Blog de Henry Arancibia Fernández

El Óscar fue para la mejor película

(¡Alerta de spoiler!)

¡No! Este artículo no se refiere a la fantasía cursi de Guillermo del Toro y su predecible forma del agua. Mi narración describirá una interpretación personal sobre la que fue, en mi despistada opinión sobre el séptimo arte, la mejor película entre todas las nominadas a la última edición de los Óscares. Una película que estremece por explorar los rasgos mezquinos y bien camuflados de la sociedad; un film realista, a veces dramático aunque no completamente trágico; la historia escondida de una realidad que enfrentamos como seres racionales al toparnos de golpe con nuestra sexualidad. Una narración hecha en suelo sudamericano (Chile), pero expone también un fenómeno que puede estar ocurriendo a metros de tu casa… Una mujer fantástica.

Vuelvo a advertir: mi conocimiento en cine no es de los mejores y, por tal motivo, no pretendo hacer una crítica tecnicista acerca de los efectos especiales, la astucia del director, el manejo de planos y demás. Para que quede claro: exquisitos snobs de la cinefilia, por el bien de sus intocables parámetros de juicio, absténganse de tomarme en serio.

Hecha la advertencia continúo: Una mujer fantástica cuenta la historia de Marina, persona transexual, quien alguna vez fue lo que la regencia sexual binaria llama “varón”, hasta que decidió vestir sostén, maquillaje, faldas y todo aquello que el aparato vendedor de indumentaria asigna para la categoría “mujer”. Su vida no parece tener dificultad alguna, pues se acomoda a ciertos parámetros sociales comunes como tener una relación sentimental con un hombre no trans, un trabajo de mesera y ser cantante a medio tiempo.

Esa regularidad afectiva y laboral mantiene a Marina estable, tanto en lo emocional como en lo económico, pero todo entra en conflicto con la muerte de su pareja. El mismo con quien compartía casa, auto, sexo, amor anticonvencional y una vida aparentemente alegre. Entonces, a partir de la inconveniente crisis, muy típica del post mortem de un ser querido, el mundo le muestra su verdadera cara y surgen los verdaderos detractores de la condición trans de Marina.

En ese punto de la película comprendo una especie de metáfora, puede que solo sea mi interpretación accidental, algo no planeado por el director. Pues, en mi condición de espectador percibo a la muerte de la pareja de Marina como la muerte, al mismo tiempo, de su lado normalizador y masculino. En otras palabras, cuando muere la pareja de Marina, ella rompe el último vínculo que le quedaba con la regulación heterosexual: aparentar ser la mujer, aunque sea trans, de un varón que vestía camisa, pelo corto y era padre de familia. Vale decir, se quiebra la reproducción de ese rol de pareja que une a un categorizado hombre con una categorizada mujer.

Como resultado de lo anterior, Marina aparece de pronto en un ring y su primer combate la enfrenta con los negacionistas de su forma de proponer amor. Esta vez, la protagonista es un ser humano en condición de viudez a quien se le niega el derecho de doliente porque la sociedad se resiste a comprender quién es, más allá del ser “hombre” o “mujer”; “macho” o “hembra”.

El siguiente enfrentamiento de Marina será contra la institución social de la familia. Primero será la ex esposa del difunto y luego todos sus parientes. La situación exhibe a un trans solitario, completamente despojado de lo héteronormativo, en situación de amenaza por haber amado a un hombre con hijos. Marina parece la malvada que mató a un padre, aunque, en realidad, los y las parientes del muerto desprecian a Marina por haber descubierto la sexualidad oculta de un antiguo marido. El mismo que, voluntariamente, abandonó a quienes fueron su esposa, hijos e hijas.

Los otros dos poderes que intimidan a la protagonista son menos abstractos, pues tienen representación física: la policía con sus oficinas y la medicina con sus hospitales. En primera instancia, Marina es sospechosa de haber matado a su pareja y, con tal pretexto, agentes policiales le obligan a identificarse con un género al cual no pertenece. Sus tácticas incluyen preguntas o, incluso, un degradante examen físico con fines coercitivos, pues la desnudan en la estación policial para que exponga sus genitales y admita ser, a partir de un pene o una vagina, algo con lo que Marina no se identifica. Para tal humillación se juntan doctores y detectives, forenses y carabineros.

