Anatomias
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Victor Hugo Romero
18/02/2015 - 10:16

¡Pinches minibuseros!

Hasta el momento no he visto un alcalde que haya logrado ponerle un freno ante tanto maltrato. Electoralmente son considerados como una fuerza con poder de decisión, absurdo razonamiento electoral que obliga a los candidatos a no pelearse con determinados sectores, temen el voto castigo, mil choferes son más importantes y valiosos que cien mil ciudadanos.

“El mundo gira y gira y cuando gira es chico”, cantaba con mucha sabiduría Leo Dan. Algo así me ocurrió en los últimos días, cuando de la noche a la mañana me vi obligado a utilizar con mayor frecuencia el transporte público, de manera que volví a someterme a una intensa y ahora, cotidiana tortura física y sicológica que me impulsó a llegar a la conclusión que mi voto para la alcaldía será para el candidato que proponga regular y mejorar este desastroso servicio.

Ocurre que una de las primeras torturas es subir y acomodarse en un minibús. Al haberle retirado los asientos originales y ser reemplazados por unos hechizos, el pasajero se ve obligado a acomodarse en una verdadera lata de sardinas, suficiente con ser un poco más gordo y alto de lo habitual para que uno no entre en el lugar asignado, tenga las rodillas clavadas en la espalda del pasajero del frente y corra el riesgo de fracturarse el cuello.

Ante el excesivo uso y poco mantenimientos de estas latas con ruedas que se trasladan de un punto a otro destartalándose de parada en parada, sus asientos se han convertido en peligrosas herramientas que pueden dejar al cliente sin dedos al desdoblarlos, con dolores de espalda e incluso una hernia de disco, al hacer equilibrio y sortear los baches o te dañas la espalda o rompes la cabeza. Al subir e intentar acomodarse, el minibús parte raudamente encajonándote al fondo o encima de otro pasajero, provocando más lesiones.

Más allá de llevarte este servicio hasta cierto punto, también te roba, bajo la excusa del “sueltitos nomás” o “no tengo cambio”. Entonces, el pasajero debe ir cediendo los centavos, resultado que confirma su estrategia de contar e imponer siempre una tarifa que te obligue a dar un cambio de diez centavos, pero como “no existen” ya esas mágicas moneditas, se lo embolsillan o directamente te cobran redondeando la cifra.

A estos choferes no les importa cuán apurado o necesitado se esté, paran y aceleran cuando les conviene. Si uno reclama lo manda a jalar, lo echan y todavía lo riñen por no haber tomado un taxi o trufi. En una ocasión, subí al minibús temprano, estaba lleno, reinaba la tranquilidad, muchos pasajeros dormitaban otros dormían profundamente, el conductor conducía relajado, de la radio brotaba música clásica, pensé que esa podría ser una solución, mediante ordenanza imponer a los conductores a escuchar música clásica, soñar no cuesta nada.  El chofer de se dio cuenta de lo ocurría, rápidamente cambió de dial y volvió la estridencia de siempre.

Hasta el momento no he visto un alcalde que haya logrado ponerle un freno ante tanto maltrato. Electoralmente son considerados como una fuerza con poder de decisión, absurdo razonamiento electoral que obliga a los candidatos a no pelearse con determinados sectores, temen el voto castigo, mil choferes son más importantes y valiosos que cien mil ciudadanos.

Es increíble como las autoridades municipales se arrodillan ante estos maltratadores y se rinden, diseñan nuevos sistemas de transporte, les legalizan las tarifas, oficializan el trameaje, no los regulan, ahora plantean convertir sus sindicatos en empresas, creyendo que así podrán mejorar el servicio, lo único que ofrecen es amplificar el descontrol. Es probable que el mal del transporte público sea una de las peores desgracias en el país. Yo votaré por el candidato comprometido en mejorar esta maldición, de lo contario, nulo nomás. 

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