México / 1867 - 2017 /150 años del Triunfo de la República sobre el Imperio (Tercera Parte)
EL SEGUNDO IMPERIO MEXICANO: LOS IDÍLICOS TIEMPOS DE MAXIMILIANO Y CARLOTA
Cuando llegaron a las costas de Veracruz, Maximiliano y Carlota jamás imaginaron el dramático destino de su sino que no fue glorioso, pues la locura y la muerte les aguardaban. Ambos pretendieron gobernar México, imaginándose en forma ingenua que venían a civilizar y dar paz a los aztecas, esos indígenas amantes de las flores. Sin embargo este vasto país estaba muy lejos de ser una idílica tierra de cuentos de hadas que se trató de gobernar desde el Castillo de Chapultepec.
Durante los tres años de existencia del Segundo Imperio Mexicano, se instaló una extraña corte con la pompa y boato que exigía el protocolo monárquico: chambelán, etiqueta, damas de honor, vajilla, etc.; pero se descuidó la necesidad de conformar una administración eficiente y más que nada la conformación de un ejército nacional que remplazase a las tropas francesas de Napoleón III, que soportaban una resistencia más despiadada por parte de la población y las tropas republicanas de Juárez.
La estadía de los monarcas no era desde luego gratuita, siendo extremadamente onerosa para el tesoro mexicano que debía absorber el extravagante estilo de vida de los emperadores quienes no renunciaron a sus prerrogativas y exigencias, ni en los momentos más álgidos. Pese a las imposiciones requeridas y cumplidas, Maximiliano mostró desdén por las labores gubernativas, dedicaba su tiempo a la cacería, a los viajes sin objeto preciso y a los romances tórridos con mujeres del lugar. No es un secreto que por su activa y licenciosa vida sexual, contrajo la gonorrea, enfermedad que lo debilitó física y mentalmente, impidiéndole engendrar un heredero, adoptando por esta razón a dos de los descendientes del primer emperador mexicano Agustín de Iturbide.
Carlota demostró mayor ambición y responsabilidad, asumiendo el rol de monarca consorte con mayor decisión que su esposo, sin embargo dependía exclusivamente del auxilio de los franceses quienes demostraron desgano y patanería cuando se les exigía el cumplimiento de sus compromisos, mucho más viniendo de una mujer. La Emperatriz cumplía rigurosamente su rol ceremonial, asistiendo a los actos públicos que eran necesarios, dando un rostro visible a la monarquía, fue en aquellos tiempos en los que se abrió una vía en la Ciudad de México denominada Paseo de la Emperatriz, actualmente como el Paseo de la Reforma.
Los conservadores que los trajeron se encontraban decepcionados, la Iglesia les dio la espalda, al ver la tendencia liberal del Emperador, que pretendía imponer lo que era inaceptable para sus intereses: libertad de cultos , separación de Iglesia y Estado, matrimonio civil, educación laica, abolición de fueros, se preguntaban : ¿no lo trajimos para que haga precisamente lo contrario?. Napoleón III incluso, puso en duda las cualidades de quienes en un principio tan entusiasmadamente apoyó, puesto que el erario le era demasiado dispendioso y los resultados muy pobres.
Esos fueron los tiempos del Emperador Maximiliano y Doña Carlota, marcados por la ingenuidad y el desconocimiento de la realidad, que terminarían en un desastre personal para ambos, simplemente era cuestión de tiempo.