A esta altura, la tortura psicológica en contra de Marina es innegable. El abuso parte de instituciones sociales, las cuales actúan como brazos de una institución mayor mal llamada “Estado democrático”. Es decir, el Estado que reparte su poder y autoridad a través del control del sistema de salud, la vigilancia policial y la protección de la familia ejerce una fuerza oculta en contra de personas cuya sexualidad explora lo diverso.

Por suerte, Marina es extremadamente fuerte y, así como la muerte de su pareja puede representar su completo alejamiento de la heteronorma; el ver la incineración de su ex pareja, tal y como ocurre en una de las escenas, puede significar su frontal postura de cómo erradicar su vínculo con lo hétero reivindica su propuesta sexual trans. Por eso, a partir de la escena en la que el horno hace cenizas el cuerpo de su última pareja, la vida de Marina parece adquirir un giro emocional. Sus días se convierten en un proceso de duelo que vive desde su condición trans, ahora fortalecida al comprobar que no hay sistema capaz de vencer las propuestas sexuales independientes.

La película explora todo lo “normal” y lo cuestiona desde lo sexual, desde lo diverso. El guión logró exponer cómo un ser sexualmente distinto deja en evidencia los abusos de poder típicos de las sociedades “civilizadas” y “democráticamente” gobernadas. Va más allá de lo romántico y del típico final feliz para comunicar los modelos de valentía que el héteropatriarcado censura mediante sus instituciones normativas.

Opinión
imagenblog: 

Los verdaderos ebrios del carnaval

En la actualidad, el carnaval boliviano puede ser un festejo de quienes dicen amar la lujuria, pero solo la practican cuándo alguna compañía cervecera les impone sus reglas de consumo. Las danzas tradicionales le sirven al Estado y a la iglesia católica para disfrazar su poder y camuflarse entre los participantes de la fiesta. La absurda idea de relacionar la farra con una supuesta libertad sexual es solo beneficiosa para los pepinos embarazadores profesionales, a veces violadores y hasta asesinos. En otras palabras, el carnaval en Bolivia es la idealización de una celebración utópica, pues lo festivo tiene parámetros rígidos muy bien definidos por una lógica de consumo turística, empresarial, propagandística y moralista.

En general, el carnaval sigue un parámetro de celebración patriarcal muy común en Bolivia y el mundo. Me refiero a la excusa de la borrachera como medida de festejo para justificar la estupidez y las agresiones sexuales. Estar ebrio ya no es una propuesta novedosa, ahora es un ritual de pertenencia, imitación y, muchas veces, de agresión. Por eso, durante el carnaval, las violaciones y feminicidios son comunes, pero los dueños de la fiesta se escandalizan por una Virgen en calzones. El supuesto libertinaje del carnaval es tan falso que permite cualquier agresión, pero reprime la propuesta crítica de una dibujante.

Nadie debería sorprenderse de esa aparente contradicción, porque mientras una festividad se relacione con una religión, el concepto de “libertad” se reduce a una mera palabra. De existir libertad de pensamiento, de ebriedad, de expresión o de sexualidad, la iglesia católica ya habría retirado su nombre del carnaval desde hace mucho tiempo. La lógica es, sin embargo, la de emborrachar a los participantes para alejarlos del pensamiento crítico. Entonces se crean ebrios hipócritas, cómplices de la religión y, por ende, del machismo. Borrachos dispuestos a acosar a quien tengan cerca y rechacen ver deidades con poca ropa. Para conseguir tal embriaguez ni siquiera hace falta alcohol, las religiones lo consiguen predicando dogmas en escuelas, hospitales, medios de comunicación, universidades, instituciones caritativas o, irónicamente, en centros para rehabilitar alcohólicos o drogadictos.

La masiva distribución del evangelio se consigue gracias al poder económico de las iglesias, su dinero les garantiza el éxito de sus prédicas, al extremo de que los curas o pastores recurran a sus feligreses cuando no se les permita entrometerse en el ámbito político. Así las iglesias ejercen su más alta influencia, con sus militantes proponiendo ideales religiosos a nombre de la independencia de ideas, aunque se guíen por la cruz oculta debajo de la camisa o la blusa. Como ellos hay muchos entre oficialistas y opositores.

Desde luego, en pleno siglo XXI, la sociedad goza de creyentes críticos como Rilda Paco, quien se atrevió a dibujar a la Virgen del Socavón en ropa interior, de la cintura para abajo. Su dibujo expone la doble moral de la iglesia católica y a sus peores cómplices, aquellos partidarios de la censura, la intimidación y la amenaza. Fundamentalistas e intolerantes.

