Reportaje
Anónimo
16/06/2022 - 14:12

Al filo de la última cifra: Cómo sobrevivir con menos del mínimo nacional, vendiendo en el Mercado Campesino de Sucre

El Mercado Campesino es el centro de abasto más importante y popular de Sucre, además de ser el de mayor extensión. En él se concentran cerca de 100 sindicatos que pertenecen a las tres federaciones de comerciantes que tiene el departamento: Única, 15 de Mayo y 12 de Octubre. Es considerado como un centro de abasto mayorista, similar a los que tienen las ciudades del eje.

Cerca de las 5:00 se escucha un murmullo en ascenso en todas las calles del Mercado Campesino. Empieza la vida con una serie de melodías diferentes, entre voces, gritos, reclamos y peticiones: un día de trabajo nace.

El Mercado Campesino es el centro de abasto más importante y popular de Sucre, además de ser el de mayor extensión. En él se concentran cerca de 100 sindicatos que pertenecen a las tres federaciones de comerciantes que tiene el departamento: Única, 15 de Mayo y 12 de Octubre. Es considerado como un centro de abasto mayorista, similar a los que tienen las ciudades del eje.

Desde las alturas, el mercado se muestra como un gran hormiguero donde la vida toma un ritmo frenético de idas y vueltas; allí el objetivo es para ganarse la vida un poco todos los días, con la complicidad del comercio, al amparo de la libre oferta y demanda. Cerca de 10.000 comerciantes trabajaban en el Mercado Campesino en el año 2014, según datos obtenidos de la Alcaldía de Sucre consultados por una investigación de la Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca.

Esa cifra se fue incrementando producto de la proliferación de vendedores independientes que engrandecen el sistema económico del comercio informal en Sucre y a nivel nacional.

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Ester (nombre ficticio) es una mujer de cerca de 50 años que trabaja comprando y vendiendo ropa usada. Antes da la pandemia compraba de los grandes cargamentos de la ropa, pero tras el descenso en las ventas en general, ahora compra directamente de las personas que quieren vender su ropa en desuso.

Una tarde de domingo en pleno otoño, cuenta que la inversión de capital no es alta, tal como su ganancia y al no contar con un sistema de administración definido no se puede saber con exactitud los ingresos y egresos de su “negocio”.

Calcula que su capital invertido de 250 Bs y que sus ventas diarias pueden ascender, en el mejor de los casos, a 150 Bs. Al vivir en una zona muy alejada, no puede retornar a su casa a almorzar y sus tres comidas del día las tiene en el mercado, dependiendo de lo que haya vendido. Gasta alrededor de 30 Bs al día para su alimentación, pero un día llegó a vender únicamente 6 Bs.

De su total ganado que no se puede calcular con exactitud por el ritmo intermitente de cada jornada, invierte 400 Bs para el alquiler de un cuarto que comparte con su hijo adolescente y su esposo que padece de alcoholismo. No cuenta con una tienda establecida, pero tiene un puesto en mitad de la acera de una de las calles del mercado, por la cual cancela 80 Bs al mes.

“Es un trabajo liviano, es en lo único que puedo trabajar ¿Qué más puedo hacer? Tengo que seguir trabajando”, dice mientras reflexiona sobre el hecho de que su faena es relativamente tranquila, que no requiere gran inversión y dada su falta de estudios resulta muy accesible. Y la dejo con esos pensamientos mientras ofrece una campera azul para varón.

El Mercado Campesino podría definirse en un estilo contemporáneo como una jungla urbana donde sobrevive el que tiene mejores ideas o poder de convencimiento. Entre sus infinitas calles y pasarelas se puede encontrar lo que a la imaginación de le antoje, si uno sabe buscar, aunque a simple vista no lo parezca.

Si bien se podría definir como al galpón como su corazón, son las calles que se llenan del murmullo de mil voces las que le dan vida. Y esas voces vienen de sus vendedores ambulantes, el instrumento que mueve gran parte de este microsistema económico informal y que se replica en gran escala a nivel nacional. Varios estudios lo han catalogado como el motor económico de la ciudad, donde aseguran que diariamente se mueven millones de bolivianos.

Maritza Ávila tiene 23 años, una bebé de un año y siete meses, una pareja, una carrera técnica de Auxiliar Contable terminada y está un sábado por la tarde vendiendo virulos. Los virulos son un tipo de dulce hecho de agua, canela y colorante, y su venta es básicamente el sustento de esta familia de tres.

