Blog de Armando Ortuño Yáñez

Malditas encuestas

Albricias, el único consenso entre oficialistas y opositores es su rechazo a las encuestas, ya no solo a las que les rasmillan sus ilusiones sino a todas, todititas. Dicen que, por supuesto, no reflejan “la realidad” y concluyen con el clasiquísimo: “a mí el contacto con la gente me dice otra cosa”. En fin, nada fuera de lo normal, estas reacciones suelen ser parte del folklore electoral en cualquier democracia más o menos madura.

No obstante, es cierto que en esta oportunidad los sondeos publicados están aportando más brumas que claridad sobre el enigmático resultado del referéndum del 21 de febrero (21F). Tenemos resultados contradictorios, aumentos súbitos de los “indecisos” y otras sorpresas que están soliviantando la fértil imaginación conspirativa que predomina en nuestra clase  política y en las redes sociales. Bajo esa lógica, de repente Mori-El Deber/Mercados y Muestras-P7 aparecen como sospechosas de “para-oficialistas” e IPSOS-ATB de “agentes del imperialismo” cuando cuestionan las certidumbres de las fanaticadas de ambos bandos. Dejemos, pues, las tonteras e intentemos entender lo que estos datos imperfectos nos dicen sobre los sentimientos del elector frente al 21F.

El problema central es la variabilidad y complejidad de las opiniones sobre la re-elección

Mi supuesto básico es que, en general, las encuestadoras no están involucradas en oscuras conspiraciones. Eso sí, pueden errar metodológicamente, trabajar con una muestra con algún sesgo o, lo que es más probable, enfrentarse a un contexto de opiniones que por su variabilidad o novedad dificulta una medición y análisis simplista de las percepciones de los ciudadanos. Intuyó que este último factor es el determinante para explicar la confusión que se ha generado con la publicación de las más recientes investigaciones de IPSOS, Mori y Mercados y Muestras (MyM).

La cobertura poblacional del estudio, es decir los lugares donde se realizan las entrevistas, es un primer elemento a considerar para evaluar la calidad de estos instrumentos. Según las estadísticas del padrón electoral de 2014, las cuatro ciudades del eje aglomeraban al 41% de los electores habilitados para votar, la combinación de grandes zonas urbanas y localidades urbanizadas con más de 2.000 electores al 78%, las zonas rurales (considerando localidades pequeñas y zonas dispersas) al 19% y los residentes en el extranjero al 4% (Cuadro 1).  Solo llegando a la mayoría de estos segmentos, podríamos tener una muestra que represente a todo el universo de ciudadanos en edad de votar.

Trabajos anteriores de “Captura Consulting”, para “Poder y Placer”, del mismo IPSOS, y de “MyM”, para “Pagina Siete”, tenían la limitación de solo levantar información en las ciudades del eje urbano o en el mejor de los casos de las ciudades y localidades mayores a 10.000 habitantes. Estas encuestas tenían además muestras inferiores a las 1.000 observaciones.

Las tres más recientes encuestas fueron levantadas en las últimas cuatros semanas. Son las más potentes que se hayan publicado debido a su cobertura, consideran todas las ciudades y entre 60-100 localidades intermedias y pequeñas, a la amplitud de sus muestras (1469 entrevistas en MyM, 1800 en MORI y 3000 en IPSOS) y a su margen de error (alrededor de +/- 2%). Con diseños similares, MORI e IPSOS se acercaron bastante a los resultados de los comicios de 2014 y 2015.

Aunque parecería que IPSOS es más sólida por su mayor tamaño de muestra, hay que tener cuidado con esa apreciación pues ese diseño se debe a que esta empresa busca una representatividad no solo a nivel nacional sino también para los nueve departamentos. En cambio MORI y MyM se conforman con muestras nacionales más compactas (Ergo, hay que tener cuidado con sacar grandes conclusiones de sus datos desagregados). A grosso modo, me parece que las tres tienen una representatividad razonable y comparable a nivel nacional.

