Lo que no debemos olvidar del 23 de marzo de 1879 y del 1 de octubre de 2018
Reflexiones sobre el 23 de Marzo de 1879 y el 1 de Octubre de 2018, fechas vinculadas pero totalmente diferentes y contrapuestas.
El 23 de marzo de 1879, un hombre normal se vio ante la disyuntiva suprema de abandonar su propiedad y el fruto de su trabajo, huyendo de una artera invasión armada en una Guerra no declarada, ante un enemigo numérica y armamentísticamente superior, para salvar la vida de su familia y la suya propia ; o, plantando cara al destino, asumir la defensa de lo que le pertenecía , de su pueblo y por ende de su patria, sabiendo de antemano que las oportunidades eran nulas, en pocas, consciente de su propia muerte. Y lo aceptó sin lamentaciones.
Ese fue Eduardo Abaroa, un ciudadano boliviano común, que fue arrastrado por las circunstancias a tomar una decisión que a la postre le costó la vida y que lo catapultó a la inmortalidad. Es muy fácil escribir palabras laudatorias o patrioteras que se repiten hasta el cansancio, en primaria y secundaria como gastados eslóganes mecánicos. Sin embargo, no se puede olvidar que existen valores y principios que de por sí, son inspiradores en este personaje: el valor, el orgullo, la hombría, el cumplimiento del deber, que no se obtienen con marchas forzadas al son de farfulleras bandas, altisonantes discursos o vistosos uniformes, sino por la formación y el temple del carácter, forjando en el espíritu de sacrificio voluntario, que muchas veces emerge en circunstancias extremas e impensadas.
Abaroa pagó con la vida no arredrarse, no subyugarse, no humillarse, peleó como un hombre, bravamente, con gallardía, aun sabiendo que perdería, seguro sintió temor, pero supo controlarse y no escapó, allí nace su hidalguía y cuando tuvo que ofrendar su propio ser, no se rindió, suplicó o pidió clemencia, rugió una imprecación desafiante ante el enemigo que quedó atónito y que quedó inmortalizada en el célebre carajazo, que mostró a todo un pueblo en armas. Sencillo, directo, sublime, imperecedero. Nació la leyenda y el legado del mayor héroe civil de Bolivia.
Este es el legado de Eduardo Abaroa, que es y debe ser el reclamo firme y permanente de Bolivia, que trasciende y desafía el tiempo, el temple y el orgullo de un hombre digno que encarnó a todo un país que prefiere morir a renunciar a lo que considera suyo, que decide inmolarse en lugar de humillarse.
Lo que se recuerda el 23 de marzo no puede ser desde ningún punto de vista comparado, mancillado o manchado, con lo ocurrido el 1 de octubre de 2018, cuando todos presenciamos una de las más dolorosas derrotas en el ámbito jurídico internacional en manos de nuestro histórico adversario. Ese día sobre el que se habían sobredimensionado las expectativas con afanes meramente personales, partidarios y electorales, todos los bolivianos fuimos testigos impávidos de como a medida que el magistrado somalí leía cansinamente cada uno de los puntos de la sentencia, se desbarataban con cada inciso, más de cien años de intentos infructuosos de diálogo estéril.
No se puede negar que Bolivia logró al principio, un gran triunfo al lograr que la Corte Internacional de Justicia de La Haya , tomase competencia de nuestro planteamiento, pero la inexperiencia y la improvisación en el equipo elegido primó frente a esta ventaja inicial. Eduardo Rodríguez Veltze y su equipo demostraron no estar a la altura de sus homólogos trasandinos encabezados por Claudio Grosmman. Mientras el lego chileno y su plantel jurídico demostraron ser expertos conocedores de las escuelas anglosajonas, donde priman la jurisprudencia acumulada entre los países durante siglos dentro de un marco conservador basado en pruebas documentales aceptadas a nivel de la diplomacia internacional, Bolivia eligió un grupo de juristas idealistas e improvisados, cuyo más patético representante fue Remiro Brotons, quien creyó que la Corte sería permeable a “argumentos nuevos”, a planteamientos “frescos e innovadores” que al final fueron inconsistentes, paupérrimos y lacrimógenos que generaron falsas expectativas en Bolivia que se desplomarían por su propio peso. Pensó, que, con bulos burdos y reflexiones sentimentales, podría generar una nueva perspectiva en medio camino que deslumbraría a los tribunos y que se sentirían forzados a generar mágicamente un nuevo enfoque, pensando que al zorro le enseñaría nuevos trucos, siendo que tristemente no se le puede enseñar nada fuera de lo conocido.
Y no se descarte, la estrambótica parafernalia y el circo folclórico que acompañó al proceso desde el lado boliviano, empezando por el banderazo hasta las demostraciones histriónicas más burdas, donde el presidente Evo Morales días antes del histórico fallo, en lugar de usar el atrio de la ONU para clamar al Mundo entero, nuestro Derecho irrenunciable de acceso al mar, prefirió arremeter contra los Estados Unidos defendiendo los oprobiosos regímenes de Cuba, Venezuela y Nicaragua, olvidando los intereses nacionales.