Ella cuenta que los dos llegaron desde Santa Cruz para que su pareja termine su carrera como Mecánico Automotriz. “Trabajar, hacer algo superior, ejercer mi carrera”, es el sueño de Maritza. mientras espera para lograrlo trabaja ambulando los dulces.

La inversión diaria que ella realiza es de 50 Bs para los dulces, entre los ingredientes e instrumentos para producir un total de 80 virulos: gana 30 bolivianos/día si vende todos. No vende todos los días, porque debe cuidar a su hija, por esa misma intermitencia calcula que al mes gana cerca de 600 Bs, un monto que debe alcanzar para todas las necesidades básicas.

Vive en un cuarto alquilado lejano del centro de la ciudad, por el que paga Bs 200 y a la semana en alimento y pasajes, entre otros, gasta alrededor de Bs 100, cerrando justo el ingreso mensual.

Pero ni así, los números se cierran. Confiesa que sin la ayuda en alimentación que le dan sus suegros desde Santa Cruz, no sabe lo que haría, porque la venta de los dulces es el único sustento que tiene para su pareja y bebé, puesto que él está realizando sus prácticas sin remuneración. Afirma que muchas veces no ha podido llegar a fin de mes y recurre a una tía como único familiar en la ciudad.

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COMERCIO INFORMAL: FUENTE DE VIDA

La economía informal en Bolivia representa un conjunto de actividades de producción y comercialización que son subestimadas por las cuentas nacionales, debido a que se desarrollan bajo circunstancias no controlables o en algunos casos abiertamente ilegales, según el economista Danilo Velásquez.

Y en palabras más sencillas es un tipo de comercio en el que el vendedor o productor puede invertir un capital sin control ni reglas, basta contar con un poco de creatividad y esfuerzo. Los trabajadores del comercio informal no deben emitir factura, realizar declaraciones juradas, pagar impuestos (en algunos casos) y tampoco están amparados bajo la Ley General del Trabajo (en su mayoría) porque no ser parte de un sistema formal de trabajo, en el que cuenten con un contrato fijo y prestaciones o en la empresa o institución que trabajan este reconocida legalmente.

Bolivia es un país que según el Gerente General de la Cámara Nacional de Comercio (CNC), Gustavo Jáuregui, consultado por Correo del Sur, tiene aproximadamente el 80% de su economía basada en el comercio informal: no hay control, no hay tuición y por lo tanto tampoco condiciones de trabajo adecuadas.

Dennis Ríos (32) trabaja desde temprano para mantener a sus dos hijos. Su trabajo, la venta de barbijos, se ha impuesto como un negocio lucrativo desde la llegada de la pandemia y aunque las ventas suben y bajan, es una forma de comercio informal que funciona.

En su caso, su capital es mayor. Invierte 5.000 bolivianos en la compra de diferentes clases de barbijos, tiene una venta promedio diaria de Bs 400, de los cuales su ganancia es de 150 bolivianos en “los días buenos”. Estaba en la universidad hasta que nació su primer hijo. “Mi aspiración es volver a estudiar y ganar dinero de mi profesión”, indica mientras mira el panorama enceguecedor de la tarde luminosa en el mercado.

Como afirma: “Hay días buenos y días malos, depende de la suerte”. Reconoce que su trabajo en la medida de lo posible es bueno, porque hay trabajos peores, en los que a veces “uno no saca ni para comer”.

En el 2021, Cámara de Industria, Comercio, Servicios y Turismo de Santa Cruz – CAINCO, aseguraba que la informalidad y el contrabando debilitaba la industria nacional a gran escala y que en gran parte su ascenso se debió al Covid-19. Ocurre algo similar en Chuquisaca.

La pausa obligada en las empresas por la pandemia, el despido de trabajadores porque no se podía cubrir sus sueldos sin la activación de la actividad productiva y el lento despertar de la economía, obligaron a muchas personas a emprender e invertir en pequeños emprendimientos que puedan brindarles algo de sustento; de allí la proliferación de ambulantes de pequeños productos de uso personal: barbijos, dentífricos, ropa, cepillos y medias, justo lo que uno necesita.

