Anatomias
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Victor Hugo Romero
07/07/2014 - 11:25

Sobre el arte de no hacer nada

Gracias a una serie de circunstancias familiares tengo la dicha de quedarme unos días en Cochabamba,  huyendo del frío paceño. Esta estancia me da la oportunidad de poner al día pendientes. Más allá de disfrutar el tiempo vacacional con mis hijos, lo aprovecho también para leer y escribir, tomando apunte del pulso citadino cochala, mucho más relajado que el siempre caótico de La Paz.

Gracias a una serie de circunstancias familiares tengo la dicha de quedarme unos días en Cochabamba,  huyendo del frío paceño. Esta estancia me da la oportunidad de poner al día pendientes. Más allá de disfrutar el tiempo vacacional con mis hijos, lo aprovecho también para leer y escribir, tomando apunte del pulso citadino cochala, mucho más relajado que el siempre caótico de La Paz.

Ni bien se pone el pie fuera de La Paz, el tiempo es otro, más lento, tranquilo y relajado, parece que el reloj (cualquiera sea el lado al que gire) avanza despacio, pareciera que la mañana me dura más y la tarde se extiende soleada y grata, tanto que tipo seis me doy cuenta que he avanzado bastante en mi laburo y me pongo a leer, como si no hubiera hecho nada todo el día.

El miércoles por ejemplo, beneficiado por estas vacaciones virtuales, me fui al centro a realizar un trámite, en busca del mítico certificado de no adeudo. Pese a que la AFP estaba llena y no tener sello, me atendieron rápido, aunque me calificaron peyorativamente como unipersonal, como algo no muy grande, ni valioso. Obtuve la certificación, luego camine hacia al Centro, encontré un tienda de dvd, sólo clásicos, luego de revisar su oferta, de contarle a la dueña lo mal que me trataron en otra tienda de películas en La Recoleta el día anterior, salí de allí con tres películas en la mochila: Sueños (Kurosawa), La Patrulla Perdida (Jhon Ford) y Cocoanuts (Los hermanos Marx).

Puse rumbo a una librería, allí fielmente me pagaron sobre algunos productos míos que vendieron, pesitos que invertí en la revistaría Disneylandia del Cine Avaroa, luego de meditarlo  bastante,  compré una novela gráfica (tapa dura) que cuenta el amargo origen del Pingüino. En la “25” me tomé un jugo de plátano y  en el  Correo,  buscando entre las ofertas en la caseta de don Jorge, descubrí un ejemplar pirata de Bukowski, Mujeres. Libro que sorprendió en su calidad a mi amigo Omar, cuando se lo mostré en su librería, aprovechando los últimos minutos de la mañana, hablamos sobre los descuidos en la edición híbrida que tenía en mis manos, entre impresión y fotocopia.

Hora del almuerzo, la mitad del que me serví suele ser considerado en La Paz, una buena porción, tanto que para mí, pese a mis kilos demás,  me parece demasiado, para suerte mía la digestión es bastante rápida y uno puede estar preparado para el clásico platito de la tarde, que hasta ahora no me he servido, porque espero el Laping de rigor o el kawi de doña Blanquita recordando tiempos de reportero.

Por la tarde hice el laburo de rigor, corregir mi novela, puliendo palabra por palabra, evaluando las escenas y los giros, viendo si son creíbles o no, si están demás o si falta algo que aumentar, el proceso es lento pero seguro. Por la noche, junto con mi hija Isabella (con 15 años ya),  nos fuimos al Encuentro de Escritores en Patiño, escuchamos a Claudia Peña y  José Benavides, hablaron sobre la particular forma que cada uno tiene de escribir, entre la brújula y el mapa, la mía es una combinación de ambas técnicas, espero mucho tiempo pensando y repensando la historia que voy a contar, cuando está lista, hago los esquemas y la fichas, me impongo el horario y escribo medio tiempo, el otro a trabajar, leer y ver mucho cine.

Así se me pasa el tiempo en La Llajta, en La Paz, ya me estaría quejando de lo rápido que transcurre, aquí es otra cosa, quizás por eso me encanta robarle tiempo al tiempo para venirme de vez en cuando, estar con mis padres, visitar a mis amigos, sabiendo muy bien que el tiempo me va a alcanzar, aunque el resto tenga la extraña sensación de que no hago nada. 

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