(El) Gobierno (y los) enfermo(s)
Nada de esto debería sorprendernos. Dúctiles en linchamientos sociales de — generalmente— opositores a su forma de pensar; impasibles, duros, inmisericordes frente a alguien que tiene una enfermedad terminal (recordemos cómo han empujado a la muerte a José María Bakovic); faltos de un mínimo de sutileza en el tratamiento de casos muy sensibles, ¿cabe esperar mesura en esta clase de autoridades?
A partir de lo ocurrido con el magistrado Cusi y su enfermedad, el Gobierno ha intentado minimizar la ilegalidad en que incurrió su ministro Calvimontes. Después, sin mayor cuidado, el vicepresidente García Linera no ahorró en morbo al revelar que el Presidente de YPFB padece cáncer. ¿Era necesario? Se trataba, pues, de una “dakariana” carrera intragubernamental por quién terminaba el año siendo el más imprudente.
Incomoda, por vergüenza ajena, constatar que tenemos autoridades francamente torpes. El Vicepresidente pretendió endurecer su postura respecto al magullado Calvimontes, pero acabó traicionado por su inconsciente: “Lamentamos la declaración (de Calvimontes), pero la preocupación del Ministro es prever que avance el tratamiento (de Cusi)”. Y dijo algo que al cabo de las horas resultaría en su contra: “el caso de una enfermedad terminal no se tiene que publicitar”.
Entre un “desliz” y otro se continuó mancillando la dignidad de Cusi, en sucesivas declaraciones públicas, una más bombástica que la otra. La pregunta es: ¿debería sorprendernos?, ¿cuánto falta para entender que el recato no aparece en la lista de atributos de nuestras autoridades? De peor gusto aún sería vincular el mal momento de Villegas con la coincidencia de la vuelta a las portadas de los diarios del mayor caso de corrupción en los tiempos del MAS, así que no seré yo quien lo haga.
Sí cabe mencionar la fortaleza de un indígena esperanzado en un cambio necesario y a pesar de haber sido abandonado y encima pisoteado una y otra vez por una clase política repugnante, sin un ápice de sensibilidad. Náuseas les provoca oír el solo nombre de este masista pachamámico converso: Gualberto Cusi.
Los adalides de los Derechos Humanos en Bolivia, los mismos que promovieron la inclusión social de los pueblos indígenas en la Asamblea Constituyente hoy, pocos años después, se han transformado en los máximos irrespetuosos del otro. Con tal soltura han despreciado a ese otro que antes fue su “hermano”, su “compañero”; así nomás han arrojado a la basura la reivindicación de una sociedad más justa tomando en cuenta la medida de la igualdad.
La Ministra de Comunicación anticipó que no volvería a integrar el gabinete. La misma grandeza correspondería para algunos de sus colegas y de sus jefes, que no saben cuidarse ni entre sí. Porque, gritar a los cuatro vientos que tal o cual persona sufre un mal gravísimo, sin ninguna discreción… ¡por favor!
Nada de esto debería sorprendernos. Dúctiles en linchamientos sociales de — generalmente— opositores a su forma de pensar; impasibles, duros, inmisericordes frente a alguien que tiene una enfermedad terminal (recordemos cómo han empujado a la muerte a José María Bakovic); faltos de un mínimo de sutileza en el tratamiento de casos muy sensibles, ¿cabe esperar mesura en esta clase de autoridades?
Constantemente se debate el hombre entre defender lo suyo a como dé lugar y condenar lo evidente, aunque esto represente un costo para el ego propio. Es el dilema del político: ser uno serio, razonable, o uno que trata a la población como si fuera imbécil.
No, no se confunda como menor el detalle de la violación a la intimidad de las personas. Donde reina el juicio de los gobernantes, nada es más valioso que el respeto a la honorabilidad de todos y cada uno de los ciudadanos.
Este gobierno no sabe de juiciosos. Está enfermo y mientras no se reconozca ni se acepte como con dignidad lo hacen los angustiados en círculos de autoayuda, solamente enrumbará al país hacia el despeñadero moral.