Crónica
Redacción Oxígeno
16/02/2019 - 15:01

Padrinazgo, el rostro oculto de la trata

Oxígeno.bo comparte la crónica de nuestro periodista César Fabricio Sánchez Carranza, elegida para ser publicada en el libro Crónica periodística sobre prevención en el consumo de drogas y la trata y tráfico de personas, publicado por el Conaltid Bolivia.

Un cuarto pequeño, en el que apenas cabía una cama de una pieza, con patas de madera y rechinidos incesantes; una mesa de noche que sostenía una lámpara antigua que le servía para alumbrar sus noches y un vaso de agua para saciar la sed, se convirtió en su hogar. Y un pequeño perro blanco llamado Safari, un peluche que le acompañaba por las noches, sin ladrar, sin moverse ni poder cerrar los ojos, se convirtió en el único compañero que Wendy tenía en una casa alejada de Oruro donde fue obligada a trabajar sin parar por culpa de la pobreza, la mala relación con su madre, la falta de educación y la confianza que su progenitora tuvo con un supuesto “amigo de toda la vida”, con su “compadre de confianza”.

Wendy tenía 12 años cuando fue entregada a su padrino, el compadre de la familia que tenía un largo tiempo ofreciendo la posibilidad de hacerse cargo de ella con la promesa de darle una “vida digna”, la oportunidad de seguir con sus estudios en un colegio de prestigio y, sobre todo, aquello que su madre nunca podría ofrecerle: ropa nueva, juguetes y todo lo que, a esa edad, una niña desea tener.

Dionisia, la madre de Wendy – nacida en el municipio de Jesús de Machaca, al suroeste del departamento de La Paz- se desempeña como trabajadora del hogar desde hace más de dos décadas, como lo hacen otras 70 mil mujeres en todo el país, según datos del último censo oficial. Con lo que ganaba, Dioni, como se presenta, tenía lo necesario, pero no lo suficiente y, sin saberlo, convirtió a su única hija en una víctima más del, así llamado, padrinazgo, una práctica cultural frecuente en las zonas rurales de Bolivia en las que los padrinos son aquellos que asumen el papel de padre e incluso reemplazante de un infante. Y que anualmente convierte a cientos de niñas –el 95% de las afectadas son mujeres, según datos de la Policía Nacional- en víctimas de trata laboral y, en menor medida, sexual.

Y, aunque no todos los casos de padrinazgo llegan a convertirse en una situación de trata –ello depende de que haya la explotación de una persona-, Wendy sí fue una de esas víctimas; la promesa de una vida mejor se convirtió en su peor pesadilla.

Ese 10 de enero del 2014 era viernes. Ese día, Dioni se dio cuenta de que las cosas no habían salido como ella esperaba cuando trató de contactar a la niña, como lo había hecho otras veces. Ya era tarde, estaba en Oruro, una ciudad de 269.000 habitantes a poco más de 300 kilómetros al suroeste de La Paz.

Wendy se había dado cuenta unos días antes, al llegar a esa ciudad, de que su nueva vida no iba a ser la que le prometieron. “Me tenía encerrada, sin poder salir ni llamar. Me hacía trabajar hasta tarde y me hacía dormir en un cuarto bien chiquitito. Si no le gustaba lo que cocinaba me tenía sin comer todo el día”.

Así, la muchacha se convirtió en una más de los 391 mil niños/as trabajadores que existen en Bolivia, y en un caso más de trata laboral de menores que se registra en el país, de los que, según aproximaciones de la Policía Nacional, se presenta en un promedio de 25 cada año.

Transcurrieron más de 3 meses y Dioni aún no tenía rastros de su hija. No se le ocurrió hacer la denuncia, pues consideró que la culpa era suya por haber dado el permiso para que su hija viviera con su padrino. Se trata esta de una reacción común entre las personas que incurren en este tipo de prácticas: las víctimas optan por no denunciar el hecho, por miedo y, en la mayoría de los casos, por desconocimiento.

Por eso, ni el Ministerio Público, ni la Policía o el Observatorio de Seguridad Ciudadana y lucha contra las drogas tienen el dato exacto de cuántos casos de padrinazgo – tipificado como servidumbre costumbrista dentro de la Ley contra la Trata y Tráfico de personas - se presentan anualmente en el país, según explicó Marlene Calvo, Analista de Previsión de la Dirección General de Trata y Tráfico de personas.