Pese a estas ventajas, incluso estas grandes encuestas suelen tener dificultades para explorar al segmento de población rural con mayor dispersión (8% del total) pues en esas zonas no hay cartografía para seleccionar al azar los domicilios y por el alto costo de incluir hogares rurales alejados de los centros de las localidades visitadas. Por otra parte, en ninguno de estos trabajos se toma en cuenta a los electores afincados en el exterior (4%). En síntesis, tienen  limitaciones estructurales para radiografiar con precisión las opiniones de casi un 12% de los que votaran el 21F.

El dato anterior no es menor pues los comportamientos de los ciudadanos son muy diferentes según donde vivan: el voto por el MAS va aumentando a medida que las poblaciones son menos aglomeradas. En 2014, el 51% de los electores del eje urbano votaron por el actual Presidente, el 77% en las localidades pequeñas y dispersas, y el 72% en el extranjero (Cuadro 1). Dicho de otra manera: el voto rural disperso y en el extranjero le aportaron casi 4 puntos netos al resultado del MAS en 2014.

A las anteriores consideraciones, hoy debemos agregar la elevada variabilidad e indecisión de muchas personas a pocas semanas del referéndum. Todo esto nos dice que hay que tener mucho cuidado en sacar conclusiones definitivas y lineales de todas estas encuestas.

¿Qué está pasando?

Con todas esas precisiones previas, pasemos a enumerar las evidencias y las muchas dudas que surgen de la lectura de  las encuestas realizadas sobre la cuestión de la re-elección:

¿Por qué aumentan súbitamente los indecisos y se reduce la supuesta amplia victoria del “No” que anunciaban las encuestas desde febrero del año pasado?

Esto tiene que ver en primer lugar con la mayor cobertura de los sondeos más recientes: hemos pasado de tener un panorama solo de las zonas más urbanizadas a otro más representativo de la diversidad socio-territorial del país. La tendencia de la opinión urbana favorable al “No” se sigue manteniendo (Cuadro 2), aunque es menos amplia que a mediados de año y con un mayor número de indecisos.

El aumento de indecisos es más difícil de explicar intuitivamente. Quizás esto tenga que ver con la manera como se están formulando las preguntas: hasta la primera quincena de diciembre se indagaba sobre la opinión o el acuerdo de la persona con la reelección o con un reforma constitucional que la posibilite, en las últimas tres mediciones ya se está preguntando directamente sobre la “intención de voto”, es decir acerca de una decisión o de una posible acción. En el caso de MORI usando incluso como referencia una boleta parecida a la del día de los comicios. La aparición de no respuestas con el argumento de que “el voto es secreto” es muy común en esos casos.

Estos comportamientos denotan que el tránsito de una opinión a una acción no es automático, sobre todo cuando, como se verá más adelante, no hay claridad sobre el tema en cuestión o se tiene sentimientos muy encontrados. Como dice el refrán: “del dicho al hecho, hay mucho trecho”.

Se dice también que los niveles de indecisión (alrededor del 20%) serían anormales. Efectivamente son elevados pero son apenas superiores en solo 3 o 4 puntos de los que observábamos en esas mismas encuestas unos dos meses antes de las elecciones de 2014.

¿Es normal que encuestas con diseños muestrales similares y levantadas casi en las mismas fechas obtengan resultados tan disimiles? ¿Cuáles serían las razones que explican esto?

Dos de tres estudios le dan una victoria al “Si” de entre 3 a 4 puntos, y una al “No” por 6 puntos (Cuadro 3). Sinceramente es difícil explicar ese nivel de asimetría incluso considerando los errores muestrales. Viendo los datos desagregados (Cuadro 3), es perceptible que las tres convergen, aunque con variaciones, en un resultado del “Sí” de mediocre a muy malo en las zonas más urbanizadas. En cambio, hay divergencias muy grandes entre IPSOS y las otras dos en la evaluación del desempeño del “Sï” en las regiones rurales y localidades pequeñas: MORI y MyM le dan una victoria contundente a esa opción en esas zonas, lo cual es consistente con la reciente historia electoral, IPSOS obtiene en cambio un resultado estrecho.

