El derecho penal...como fetiche
Una de las prácticas más frecuentes del régimen, populista hasta el tuétano y por ello, demagogo, consiste en recurrir al Derecho y, principalmente al Penal, como una suerte de fetiche, para vender a los ilusos, supuestas “soluciones” a todo tipo de problemas que no puede resolver.
Una de las prácticas más frecuentes del régimen, populista hasta el tuétano y por ello, demagogo, consiste en recurrir al Derecho y, principalmente al Penal, como una suerte de fetiche, para vender a los ilusos, supuestas “soluciones” a todo tipo de problemas que no puede resolver. La misma nueva Constitución fue presentada en su momento como el inicio de un nuevo país, con un enorme contenido de múltiples derechos en favor del ciudadano, para luego inmediatamente ser vaciados de contenido, al extremo que hoy, esa pieza jurídica ha quedado convertida en un thanta papel mojado, hasta con la complicidad de su Tribunal paradójicamente obligado a ser su guardián y no su verdugo.
La máxima perversión de aquella corriente, denominada en la doctrina bajo el uso simbólico del derecho, se presenta con la más fea de la película (por sus efectos devastadores de las garantías ciudadanas) como es el Derecho Penal. Piensen por ejemplo en cómo se ha propagandeado la Ley 04 de “lucha contra la corrupción” como la panacea que iba resolver ese flagelo y, hoy, nadie en su sano juicio podrá afirmar que por lo menos ha menguado, sino todo lo contrario: está en apogeo. Lo propio de la Ley contra el racismo y la discriminación; basta soportar los cotidianos discursos de odio del Vice o del Presi, para advertir que esa ley no sirvió para nada, al menos tratándose de ellos, que juran están por encima del bien y el mal. La lista puede seguir, leyes contra la violencia de género, contra esto y contra lo otro, etc.
Y es que el Derecho no lo puede todo. Mi amigo penalista mexicano Moisés Hernández tiene escrita una deliciosa ponencia en la que nos explica que los penalistas sabemos muy poco del mundo, para pretender y poder arreglarlo y, el maestro Zaffaroni cuenta en sus distintas versiones, su cuento de la verdulera de la esquina, a propósito de las reales posibilidades del Derecho Penal, cuando a ella, le piden le venda leche, electrodomésticos u otros productos, debiendo decir no me pida esos, ya que yo sólo vendo verduras: el Derecho Penal, dice, debiera decir lo mismo. No me pidan seguridad ciudadana, no me pidan solucionar conflictos de todo tipo, yo sólo sirvo para proteger bienes jurídicos de relevancia de la sociedad, pero no puedo arreglar todos los conflictos que surgen en ella.
Un ejemplo reciente de aquella perversa práctica, para escoger por razones obvias el último, consiste en la inmediata detención preventiva de un servidor público de la UIF por el gravísimo “delito” de errar en el cálculo de las cuentas –publicadas- del Presidente. Entiendo que puso en dólares lo que era en bolivianos, lo que fue suficiente para que su Directora lo denunciara, un fiscal del régimen le descerrajará medio Código Penal y, lo que es peor, un juez abdicando su esencia de tercero imparcial, le metiera no más su inmediata detención en la cárcel. ¿Realmente el Derecho Penal es de última ratio aquí en el pluri? ¿No que la detención era la excepción y la regla la libertad? O será que todos esos versos normativos quedan absolutamente supeditados (léase olvidados) según la naturaleza de la supuesta víctima. Si se trata del estado o de quien lo encarna –su jefazo- no existe Constitución o ley que sirva y, por tanto, así sea por una nimiedad como aquella, ¡!!adentro!!! La cárcel espera a quien ose “afectar” los altos intereses del caudillo o de su estado.
El principio de lesividad que, debiera, teñir el Derecho Penal civilizado (si existe) para evitar su degradación, ocupándose de operías que no generan ningún daño a bienes jurídicos de relevancia, ha sido confinado al museo (supongo que al de Orinoca) por nuestros juristas del horror que, sea legislando o aplicando las normas, han convertido al Derecho en el extremo opuesto de su naturaleza y esencia. No protege al ciudadano, peor sus derechos y garantías y, sólo sirven como sus carniceros. Ingo MULLER en su célebre libro “Los Juristas del Horror” (que como siempre se los recomiendo), escribe: “Alemania sufrió horrores con “juristas” politizados, fanáticos convencidos y mentes primitivas, de que en un proceso revolucionario, como lo fue el nacional socialista alemán, la justicia se sometía a la voluntad del Führer, quien estaba por encima del bien y del mal”. ¿Vivimos algo parecido?...