La suerte de Locky
Más allá de atentar los derechos de los animales, el salvaje comportamiento del militar es sólo una pequeña muestra a la que puede llegar la humanidad sino se frenan los impulsos más “inhumanos” que tenemos. Lamentablemente el comportamiento del militar es nomás parte de la cultura violenta que impera dentro del cuartel, sin necesidad de promover la violencia entre conscriptos, suboficiales y oficiales, el verticalismo de la instrucción y esa clásica visión de formar “hombrecitos” implica también el asumir conductas conservadoras, colonialistas y sanguinarias.
¿Qué demonios tiene dentro de su cabeza? Es la pregunta que me hice cuando me enteré sobre las dramáticas circunstancias de la muerte de Locky, el perro que tuvo la mala suerte de perderse por inmediaciones de la Escuela Militar de Ingeniería paceña; un militar que daba instrucciones decidió que debía “enseñarles” a sus alumnos a matar, destripar perros y untarse el rostro con la sangre del cachorro. Todavía intento comprender qué enseñanza quería transmitir a sus alumnos.
Más allá de atentar los derechos de los animales, el salvaje comportamiento del militar es sólo una pequeña muestra a la que puede llegar la humanidad sino se frenan los impulsos más “inhumanos” que tenemos. Lamentablemente el comportamiento del militar es nomás parte de la cultura violenta que impera dentro del cuartel, sin necesidad de promover la violencia entre conscriptos, suboficiales y oficiales, el verticalismo de la instrucción y esa clásica visión de formar “hombrecitos” implica también el asumir conductas conservadoras, colonialistas y sanguinarias.
Lo que los militares no comprenden y todavía tardarán mucho en hacerlo, es que estos son otros tiempos, que por muy primitivas sean sus prácticas, ya no es “cool” que sanrifiquen animales como parte de la instrucción, que necesiten demostrarse a sí mismos lo muy “rambos” que son, por mucho que la salvaje tradición que arrastran así lo exija. Si este militar tuvo la audacia de realizar semejante acto frente de sus alumnos, que de alguna manera no pertenecen al ejército sino que estudian para ser ingenieros y que no necesariamente utilizarán uniforme el resto de sus vidas, podríamos inferir que en todos los cuarteles del país también se reproduce este tipo de enseñanza.
¿Necesita un ingeniero aprender a destripar un perro? No ¿Si es así por qué este militar decidió “dictar” esta clase?, ¿Qué elementos consideró para justificar que sus alumnos vean cómo se destripa a un cuadrúpedo? Es algo que la prensa siempre sensible con los derechos animalísticos no suele preguntar, lo que buscaba el instructor era deshumanizar a su clase, enseñarles a no tener consideración con la vida de la personas, ese cachorro era la representación de una persona dentro de esa aula, simulaba ser un compañero, un amigo, un soldado, un enemigo y que por encima de toda consideración humanista, dentro del contexto de una acto bélico, sobrevivir está primero, aún si esto pasa por matar a una persona o como en este caso, por eliminar de un cachorro, indefenso, inocente y desafortunado.
Al militar en cuestión, no sólo le falla un chip, sino todo el sistema, podríamos afirmar. Si asumimos que el instructor es la representación real de la mentalidad castrense, que él y el resto de los militares viven pensando que están en guerra permanente, que nos ven como enemigos y que estamos en peligro, cada vez que inocentemente pasamos por la puerta de sus cuarteles, que para ellos no somos civiles a los que se debe proteger, ni ciudadanos, simplemente un anónimo animal sin suerte.
Lo más triste de todo esto es constatar que existiendo leyes y normativas, dentro y fuera de los cuarteles, no se hace mucho para evitar que estas prácticas dejen de darse, no sé en qué criterio educativo pasa la justificación militar para que “promueva” la muerte de animales en sus filas, creo que es necesario que se deje de obrar “dientes para afuera” y que se labure dentro como se debe, de forma transparente, porque si parte de esos alumnos no hubieran denunciado lo ocurrido en esa clase, no habría pasado nada y tanto el instructor como los “milicos” no estarían preguntándose ¿Por qué tanto lío por un perro?