Hay que reconocer, sin embargo, que las encuestas están enfrentando un escenario sui generis por la volatilidad y fragilidad de los sentimientos y decisiones de los ciudadanos en torno a la re-elección. Esto se confirma, por ejemplo, cuando se ve el bajísimo nivel de interés que estaría despertando la campaña. Según MORI el 59% dice no tener “ningún” o “poco” interés en este proceso, porcentaje que alcanza el 65% entre los jóvenes. Otro ejemplo de esos dilemas es la coexistencia de una alta aprobación al Presidente (54% que consideran “excelente/buena” su gestión en MyM) con un entusiasmo moderado por el “Sí”.

En un entorno con tantas fuentes de indecisión, la precisión de las encuestadoras se resiente naturalmente y los sesgos de sus limitaciones técnico-metodológicas se exacerban. De ahí la confusión, reforzada además por la impericia y la frivolidad con las que a veces se publican y comentan en los medios. Así como es un reto obtener una foto clara de una multitud que se mueve aceleradamente, quizás debamos conformarnos con obtener de las encuestas solo tendencias gruesas, sombras fugaces de las dudas que están envolviendo a los ciudadanos.

¿Cuáles son esas tendencias que nos muestran estas fotos borrosas de la opinión?

Primero lo obvio: estamos lejos de una victoria arrasadora de alguno de los dos bloques, el resultado será probablemente estrecho y en el mejor de los casos alguno de ellos podría aspirar a un 55%, que es un resultado cómodo pero no aplastante. Y, por primera vez desde 2005, existe una probabilidad significativa de que el oficialismo pueda ser derrotado. Nada está dicho, los márgenes de error, los problemas metodológicos, la volatilidad e indecisión, y los enigmas sobre el comportamiento de los electores en zonas rurales dispersas y en el extranjero nos sugieren ser prudentes con las encuestas.

En segundo lugar, puntos más, puntos menos, las tres mediciones muestran a grosso modo dos bloques en torno al 40% y un 20% de ciudadanos de los que se puede decir muy poco. Es una obviedad afirmar que este último grupo será determinante para el desenlace en el 23F, lo crítico es entender las razones de su indecisión, las cuales no están claras.

Parecería que la opción por el “No” se cohesionó muy temprano sobre la base de la tradicional resistencia intensa al MAS/Evo entre las clases medias urbanas de centro-derecha reforzadas coyunturalmente por grupos de desilusionados del proceso de cambio algo más a la izquierda, proceso que contó con escasa intervención de los lideres o aparatos opositores institucionalizados. Es perceptible la estabilización del “No” en las zonas urbanas desde septiembre del año pasado: ¿este es un “techo” o la evidencia de que no es suficiente el “sentimiento ciudadano” y que se requieren estructuras políticas que sostengan una campaña larga? Por lo pronto, esta opción parece ser mayoritaria en las urbes, aunque estancada, y las evidencias de su avance en los mundos peri-urbanos y rurales no son concluyentes.

El “Si” ha tardado bastante en despegar, quizás debido a que el grueso de sus electores pertenece a sectores sociales que tienen más restricciones para involucrarse en los debates de las elites. Pero, es también perceptible cierta perplejidad y apatía frente a una decisión que no parece haber sido bien explicada y que obliga a razonamientos no exentos de dilemas: ¿Para qué cambiar la constitución? ¿Por qué se debe decidir sobre la re-elección si hace unos meses elegimos al Presidente? ¿Por qué esto es urgente y no otros problemas del país?

