Santa Cruz, 27 de mayo (Oxígeno).- Después de 35 años dice que nunca pensó en el tiempo, y se ríe, pues en realidad concluye que no tuvo tiempo para pensar en el transcurrir de las horas y de los días y luego de los años. Desde que recibió la responsabilidad de ser una mamá SOS, el 1 de enero de 1980, y hacerse cargo de una casa con cinco adolescentes, a Guadalupe Taseó Suvé  sólo se ocupó en sus hijos. Y esto la enorgullece. Ella se siente realizada y feliz porque dio y recibió mucho cariño, el de 37 hijos e hijas y una cantidad innumerable de nietos.

Ahora, que está a punto de dejar la Aldea Infantil SOS de Santa Cruz, pues hace poco se jubiló y afronta problemas de salud, la señora Guadalupe tiene pensado en armar un álbum con todas las fotografías de las cuatro generaciones de hijos que crió y que a lo largo de estos años ha ido guardando ordenadamente en una lata celeste de galletas navideñas.

Destapa la lata como un cofre que guarda un tesoro y saca las fotografías clasificadas por épocas. Están las de la primera etapa, cuando comenzó a ser mamá, en la Aldea Infantil SOS de Santa José de Chiquitos y se emociona cuando encuentra la foto de una pequeña bebé. “Por ella me quedé”, dice y continúa contando que cuando entró a ser mamá no fue fácil porque la casa que le tocó había cinco adolescentes que no la aceptaban; sin embargo, tuvo paciencia y se esmeró para poder hacerse cargo de ellos. Pero el momento en el que realmente fue recibida fue cuando llegó una pequeña de diez meses a la que todos comenzaron a amar y por la que decidieron estar juntos.

“Cuando yo era adolescente, soñaba con hacerme cargo de un grupo de niños y hacerles cantar y enseñarles a estar alegres”, recuerda. Así se ilusionaba en Santiago de Chiquitos, donde nació y fue criada junto a sus diez hermanos con la educación estricta de su padre, el agricultor Juan Taseó y el laborioso trabajo de su madre, Simona Suvé, ama de casa. Toda la familia de origen chiquitano.

Cuando revisa las fotografías, Guadalupe se emociona encontrando en cada una de ellas una historia: la vacación en que viajó con sus hijos a la Chiquitania y se bañaron el río, cuando los muchachos hicieron su primera comunión, cuando se casaron y cuando nacieron sus nietos.

La señora Guadalupe explica que los momentos más felices para ella fueron cuando vio que sus hijos se abrazaban y expresaban su amor como hermanos. “Me gusta verlos juntos, que se quieran, que se hagan hermanos”, dice.

Y confiesa que, pese a que la mayoría de sus hijos está lejos, no ha dejado de pensar en ellos, sabe quiénes están bien y quiénes no. Cuando no había celular, se comunicaba con ellos por cartas si vivían en otras ciudades; hasta ahora, les manda encomiendas a los que están lejos. Cuando le tocó ser abuela, acompañó a sus hijas al hospital y esperó con ansias a sus nietos.

“Siempre me llaman, los que están aquí en la ciudad y los que están lejos también, tengo dos hijos en el exterior, uno en Italia y otra en España, en ellos también pienso, y pienso en mi hijo que viaja con cambión a la frontera, rezo para que no le pase nada”, dice la señora Guadalupe, sentada en la sala de la casa de la Aldea donde pasó las últimas décadas criando a sus hijos y ahora, es como una mamá grande, pues no sólo los hijos de su casa la llaman mamá, sino otros niños de otras casas y las otras mamás le tienen un gran respeto.

Sonríe y los ojos le brillan al contar que su hijo la llamó para decirle que llegará de Italia, con agua vendita del Vaticano que trae como regalo para ella.

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