Cuatro historias del narcotráfico en Cobija
Entre charla y charla, las historias se conocen de a poco. Casi nadie en la capital de Pando se niega a reconocer que el narcotráfico se ha vuelto un fenómeno cada día más evidente. Es un relato demasiado viejo como para que alguien insista en cerrar los ojos. Un secreto a voces de hace más de dos décadas que cada vez es más visible. La violencia de los últimos años es prueba de ello. Las grandes casas que se construyen en barrios alejados del centro cobijeño también.
La flota que coronó
En la capital pandina abundan los prestamistas y no es un secreto para nadie que cada día circula más dinero. Por su tipo de servicio, estos ciudadanos llegan a conocer, de manera directa o indirecta, movimientos económicos de todos los colores. Legales e ilegales, cuestionables o nobles. Peligrosos, rutinarios y un largo etcétera.
Un fin de semana en el primer trimestre de este año, algunos de ellos fueron sorprendidos por una seguidilla de visitantes que acudieron a pedirles al menos unos pares de miles de dólares. El motivo: Una flota con cincuenta kilos de pasta base “coronó”. Así dicen los narcos cuando uno de sus cargamentos llega a destino. Ese día, muchos de los que están metidos en el negocio en Cobija querían sacar su tajada de aquel envío, pues sabían que si pagaban 800 ó 1.000 dólares por cada kilo al menos duplicarían la inversión en la reventa a los brasileños.
¿Por qué tantos querían ser parte de esa repartición con tanta urgencia? Por la escasez que atravesaban en esas semanas. Casi no había producto disponible y los compradores brasileños ya estaban más que impacientes. Las lluvias interminables (fenómeno de La Niña) cerraron casi todas las rutas terrestres que abastecen con regularidad a los intermediarios en Pando desde las selvas de Perú. La “merca” estaba lista, pero no había forma de hacerla llegar desde el VRAEM (Valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro) hasta Cobija para negociarla allí con los clientes que llegaban desde el país que es el segundo mayor consumidor de cocaína del mundo. Mientras tanto, casi todo el clorhidrato de cocaína y la pasta base para producir crack que ingresaban a territorio brasileño llegaban gracias a los narcovuelos.
La desesperación por la falta de movimiento hizo que los proveedores peruanos se arriesguen algo más de lo usual y manden un envío de esas magnitudes (50 kilos no se esconden con facilidad) en un vehículo del transporte público a través de Apolo. No era la primera vez que lo hacían, tampoco fue la última.
Esa mañana de sábado, muchos prestamistas se quedaron sin un peso. Los narcos les dejaron joyas, autos, motos y cuanto objeto de valor encontraron para llevarse todo el efectivo disponible. Sabían que era un negocio seguro. En los días siguientes, los brasileños se llevarían el producto, los peruanos recibirían el pago por la encomienda que coronaron, los intermediarios bolivianos se quedarían con la ganancia de la reventa y los prestamistas recuperarían su plata más los intereses. La vuelta estaba completa. Todos ganaron. En Sao Paulo y Rio de Janeiro celebraron también.
La cámara escondida
Los operativos no tardaron en producirse después de que algunos rostros y fachadas de casas de traficantes cobijeños quedaron expuestos por un medio brasileño, a principios del año pasado. De las seis personas que el canal paulista Sistema Brasileiro de Televisão (SBT) exhibió, cuatro terminaron detenidas y dos tuvieron que irse de la ciudad para tratar de seguir en el negocio en poblaciones de Beni. Las dos casas que aparecen en el reportaje fueron identificadas e intervenidas.
Ahora los narcos guardan el video de ese reportaje tramposo en sus computadoras para mostrarlo a todos los que pretendan hacer algo similar. No quieren que otro medio de comunicación los vuelva a engañar con cámaras escondidas que muestren sus puntos de venta o centros de acopio. Mucho menos sus caras. El movimiento de cocaína y pasta en la región amazónica no es nada nuevo y por ello no son pocos los equipos periodísticos de Brasil, Europa y Bolivia que se trasladan hasta el lugar. Encontrar a los traficantes no es muy difícil. Sólo tienes que preguntar a las personas indicadas o subirte al mototaxi correcto.
Al igual que con todo el mundo, para los narcos de mayor antigüedad y jerarquía no es ninguna novedad tratar con medios de comunicación. Ellos son los que mandan, ponen las condiciones, definen las fechas y forma en la que se realizará el trabajo y, en algunas ocasiones, acuerdan un eventual pago por abrir las puertas de su negocio al periodismo. Los pandinos aprendieron la lección y ya no aceptan que se hagan tomas exteriores, en especial si se trata de sus casas, depósitos o puntos de venta. Tampoco permiten que los periodistas lleguen en vehículos particulares a los lugares donde se produce toda la acción, ellos los recogen en motos. Antes de cerrar el trato, les muestran el video del reportaje brasileño para asegurarse que no se repetirá la historia. En ese momento les piden la garantía de que no serán engañados.
