Del cuoteo a la cleptocracia
Con la reconquista de la democracia en 1982 soplaron vientos de cambio que permitieron que la selección y elección de los magistrados de la entonces Corte Suprema de Justicia se produzca de acuerdo a los parámetros señalados en la Constitución Política del Estado, activándose las facultades del Congreso de la República.
Con la reconquista de la democracia en 1982 soplaron vientos de cambio que permitieron que la selección y elección de los magistrados de la entonces Corte Suprema de Justicia se produzca de acuerdo a los parámetros señalados en la Constitución Política del Estado, activándose las facultades del Congreso de la República.
Inaugurada la democracia pactada imperó el cuoteo entre los partidos del sistema en la designación de las máximas autoridades judiciales, por lo que los magistrados que en la dictadura le debían el favor al dictador, en el sistema recién instalado el depositario del agradecimiento era el partido político o más bien algunos dirigentes del partido que al favorecer a sus allegados les permitía obtener contraprestaciones expresadas en fallos judiciales amañados.
Esta práctica obligó a buscar nuevas formas de selección y elección de magistrados hasta que se vislumbró la fórmula de la meritocracia que trataba de reemplazar el favor político por el mérito de los aspirantes.
Las reformas constitucionales de 1994 fueron saludables se crearon y constitucionalizaron instituciones como el Consejo de la Judicatura, el Tribunal Constitucional y el Defensor del Pueblo que le dio a la democracia una imagen diferente y esperanzadora.
El Instituto de la Judicatura de la ciudad de Sucre jugó, en un primer momento, un papel de significación en la implementación desde abajo de la meritocracia en el Poder Judicial, con la formación de jueces que egresados de esa institución prestaban sus servicios al margen del favor partidario.
Con el nuevo texto constitucional la ingeniería constitucional definió un sistema novedoso a la vez que disparatado de elección de magistrados. Recurrió al voto popular, sus promotores afirmaban con orgullo que era una forma novedosa, democrática y única, evitaba el cuoteo y la intermediación partidaria.
En efecto fue tan novedosa no por imaginativa sino por irresponsable, desfiguró el valor del voto configurando un electoralismo que vinculaba a los candidatos a movimientos sociales que imponían sus condicionamientos al elegido, desde la asignación de puestos de trabajo hasta la emisión de fallos en relación directa a los intereses de sus mandatarios.
De ahí que el nuevo mecanismo de selección y elección de magistrados en lugar de mejorar y superar las taras del pasado terminó por desmoronar las endebles estructuras del órgano judicial.
Conformado el Órgano Judicial actual se reinstalaron vergonzantes acciones extorsivas a los litigantes, abusivas influencias de clanes o roscas vinculadas al poder, consorcios de abogados, jueces y fiscales que destrozaron toda credibilidad de la justicia, entronizando una desvergonzada cleptocracia que institucionalizó la impunidad
Aquellos yerros y prácticas delincuenciales del pasado se han amplificado en la actualidad, no solo dentro del órgano judicial, sino, esto es grave, en todo el estado y en la propia sociedad civil, con una ciudadanía cada vez más tolerante y acrítica, sea por miedo, comodidad, ignorancia o cansancio.
Pretender abordar el tema de la justicia únicamente en cumbres cupulares es insuficiente. Todo indica que la Constitución Política del Estado es una coladera de la que emergen incoherencias insostenibles que no serán resueltas entre los actores del desastre
Sucre, 30 de marzo de 2016