En la bulla del mercado se escuchan las risas de un grupo animado de mujeres que conversa en los intervalos que les deja el ofrecer prendas femeninas de todos los precios. Su horario es libre, no tienen que rendir cuentas a nadie y pueden desplegarse por donde quieran sin pagar alquiler, pero si se enfermasen no cuentan con seguro médico y su venta no está garantizada, por lo tanto, su sustento tampoco.

Son las 17:00 pm de otro sábado cálido, como los pocos que ofrece el otoño en Sucre y hasta esa hora Mirta (nombre ficticio) no vendió ninguna prenda. Tiene en su bolsillo algo de dinero que en parte es su capital que siempre se debe tener para el cambio, pero nada más.

Ella, junto con sus compañeras, camina una y otra vez por las calles ofreciendo, sin importar el tiempo. El grupo coincide, como casi todos, que llegar a fin de mes a veces se constituye un milagro, una especie de Odisea común y compartida. Y en medio de ella, todos los ambulantes se enfrentan a los mismos desafíos: la Guardia Municipal.

La Jefatura Departamental de Trabajo y Empleo de Chuquisaca, no tiene tuición sobre los trabajadores del comercio informal. Y como su forma de trabajo específica no está reglamentada estos tampoco tienen cómo defenderse cuando les impiden vender.

Debido a que no cuentan con un espacio físico determinado para comercializar, van ambulando de calle en calle, se toman de vez en cuando un momento para descansar y si encuentran un espacio adecuado en la puerta de una casa, entre la acera y la calle, en un puesto vacío, aprovechan la oportunidad para instalarse momentáneamente. Así, encontré al grupo de colegas de trabajo cerca de una parada de micro, descansando casi en ronda con espacio para el transitar de la gente.

Todas atentas y listas para tomar la ropa y seguir su camino si aparece un guardia municipal. Ellas no pueden permanecer mucho tiempo en el mismo lugar, porque los guardias tienen la tarea de ir despejando las calles para la circulación.

Explican que entienden esa situación, pero no el hecho de la mala manera que tienen para indicarles que se retiren: “Sabemos que eso es su trabajo, pero ellos tienen que entender que nosotros trabajamos de esto y nos tienen que entender (…) cada uno necesita llevar un plato de comida a la casa, el hecho de ser ambulantes no significa que nos quieran pisotear. Queremos un poco más de respeto”, afirman al unísono.

Vender es un trabajo que necesita paciencia, mucha destreza y creatividad. Entre los gritos para ofrecer se escuchan frases adaptadas, cantos y chistes. Todo ello empieza en la madrugada y termina al anochecer, porque el trabajo es para el día. Entre ese ir y venir una de ellas afirma que para el futuro quisiera: “nada, seguir adelante nada más, ¿Qué más puedes pedir?”.

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ORGANIZACIÓN DENTRO DEL MERCADO

El sindicato 24 de Enero pertenece a la Federación 15 de Mayo que aglutina alrededor de 120 vendedores de vendedores de pan, fruta, verduras, entre otros. A la cabeza de su secretaria Ejecutiva, Felicia Pinto, realizan reuniones mensuales cada primer miércoles de mes para realizar sus informes sobre diferentes actividades, tomar decisiones y presentar sus diferentes necesidades y problemas.

Este grupo de personas, que representa en micro la organización del mercado, a parte de su trabajo, comparten responsabilidades comunes: organizan diferentes de actividades lucrativas para cubrir el alquiler de su sede, hacen representación en la toma de decisiones respecto al funcionamiento del mercado en su conjunto, se apoyan entre ellos, resuelven conflictos internos y externos: básicamente son una especie de familia que defiende los mismos intereses.

La organización sindical, entre muchas cosas, explica Pinto, es un mecanismo de defensa de los derechos y deberes que tienen los integrantes que conforman el mismo. Una de las tareas más importante y que le lleva una importante cantidad del tiempo de su trabajo, es colaborar a sus compañeras en diferentes dificultades que impiden el desarrollo de su labor.

“Si a una compañera le decomisan sus productos, hay que ir a la intendencia, hablar para que le devuelvan sus cositas, llegar a acuerdos, eso hay que hacer. O si entre compañeras tienen problemas hay que hacer que se calmen y arreglen sus diferencias. También si una compañera se pone mal o tiene problemas, hay que apoyarle, a veces con dinero o a veces viendo su puesto, eso hacemos”, dice la representante.