A medida que la maquina electoral oficialista se pone en movimiento, lentamente el votante masista más leal se informa primero de la cuestión y después se va alineando. Pero esto no estaría resultando tan fácil, en muchos casos no hay información y la potencia/credibilidad de los aparatos de movilización del MAS aparece más débil de lo acostumbrado. Hay también situaciones más complejas: electores que simpatizaban con el MAS pero que se sienten impulsados a decir “No” por la soberbia de algún funcionario, la crítica a la corrupción o porque creen que es saludable una renovación de liderazgos, pero que al mismo tiempo o enseguida se sienten atraído por el “Sí” por la valoración positiva que tienen de la gestión del gobierno o por el espanto frente a ciertos opositores extremistas.

Con todo, la reserva de votos del masismo es apreciable: según MyM, aunque solo un 41% dice que ya decidió votar por el “Sí”, un 46% votaría por Evo en una próxima re-elección.

¿Quo vadis?

Francamente hay poco por hacer en cinco semanas, de las cuales tres estarán dominadas por las reinas, los diablos y la fiesta. Parece que las campañas deberán desenvolverse en un contexto totalmente anti-climático, es decir dónde muy pocos les tirarán pelota a los voceros de ambos bandos, y, por tanto, que deberán convencer a los indecisos en unos escasos diez días, varios de los cuales probablemente se mantendrán enigmáticos hasta minutos antes de colocar su boletín en la urna.

Al oficialismo no le queda más que aquietar las aguas y no meter la pata (¿podrán?), utilizar al máximo la imagen del Presidente asociándola a ideas positivas como la estabilidad y el progreso futuro, y movilizar todos sus aparatos para optimizar su votación entre los grupos que le han sido leales tradicionalmente. En un contexto en que están surgiendo preguntas razonables de muchos votantes en torno a aspectos morales del ejercicio del poder (renovación, riesgo de abusos, etc), tengo dudas que las lógicas polarizadores y de crispación le agreguen algún voto al “Sí”, al contrario.

Por su parte, la oposición, con un aparato político territorial más débil o inexistente, parece condenada a convencer a algunos indecisos urbanos que andan rondando por ahí para ampliar al máximo su ventaja en esas zonas y a rezar para que la movilización territorial del MAS fracase y que el oficialismo cometa muchos auto-goles. La ilusión de la “campaña ciudadana” podría estrellarse frente a la realidad de que, guste o no, se precisa de una organización política mínima para triunfar en una contienda tan disputada.

Fascinantes cinco semanas que, más allá de quien salga victorioso, nos aportarán nuevas señales de las transformaciones que están surgiendo en el universo de expectativas y comportamientos políticos de los bolivianos. No hay nada catastrófico en esto, de hecho es muy saludable, y nada está perdido en el horizonte del 2019 para ningún actor político si sabe leer estos cambios y responder en consecuencia. Mientras, buen carnaval a todos ustedes.

Centro Extremo
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Sobre los liberales de closet, la rre-rre y otras cosas

Una serie de interesantes artículos se han referido en las últimas semanas a la reciente publicación en el diario Los Tiempos de los hallazgos de una encuesta sobre los valores democráticos y las percepciones de la coyuntura de los ciudadanos del eje urbano del país, realizada por Ciudadanía, quizás la entidad que mejor trabaja la cuestión de la opinión pública política en Bolivia. Entre varias cosas, aparece claramente que los bolivianos –urbanos y del eje, ojo- serían más liberales de lo que pensamos, es decir, tendrían una adhesión alta a valores y principios favorables a la libertad individual, política y económica.  Además un contundente 79% de entre ellos afirmarían que “en democracia, las instituciones funcionan mejor cuando hay renovación de líderes y dirigentes”.

Estos datos han despertado el entusiasmo en varios amigos que se han adelantado en ver señales telúricas de un inminente triunfo del “No” anti-reeleccionista en el próximo referéndum por la “rrerre”. Otros se han preguntado sobre el extraño comportamiento de estos bolivianos que son liberales, sin creérselo del todo y, peor aún, sin asumir abiertamente sus implicaciones en la política ya que siguen eligiendo a barbaros populistas. Unos “liberales de closet”, pues.

