serotonina
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Ivan Arias Duran
10/09/2014 - 11:17

Lealtad y política, ¿existe?

Esta campaña electoral está poniendo a prueba, como ninguna otra, una cuestión que parece anacrónica o de vulgares inocentes: la lealtad. Desde que se crearon las agrupaciones políticas como tal (su origen se sitúa entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX) encontramos ejemplos de lealtades forjados en las páginas de la historia, como también descubrimos muchos personajes que no honraron ese valor, escasísimo en el quehacer partidario .No debe sorprender, pues, que en el terreno político, la lealtad- como la gratitud- sea un bicho raro

Esta campaña electoral está poniendo a prueba, como ninguna otra, una cuestión que parece anacrónica o de vulgares inocentes: la lealtad. Desde que se crearon las agrupaciones políticas como tal (su origen se sitúa entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX) encontramos ejemplos de lealtades forjados en las páginas de la historia, como también descubrimos muchos personajes que no honraron ese valor, escasísimo en el quehacer partidario .No debe sorprender, pues, que en el terreno político, la lealtad- como la gratitud- sea un bicho raro. Hace más de un siglo, El filósofo estadounidense Josiah Royce, escribió "La filosofía de la lealtad" dónde exponía que ésta era "la devoción consciente y práctica y amplia de una persona a una causa". Hoy, el hombre o la mujer leales y agradecidos parecen no tener espacio en la política, y menos en estos tiempos. leales

Esta campaña electoral se muestra ya “rica” en acusaciones antes que en propuestas; en vendidos antes que en forjadores y en oportunistas  antes que en probos. Denuncias por aquí y por allá provocan que los hipócritas se rasguen las vestiduras y los fariseos se pinten de blanco. La impostura hace tiempo es una postura que pasea campeante por las calles, bares y cuartos de guerra de los partidos políticos. Ya no importan las ideas, sino solo destruir el físico del contrario. Los caníbales de la política y las hienas del poder danzan estratégicamente en torno a sus ocasionales victimas bajo la mirada cómplice, indiferente o sinvergüenza de una ciudadanía que pareciera estar estupidizada por la ilusión del dinero fácil y de vivir el presente sin importar el futuro.

Jefes, subjefes políticos y no políticos, todos han caído en el maremágnum de la idiotez colectiva. La redes sociales son la mejor muestra de cómo hemos jibarizado el pensamiento y el dialogo. En el grupo de FB “Dialogando con Ivan Arias…” me he cansado de pedir a algunos que mantengamos la altura, que expresemos ideas y no insultos. Son pedidos que caen en saco roto. De uno y otro lado solo sale veneno, odio, rencor y desprecio por el buen debate. Se los da de baja, pero vuelven cual transformes de la destrucción.

Aunque en la política tradicional, la lealtad es un discurso sin convicción, ésta sigue siendo un valor que nadie puede arrancarle al ser humano, pues no hay fuerza que la doblegue, ni siquiera el oro corruptor. La lealtad es un valor que viene con el hombre, que se templa como el acero con el ejemplo de nuestros padres. Guadalupe Robles (2014) señala que la vida política siempre pone a prueba este valor. Los leales abundan cuando todo va bien. En los tiempos en que el líder tiene éxito y la suerte lo sigue, los leales se multiplican. Adulan sin límites. Idolatran. Pero cuídese el político de las lealtades exageradas. Ostentosas. Esas lealtades que se gritan y presumen para que el jefe las escuche. Esas lealtades son frágiles. Las rompe el primer viento fuerte. La primera crisis. El término de un cargo. Cuando el poder acaba o amenaza con irse, los leales de paso arman su equipaje y apresuran su partida. En política es una escena inevitable. Un hecho que duele pero que hace despertar al político de su sueño. Una lección que le curte la piel. Que le hace valorar a los que se quedan hasta el final.

Sin embargo, no hay que olvidar que la lealtad es un ingrediente consustancial a la política. No se puede avanzar en un proyecto político sin leales. Los de verdad. Esos que creen en alguien o en algo por convicción propia. Más allá de la racionalidad política. Más allá del interés legítimo. Por el puro gusto de jugársela. Por el puro gusto de creer o seguir a alguien o un ideal.

La política es un espacio donde conviven múltiples intereses. Donde a diario se ponen a prueba las lealtades. Los juramentos de amistad eterna. La capacidad de asombro ante las debilidades de la condición humana. La política es un terreno fértil para las desavenencias, pero también para entender que es el método más civilizado que conoce la humanidad para ponerse de acuerdo.

En ese sentido y para no perder la esperanza se puede ver, de uno y otro lado, luces de lealtad al final de este túnel de oscurantismo. Luz de esa lealtad  que es fidelidad, franqueza, nobleza, honradez, sinceridad y rectitud. La lealtad no se puede confundir con la sumisión, adoración y adulación.La lealtad viene acompañada de la sinceridad. Para ser leal hay que andar con la verdad por delante, no importa a quien le afecte. Se incurre en una deslealtad cuando a quien se sigue no le hablamos la verdad.

 

De muestras estos botones. Andrés Solís Rada y  María Cecilia Chacón, ministro de hidrocarburos, el primero, y de defensa, la segunda en el actual gobierno, dieron lecciones de lealtad con sus ideas y principios que muy pocos se animan a hacerlo bajo el temor de quedar sin los goces del poder. A sabiendas que sus ideas y postulados estaban siendo traicionados y usados, decidieron renunciar y no prestarse al juego de la manipulación. La lealtad y la gratitud son siamesas, caminan entrelazadas para ir forjando una relación donde la envidia, las zancadillas, los intereses y los indignos no pueden entrar porque la lealtad da independencia de criterio con la Patria, con el partido, el líder o el amigo. Recientemente, Jaime Navarro, acusado de cometer supuestos actos de violencia intrafamiliar, para no perjudicar a su familia y a su candidato a la presidencia decidió dar un paso al costado y renunciar a su segura diputación plurinominal para defenderse desde el llano. Arturo Murillo, uno de los más perspicaces opositores, de quien su principal líder se dirigió con expresiones poco afortunadas sobre su personalidad (“es un cojudo”),decide no prestarse al juego de unas frases descontextualizadas que buscaban sembrar la desconfianza y el odio entre amigos.

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