Rilda puso en evidencia, además, cómo la lógica de la divinización niega el lado humano de las deidades. Pues mientras una deidad se parezca más a los humanos, será menos divina. Por eso una Virgen que muestra sus prendas íntimas se considera ofensiva y no así las tomas, en primer plano, de las nalgas de una bailarina de caporales. Como si los cuerpos humanos, particularmente femeninos, y los canonizados no tuviesen relación o los primeros fueran más ordinarios y, por tal motivo, se justifique su cosificación.

La lógica de las religiones genera ese menosprecio a lo no divino, al extremo de reservarle cierto estatus vergonzoso a las prendas de vestir o, peor aún, a la biología misma del hombre y, sobre todo, a la de la mujer. Entonces, surge el desprecio por quienes somos como especie o forma de vida, se nos trata de culpabilizar por nuestra imperfección. Dios y los santos son modelos de comparación útiles para hacer sentir inferior y despreciable al ser humano. Desde luego, son creencias que pueden reformarse y el arte es ideal para generar propuestas alternativas a las creencias conservadoras, por eso los fanáticos religiosos le temen. Pues el arte no mata, pero asusta porque puede transformar y bajar del altar al mismísimo dios.

Opinión
imagenblog: 

Agatha la hipócrita

El terreno académico, universitario corre el riesgo de desvalorizarse por completo mientras siga a cargo de las personas poco tolerantes con las ideas ajenas. Hoy la hostilidad docente recurre a la estrategia del disfraz para ejercer un nuevo modelo de autoritarismo. Se trata de un traje jovial y sonriente, de aparente cortesía; pero dispuesto a reprimir aquello que le incomode o amenace.

Por supuesto, es más difícil reconocer al enemigo cuando viste de amigo y mucho más complejo identificar su exceso de poder cuando, en vez de golpear, seduce e hipnotiza. El enemigo moderno sonríe en público para contagiar cierto modelo de optimismo; sin embargo es un ser destructivo, en especial cuando se reta a su opinión o se objetan sus formas de actuar.

Explicar lo anterior propongo de ejemplo a la Profesora Guadalupe Peres-Cajías, quien, en su columna de opinión, aduló la actitud de Carla Casas, una estudiante valiente que increpó a Evo Morales, con respecto a la construcción de una carretera a través del TIPNIS. La Profesora cree que se trata de una acción ejemplar e insinúa, con cierto entusiasmo, que puede inspirar a otros jóvenes. A mi entender, la actitud de Guadalupe Peres, ex relatora de mi tesis, es extremadamente contradictoria. Porque ella me reclamó, dentro de su oficina, con notoria furia, por haber manifestado mi postura a favor de la despenalización del aborto. Me sermoneó por difundir mi opinión en pleno paraninfo, con micrófono en mano, de la que es quizás la universidad más conservadora del país, me refiero a la Universidad Católica “San Pablo”.

La opinión de la profesora acerca de mi persona me resulta irrelevante, lo inaceptable es su doble moral con fines de personal branding. Entre otras actitudes, Guadalupe se muestra cercana a la comunidad estudiantil y les hace sentir parte importante de una universidad que pocas veces toma en cuenta al estudiantado. Me atrevo a decir que, incluso, tiene una especie de club de fans dispuestos a defenderla de una mala crítica. Hubiese evitado darle tanta importancia, pero la ética me obliga a desenmascararla.

No creo ser el único indignado con la actitud de “Guada”, como la conocen los alumnos. Tampoco pretendo ser el portavoz de sus detractores. Simplemente intento poner en cuestión cómo defiende un modelo de rebeldía muy conveniente para ella, uno acorde con la línea editorial de la “cato”, para ganar el aprecio de los lectores de periódico y quizás también de quienes mandan en la “U”. Incurre en la simulación de ser una tolerante open mind, cuasi progre (por ejemplo, advirtiendo del peligro del conservadurismo) para camuflar su trato vertical con otras personas. Por eso señala estar contenta con la actitud de Carla Casas. Por eso finge entusiasmo por una posible unión juvenil política y, en tono cariñoso, nombra las revueltas de Mayo del 68, el movimiento estudiantil de Chile en 2011, entre otras. Dicho sea de paso, yo también admiro el coraje de Carla Casas y me opongo a la construcción de una carretera por medio del TIPNIS, valga la aclaración.