Para desesperar aún más a la perdiz, los mismos encuestados se revelaban, al mismo tiempo, tibios frente a la modificación de la Constitución para viabilizar la reelección del Presidente Morales.

Es interesante ver la frecuencia de respuestas a la pregunta sobre la rre-rre, pues es una foto bastante afinada del estado de espíritu de la gente frente a esta cuestión. Se pidió a los encuestados que calificaran su grado de acuerdo con esa posibilidad del 1 al 7: un 27% le puso un sonoro 1 a la idea, es decir nada de nada con la reelección, un 19% la califico con unos hostiles 2 y 3, un 16% con un tibio 4, es decir que puede que sí, dependiendo de algo, un 28% con un entusiasta 5 y 6, y un 10% con un 7 casi de “patria o muerte, venceremos”.

Así pues, se perfila un 46% de potenciales “No” versus un 38% de “Sí”, mundos polares, y un 16% decisivo pero indeciso. Inteligente, Daniel Moreno, concluye diciendo: “la idea de la reelección presidencial obliga a los bolivianos a tener que elegir entre sus valores democráticos, en los que la alternabilidad es importante, y una visión más pragmática de la política, que reconoce las dificultades de liderazgos alternativos para el país”.

Suscribo en parte el colofón de Daniel pero me animo a discutir algo más el dilema. No es solo la disyuntiva entre ciertos valores liberal-democráticos, como la alternancia en el poder, que además no es necesariamente la única o la más importante de esa corriente, frente a un pragmatismo sensible a las realidades del contexto. Los comportamientos políticos son el resultado de arbitrajes que cada ciudadano elabora en función de diversos valores o principios que va adquiriendo a lo largo de su vida. Es así que principios clásicamente liberales pueden coexistir con otros que privilegian la igualdad o la búsqueda de un orden/autoridad política. Dependiendo de los contextos sociales en los que se desenvuelve el individuo y de las coyunturas y decisiones concretas que debe asumir, algunos de esos valores se categorizan y priorizan por encima de otros. Hay, pues, muchos matices y pocas dicotomías blanco y negro en esta cuestión.

En concreto, el populismo masista, hegemónico en la sociedad desde hace quince años, incluye también algunos valores liberal-democráticos en su software ideológico, como la preponderancia del voto como instrumento de legitimación del poder, asociándolos a otros que enfatizan la justicia social y en los últimos tiempos la garantía de la gobernabilidad y la estabilidad, es decir de un orden político. De hecho, ese paquete ha sufrido mutaciones, de ahí quizás su éxito, acordes con los cambios en las coyunturas y en las experiencias de la sociedad. En sus primeros años los objetivos de justicia y de re-equilibrio social estaban por encima de los otros, instrumentalizando al voto y a la democracia liberal, y subvirtiendo al orden político de entonces. Hoy, el componente estabilidad  es posiblemente central, pero, y esto es lo importante, siempre será presentado como algo consustancial a la idea de justicia social, aunque esta sea cada vez más asociada al acceso/mantenimiento del consumo, y de democracia, pues tiene su origen en el voto. 

De hecho, la gracia de las campañas electorales tiene justamente que ver con su capacidad de imponer un debate en torno a alguno de estos clivajes: el que mejor sirva para marcar diferencias políticas y agrupar una mayoría social. Los promotores del “No” naturalmente están intentando sublimar toda la cuestión a un clivaje en torno al ideal liberal-democrático, libertad/alternancia/democracia versus tiranía. Y los promotores del “Sí” buscan llevarnos a reflexionar sobre los riesgos del desorden y la inestabilidad. Obviamente, querer no es poder, estos clivajes deben hacerles cierto sentido a las personas, es decir no parecerles artificiales, y para eso deben sostenerse en discursos pero también en hechos. Ese es el arte de la política electoral.