Chile no estuvo ajeno a ello, Piñera no dudo en humillar a su país reduciéndolo a un simple estado de la Unión Americana, con una banderita de medio pelo para ganarse la simpatía del presidente de los Estados Unidos Donald Trump que lo veía con sorna. Pero a la postre la humillación tuvo un efecto favorable a los intereses chilenos. Tómese en cuenta que como en cualquier parte del Mundo los magistrados de La Haya son tan humanos e impresionables como cualquier ser humano y sería ingenuo pensar que el presidente chileno con su grotesca puesta en escena hacia su parte como Grossmann y sus amigos por su lado hicieron, aplicaron lo que en las grandes universidades y tribunales norteamericanos y europeos prima y que es un secreto a voces: un lobby demoledor. Viejos amigos, añejos colegas, compañeros de curso , antiguos profesores ahora voces importantes a nivel jurídico internacional, contactados discretamente para llegar a los magistrados deliberantes o sus asesores, para hacer tragable y permeables sus ideas y alegatos. Mientras tanto, los bolivianos se dedicaron al circo o a hacer lo que lamentablemente están acostumbrados hacer nuestros improvisados enviados, delegados o diplomáticos, disfrutar de un viaje de turismo y placer, cuando su labor era amarrar cabos sueltos o muñirse de información.
Lo ocurrido es de conocimiento público global, fue una fiesta que terminó en velorio, una patética puesta en escena que concluyó en un desastre oprobioso. Una regla jurídica procedimental de oro en cualquier tribunal desde el más modesto, pequeño e ínfimo hasta el más importante como en este caso, es aguardar el fallo con prudencia, sin aspavientos y triunfalismos. Sin embargo, eso no sucedió en el lado boliviano, todo era desparpajo y chacota, los fuegos artificiales y los bailarines estaban listos.
Y llegó el momento de la verdad, doloroso y lapidario, cada palabra, cada párrafo de la sentencia era un revés tras otro, nada fue coherentemente hilvanado, sustentado, refrendado, argumentado, documentado. Todo lo que se escuchaba era: Bolivia no adjuntó, Bolivia no demostró, Bolivia no precisó, Bolivia no fundamentó, Bolivia no presentó. En términos legales, la peor pesadilla que le puede pasar a un litigante. Mentirle al país que de los ciento cuarenta puntos uno es favorable reduciéndose a un ínfimo, general e ingenuo llamado al diálogo, es actuar con desvergonzado cinismo. La derrota fue catastrófica y un candado definitivo se puso a la accidentada relación con Chile, con esta victoria, esta vez dirán NO categóricamente, con una sentencia final y ejecutoriada.
Las reflexiones finales apuntan a que ambas fechas marcan dos dolorosas derrotas de los intereses de Bolivia, pero con una marcada, diametral e importante diferencia. El 23 de marzo de 1879, un hombre común sin mayores ambiciones, pretensiones o expectativas plantó cara y dio muestras de dignidad personal y encarnó la decisión, la voluntad nacional de hacer respetar lo nuestro, encarna hasta el día de hoy nuestra vocación irrenunciable de recuperar lo que nos pertenece, una cualidad soberana de navegar, transitar y comerciar por los océanos. Es el recordatorio de lo que debe hacer un país y sus habitantes cuando su heredad se encuentra en peligro. Un ejemplo a seguir, la gloria de morir y enterrarse en las ruinas antes que humillarse al ultraje del invasor.
La otra, el 1 de octubre de 2018, fue el producto de una serie de decisiones de corte personal, político, electoral, coyuntural, jurídico, diplomático, que fueron llevadas a la ligera, con desparpajo, con marcado e injustificado triunfalismo anticipado e irresponsabilidad de quienes generaron esa falsa expectativa, dentro de un equipo conformado por inexpertos, improvisados e idealistas, habiéndonos todos confiado en un resultado favorable que al final no lo fue. Este día debe ser recordado como lo que NO se debe hacer y DEBE SER tarde o temprano evaluado desde un punto de vista objetivo e imparcial, en el que llegado el momento deberá exigirse cuentas a quienes adoptaron decisiones sobre la estrategia diplomática jurídica, la forma como se manejaron los recursos públicos, debiendo asumir responsabilidad por este importantísimo proceso judicial internacional que afectó definitivamente al Estado en su conjunto.
El espíritu de dignidad y coraje del 23 de marzo debe empujarnos a ver otras vías alternas como solución cualquiera sea el costo, como son el uso masivo de los puertos del sur del Perú, la habilitación de los puertos fluviales sobre el Atlántico a través del Rio Paraguay y sus afluentes, pero más que nada la toma de conciencia de todos los bolivianos para que tengan el criterio necesario para buscar otros destinos alternativos para el comercio o el turismo.
Mientras tanto la Historia cobrará cuentas al pasado y ocurrirá con el 1 de octubre de 2018, lo que ocurrió con el 23 de marzo de 1879, pero con valoraciones, consecuencias y reflexiones totalmente diferentes respecto a sus personajes y circunstancias.