Drogas: descriminalizar o matar (y morir en el intento)
Enviado por Boris Miranda en Jue, 08/05/2014 - 09:07¿Estamos jodidos? Hay varias razones para suponer que sí. La frontera de Bolivia con Brasil es más grande que la de México con Estados Unidos y nuestros vecinos están cerca de desplazar a los norteamericanos como los principales consumidores de cocaína y sus derivados en el mundo.
Por si fuera poco, el mayor productor de hoja de coca y exportador de pasta base también está a la vuelta de la esquina. La mercancía, en versión pasta o clorhidrato, que sale de los valles y las selvas peruanas del VRAEM (Valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro) ingresa a territorio boliviano por aire y tierra a través de un gran corredor cuyos principales destinos son ciudades como Sao Paulo o Rio de Janeiro.
Otro factor relevante es el endurecimiento de las políticas represivas en México, Colombia y Brasil. Las "guerras" planteadas por esos estados empujan a sus organizaciones locales a buscar territorios menos hostiles. Es así como el cártel del Norte del Valle (colombiano) tiene emisarios en Santa Cruz y La Paz, al igual que organizaciones brasileñas como el Comando Vermelho o el PCC (Primeiro Comando da Capital). En el mundo de los narcotraficantes dan por hecho que hay gente que trabajaba para el Chapo Guzmán en suelo boliviano. Algunas de estas mafias, donde también operan bolivianos, paraguayos y peruanos, administran laboratorios en las selvas amazónicas o en la chiquitanía que son capaces de producir hasta 200 kilos de clorhidrato de cocaína de alta pureza por día.
Para cerrar el círculo, la mayor capacidad adquisitiva en Brasil, y en menor medida en Argentina, Ecuador y Venezuela, ha multiplicado el consumo de estupefacientes. Seis millones de brasileños probaron cocaína o alguno de sus derivados y en ese país existe casi un millón de usuarios habituales de esa droga. La retórica antiimperialista de los países de América Latina que responsabilizaba a Estados Unidos de todo el desastre del tráfico de sustancias controladas ha perdido potencia y validez ante esta nueva situación. Más de 2,7 millones de personas en Centro y Sudamérica consumen algún tipo de droga penalizada, según el ùltimo Informe Mundial publicado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD). Bolivia no está libre de pecado. Además de ser un país de intenso tránsito, también somos uno de los principales productores del mundo y ya tenemos población consumidora que estadísticamente ya no se puede considerar marginal. El narco se ha convertido, ya no podemos negarlo, también en un problema con dinámica sur-sur.
El corredor
Los mochileros peruanos trasladan pasta y clorhidrato en mochilas a través de la franja fronteriza en el norte, cerca a poblaciones como Bolpebra y Soberanía. Abren senda con machete y se guían con GPS para dejar paquetes con la merca (entre 20 y 30 kilos) enterrados en territorio boliviano.
Los que tienen la línea de este lado abren camino y, también con GPS, buscan la señal convenida. Puede ser una bandera o un trapo, hasta una botella vacía o una prenda de vestir. Lo que sea sirve para marcar el lugar donde está la “encomienda”. Desenterrada la mochila, el acarreador la entrega a un motociclista que espera fuera de la selva y que se la lleva a Cobija a toda velocidad. Coronaron.
Los pagos y tratos se hacen en las ciudades y haciendas, a plena luz del día, con la merca a varios kilómetros de distancia y en total impunidad. Todas las líneas con Perú ya tienen dueños y funcionan de manera regular. A pesar de ello, los grupos que operan en la región saben que durante esos traslados existen probabilidades altas de volteo de parte de bandas enemigas y por eso todos andan armados y se crearon pandillas de sicarios con jóvenes bolivianos y peruanos. Casas particulares en la capital pandina son usadas como centros de acopio de la droga.
Allí entran en escena los brasileños, que cruzan el Puente de la Amistad que une a Cobija con Brasilea a diario para hacer sus compras. Los encargos no pueden ser de menos de un kilo. Si se trata de clorhidrato (polvo), el precio medio es de 1.500 dólares hasta 2.000. Después de medir la calidad y pesar el paquetito, la entrega se hace en otro punto de la capital pandina. Al otro lado de la frontera, los compradores podrán duplicar o triplicar el peso del producto a través de la especulación en el menudeo y con la mezcla del producto para estirarlo. Así conseguirán hasta 10.000 dólares o más en las calles de Rio.
Por Guayaramerín y Riberalta se utilizan chicas menores de edad que son víctimas de la trata como mulas. Las entrenan con uvas congeladas para que puedan tragar las bolsitas con el polvo. Las reclutan de a poco, primero las suman a pandillas, después las prostituyen y finalmente acaban al servicio de los narcotraficantes viviendo entre lenocinios en ambos lados de la frontera.