Este sistema sindical sirve para encontrar apoyo y resguardo en una colectividad que está compuesta por la individualidad de sus partes, pero al no tener un grupo conformado de esa manera los trabajadores del comercio informal como los ambulantes o vendedores ocasionales, con cuentan con ese sostén que pueda defenderlos en situaciones complicadas.

Un claro ejemplo es la situación de Rita (nombre ficticio) que vive en Sucre y nació en Tarija. Estudiaba Ingeniería Comercial, pero abandonó y ahora sobrevive vendiendo refrescos. Ella trabaja desde las 8:00 y hasta las 19:00. Vende refrescos de flor de Jamaica, para cuya preparación invierte Bs 70 para cerca de dos días de venta, cuya ganancia no puede contabilizar, pero le alcanza medianamente para vivir en lo que ingres nuevamente a su carrera. Sus ingresos le permiten sostenerse, aunque también recibe apoyo económico de su familia.

Rita es una ambulante independiente, no pertenece a ningún sindicato, no tiene una representación sindical en el sistema social del mercado y de ocurrir cualquier problema en su trabajo, no tiene un grupo que la respalde y la defienda.

A la pregunta sobre la presencia de un sindicato de ambulantes o vendedores ocasionales, la mayoría indica que no sabe, que se conocen de vista entre ellos, pero desconocen si hay un nivel de organización de ese tipo.

En pocas palabras, la falta de esta conformación social de respaldo es otra característica y desventaja de este grupo de trabajadores que se valen por si mismos.

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AL FILO DE LA ÚLTIMA CIFRA

Marizol (nombre ficticio) , a diferencia de las demás personas citadas en este trabajo de investigación, es una trabajadora de persona que tiene un negocio informal.  Ella no tiene un capital investido, ella es una mano de obra para otro comercio.

Es vendedora de pan en una de las tantas calles del mercado campesino. Hace algunos años, terminó la carrera de Gastronomía que no pude ejercer, pero trabajaba como ayudante de cocina de un restaurante, en el que trabajaba de lunes a lunes desde las 8:00 a 16:30, por un momento de 850 Bs.

“Ese trabajo era pesado”, dice mientras rememora que ha trabajo de muchos oficios: como niñera, trabajadora del hogar, entre otros. Pero, vender pan ahora es uno de los mejores que ha tenido. Trabaja desde las 7:30 hasta las 18:00 aproximadamente. Sus empleadores le proporcionan el desayuno, almuerzo y cubren su transporte diario. Descansa los domingos y percibe un sueldo de 1.500 Bs aproximadamente. Tiene un hijo de tres años y ‘se juntó’ con el padre de este, que también está trabajando en Chile.

Rita se constituye en la mano de obra de un empresario capitalista que invierte en el comercio informal, que, a diferencia de lo demás ejemplos, tiene un capital invertido mucho más alto que los demás (aunque hay negocios muchos más grandes que entran en la misma categoría), entonces ese inversor en el comercio informal ya no lucha para vivir sino ofrece una fuente de empleo y crea otro escalón descendente en la pendiente de personas que trabajan en el comercio informal.

Aunque se lea inverosímil, podríamos considerar que el caso de Marizol es afortunado, porque existen otras ramas de empleo en el mismo sentido, empleados de inversores, que trabajan la misma cantidad de horas por un sueldo mucho menor y sin las ventajas del antes citado. “Claro, me ha faltado”, dice ella sobre su realidad de fin de mes. Con esa declaración es fácil pensar que para los demás el panorama se visualiza más gris.

Entonces, ¿cómo se sobrevive al filo de la última cifra? Las alternativas no son muy variadas, entre los entrevistados siempre está la posibilidad de un préstamo de algún familiar, al final se debe devolver con esfuerzos dobles, pero la más común es que al conocer la realidad, se minimizan los gastos comunes de gran manera. O las veces que simplemente no alcanza, no se gasta: no se come.

Termina el día y cerca de las 23:00 mueren poco a poco los murmullos del Mercado Campesino. Las calles vacías se llenan de silencio, a la espera del siguiente día del trabajo, a la espera de una nueva oportunidad de sobrevivir.

Escrito por: Lisbeth Z. Ramos Pinto

Fotos: Juan Felipe Michel. 

*  “Esta investigación fue realizada en el marco del Fondo Concursable Spotlight XII de Apoyo a la Investigación Periodística en los Medios de Comunicación que impulsa la Fundación Para el Periodismo”

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