Opinión
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Valeria Silva
30/05/2020 - 17:02

De Minneapolis a Palacio Quemado: El racismo en la agenda política internacional

Reinstalar sin pudor la idea de que unos valen más que otros y que este valor se otorga en función del color de la piel es parte de la estrategia que busca desposeer a las sociedades de su soberanía, a cambio de la recomposición del modelo neoliberal y con esto, del fortalecimiento del Modo de Producción Capitalista.

 

No ha transcurrido ni una semana del criminal asesinato de George Floyd en Minneapolis, Estados Unidos y de la consecuente indignación y denuncia de buena parte de analistas, activistas y políticos del mundo al respecto. Por supuesto, otros personajes de la política se mantuvieron explícita o implícitamente de lado del FBI, con silencios o con justificaciones en nombre del orden. Esta correlación de fuerzas se sitúa en medio de la concreción de una agenda política dictada desde Washington para el continente, la cual tiene como pilar constitutivo al racismo.

Reinstalar sin pudor la idea de que unos valen más que otros y que este valor se otorga en función del color de la piel es parte de la estrategia que busca desposeer a las sociedades de su soberanía, a cambio de la recomposición del modelo neoliberal y con esto, del fortalecimiento del Modo de Producción Capitalista. La agenda opera en Minneapolis o en Senkata, no importa la latitud, es la misma; hoy en Bolivia ejemplo estelar de esto es el torpe discurso de un ministro de Estado, hasta hoy desconocido y hoy hecho tendencia por su desfachatez.

La concreción de un diseño geopolítico regional requiere indispensablemente de elementos discursivos enunciados desde el poder y desde el denominado monopolio legítimo del uso de la fuerza. A esto, entre otras cosas, deben sumarse acciones decisivas y claras por parte de los Estados.

Dentro de este esquema, caben perfectamente los tuits de Donald Trump o el adjetivo “salvajes” que usó Jeanine Áñez para referirse a los sectores campesinos y populares en Bolivia. De la misma manera, calza perfecto la impunidad de la que gozan los agentes del FBI, como Dereck Chauvin -asesino de George Floyd- quien tiene en su historial 18 denuncias previas de las cuales sólo dos fueron resueltas pero sólo con amonestaciones. A día de hoy en Bolivia no se ha iniciado una sola acción contra los responsables de la treintena de muertes durante el Golpe de Estado en Bolivia en noviembre del año pasado. Así, el motor de la disposición de encapsulamiento del Chapare -a costa de la vida de sus habitantes-, del decreto que coarta la libertad de expresión y el encarcelamiento injusto de cientos de ciudadanos por pensar diferente se explican dentro de este proyecto regional. Esto es acción estatal funcional racista, funcional a una agenda política internacional de saqueo inhumana y racista.

La sinfonía se completa con el enunciado de Fernando Vazquez, titular de Minería del Gobierno de Jeanine Áñez y completamente desconocido hasta ahora. Su consideración -pública- respecto a que por el color de sus ojos y otros rasgos fenotípicos es incompatible con el MAS resulta ser otra más de las formas en la que se presenta el verdadero paradigma del Gobierno autoritario actual. Su problema no es sólo contra el MAS, es contra el deseo incontrolable que poseen de no volver a ver nunca más a una piel cobriza dirigiendo algo, mucho menos a la sociedad. Visto desde afuera, parece ser el discurso de un orate que vive por fuera de su realidad.

Bolivia es uno de los países con mayor presencia indígena del continente y que tiene una historia marcada por su identidad amerindia: levantamientos y ejércitos indígenas durante la colonia, potentes insurrecciones y revueltas campesinas durante la república temprana y revoluciones obrero campesinas determinantes en el largo siglo XX. Desconocer el pasado siendo autoridad pública no es poca cosa, sin embargo no es inusual ejercitar el “vaya y pase” en estas circunstancias; pero negarse a uno mismo para agradarle más a la que manda es vergonzoso. Un ministro de Estado casi nunca se para frente a un micrófono en contrasentido del análisis político que hace el Gabinete del que es parte, excepto que se encuentre en un proceso de ruptura política; este no es el caso.

El silencio de Áñez ante las declaraciones de su ministro, así como el de sus colegas de gabinete, comunican mucho más que cualquier palabra. En efecto, concuerdan, aceptan y secundan las palabras de Vázquez. La impunidad que otorga Áñez a su Ministro es de complicidad y objeto de placer para ella, quien bajo la misma filosofía se esfuerza por esconder el color de sus cabellos, de su piel y de su sangre. No se trata, pues, sólo de un grupo de amigos que comparte afinidades, se trata de la agenda política internacional de control de territorio y recursos, misma que es incompatible con la vida y con las identidades no funcionales a este proyecto.

La agenda opera en Minneapolis, en Senkata, en Sacaba, en el discurso contra El Alto y en toda acción de Gobierno tendiente a desmembrar a las sociedades, en favor de más poder para los que más tienen. El racismo hoy ocupa abiertamente un importante sitial en el discurso conservador y, tristemente, la afrenta antiracista no logra ganar la batalla. La realidad es que son casi nulas las diferencias entre la mentalidad de Dereck Chauvin y la de Fernando Vázquez; uno lleva su razonamiento al asesinato, el otro podría hacerlo en cualquier momento pues ya lo tiene aceptado y perdonado en su entorno. Salvo el color de sus ojos y otras diferencias físicas, por dentro son lo mismo.

 

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