronunciada. Tal parece que por el empeño que emplean en buscar desgastarse los unos a los otros han decidido que el enfrentamiento sea de vida o muerte y la distancia entonces sea mucho más pronunciada.
Mientras tanto, la multidimensionalidad de la crisis que vivimos va incorporando más elementos. A la crisis política, luego sanitaria y económica, ahora se le acaba de sumar la educativa, a partir del cierre del año escolar. Entre tanto, los actores juegan al reality tipo MTV; y nosotros, el público, estamos en un constante de “últimas noticias” de CNN.
El tiempo que llevamos viviendo desde octubre del año pasado es como un gran paréntesis abierto y cerrado cuyo contenido son puros puntos suspensivos, esto se refleja en el hecho de que no nos encontremos en una “polarización política” precisamente sino en una “polarización social” porque las fracturas que nos dividen están expresadas y mezcladas en la división campo-ciudad, urbano-rural, clases medias urbanas-sectores populares, oriente-occidente.
Las movilizaciones de la que fuimos testigos las últimas semanas tienen el sello de haber sido llevadas a cabo con un discurso épico, pero desafortunadamente la épica sin utopía no funciona. Lo que se registra hoy no es una ilusión por algo mejor en el futuro sino la distopía que nos invade y que amenaza con zanjar la disputa electoral arrastrándonos al despeñadero de la desgracia. Y allí se avizora una opción dura desde la derecha.