Los traficantes de esta región no tienen nada que ver con los “traquetos” que se ven en las novelas colombianas. No tienen cuentas en Twitter o Instagram donde presumen sus piscinas, armas o sus fajos de dinero, como los mexicanos. Los que se mueven por Pando y Beni también pueden tener quintas o haciendas en mitad de la selva, pero cuando están en las ciudades prefieren el bajo perfil. Nada de cadenas de oro, anillos excéntricos en todos los dedos o carros importados de lujo. De hecho, pasan la mayoría del tiempo en las barriadas donde crecieron y abandonaron la pobreza. Si quieren festejar, agarran su avioneta y se van a pasarla bien a Buenos Aires o a Rio de Janeiro, donde apenas son uno más del montón. Por eso no son famosos. No tienen ningún interés en que alguna orquesta les dedique canciones. Y cuando se aproxima un periodista, prefieren evitar la tentación de presumir. A diferencia de los “duros” de Medellín, Cali, el Valle del Cauca, Sinaloa, Tijuana o Juárez, ellos no permiten que su ego los domine. Los guía la desconfianza. Mucho más después de que vieron lo que pasó con los “pinches” que se dejaron engañar y filmar para ese reportaje de la SBT.
El GPS
Todos recuerdan los primeros meses de 2008. Cuando era mejor no salir ni a comer a los restaurantes porque era el lugar favorito de los sicarios para culminar con el ajuste de cuentas. Mientras más gente veía el asesinato, mejor. El mensaje llegaba más lejos.
La ofensiva de las pandillas de sicarios armadas por los narcos en Cobija estaba fuera de control hace seis años. Más de 40 personas fueron asesinadas en un semestre en calles muy concurridas, paladares a pleno mediodía y discotecas llenas de gente. Los volteos en la zona fronteriza con Perú se producían cada dos o tres días y eso tenía a todos en pie de guerra. Transportar las mochilas con la “merca” era una actividad de alto riesgo y por eso cada grupo comenzó a reclutar más y más sicarios, además de tratar de armarse mejor que los otros. No era para menos, algunas de las rutas terrestres más prósperas del tráfico en la región estaban en juego.
Antes de la llegada del GPS, los mochileros peruanos y bolivianos buscaban puntos de referencia fuera de la selva para entregar sus paquetes. Las pequeñas ciudades de Bolpebra y Soberanía eran dos de sus lugares de encuentro más frecuentes. En esta última localidad no hay control posible. Antes y ahora, más de una autoridad nacional o local tuvo que salir del lugar casi a las carreras para evitar agresiones o ataques. El narcotráfico está asentado allí hace más de veinte años.
Ahora el movimiento se realiza en la selva. Los peruanos dejan las mochilas enterradas y una seña para identificar el lugar. Horas o días después, los bolivianos hacen la incursión con las coordenadas precisas y guiados con los GPS. Al principio tenían que abrir la trocha con machetes. Ahora ya tienen varias rutas transitables entre las espesuras del monte. Cuando encuentran la marca, desentierran los paquetes y los llevan hasta la carretera más cercana. Allí estarán motociclistas a la espera de recibirlos para llevarlos a Cobija a toda velocidad. Si no hay necesidad de encender linternas o los focos de las motos es mejor. La luz es delatora y en esa zona es donde se realizan la mayoría de los volteos. Por eso todos van armados. Mejor si algo borrachos y drogados también. Ellos dicen que así no les faltará el valor.
No faltan los valientes o desesperados que entran al negocio por necesidad y se aventuran en el monte sin protección ni tecnología. Por llevarse 25 kilos de pasta enterrados en una mochila en algún punto de la selva, caminan hasta tres días sin armas ni escolta. Si coronan, seguramente beberán toda la noche porque su vida empezará a cambiar. Si los encontró una banda de volteadores en mitad del camino, tal vez no verán el amanecer del día siguiente. Son las reglas del juego.