Volviendo al tema de los intentos represivos intrauniversitarios de Guadalupe, es fácil adivinar su postura en contra de la despenalización del aborto, razón por la cual fue muy efusiva en recordarme, con mucha vehemencia, que la Universidad no era el lugar donde yo debería hacer ese tipo de activismo. Otro docente añadió su respeto por mi opinión, pero me invitó a no repetirla en ningún acto oficial universitario. Prácticamente me echaron de la “U” a expresar mis ideas en cualquier otra parte (eso mismo hago en este preciso momento). Así como García Linera le dijo “hasta ahí nomás” a Carla Casas, la Profe “Guada” me reprochó “este no es lugar para tu activismo, ¡ubicate!”. Por tal motivo, es absurdo tomar en serio el deseo de Guadalupe por una revuelta juvenil, si ella misma se encarga de reprimir las actitudes estudiantiles disconformes con la autoridad más cercana.

Fue ella quien me informó sobre las consecuencias de hablar acerca del tema “aborto”, dentro del campus, porque perjudicarían a la carrera de Ciencias de la Comunicación. Me describió cómo las autoridades cortarían el fondo económico de publicaciones por culpa mía, y eso dañaría a mis “pobres” compañeros. Fue ella quien me llamó “soberbio” por no compartir el dogma antiabortista, oficial de la “cato”, y sentir el dilema ético de representar a una institución, como autor de un libro pagado por la Universidad. Fue ella quien se sintió ofendida por algunas de mis palabras hacia su persona, nunca maliciosas, y tuve que pedirle disculpas, las cuales retiro porque creo tener el derecho de criticar a cualquier docente, después de haber pagado más de 10,000 dólares a la U. Católica.

Probablemente, los involucrados con la “Cato” carecemos de una visión extensa del panorama social y nos limitamos a la perspectiva clasista de cualquier fenómeno: entonces, algunos creen entender la rebeldía cómo un acto romántico, más no cómo una reivindicación urgente de un sector social. Entonces el oportunismo de los pseudorebeldes se manifiesta, en especial cuando se trata del TIPNIS. Guadalupe representa a ese micro espacio de clase media, donde las revoluciones son solo un tema de conversación, mientras se fomenta el postureo en las elitistas páginas sociales de algún periódico, algo muy típico de la carrera en la cual estudié.

Quizás los clasemedieros nos distraemos con lo espectacular y lo superficial para llamar la atención y generarnos publicidad. En ese contexto, la rebeldía puede ser aceptable si se trata de gritarle a Evo en defensa del TIPNIS, pero incitar a la lucha ideológica contra la iglesia, contra el estado como institución fallida o el mismo autoritarismo universitario se percibe como una ofensa histérica de locos y radicales.

Desde esa perspectiva se entiende la foto de Guadalupe y Álvaro García Linera, luego de que este último asistió a la defensa de un proyecto de graduación en la “cato”. Fue un momento en el que los reclamos de la supuesta columnista pro rebeldía no existieron, pero la publicidad y la propaganda abundaron. La página web de la Universidad destacó la presencia de García Linera y, en las redes sociales, algunos docentes difundieron fotos del evento con gran orgullo. Es decir que se promocionó la imagen de la “cato” y la carrera de Ciencias de la Comunicación Social con la presencia de García Linera y Peres-Cajías juntos. El uno necesita de la otra para ganar algo de popularidad en distintos sectores, los enemigos se hacen cómplices con fines de difusión por el bien de sus instituciones.

Tanto “Guada” como García Linera son personajes similares, pues ambos representan un modelo de autoritarismo represivo muy ligado a lo propagandístico. En pocas palabras: ambos intentan “quedar bien” ante el resto y ocultar sus verdaderas intenciones para ganar seguidores.

¿Es mucho pedirle a los seres superficiales, endiosados del poder, comprender un dilema ético como el necesario paso previo a cualquier actitud rebelde? Guadalupe Peres Cajías es el mejor ejemplo de que la respuesta a esa pregunta es un “sí” contundente. Ella comprende lo rebelde desde lo conveniente, más no desde lo ético. Quiero creer que su pseudoapoyo a una auténtica contestataria en la lucha por la integridad del Tipnis (Carla Casas) tiene que ver con la ingenuidad, pero estoy casi seguro de que es, más bien, una cuestión de hipocresía y búsqueda de fama.

Opinión
imagenblog: 

El Periódico Digital OXIGENO.BO, es desarrollado y administrado por Gen Film & Crossmedia Ltda. Teléfono: 591-2-2911653. Correo: info@gen.com.bo