Bolivia, diez años después…
La cara bonita del país durante el último decenio fue el conjunto de cifras macroeconómicas que deslumbran a los organismos internacionales y si bien los indicadores sociales mejoraron bastante, pudieron ser mucho mejores de haberse prestado más atención al día a día de los sectores productivos.
Nadie en su sano juicio puede negar que en los últimos diez años Bolivia cambió dramáticamente -es cierto- pero no menos cierto es que el cambio pudo ser mucho mejor.
La cara bonita del país durante el último decenio fue el conjunto de cifras macroeconómicas que deslumbran a los organismos internacionales y si bien los indicadores sociales mejoraron bastante, pudieron ser mucho mejores de haberse prestado más atención al día a día de los sectores productivos.
Los sucesivos logros registrados por Bolivia en el período 2006-2015 en los campos económico y comercial fueron determinantes para impactar positivamente en el ámbito social y para aquello tuvo mucho que ver un prolongado auge económico que, habiéndose iniciado en el 2003, significó un largo e inédito ciclo de precios altos para las materias primas, la energía y los alimentos, que benefició al país como nunca antes en la historia.
De cara al futuro, la profundización de todo lo bueno que se logró tendrá que ver con que el llamado Nuevo Modelo Económico, Social, Comunitario y Productivo demuestre -de aquí en más- que es capaz de generar iguales resultados en un escenario internacional adverso de precios bajos, ya que como ocurre con el carácter de las personas, las virtudes no se aprecian cuando las condiciones son favorables y el dinero sobra, sino más bien, cuando el entorno se torna adverso y el dinero no abunda como antes.
Pero si hay algo para destacar del proceso de cambio como un camino sin posibilidad de retroceso, ojalá, por lo bueno que ha resultado para este país -una verdadera revolución que bien podría constituir uno de los principales hitos de la Administración Morales- es la inclusión social: la justicia hecha a millones de hombres y mujeres históricamente postergados no solo de la vida económica, sino también de la vida política y el entronque social, solo tiene su más cercano parangón en la Revolución de 1952.
Inclusión social que en verdad pudo ser mucho más integradora -pero no lo fue- al tornarse disgregadora a la inversa y discriminar a quienes se consideró los excluidores de antes, cometiendo igual error, pese a que espacio hay para todos.
Inclusión social que pudo ser virtuosa y definitiva, de haber mediado para ello mucha más inversión en salud y educación a fin de consagrar la integración de los menos favorecidos a través del conocimiento, la capacitación, empleos dignos y un emprendedurismo formal, factores que sin duda, son lo que de veras cambian la vida de la gente, para bien…
(*) Economista y Magíster en Comercio Internacional
Fuente: “El Deber”
Santa Cruz, 27 de enero de 2016