Por las lluvias de principio de año, varias líneas desde la selva peruana quedaron cortadas y la falta de oferta tenía desesperados a los compradores brasileños. La demanda era tal, que los peruanos y bolivianos se las ingeniaron para camuflar 50 kilos en una flota comercial que hace la ruta La Paz-Cobija. El júbilo en ambos lados de la frontera fue total después de que coronaron un envío de esa magnitud.
La pasta es una historia aparte. Después de que la mezclan con otras porquerías, la revenden de manera masiva en las favelas de Sao Paulo y en los colegios de Cobija. En las afueras de ésta ciudad hay campitos donde los chicos se reúnen para fumarla y beber hasta perder la conciencia durante días. Se sabe que esa mierda genera mucha mayor dependencia y adicción que la cocaína, la marihuana o el tabaco. En Brasil, el Comando Vermelho o el PCC aguardan la pasta para convertirla en crack.
Sin embargo, el corredor Perú-Bolivia-Brasil es mucho más grande y rebasa las capacidades de distribución de todas las poblaciones fronterizas en Pando y Beni. Existen más de 40 pistas clandestinas en el VRAEM que se ocupan de enviar kilos y kilos de mercancía a las selvas benianas. Allí la cocaína puede pasar por un proceso de cristalización en los laboratorios o ser enviada directamente al territorio brasileño en otras avionetas. Los pilotos nacionales cobran entre cinco y siete mil dólares cada vez que coronan una entrega. En esas regiones también se produce la cocaína que es elaborada íntegramente en Bolivia. Esa conexión llega hasta Europa y África, donde el precio por el producto pagado en Perú puede multiplicarse hasta por 50.
Ricardo Soberón, el ex zar antidroga de Perú y uno de los investigadores más serios del fenómeno de la droga en América Latina, cuenta que sólo la región andino-amazónica produce 1.100 toneladas métricas de clorhidrato de cocaína por año. En todo el mundo, anualmente se incautan apenas 700 toneladas. Buena parte de este desborde tiene que ver con el corredor.
El enfoque sur-sur
Nadie dice que el primer mundo debe quedar fuera de la responsabilidad global por el fenómeno del narcotráfico, todo lo contrario. Sin embargo, las características de circulación y dinámicas de consumo actuales hacen patente que la droga también es un problema que demanda un enfoque desde el sur. El vecindario debe asumir que ahora no sólo se produce pensando en abastecer al mercado del norte, sino que ahora hay circuitos internos que se autoabastecen y fortalecen cada vez con mayor fuerza. Y los mayores protagonistas de esta nueva geopolítica son Brasil, Perú y Bolivia, en ese orden.
Soberón tiene la hipótesis de que Brasil va camino a jugar el rol de Estados Unidos en cuanto a la lucha contra el narcotráfico en América Latina y que Bolivia será el epicentro del conflicto en los siguientes años.
Razones no le faltan. Basta recordar la reciente promulgación de la ley de derribo de aviones en Bolivia que fue implantada en la agenda de la Asamblea Legislativa Plurinacional por presión de los brasileños. Tampoco está muy lejos firma del acuerdo tripartito Bolivia-Brasil-Estados Unidos (2011) que fue condicionado por Itamaraty a la puesta el vigencia de un tratado bilateral de 1988. De a poco los brasileños están tomando la posta estadounidense como policías represores de la región y no falta mucho para que ellos se ocupen de las certificaciones por erradicaciones. Ese acuerdo fue un primer paso para ello.
La guerra contra las drogas ha matado a 10 personas por cada vida que ha salvado. Ha colaborado a la formación de sociedades hipócritas y llenas de tabúes. Los índices de consumo demuestran que su efecto en la prevención de adicciones y el aumento de usuarios ha sido inútil. Trajo criminalización, prejuicio, el colapso de los sistemas penitenciarios y corrupción en la justicia. Destruyó familias sin piedad. Casi siempre se ensaño con los más pobres. Y como último gran logro, abrió las puertas a la violencia de cárteles y organizaciones poderosas y millonarias.
¿Estamos jodidos? Yo creo que todavía no, pero estamos muy cerca. Es urgente replantear las políticas públicas y los indicadores de medición éxito/fracaso en la lucha contra el narco. No se puede hacer más diagnósticos en base a los parámetros que nos impuso Estados Unidos a finales de los 80. El debate en torno a la despenalización debe plantearse de una vez y la criminalización debe reemplazarse con una óptica centrada en los derechos humanos. Y ya que es un problema del sur y está por demás comprobado el fracaso del viejo paradigma de “la guerra”, es urgente una respuesta integral y articulada del vecindario con un nuevo enfoque “sur-sur”.