La segmentación del negocio de la droga y el desmontaje paulatino de los grandes cárteles en toda la región ha hecho que cualquier muchacho pueda ingresar en el circuito como mochilero o intermediario minorista en Colombia, México, Perú o Bolivia. El riesgo es elevado y casi siempre los más pobres llevan las de perder. Mientras menos tengas, más bajo será tu nivel en el negocio y consecuentemente más alto será el riesgo al que te expones. Las mulas, mochileros, vendedores al menudeo, distribuidores, cobradores y los sicarios siempre están más expuestos a ser detenidos por la Policía o a que una bala enemiga termine con sus vidas. En cualquiera de los dos casos, los peces gordos no tendrán mucho de qué preocuparse. Por ese flanco, ellos están blindados.
La mano de obra barata abunda y, por lo general, los rangos bajos no saben de quién es la merca que mueven, ni quién controla el mercado al que la revenden. Los muchachos que entran al monte con sus GPS por lo general son de una organización accesoria o subalterna. No saben ni para quién trabajan y son poco menos que prescindibles. Todo está terciarizado y eso favorece (más) al mercado y a los capos. Son las nuevas reglas del juego.
Las motos
Pasear en moto a buena velocidad por las calles de Cobija es un alivio del calor intenso que puede convertir cualquier caminata en un calvario y conversar con los mototaxistas es la verdadera llave para acceder a los secretos e historias incómodas de la ciudad. Son dos motivos más que válidos para transportarse por esta vía.
Fueron mototaxistas los que llevaron a los sicarios brasileños y peruanos que se mimetizaron entre los cívicos para disparar contra campesinos en Porvenir en septiembre de 2008. De hecho, más de uno de ellos cruzó la frontera en aquel entonces para esconderse en Brasil ante el estado de sitio dictado por Evo Morales. Si alguien sabe toda la verdad sobre lo que sucedió hace seis años, probablemente pertenezca a ese gremio.
Ningún movimiento político en la historia reciente de Pando prescindió de ellos a la hora de buscar votos y presencia en las calles. Su peso específico no es fácil de descartar. Tienen bases numerosas, disciplina y capacidad de movilización. Lo sabía ADN y ahora lo sabe el MAS. Ellos le toman el pulso diario a la ciudad. Saben con exactitud donde viven los contrabandistas más prósperos y cómo funcionan los negocios turbios en la capital pandina. Cuando falta la gasolina o cualquier otro producto, hay que buscarlos a ellos. La mayoría vive de llevar y traer personas a cambio de cinco bolivianos por la carrera, sin embargo en sus filas también existen traficantes, tratantes, proxenetas, extorsionadores, sicarios, cobradores y vendedores. Por eso no pocos de ellos ahora están presos o muertos.
Ellos vieron cómo crecieron las bandas de narcotraficantes en la ciudad. De cómo casitas precarias comenzaron a usarse como depósitos improvisados para ocultar unos kilitos, hasta el tiempo de los GPS, las mujeres reclutadas y prostituidas a cambio de motos o celulares, las armas, la pornografía infantil, los bingos en los barrios, las fiestas, los regalos, los contactos con las grandes organizaciones brasileñas y la guerra entre las bandas.
Una de las historias que más circula es que los narcos renovaron el parque de todo un sindicato de mototaxistas para asegurar su lealtad. No sería el único beneficio que algunos de ellos obtendrían. Son estos choferes los que llevan a los brasileños a los puntos de venta de pasta y clorhidrato “al por mayor”. En algunos casos porque son parte del negocio, en otros por una comisión de la venta. También ellos son los que pueden orientar a cualquier muchacho o visitante dónde puede comprar marihuana, cocaína y otros derivados mucho peores como el bazuco para consumo personal.
Este último es el residuo de la coca (después de que ya se produjo la pasta base) mezclado con otros productos nocivos. Ya no sólo se usa en las villas miseria de Buenos Aires y las favelas de Sao Paulo, ahora también acaba con la salud de jóvenes y adolescentes en Cobija. Los mototaxistas saben dónde conseguirlo. Dicen que circula en las madrugadas en dos puntos de la ciudad y que los muchachitos se van a las huertas y montes escondidos en las afueras de Cobija para consumirlo.
Entre charla y charla, las historias se conocen de a poco. Casi nadie en la capital de Pando se niega a reconocer que el narcotráfico se ha vuelto un fenómeno cada día más evidente. Es un relato demasiado viejo como para que alguien insista en cerrar los ojos. Un secreto a voces de hace más de dos décadas que cada vez es más visible. La violencia de los últimos años es prueba de ello. Las grandes casas que se construyen en barrios alejados del centro cobijeño también.
(Y sin embargo, todo lo que por ahí se mueve es tal vez insignificante frente a la droga que circula por vía aérea a través del corredor Perú-Bolivia-Brasil. Ese será el tema de nuestra siguiente entrega)