Ella se salvó
- ¿Al Barrio Gráfico?
- Suba. Primero la dejamos a la señora en Sopocachi y después la llevo.
Ella abordó ese taxi plateado en el Multicine de la avenida Arce. Se sentó al lado de una señora de no más de 40 años. En el asiento del copiloto no iba nadie. Ni la mujer ni el conductor inspiraron ninguna clase de sospecha o desconfianza en ella; una ingeniera de 27 años.
- ¿Al Barrio Gráfico?
- Suba. Primero la dejamos a la señora en Sopocachi y después la llevo.
Ella abordó ese taxi plateado en el Multicine de la avenida Arce. Se sentó al lado de una señora de no más de 40 años. En el asiento del copiloto no iba nadie. Ni la mujer ni el conductor inspiraron ninguna clase de sospecha o desconfianza en ella; una ingeniera de 27 años.
El Toyota avanzó sobre la avenida Arce y sorteó minibuses y micros para comenzar a subir por la calle Belisario Salinas. Eran las tres de la tarde. Estaba soleado, pero el invierno paceño no daba tregua. Ella vestía una chompa de lana y una chamarra de mezclilla encima. Cruzaron la plaza Eduardo Abaroa y a la altura de la Ecuador giraron a la derecha.
Cuando el taxi llegó a la esquina de la Abdón Saavedra, sobre la calle Rosendo Gutiérrez, comenzó a acelerar. La otra señora parecía no tener intención alguna por bajarse y abrazaba su cartera con fuerza. Después de que pasaron la avenida Luis Crespo, sacó una barra de metal de ahí.
El primer golpe fue en la rodilla derecha. Ella sintió que su pierna se había partido en dos por el dolor que sintió en ese momento. De inmediato sintió otro impacto en el antebrazo. De nuevo la sensación de fractura. El taxista no bajaba la velocidad y maniobraba entre las calles despobladas de Alto Sopocachi. Otro golpe, esta vez en la pierna izquierda. Ahora la señora apunta al cuello o pecho. Ambas manos reciben el castigo por tratar de cubrirse.
Detalles más precisos sobre ubicaciones y señas particulares de los tratantes no pueden divulgarse porque hay una denuncia en marcha. Los secuestradores tienen como hábito alquilar departamentos en zonas donde no hay mucho tráfico como Alto Sopocachi o Llojeta. Los golpes no sólo buscaban reducirla y evitar que escape. También eran el principio de una seguidilla de actos intimidatorios para reducir y, a la larga, anular la voluntad de la víctima.
Ya era de noche y ella permanecía amarrada a una silla con la luz apagada. Otra forma de doblegar el espíritu de las chicas que raptan es jugar durante más de 12 horas con la incertidumbre, desubicación y el hambre. En cierto momento, la muchacha logró dormir.
El negocio de la trata, el segundo acto ilícito más lucrativo del mundo después del narcotráfico, está segmentado y terciarizado. Lo mismo pasa con el comercio de droga y con el contrabando de animales y recursos naturales. Es capitalismo en alto estado de pureza. Hay dos modelos. El vinculado con el método del secuestro incluye cuatro grupos: los encargados de inteligencia y seguimiento, el grupo de choque que se ocupa del “levantamiento”, él o los niñeros que manejan las casas y por último los encargados de la entrega de las chicas a los que administran los establecimientos de explotación sexual o laboral. Las organizaciones que se dedican al rapto de personas para después pedir un rescate funcionan con un esquema similar. Si hablamos de bandas grandes, como las que operan en Santa Cruz y, en menor medida, en La Paz, los miembros rasos de estas “secciones” del negocio casi no se conocen entre sí. De esta forma, cuando cae algún grupo, los demás están a salvo de delaciones.
El segundo sistema es el más común en el mundo de los tratantes. Es el método, por decirlo de alguna manera, no violento. Por lo general son mujeres (muchas de ellas víctimas de trata en el pasado) las que se encargan de la captación de niñas y jóvenes, otro grupo se ocupa del transporte y preparación, un tercer sector maneja las casas de seguridad y al final de la cadena aparecen los dueños de los “negocios”. En muchos casos pandillas locales son incluidas en el esquema. Se convierten en la nueva familia de las muchachas mientras son drogadas, intimidadas y violentadas física, emocional y psicológicamente para aceptar su nueva vida. Toman ventaja de chicas en situaciones de desesperación económica o que provienen de familias destruidas. Hay niñas que terminan en manos de los tratantes por huir de las palizas o violaciones de sus propios padres y hermanos. El sistema funciona con igual efectividad en el campo o las ciudades. Es la esclavitud del siglo XXI.
La trata abastece a mercados de explotación laboral y sexual, sin embargo el modelo de negocio que existe permite que las economías perversas que coexisten en el país y en el continente se articulen y complementen. Los mismos grupos de tratantes, están metidos en el reclutamiento de chicas para convertirlas en mulas o tragonas. También, en el resto del continente, son parte de la cadena de actores vinculados con el tráfico de órganos. En el norte amazónico boliviano secuestran mujeres de comunidades indígenas y poblaciones rurales con fines de explotación sexual en zonas de contrabando de minerales y madera. Como si de una casa de proveedores se tratara, se ha convertido en un negocio compartimentado y especializado. Son las nuevas reglas del juego.
A la mañana siguiente, con la espalda destruida y las piernas casi paralizadas por los golpes y las 16 horas amarrada a una silla, montaron a la joven en otro vehículo. Los dos días siguientes los pasaría en Oruro. Las estrategias para quebrar su voluntad continuaron en ese tiempo con mayor intensidad. Así han doblegado a cientos o miles de muchachas. Algunos grupos de tratantes “culminan” su trabajo con la violación de las chicas, ya a esas alturas incapaces de ofrecer casi ninguna resistencia. Después las entregan a los administradores de los centros de explotación o las sacan del país. Ella se salvó. Unos vecinos la vieron desde la calle por la ventana, entendieron lo que pasaba y la ayudaron a escapar. Tuvo mucha suerte. En Bolivia se produce al menos un caso de trata por día. Dos terceras partes de ellos suceden en La Paz. La inmensa mayoría de las víctimas son niñas, adolescentes y mujeres jóvenes. Casi ningún tratante ha sido condenado. A pesar de las leyes nuevas, menos del 1% de los casos denunciados en los últimos cinco años culminó en sentencia. El negocio de la trata, que genera más ganancias que la venta de armas, avanza viento en popa.