Periodismo relativizado
En las últimas décadas, el periodismo ha ido cuestionándose a sí mismo y ha ido recibiendo cuestionamientos de parte de quienes le son ajenos. ¿Qué es el periodismo? Dígase de entrada que es, esencialmente, información. Esta actividad informativa puede estar anclada a distintos géneros como la noticia, la crónica, la entrevista y el editorial, entre los más relevantes.
En las últimas décadas, el periodismo ha ido cuestionándose a sí mismo y ha ido recibiendo cuestionamientos de parte de quienes le son ajenos. ¿Qué es el periodismo? Dígase de entrada que es, esencialmente, información. Esta actividad informativa puede estar anclada a distintos géneros como la noticia, la crónica, la entrevista y el editorial, entre los más relevantes.
Los cuestionamientos acerca de su esencia y de lo que debería representar para la sociedad parten de elementos políticos, primero, y tecnológicos, después. Analicemos en qué consisten estos cuestionamientos que ponen al periodismo en un vilo que ya es intolerable.
Había en el siglo pasado una pléyade de comunicadores (latinoamericanos los más, aunque había por ahí uno estadounidense y otro francés) que proponía que el periodismo debía ser una actividad de diálogo o un juego de intercambio de palabras de empatía; un “diálogo dialogal”, decía uno de éstos. Estas personas eran o demasiado utópicas o realmente ingenuas, porque nunca comprendieron que el periodismo es, a despecho de los soñadores, una actividad política (en el alto y digno sentido de la palabra). Planteaban además que la prensa (o la comunicación, como la llamaban) debía ser un instrumento para la liberación de los pueblos y la democratización. (El oficio periodístico debe propugnar por la democracia, pero nunca ser un medio para su realización, que es distinto, ya que al ser esto último adopta una tendencia que lo corrompe). Un boliviano había entre estos comunicadores, que aseveraba que el periodismo debía ser descentralizado para que lo practicasen las personas humildes y que debía despojarse de su cualidad persuasiva a la que se había inclinado desde los tiempos de Aristóteles, a pesar de que entonces ni existía.
Si se ensayase tal clase de periodismo (que en realidad no sería ni periodismo), sería todo menos funcional, en primer lugar porque un periodista es un profesional cuya labor no puede ser ejecutada por personas que no están preparadas para ello. En segundo lugar, porque el periodismo es una actividad vertical en esencia, lo cual no sataniza ni su fin ni su condición.
Se hicieron congresos y conferencias para maldecir a los medios masivos y para blasfemar el nombre de los presidentes de tales corporaciones; se creía que se debía llegar a una descentralización total de la comunicación. Pero ¿podría hacer un iletrado periodismo? Quizás sí fundar una radio y hablar en ella, o fundar un periódico y escribir en él, pero no hacer verdaderamente prensa.
Pensar en una posibilidad tal es descabellado desde todo punto de vista y degrada el oficio de los periodistas que estudian para desempeñar su labor, «la más bella» para un Nobel latinoamericano.
Ahora analicemos cómo la tecnología también ha llegado a relativizar el oficio. Desde la irrupción de los medios sociales, la información cualquiera ha llegado a tenerse, en algunos casos, como periodística, sin tomar en cuenta los parámetros que la hacen realmente tal. Los medios sociales son todavía un factor brumoso para los sociólogos y los investigadores de las ciencias sociales; se están escribiendo muchos textos acerca de ellos. Pero, lo que es seguro, es que de ninguna manera podrán llegar a ser medios de verdadero periodismo.
Como dice la periodista argentina Silvia Fesquet, antes se tenía un panorama mucho más despejado de lo que representaba la actividad periodística en la sociedad porque se dibujaba esta estructura con total claridad: la verticalidad de un periodismo en un pueblo pasivo que recibía las noticias y la información. Se tenían, entonces, una delimitación precisa de lo que eran el periodista y su trabajo y, por tanto, un terreno mucho más estable en el que trabajar. La pasividad de un pueblo lector no es mala, más al contrario, es buena porque ese pueblo está consciente de que su labor consiste en asimilar la información para trabajar en pro de una causa o de un Estado desde las distintas plataformas existentes o desde el oficio de cada uno de sus individuos.