Una política sin barreras
En el best seller “Cómo mueren las democracias” (Ariel, 2018) de los profesores Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, de la Universidad de Harvard, nos preguntan: ¿Están nuestras democracias en peligro?.
Tratándose del pluri, sostengo desde hace tiempo que la democracia dejó de existir, cuando el régimen acaparó todos los órganos estatales, sus organismos de control, irrespetó los DDHH e incluso, acaba de truchar los mismísimos “derechos humanos” para perpetuarse ilegítimamente en el poder, pasándose por el orto la máxima instancia de decisión ciudadana como es el referéndum 21F; en fin: le mete nomás por encima de todo lo que no sean los delirios totalitarios de su jefazo.
Empero volviendo a ese muy interesante libro, si bien gran parte de lo que expone resulta perfectamente aplicable al caso boliviano, sus capítulos “La subversión de la democracia” y “Las barreras de la democracia” los entiendo especialmente aplicables al estado del arte plurinacional.
Sus autores explican que para que una democracia funcione, existen dos reglas fundamentales: a) la tolerancia mutua y b) la contención institucional, pues enseñan a los políticos como comportarse para que las instituciones funcionen. La primera consiste en la disposición colectiva de los políticos a acordar no estar de acuerdo, sin que ello signifique que se traten como enemigos buscando eliminarse y la segunda, en evitar realizar acciones que si bien podrían incluso hasta formalmente respetar la ley escrita, vulneran claramente su espíritu, lo que acarrea que no usen sus prerrogativas institucionales desenfrenadamente, ya que podrían poner en peligro al sistema democrático.
Cuando los partidos se contemplan como enemigos mortales, sus apuestas se disparan desmesuradamente: perder una elección deja de ser un aspecto rutinario y aceptado del proceso político y, se convierte en una catástrofe, con lo que se ven tentados de abandonar toda contención, no sólo legal sino de cualquier otra índole: le meten nomás. El resultado es una política sin barreras; en palabras de Nelson, un “ciclo de extremismo constitucional creciente”.
De esa manera, la competencia política queda convertida en una guerra y las instituciones estatales, que debieran servir para protegernos a todos los ciudadanos, se transforman en armas que cotidianamente les agreden –piensen en la Policía, las FFAA, la Justicia o la Defensoría– poniendo al sistema, al borde del precipicio.
Seguro el lector ya habrá advertido a partir de lo brevemente expuesto, lo perfectamente aplicable de aquellos razonamientos a nuestra realidad: todos los días soportamos asqueados las acusaciones de ambos lados –aunque con mayor énfasis de parte del régimen por su dominio de los medios– en sentido que de no ser de ellos, los otros harán lo peor de lo peor y, por supuesto como explican ambos autores, ello conlleva a que la defensa de la democracia sea utilizada como pretexto para su subversión.
Piensen por ejemplo, en la última estrategia envolvente de las “elecciones” primarias, proclamadas por los embusteros oficialistas como destinadas a fortalecer el, dicen ellos, “sistema democrático”, cuando todos sabemos que sólo son una burda estrategia para intentar –misión imposible– legitimar al binomio trucho y, encima botando a la basura 27 millones de bolivianos, de nuestros bolsillos.
Los autores recomiendan para combatir y superar esas distorsiones que los grupos opositores deben utilizar los canales institucionales, siendo firmes para preservar, en lugar de vulnerar, las reglas democráticas. Las coaliciones, si bien son importantes, no bastarán para defender por sí mismas la democracia, debiendo superar las temporales divergencias para encontrar un terreno común para la defensa del sistema, pues: “Perder la democracia es mucho peor que perder unas elecciones”. Levitsky – Ziblatt.