Sin embargo, ambos bloques deben tener cuidado en no creerse totalmente su cuento, es eficaz y quizás necesario, por su simplicidad, construir estos clivajes, pero su consistencia va a depender de que no olviden que puede haber énfasis, más liberal-democráticos o nacional-populares, pero que sus audiencias les piden también respuestas y señales en otros ámbitos. Unos tendrán que explicar y garantizar que la gobernabilidad y el progreso social no son incompatibles con ciertos respetos y formas demo-liberales, y los otros que la defensa de valores democráticos abstractos puede derivar en un proyecto realista de gobierno.

Coda. En un artículo que publique hace un mes sobre los resultados de los referéndums autonómicos había sostenido que ese comportamiento tenía tres vertientes: un voto anti-masista, una respuesta racional de rechazo a algo que no se conocía suficientemente, estos dos primeros mayoritarios, e incluso un voto anti-autonomista. Era pues problemático atribuirle un solo sentido al resultado como lo estaban haciendo los voceros de los partidos. Una reciente encuesta de Pagina Siete le pone números a esa intuición y la ratifica: sobre las razones del rechazo a los estatutos, el 53% dicen que fue porque “no se conocían los documentos”, el 27% que eran “una expresión de protesta contra el gobierno” y un 10% que la “gente prefiere un estado centralizado y no autonómico”. Amen.

Les invito a leer las referencias de este texto:

http://www.lostiempos.com/especiales/edicion/especiales/20150806/el-79-dice-que-renovar-lideres-es-clave-para_310984_688470.html

http://www.lostiempos.com/diario/opiniones/columnistas/20150930/liberales-en-bolivia_317423_703990.html

http://www.paginasiete.bo/nacional/2015/10/7/estatutos-influira-reeleccion-72651.html

 

 

 

 

Extremo Centro
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Macrosatisfacciones y micromalestares: los ciegos en torno al elefante

Quiero empezar este post recordando una vieja parábola hindú que nos cuenta la historia de seis hombres ciegos que deseaban saber cómo era un elefante, para lo cual decidieron utilizar su sentido del tacto. El primero al acercarse al animal, chocó contra su lado más ancho y fornido, por lo que empezó a decir que el elefante era similar a una pared. El segundo pudo palpar el colmillo, lo que le permitió afirmar que el animal era muy parecido a una lanza. El tercero se acercó al paquidermo y palpó su trompa que se retorció en sus manos, llevándolo a decir que se parecía a una serpiente. El cuarto posó su mano sobre la rodilla de la bestia, de manera que lo imaginó similar a un árbol. El quinto pudo tocarle una oreja que le recordó a un abanico. Finalmente, el sexto llegó a colgarse de la cola oscilante del animal confundiéndola con algo parecido a una soga. Por varias horas, estos hombres debatieron animadamente sobre la naturaleza del imponente mamífero, no pudiendo llegar a un acuerdo pues cada uno estaba en parte en lo cierto, aunque todos estaban errados sobre la cuestión principal.

Me acordé de esta narración intentando encontrar algo que motive la reflexión de los lectores sobre las trampas en las que, a veces, caemos cuando intentamos entender los comportamientos humanos a partir de indicadores parciales sobre su evolución. Frecuentemente buscamos datos totalizadores y simplificadores de algún fenómeno social que además pretendemos que sean verdades absolutas, sin reparar en la imposibilidad de resumir la complejidad humana en una sola información, por muy perfecta que esta sea, y en la necesidad de dialogar y escuchar otras perspectivas para acercarse a la “verdad” de la cuestión.

Muchos debates sobre la actualidad económica y política de la (pluri)nación se ahogan justamente en un pozo oscuro de interpretaciones, intolerancias dogmáticas y usos interesados de datos e informaciones parciales. Tendemos, con gran frecuencia, a sostener nuestros prejuicios a partir de datos que obviamente los ratifican y negando entusiastamente otras informaciones o indicios que nos ilustran sobre otras maneras de ver esos problemas, nos transformamos en unos ciegos gritones e intolerantes en torno a un elefante que no terminamos de comprender.

