Cáncer, el calvario personal se convierte en odisea familiar
El periódico digital Oxígeno.bo indagó y encontró el testimonio de vida de Monserratt. Ella está en la lucha por salvar su vida. El periódico digital Oxígeno.bo indagó y encontró el testimonio de vida de Monserratt. Ella está en la lucha por salvar su vida.
La Paz, 19 de agosto (Oxígeno).- Anualmente en Bolivia, según datos del Ministerio de Salud, se registran más de 10.982 mujeres y 6.188 varones que sufren de cáncer.
Asimismo, según cifras de la Organización Panamericana de la Salud, 6936 personas mueren anualmente por este mal en Bolivia. De ellos, 3955 son mujeres y 2984 son varones. El cáncer, además de ser una enfermedad mortal si no se la trata a tiempo, no sólo es un calvario para la persona que lo porta, sino que también se vuelve en un tormento para la familia.
El periódico digital Oxígeno.bo indagó y encontró el testimonio de vida de Monserratt. Ella está en la lucha por salvar su vida.
“Sólo le pido a Dios que me dé vida para ver a mis hijos salir profesionales”, asegura Monserrat Miranda al confesar su enfermedad.
Ella tiene 54 años de edad, nació en La Paz, tiene dos hijos y hace más dos años que enfrenta una lucha diaria, la lucha por seguir con vida.
Ella fue diagnosticada tardíamente con cáncer de mamá, y desde ese día su vida y la de su familia nunca volvió a ser igual.
En el país, el 21% de las muertes en mujeres es por cáncer de cuello uterino, seguido del cáncer de vesícula biliar con el 10%, de mama 8%, de estómago 7% y de colon 7%, entre los principales.
Con un gorro de lana que cubre su cabeza, afeitada por las quimioterapias, un deportivo rojo, y una actitud extremadamente tímida – asegura que odia hablar de las experiencias que le dejó su enfermedad y tampoco quiso dejarse tomar una fotografía- ella afirma que “yo ya he vivido lo que tenía que vivir, pero mis hijos no y el peor sufrimiento es para ellos”.
Y es que, según cuenta, el “sacrificio familiar” – como ella lo califica- es lo que aún la mantiene con vida.
“Además de una operación tengo que estar en constantes sesiones de quimioterapia”, confiesa con una voz entrecortada.
Ella se considera de un estrato social humilde, pues vive de bordar vestidos y manteles; su esposo es mecánico.
Su hija mayor tiene 22 años, su hijo menor acaba de cumplir los 18. Ambos estudiaban en instituciones privadas y tuvieron que abandonar, momentáneamente, sus estudios para ahorrar dinero para la recuperación de su madre.
Ella se hizo operar en Chile, “gracias a la ayuda de amistades y familiares”. Además, la lucha mensual también fue para pagar sus sesiones de quimioterapia.
Las quimioterapias llegan a costar entre 1500 a 2000 dólares por sesión.
“Al principio, las sesiones son mensuales, por lo que mi familia tuvo que hacer milagros para conseguir toda esa plata”, asegura.
Además de un préstamo que tuvo que sacar su esposo, él y sus hijos tuvieron que realizar diferentes acciones para adquirir los recursos necesarios. La venta de pasteles caseros, manteles, vestidos y hasta espectáculos callejeros fueron algunas de ellas.
“Además la academia de danza de mi hija hizo un espectáculo sólo para ayudarme. A ellas también les debo mucho”, asegura.
Monserratt, además, agradece la paciencia que su familia tuvo con ella. Además de la caída del cabello y las náuseas que le daban después de cada sesión de quimioterapia, ella admite: “Mi carácter era insoportable”.
Hoy, las sesiones de quimioterapia han reducido en cantidad, sólo tiene cuatro por año. Su cabello, de a poco, “está empezando a crecer” y sus hijos ya han retomado los estudios.
“Ojalá el Gobierno dé atención a nuestras justas demandas. Nadie sabe el calvario que es pasar por esto hasta que te pasa. No se lo deseo a nadie”, reclama.
En Bolivia, aún no están dadas las condiciones para tratar a esta enfermedad. La falta de recursos y, sobretodo, de equipos especializados hacen que muchas familias se vean obligadas a viajar a otros países para salvar su vida.
Por este motivo, los enfermos con cáncer en La Paz han empezado a reclamar, cada vez con más fuerza, la compra de un acelerador lineal para el tratamiento de esta enfermedad mortal.
Sin embargo, las autoridades nacionales y las gubernamentales aún no han dado soluciones favorables para este problema.
Por ejemplo, la ministra de Salud, Ariana Campero, en conferencia de prensa, señalaba que la compra de este equipo correspondía a las gobernaciones, mediante su saldo en caja y banco.
Monserrat está consciente que el país no tiene los instrumentos para combatir esta enfermedad, sobre todo cuando ya está avanzada.
Por eso, ella tuvo que ir a Chile, viaje que logró gracias a la ayuda de su familia y amigos.
“Hay otros que no tienen la misma suerte”, cuenta.
Ella recuerda que un amigo cercano, hace ya muchos años atrás, fue diagnosticado con cáncer de próstata.
Monserratt recuerda que, cuando se enteró de su situación, “tratamos de ayudarlo con lo que pudimos, pero era imposible”. “Cada día estaba más desgastado”, recuerda.
Empero, lo que se quedó en su mente – además de la enfermedad que acabaría la vida de su amigo- fue el abandono que éste sufrió.
“Sus hijos se fueron, su esposa ya no vivía y no tenía más familiares. Murió solo y ese es el peor castigo”, asegura.
Monserratt no quiso revelar el nombre de la persona. “Para mí decir su nombre sería no dejarlo descansar en paz”.