Los ineptos del Siglo XXI
El manejo del Estado en pleno Siglo XXI es una tarea mucho más compleja que en el pasado, lo que conlleva una exigencia de adecuar las instituciones a las necesidades crecientes que se plantea en la actualidad.
Las recetas tradicionales del manejo de los estados pierden terreno ante la realidad variable, activa y diversa, pese a los esfuerzos de ciertos sectores, grupos o partidos políticos que no asumen la vitalidad de los profundos cambios que se viven en el mundo entero.
El manejo del Estado en pleno Siglo XXI es una tarea mucho más compleja que en el pasado, lo que conlleva una exigencia de adecuar las instituciones a las necesidades crecientes que se plantea en la actualidad.
Las recetas tradicionales del manejo de los estados pierden terreno ante la realidad variable, activa y diversa, pese a los esfuerzos de ciertos sectores, grupos o partidos políticos que no asumen la vitalidad de los profundos cambios que se viven en el mundo entero.
El Estado de hoy como nunca debería ser administrado con la asistencia de la tecnología y de burócratas cada vez más eficaces y eficientes en el manejo de los recursos públicos en relación directa con las necesidades crecientes de la sociedad.
Suponer que un grupo privilegiado de personas del entorno de los personajes fuertes de un gobierno es suficiente se equivocan o que concentrando el poder en manos de un elegido por los dioses del Olimpo sobra y basta, peor. La asignación y ejecución de políticas públicas requiere de un manejo multidisciplinario inexcusable.
En una opción diferente y de contra ruta parecen estar algunos países de América Latina, tal es el caso de Venezuela, con su inocultable crisis social, económica y política, la que quieren justificarla, en particular, su presidente, con apariciones mediáticas y de masas en las que pronuncia interminables como incomprensibles discursos de los que solo se puede concluir que la culpa de la situación es del otro y no de su ineptitud.
Se ha llegado a extremos insostenibles con la toma de medidas que expresan una monumental estupidez antes que una voluntad para resolver los acuciantes problemas cotidianos que atraviesas los venezolanos. Por ejemplo se ha determinado que los funcionarios públicos solo tendrán una semana laboral de dos días pues no trabajarán los miércoles, jueves y viernes con el propósito de ahorrar energía eléctrica mientras se recupera el embalse de Guri que genera el 70 % de la electricidad, porque, según el oficialismo, ha sido afectada por la intensa sequía y el sabotaje de algunos sectores de la oposición.
Es inimaginable pensar en una alianza política entre el fenómeno de El Niño y la oposición venezolana, pues si esta última fuese tan poderosa como para controlar este fenómeno o someterlo a sus designios, Nicolás Maduro no hubiese sido nunca presidente.
Entonces surge la pregunta ¿la crisis actual es producto de una oposición organizada, seria, con proyecto de estado y poder o de la ineptitud, la corrupción y sobre todo la ausencia de un manejo responsable de su riqueza hidrocarburífera?
Todo apunta a la ineptitud y al manejo irresponsable del gobierno del Presidente Maduro pues el buen momento económico de su pasado inmediato se lo farrearon sin escrúpulo alguno, utilizaron hábilmente la idea del cambio y de una crítica sin cuartel al neoliberalismo y consolidarse en el poder por décadas para finalmente mostrarse muy parecidos a sus enemigos ideológicos en su insensibilidad de luchar contra la pobreza, la corrupción, el abuso de poder y el autoritarismo.
La herencia que dejan pringa irremediablemente a la izquierda y a lo popular al grado de que los proscribirá injustamente de la memoria popular y del seno de ese pueblo por mucho tiempo, su reconstrucción será lenta, difícil y llena de vicisitudes