Eso sí, se han incrementado las denuncias de trata. En 2015 fueron 550 casos y 2016 cerró con 701 casos de trata en el país, según datos del Ministerio Público. En cambio, las estadísticas del Ministerio de Gobierno son igual de alarmantes: los delitos de trata aumentaron de 35 el 2005 a 468 el 2017; aunque, según explican las autoridades, éstas son solo aproximadas, ya que muchas de ellas – no se especifica cuántas- son desestimadas.

Aún así, y con ayuda de la dueña de la casa de dónde trabajaba, Dioni contrató a un investigador privado, una práctica no tan recurrente en el país y que en este caso de poco le sirvió. Las horas parecían días, los días meses y los meses años y no había rastro de Wendy, que continuaba durmiendo en un cuarto tan pequeño y oscuro como un sótano, siempre acompañada de Safari, a esas alturas, el único recuerdo de lo que parecía ser su vida pasada.

“A veces, la esposa de mi padrino me llevaba al mercado y ahí trataba de hablar con una de las vendedoras para pedir ayuda. Creo que no me entendía bien al inicio, pero luego fue viendo cómo estaba yo”, recuerda la niña.

Así, con los viajes al mercado cada vez más frecuentes, Wendy empezaba a ver la forma de escapar. Fue una mañana de julio – o tal vez agosto- que se le presentó la oportunidad. Fue la misma vendedora con la que había tratado de hablar la que le terminaría ayudando.

“Ella de ocultas me dio unos pesos cuando la señora estaba distraída comprando, porque siempre me vigilaba y se enredaba [agarraba] en mi brazo para que estuviera cerca. Ahí salí corriendo y no sé si me perseguía, pero parecía que sí”.

Tuvo que dejar atrás a Safari y la poca ropa con la que contaba. Tomó un taxi hacia la terminal y, gracias a uno de las cabinas telefónicas, pudo contactarse con su madre.

WENDY TUVO SUERTE

Después de todo, aunque sea en parte, la suerte sonrió a Wendy, pues “solo” fue llevada a Oruro, relativamente cerca de La Paz. Otras no tienen la misma fortuna y terminan siendo trasladadas fuera de las fronteras para ser explotadas laboralmente, siendo uno de los destinos más frecuentes Argentina.

Según un informe del Programa Nacional de Rescate y Acompañamiento a las Personas Damnificadas por el Delito de Trata del Ministerio de Justicia de Argentina, se evidenciaron más de 600 casos de extranjeros víctimas de trata laboral, de las cuales el 40% de las personas son de origen boliviano y casi la mitad de ellas son menores de edad.

Wendy no sabe – o no quiere saber- lo cerca que pudo haber estado de ser una de esas niñas que hoy están en Argentina u otro país, sin casi ninguna posibilidad de regresar a casa.

De hecho, aún hoy no cree haber sido víctima de la trata de la que tanto se habla en la televisión y en las redes sociales.

Claro, el tipo de trata más común y del que más se informa es la de tipo sexual, mientras poco o nada se dice de la laboral. Y mucho menos se habla de la servidumbre costumbrista, aunque esté tipificada en la Ley lntegral contra la Trata y Tráfico de personas como “la acción por la que una persona es sometida o explotada por otra, bajo vínculos asociados a prácticas costumbristas y tradicionales del lugar”.

El Ministerio de Gobierno es consciente de la poca información que se tiene respecto a los riesgos del padrinazgo, principalmente en el área rural. Y por eso tienen intención de implementar campañas de información y sensibilización para tratar de combatir este otro tipo de trata.

Calvo señaló que el Ministerio de Gobierno, a través de la Dirección General de Trata y Tráfico de personas, redactará material informativo que para las poblaciones del área rural y tiene previsto además “elaborar una ley amigable para que sea más comprensible”.

Empero, hoy a Wendy poco le importa – o eso pareciera- saber más de la servidumbre costumbrista. Ella ya tiene16 años y el sueño de convertirse en veterinaria. Hoy su recámara tiene una cama mucho más grande de la que tenía en Oruro, con un velador con un gran espejo, una pequeña televisión, aún con antena, y posters de Maluma, el cantante colombiano que se ha convertido en su artista favorito y que escucha todas las tardes mientras acompaña a su madre en el trabajo, todavía con la familia que le ayudó durante aquellos “meses eternos”.

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