Casi llegando al décimo año del mandato del Presidente Evo Morales, qué datos nos resumen mejor la experiencia de una década que ha sido a la vez estimulante, feroz, prospera y frustrante. ¿Es el crecimiento anual sostenido de más de 4%? ¿Los más de cien feminicidios por año que se producen en el país? ¿El 20% que se redujo la pobreza? ¿Los millones de toneladas de cemento que han transformado, para bien y para mal, la faz de nuestras ciudades? ¿La expansión de 400% del negocio de los supermercados y de los restaurantes? ¿Las 200.000 hectáreas de desforestación anuales? ¿El 70% que dijeron “No” a los estatutos? ¿Los cerca de 60% que votan por el Presidente y lo aprueban sistemáticamente? ¿Los cientos de miles que recibieron a los marchistas del TIPNIS?, y un largo etcétera.

Todas son una parte de la verdad de este decenio y son, al mismo tiempo, incapaces de expresar solos la complejidad de los cambios que ha experimentado el país en este periodo. Algunos son datos agregados que ratifican la satisfacción gubernamental y nos hablan de un país que va bien, pero otros son indicios, también evidentes, de malestares que las macro-estadísticas son incapaces de captar. Convive pues el país del 5% de crecimiento, que se podría merecer un doble aguinaldo, con otro en el que hay sectores que tienen una economía de supervivencia o que ya están sintiendo las intemperies de la crisis global. De igual manera, detrás de la cifra de 6 ó 7 de cada 10 bolivianos chochos con el Presidente, que es objetivamente cierta, se camufla una diversidad de razones para tal sentimiento: desde los que no lo cambiarían por nada en el mundo hasta los que le aguantan sus cosas mientras sigan consumiendo y disfrutando de la estabilidad.

Así pues, detrás de las macro-tendencias positivas se agazapan micro-satisfacciones pero también, cada vez más, micro-malestares. De ahí la paradoja, de un momento histórico en que la “pax evista” parecería haber alcanzado su punto más alto pero en la que se expresan de tiempo en tiempo molestias y frustraciones fragmentadas, aisladas e incluso contradictorias, pero reales: los que no quieren el Batán porque les parece un exceso, los asustados por la central nuclear que dice que quieren construir detrás de su patio, los federalistas que exigen una cementera con plata del estado central o los citadinos preocupados por el futuro de los bosques míticos del Oriente.

La mayoría de los ciudadanos parecería justamente debatirse entre estas dos lógicas: se reconoce y valora la estabilidad y la bonanza de estos años pero también hay desconfianza frente a las maneras de actuar de algunos funcionarios y políticos: su incapacidad para dialogar con serenidad con la sociedad, su insistencia en una cultura política polarizadora que pocos añoran, su ineficacia frecuentemente impune, en suma su visión reducida, conformista y parcial de las propias transformaciones que el proceso de cambio ha promovido en el país.

Mientras se espera aún la llegada de los vientos de incertidumbre que provienen de las economías del norte y de China, los fundamentales macroeconómicos y de la gobernabilidad siguen sólidos, pero las formas de ejercer el poder a veces fallan y hasta irritan a grandes segmentos de la ciudadanía. En buena medida, el dilema de los electores en febrero del próximo año tendrá que ver con el balance que hagan de esas dos partes de la misma realidad. Cuidado pues en confundirse y empalagarse con las macro-satisfacciones y obviar la multitud de malestares que aunque no sean capaces de sustituir al coloso azul, al menos le pueden provocar un dolor de cabeza o incluso un accidente imprevisto.

Cierro pues este primer post con una invitación a que me acompañen en los siguientes meses en el entretenido ejercicio de explorar todas las partes de ese elefante desconocido que denominamos realidad socio-económica y política mediante la discusión de informaciones y de datos. Aprovecho también este espacio para agradecer la invitación de Grover Yapura para mantener esta columna permanente, al final me convenció. Hasta muy pronto.

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